Gustavo Bueno
Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión
Cuestión 8. Lectura filosófica de «La ciudad de Dios». (Variaciones sobre un tema, 35 años después)
Mondadori, Madrid 1989, págs. 285-345
I
«La ciudad de Dios» no es una filosofía de la Historia
En 1954, expuse, en un simposio, en Zaragoza, un trabajo titulado «Lectura lógica de la ciudad de Dios». Era, por su fondo, una lectura crítica, pero por su forma retórica (determinada por la época –de la que se ha hablado en la cuestión 1ª– y por los asistentes al simposio, algunos de ellos, jueces en inmediatas oposiciones), parecía una lectura dogmática. Durante estos 35 años (1954-1989), ha seguido repitiéndose la tesis de que «La ciudad de Dios constituye la fundación de la Filosofía de la Historia». Era una tesis que sonaba así, ya hace un siglo, por boca del cardenal González: «...La ciudad de Dios representa la creación de la Filosofía de la Historia, verdadera ciencia nueva, traída a mano por el cristianismo; ciencia que la historia pagana no presintió siquiera y que, bajo las inspiraciones del moderno racionalismo, se levanta hoy y se rebela con increíble ingratitud contra la religión de Cristo, que le dio el ser» (Historia de la Filosofía, 1886, t. II, p. 90). Pero la tesis principal sigue siendo errónea: La ciudad de Dios no es una filosofía, es una mitología (una Nematología, o Teología dogmática), disimulada en las reexposiciones abstractas de los filósofos, que suprimen contenidos dogmáticos imprescindibles, con objeto de ofrecer tan sólo ciertos rasgos indeterminados que puedan parecer del mismo género al que pertenece la Filosofía. Sin duda, lo que se quiere significar es que La ciudad de Dios comporta una organización del material histórico, según la forma de un drama único (idiográfico), que transcurre emic en un intervalo de tiempo relativamente corto (del orden de los 4.000 años), con un principio y un fin precisos, y que esta forma contrasta con las formas según las cuales se estructuraba el curso de la humanidad por hindúes, o por helenos. San Agustín ha advertido que el rasgo central del cristianismo, su dogma central, la Encarnación, es un acontecimiento único: que Cristo ha muerto y se ha levantado de entre los muertos, pero que no morirá más. Por tanto, que el cristianismo impone una reorganización de la historia cósmica y humana incompatible con la concepción cíclica de la cultura antigua, con la idea de la eternidad del cosmos desarrollada a través del eterno retorno (cuya formulación más impresionante la encontramos en el libro XII de la Metafísica de Aristóteles).
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