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Teselas

Las variedades de la mentira

Gustavo Bueno trata sobre las variedades de la mentira.


Gustavo Bueno, Las variedades de la mentira

Tesela nº 107 (Oviedo, 9 de mayo de 2012)

Transcripción GTGB ⋅ t107
Las variedades de la mentira
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La tesela que vamos a presentar hoy podría tener como título: Las variedades de la mentira. Su objeto principal es mostrar que la mentira no es un concepto uniforme, unívoco, sino que tiene muchas variedades, algunas que no son meramente especies de mentira, sino situaciones de desarrollo límite, que transforman las mentiras en otra cosa que ya no son propiamente mentiras y, por consiguiente, que es necesario tener en cuenta estas variedades para poder mantener una doctrina no metafísica, filosófica, tal como expusimos en la tesela anterior, sobre la mentira.

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En la tesela anterior, precisamente, quisimos subrayar cómo la concepción metafísica de la mentira como vinculada al no ser (desde Parménides hasta Sartre), frente a la verdad vinculada al ser, cómo esta concepción metafísica sigue todavía presente, por lo menos en ejercicio. Por ejemplo, en la actitud de quienes consideran que la mentira es siempre perniciosa o mala y que solamente, a lo sumo, las mentiras perniciosas o malignas tienen importancia, por lo menos ética, o moral, o política. Las demás mentiras, las mentiras jocosas, o las mentiras lúdicas, &c., son algo superficial, que no merece la pena de una consideración más profunda.

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Entonces, la identificación de la mentira, como mentira que se opone a la verdad de un modo dicotómico, está tan arraigada que muchos, incluso, se asombran, como he comprobado, pues de que de vez en cuando, a través de los medios de comunicación, la gente se entera de que en un proceso de instrucción el imputado, no el testigo, puede mentir. Se asombran de que esté institucionalizada la mentira, es decir, que dentro del ordenamiento jurídico nuestro, y de otros parecidos, esté reconocida la mentira como un derecho del imputado. Naturalmente, este asombro únicamente se explica para quien cree que la mentira es, esencialmente, vinculada al mal, a la maldad, al no ser, a la destrucción, a la maleficencia, &c. Si no, no se explicaría este asombro.

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Y entonces, la idea de mentira, claro, desde el punto de vista del materialismo, desde coordenadas no metafísicas, sino materialistas se nos presenta, como el otro día, en la otra tesela intentamos exponer, se nos presenta no como algo prácticamente inexistente, sin peso ontológico, por decirlo así, sino como algo realísimo y necesario. Necesario desde el punto de vista de la vida. De la vida, no solamente humana, sino animal, de la vida en general. Es decir, se podría decir incluso, que la capacidad de mentir (la posibilidad de mentir, la mendacidad), que es un componente de la lucha por la vida tan importante como pueda ser la capacidad de caminar, la de ver, o la de oler, &c. &c.

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Naturalmente, la mentira en este contexto se podría considerar como un proceso esencialmente dialógico. Es decir, la mentira supone, según la idea que estamos exponiendo, una relación entre sujetos, un sujeto A y un sujeto B. Es decir, un emisor de mentiras y un receptor de esa mentira. Esta situación es dialógica y, por tanto, supone el engaño. Precisamente, lo esencial de la mentira es el engaño, es decir, el sujeto A expone algo al sujeto B de forma que éste es engañado por el primero. De manera que el contenido de la mentira va orientado a engañar al sujeto B, al que le escucha, es decir, a hacerle creer cosas en que él mismo no cree. Y este engaño dialógico es esencial a la mentira, pero tanto en los hombres, como en los animales. Es decir, cuando un animal se mimetiza, cuando un animal se esconde, cuando la mariposa Caligo, por decirlo así, engaña al depredador fingiendo que es un búho, aquí, naturalmente, lo de engañar, &c., no tiene un sentido propositivo, es un mecanismo que analizamos por analogía con lo que pasa con los engaños humanos. Pero, entonces, esta idea es central, porque considerar como estructura esencial de la mentira dialógica el engaño, quiere decir, entre otras cosas, que la mentira ante sí mismo, el autoengaño, es un concepto contradictorio, aun cuando tiene sentido como idea límite a la que se llega como desarrollo de la mentira, de la mentira normal –vamos a decirlo así–, de la mentira estricta, de la mentira de referencia; la mentira normal, que es la que hemos definido. Y aquí viene a cuento acordarse de las cuestiones ya planteadas por Platón en el Hipias Menor, cuando comparaba la superioridad de la mentira estricta, la mentira que llamamos normal, con el que dice la verdad, pero siendo, la verdad, errónea, el que difunde una verdad en la que él cree pero que es un error. Sin embargo, Platón dice que es superior el mentiroso al que dice una verdad errónea, o mejor dicho, una verdad que él cree pero que es errónea. La razón que da Platón es perfectamente comprensible. El que miente, el que engaña, sabe que engaña y, por consiguiente, él puede discriminar la verdad, que él posee, con la parte de la verdad que él transforma, u oculta, o exagera, o lo que fuera. Y, por tanto, él está al tanto de los dos conocimientos, de lo que él da a conocer (de lo que el receptor va a conocer) y de lo que él conoce. Él conoce más que el que, simplemente, expone un error, pensando que es verdad y, entonces, él no conoce realmente lo que es la verdad porque no conoce el engaño. Esta comparación famosa de Platón, naturalmente, no tiene que ver nada con la justificación de la mentira, ni que sea superior el mentiroso o el otro. Esto son cuestiones distintas que se plantean en otro nivel.

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Así como tampoco, el reconocimiento de la mentira como una suerte de constitutivo necesario de la vida en general, no significa una defensa de la mentira, ni un elogio de la mentira, ni cosas similares. De la misma manera que el análisis de la guerra, frente al pacifismo radical que, incluso, se aterroriza de la palabra “guerra” y no quiere ni tenerla en cuenta, sustituida, por expresiones como “resolución de conflictos”; pues, naturalmente, el análisis de la guerra no quiere decir defensa de la guerra, o belicismo, pero sí ataque al pacifismo fundamentalista eso sí, por no entender la naturaleza de la guerra y la importancia histórica y política de la guerra. Es decir, no como una simple desviación, o como un error, como una cesación de la política, sino todo lo contrario, como una continuación de la política, para utilizar la fórmula clásica.

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Entonces, la idea central que podemos fijar ahora sería la siguiente. Que el paso de la mentira, y del mentiroso en cuanto engañador, de algún modo en todas sus variedades, el paso del engañador al que se autoengaña, al que se engaña a sí mismo y, por tanto, si se engaña a sí mismo es porque ya no ve la mentira como mentira, porque si no, no se engañaría. Aunque las cuestiones que aquí plantean de carácter psicológico son muy graves, pero estamos exponiendo un esquema general. Entonces, el que se autoengaña deja de tener ya conciencia de ser mentiroso y se convierte, vamos a llamarle: vidente, o visionario; se convierte en vidente, o en visionario. Es decir, este proceso de autoengaño, pues es tal, que tiene capacidad para transformar el engaño, y el mentiroso, en vidente o en visionario y, naturalmente, el visionario es un personaje mucho más peligroso, por así decirlo, socialmente, políticamente, &c., &c., que el mentiroso. Porque al mentiroso se le puede rebatir, se le puede discutir, cabe con él un debate, un análisis, mientras que el vidente, en su grado extremo, llega a ser ya impermeable completamente a toda crítica, y el vidente se convierte en un verdadero peligro social. Porque él está exponiendo, con toda sinceridad, su verdad, cuando no es su verdad, es simplemente una mentira que ha sido transformada en su creencia, en verdad. Y, entonces, en esta transformación, que esto es lo esencial (que también el otro día apuntábamos ya, creo), en esta transformación del mentiroso en vidente interviene formalmente, precisamente, el receptor. Es decir, no es un mecanismo puramente psicológico, en dónde el mentiroso se transforma en vidente, pues por lo que sea, por cualquier mecanismo de delirio subjetivo, sino que la transformación tiene interés cuando se produce, precisamente, por la complicidad y el consenso con el receptor que, en lugar de ser alguien que está, simplemente, de un modo pasivo escuchando o recogiendo los mecanismos de transformación subjetiva del mentiroso, está colaborando en ellos precisamente con su asenso. Este mecanismo, que habría que analizarlo mucho más detalladamente (pero que para lo que nos afecta aquí ahora, creo que es suficiente) no es, simplemente, una pura construcción lógica, sino que puede ser ilustrado por multitud de mecanismos muy conocidos, por otra parte, por ejemplo, principalmente, el teatro; todo lo que tiene que ver con el teatro. El teatro –como sabemos– supone una representación de un papel que el actor conoce que es distinto de él, el famoso “efecto V” de Brecht. O mejor dicho todavía, más antiguamente, la “paradoja del actor” de Diderot. Es decir, el actor tiene que mantener distancia con su personaje, si se identifica con él está loco, y puede llegar a situaciones verdaderamente catastróficas; como es, por ejemplo, si tiene que dar un pistoletazo, por el papel que ocupa, a otro actor, pues se lo da de vedad porque él se ha identificado verdaderamente con el vengador. Entonces, aquí hay una especie de mentira; de mentira en el actor auténtico, según la paradoja de Diderot, según la cual el actor, será mejor actor, cuanto menos se crea su personaje, pero, sin embargo, sea capaz de reinterpretarlo. Aquello que decía San Agustín, El verdadero actor y el falso Héctor. Un verdadero actor, que representa a Héctor es un falso Héctor y él tiene que saberlo. La situación, pues, se repite muchas veces. Bueno, aquí viene a la memoria el caso de San Ginés que era un actor, precisamente, en la época de Diocleciano, del César Galerio, cuando hubo una campaña, una persecución contra los cristianos y se representó una vez en el teatro. Pues, un actor que hacía de Jesucristo y entonces, este Ginés, al parecer, se identificó de tal manera con su papel de Cristo, que se llegó a creer Cristo, hasta el punto que pronunció y realizó acciones muy sospechosas para el César Galerio, que lo mandó asesinar. De manera que, en el caso de Ginés, veríamos claramente la transformación del mentiroso, del actor mentiroso (actor también en griego se dice, hipócrita, de mentiroso). Es decir, un conónimo del mentiroso, aunque, naturalmente, no sea estrictamente lo mismo, pero dentro de la constelación de ideas muy próximas a la de mentiroso. Entonces, el actor se transformaría en vidente y, por la colaboración, desde luego, del público que le aplaudía.

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Otro ejemplo, también interesantísimo, que procede de los relatos de Boas, de los Kwakiutl, es el del famoso chamán Quesalid que, al parecer, era un individuo de la tribu muy escéptico con los otros chamanes en las ceremonias, y quería conocer sus trucos y, entonces, comenzó realmente a practicar, simplemente con deseo de conocer los trucos de los chamanes y, entonces, llegó a advertir que sus actividades eran aplaudidas, compartidas por el propio público que les rodeaba, por los receptores, y esto llegó a transformarle de tal manera a este Quesalid, que llegó a ser uno de los chamanes más apreciados de la tribu, y más conocidos. Hasta el punto que mereció la descripción de Boas, junto con otras muchas.

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De manera que aquí tenemos ejemplos, yo creo, de mecanismos en dónde la transformación de un mentiroso en un vidente no es nada hipotético, sino que hay ejemplos reales, que se pueden analizar e, incluso, no hay otra forma de analizarla que aplicando estas ideas.

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Pues bien, entonces, con esta idea de mentira, inmediatamente tenemos que proceder a la distinción entre muy diversas formas de mentira, a las variedades de la mentira. Naturalmente estas variedades pueden clasificarse por criterios múltiples desde atendiendo, por ejemplo, a la materia de las mentiras, que influyen notablemente en el proceso de transformación en formas de visionarios, o de videncias, sino pues, por ejemplo –pues qué sé yo– las mentiras propias de…, mentiras piadosas, que llamaban, mentiras de caza, las del Barón de Münchhausen, las mentiras jocosas, &c., mentiras históricas. Todas ellas cuentan, más o menos, con la colaboración –sobre todo las mentiras históricas– realmente del público que las oye. Sobre todo, se ve claramente en los relatos épicos de un determinado grupo social en una nación, por ejemplo, que está rehaciendo su historia, su memoria histórica. La memoria histórica de una nación suele estar empedrada de mitos, caso de Breogán en Galicia, de Juan Zuría en el País Vasco, &c., en España. Que son realmente mitos, son mentiras, pero que el que las expone encuentra una aceptación en el público porque resulta que colabora, precisamente, a que esa mentira empiece a tomar las apariencias de una verdad, por el modo como tiene de ser tratadas que aquellas mentiras se conviertan en relatos oficiales históricos y, casi, en dogmas.

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Pues bien, las clasificaciones pueden ser de muchas maneras, es decir desde muchos criterios. Por ejemplo, distinguiríamos una clasificación importantísima que da lugar a variedades esenciales sería ésta. Aquella que se funda en la naturaleza del emisor y del receptor, o del emisor y los receptores. Pues, por ejemplo, la clasificación más obvia sería la clasificación en mentiras realizadas entre sujetos humanos, antropológicos en el sentido humano institucional, del hombre en cuanto está dentro de una institución histórica, no ya en cuanto animal, que comparte propiedades con los animales, de animales humanos. O bien, mentiras entre animales. El caso de la Caligo puede servir de ilustración. Y un tercer caso de mentiras, en donde los sujetos ya no son propiamente o, no se presentan como humanos o animales, sino de un orden especial, que tiene que ver con los sujetos –diríamos– no-linneanos, como puedan ser demiurgos que revelan, profetas. El caso de la ninfa Egeria de Numa Pompilio, que revelan verdades que, naturalmente, se supone que, quien las dice y quien las escucha, se supone que acepta esas entidades, diríamos no-linneanas, por no decir sobrenaturales. Porque son tan naturales como las otras, son invenciones, pero en las cuales Numa Pompilio, a fuerza de repetir las revelaciones recogidas de la ninfa Egeria, vamos a suponer que se las creyese (es irrelevante que se las creyese o no); pero, sin embargo, él funcionó como si fuesen reales y, sobre todo, el pueblo que le escuchó creyó, aceptó, esa procedencia sobrenatural –diríamos– de las normas que daba la ninfa. Lo mismo se aplica a las pitonisas, a los profetas, &c., &c.

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Otra distinción importantísima de las mentiras es la que distinguiría las mentiras perfectas de las mentiras infectas. Las mentiras perfectas serían aquellas que están elaboradas con tal precisión y prudencia, e inteligencia, que son prácticamente imposibles de desmentir. Es decir, que están hechas de tal manera, que no se pueden desmentir fácilmente y, por consiguiente, que son mentiras que tienen en principio la posibilidad, o la virtud, de un largo recorrido, porque no es fácil desmentirlas. Y porque, además, para que una mentira sea perfecta tiene que contar, no con una especie de ilación más o menos bien tejida e ingeniosa, sino, al mismo tiempo, tiene que estar intercalada, y asociada, o cruzada, a otros mil intereses del público receptor, de forma que le interese, y de forma que permita que el público receptor colabore y sea cómplice de esa propia mentira. Estas mentiras perfectas son las mentiras que pueden tener más importancia política, como es natural. En cambio, una mentira infecta es una mentira de muy corto recorrido en principio, salvo en el propio círculo en el que se mueve el mentiroso, que ni siquiera puede llegar a ser vidente y, si es vidente, lo es en el círculo de un grupo tan autista de componentes que son tan estúpidos los unos como los otros, por decirlo así. Aquí podríamos ejemplificarlo, pero no quiero dar nombres, ni quiero interferir con cuestiones políticas. Podríamos dar el nombre de dos conocidísimas mujeres del Partido Socialista Español que ocuparon cargos de primer orden en gobiernos anteriores, o en los presentes, o en el partido presente, que eran mentiras pedagógicas, diríamos. Mentiras pedagógicas, pero mentiras casi oligofrénicas. Una de ellas, recuerdo, televisaron una lección que dio en un Instituto de Enseñanza Secundaria en donde decía a las alumnas: Alumnas, la izquierda es la que quiere el orden, la libertad, la riqueza, la igualdad, mientras que la derecha quiere, todo lo contrario, la desigualdad, la explotación, &c., &c. Y, entonces, las niñitas en cuestión aplaudían porque, eran tan bobas que, creían que, con eso, estaban definidas la izquierda y la derecha. Y algo parecido escuché el otro día a otra mujer, también de alto nivel dentro de ese partido, que decía, más o menos, desde una perspectiva feminista: Las mujeres de la derecha quieren que todas las mujeres españolas se queden en casa para cuidar a sus niños, a sus maridos y a sus ancianos, mientras que las mujeres socialistas queremos todo lo contrario, la libertad, &c, &c. Claro, esta exposición era tan estúpida, tan mentirosa, que era imposible pensar que esta individua creyera aquello, pero si lo creyera, todavía peor. Aquí volvemos otra vez a Platón. Si realmente ella creía que con eso diferenciaba las mujeres de la derecha, de la izquierda, era todavía peor, puesto que esta individua era una oligofrénica literalmente.

13 ❦ 23:37

Entonces, las cuestiones que se plantean aquí son muy abundantes, pero vamos a centrarnos simplemente, en lo que en este punto podría ser más importante, a saber, las mentiras políticas de gran alcance. Vamos a hablar, simplemente, porque esto es un tema inagotable, pero vamos, voy a decir dos o tres rasgos fundamentales para nuestro asunto. Las mentiras políticas más importantes, como he dicho, son las que son necesarias, precisamente, para poder mantener, o instaurar, los procesos de eutaxia de un Estado, de una nación. En la Antigüedad, conocemos, o podemos considerar como grandes mentiras, aquellos relatos, según los cuales Alejandro Magno habría sido considerado como hijo de Amón en Egipto y, después, como hijo de Zeus; la apoteosis de Alejandro. Naturalmente, estas leyendas, o estos relatos, sobre Alejandro no eran creídos por todos los griegos. Ahí están todos los evemeristas que, realmente, subrayaban que los dioses procedían de hombres. Es decir, que Alejandro Magno no era un dios, pero, sin embargo, tal como estaba planteada la situación en la época de Alejandro, solamente bajo la condición de ser un dios podía acometer y llevar adelante las pretensiones de los proyectos del Imperio universal que, al parecer, acogió Alejandro desde el principio. Entonces, esta idea, estas mentiras políticas, eran mentiras necesarias. ¿Alejandro creía realmente que era hijo de un dios? Así pretendió argumentarse, incluso aludiendo a unas hipotéticas cartas de su madre, Olimpia, que habría dicho que era hijo de un dios, de Zeus, o lo que fuera. Pero, sin embargo, nadie puede, ningún historiador puede tomar literalmente en serio como mentira, como un relato verídico esto. Pero, sin embargo, tiene que comprender que, solamente a través de esa mentira política, de esa transformación en videncia, o en evidencia, por parte de los interesados en ello, que eran todos los griegos, o los aliados que querían participar en el Imperio universal, les convenía, eran conscientes, eran responsables, no eran sujetos pasivos de esas mentiras, sino que eran colaboradores esenciales. Y me remito, otra vez, al caso del chamán de los Kwakiutl.

14 ❦ 26:37

En la Época Medieval las mentiras políticas son innumerables. Estas mentiras políticas, según los ilustrados del siglo XVIII, concretamente me estoy acordando del Barón de Holbach, en su famosa obra Los Tres Impostores, Moisés, Jesús y Mahoma, naturalmente, la presentación de estos grandes fundadores de religiones y de Estados, como es el caso de Moisés, de Jesús y de Mahoma, que son, al mismo tiempo, políticos y profetas. Pero profetas que tienen una incidencia política, que la han tenido histórica de primer orden, naturalmente, estos impostores, pues no es fácil entenderlos como mentirosos en el sentido normal del término, que hemos dicho antes, sino que a lo sumo se han transformado en videntes. Pero se han transformado en videntes porque el público, al que se han dirigido, el pueblo, o los pueblos, han querido que lo sean; es decir, el pueblo no ha sido engañado, sencillamente, se ha querido engañar juntamente con lo otro. Ha visto en los profetas, en los impostores, algún componente verdadero porque interesaba, o facilitaba, a sus propias vidas, por mil razones. La más socorrida e inmediata es la teoría del opio del pueblo, en el sentido de Marx, no en el sentido de Lenin. Es decir, no en el sentido de una droga que se le suministra al pueblo para engañarle, sino de un brebaje, que el pueblo toma para satisfacerse o para sobrellevar las dificultades de la vida, &c. Pero, estos grandes impostores del Antiguo Régimen, tienen un paralelo, a mi juicio muy notable, con los impostores, que tampoco lo son, en el sentido de Holbach. Es otro mecanismo más sutil. Con los grandes mentirosos, que tampoco lo son normalmente, sino con los grandes videntes, vamos a decirlo así, después de esta transformación, de la Época Moderna posterior a la Revolución Francesa, posterior a la Ilustración, y me refiero principalmente a lo siguiente. Que así como los grandes videntes del Antiguo Régimen, ofrecían principalmente, sobre todo en el cristianismo –como religión soteriológica– ofrecían la visión de una vida feliz, en el Cielo, más allá de esta Tierra. Es decir, una escatología, sencillamente, que satisfacía las esperanzas, frustradas continuamente, de poder que tenían en la vida presente, pues así, también en el Nuevo Régimen los videntes correspondientes satisfacen, o bien, esas necesidades escatológicas de un mundo mejor, pero no ya puestas en el Cielo, sino puestas en la Tierra. O bien puestas en el propio ejercicio de la vida política actual.

15 ❦ 29:47

Sencillamente, habría fundamento para considerar que los nuevos impostores –que no lo son, por tanto–, sino los nuevos videntes con respecto a los videntes de la Edad Media. Los nuevos videntes del Nuevo Régimen, para ponerles nombres, así como Holbach pone a Jesús, a Moisés y a Mahoma, podríamos poner como nombres a Bakunin, a Marx y a Rousseau, por ejemplo, para tener referencias concretas sobre qué discutir. En efecto, toda la doctrina política de Bakunin está fundada, fundamentalmente, en una especie de “escatología del Estado Final”, según el cual, llegará el momento en la sociedad humana universal en la que los hombres puedan vivir completamente felices una vez que se ha producido una revolución y se ha derribado al Estado. Idea que también participa el propio Marx, como es sabido, porque el componente anarquista de Marx es fundamental en su sistema, a diferencia de la socialdemocracia. Y en donde, según el marxismo, la evolución misma de la historia humana, demostraría que la lucha de clases, como motor de esa historia, llegará un momento en donde después de la dictadura del proletariado, &c., desaparecerá y se llegará a una sociedad perfecta, la que, más o menos, sugiere en la Crítica al Programa de Gotha. Y entonces, con esto, millones y millones de hombres siguen todavía apoyando, consintiendo, siendo cómplices, de esta impostura. Diríamos de esta pura videncia, o visionarios del estado futuro de la humanidad, como si hubiera posibilidad de razonar, o de demostrar de algún modo que ese estado se va a producir. Y que eso es el fundamento y el proyecto que puede articular toda la vida política.

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La otra forma, la otra impostura –diríamos–, ya hemos hablado de ella varias veces, sería el “fundamentalismo democrático”. En el sentido de que, mediante la democracia los individuos logran el sufragio universal y, entonces, logran elegir a sus representantes, delegarles su voto, y confiar en que estos diputados del pueblo, pues, los representan y puedan llegar realmente a la justicia, a la libertad, &c, &c. Y que esta democracia pues, de algún modo, no persigue el fin de la historia, como decía Fukuyama. Esta democracia lo que quiere es mantener, de algún modo, la justicia, la sociedad política, &c., de un modo indefinido. Aunque con mecanismos gradualistas, al modo de Bernstein y de la socialdemocracia tradicional, en donde lo importante es la democracia, puesto que, si hay errores o vicios en la democracia, con más democracia se corregirán; y, por tanto, variará una cosa, una situación de la otra, con transformaciones de una cosa a la otra, pero siempre dentro de la misma democracia. Entonces, estas imposturas, o estos planteamientos de nuestro siglo, yo no creo que se diferencien, esencialmente, de los planteamientos del Antiguo Régimen. Han cambiado totalmente las situaciones, pero las posibilidades de demostrar el “estado final” del marxismo, o la escatología, ¡qué sé yo!, de Dante o de Santo Tomás, son muy parecidos; es decir, están completamente más allá de las posibilidades de la razón, sencillamente, se creen por otras razones. Se creen, no por engaño, repito, sino por complicidad de la propia sociedad.

17 ❦ 33:45

Y, por último, volvemos a donde empezamos. A saber, que en las teselas estas sobre la mentira política, aquella cuestión, planteada por Diódoto, a través de Tucídides, en donde el político griego, el orador griego se pregunta cómo es posible dirigir al pueblo mediante el engaño, y cómo el pueblo solamente cuando es engañado, puede realmente aceptar al director, al líder, al político, al orador, que le dirige. Es decir, este planteamiento de Diódoto que, naturalmente, está dentro de este círculo de problemas, sin embargo, yo creo, que se puede analizar perfectamente teniendo en cuenta que la pregunta de Diódoto está formulada, reduciendo la cuestión, al estado, a la situación de la mentira normal. En donde lo que dice, visto desde fuera, el discurso del orador contiene una serie de afirmaciones que son mentirosas o, por lo menos, hipotéticas y, por tanto, que solamente por engaño, o por habilidad del orador, pueden ser creídas por el público; donde el público es puramente pasivo. Entonces, la pregunta es clara. Si se aplica la idea de mentira normal al caso de la mentira política, de este orden, la situación es prácticamente irresoluble. ¿Cómo es posible que el pueblo necesite ser engañado, y lo sepa, y que el orador, o el político, necesite engañar para esto? Porque, realmente, se olvida la transición del dialogismo de la mentira en el autologismo que transforma la mentira, y al mentiroso, en vidente.

Final ❦ 35:45

GTGB

Sobre la mentira política · tesela nº 76

Sobre la mentira y la mentira política · tesela nº 106

→ Platón, Segundo Hipias o de la mentira

→ Compendio moral salmaticense, De la mentira

→ Feijoo, Impunidad de la mentira

→ Diccionario filosófico, Política real / Política aparente / Sociedad política fenoménica