Teselas
Sobre la mentira política
Gustavo Bueno trata sobre la mentira política.
Gustavo Bueno, Sobre la mentira política
Tesela nº 76 (Oviedo, 16 de marzo de 2011)
Transcripción GTGB ⋅ t076
Sobre la mentira política
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Vamos a terminar hoy las teselas de este ciclo sobre la democracia, respondiendo ante todo a una sugerencia de mi querido amigo Ismael Carvallo que me sugiere que dedicásemos una tesela a la “mentira política”. Está leyendo a Tucídides, y a comentaristas suyos, y me transcribe el siguiente texto, hablando de Diódoto, “Pues Diódoto concluye que hasta un orador que desee decir qué es mejor, deberá mentir a la multitud para que ésta confíe en él, y que es imposible beneficiar a la ciudad, y solo a la ciudad, sin engañarla. Con notable franqueza, Diódoto dice a los atenienses que los engañará. Y este reconocimiento, nos deja con las siguientes preguntas: ¿Por qué es imposible ganarse la confianza de la ciudad sin mentirle? ¿Y cómo precisamente miente Diódoto?”.
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Efectivamente, el tema de la mentira política es una cuestión clásica tradicional, pero no solamente en cuanto constatación, por así decir, de un hecho, del hecho de que los políticos mienten, incluso como denuncia de este hecho; sino lo que tiene más importancia, yo creo, desde el punto de vista de la filosofía política es, no ya la constatación de que, de hecho, mienten los políticos, sino que es necesario que mientan, para llevar a cabo su trabajo, su función de políticos.
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Es decir, que la mentira política es una característica, de la vida política, de la oratoria política (principalmente), si la mentira la referimos a la palabra, al orador, al que utiliza la palabra, que es, como decía Platón en El político, el instrumento fundamental del político, del pastor de los rebaños que hablan, para decirlo en los términos de Platón. Y, efectivamente, el propio Platón trató ampliamente, como toda la sofística ateniense, pues, Protágoras, Gorgias, &c.; y el propio Platón, como heredero de la sofística, trató ampliamente la cuestión de la mentira política incluso, por ejemplo, como una necesidad conveniente para la organización y la dirección del pueblo y, concretamente, de la democracia, por lo menos de la política conformadora, o de la acción conformadora mediante la palabra, de la vida pública. Todo el mundo recuerda, por ejemplo, en Las leyes, cuando Platón justifica, y aconseja, la mentira política cuando se trata de celebrar los sorteos para el matrimonio, eligiendo previamente, seleccionando a las parejas que puedan considerarse más fértiles y más compatibles; o bien cuando enseña la conveniencia de enseñar al pueblo el mito de la mezcla de los metales, de los que estamos construidos, que más o menos es una justificación de la existencia de diferentes clases sociales, por decirlo así.
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Es decir, la mentira política es una tradición, como vemos, totalmente constante, y que se va incrementando, precisamente, como denuncian en gran medida, por ejemplo, en el siglo XVIII por parte de los ilustrados. El caso de Las ruinas de Palmira, &c., donde la mentira política, siguiendo ideas, otra vez de los sofistas, o de la época sofística, Critias, &c.; la mentira como esencia de la acción de los sacerdotes (instrumentos del Estado, de algún modo), en donde esta mentira es la base del orden del Antiguo Régimen -el origen divino del poder, el origen del poder en cada sociedad, en cada Estado-. Efectivamente, todos sabemos que los mitos fundacionales, por decirlo así, son casi todo mentiras. La dificultad está en que el concepto de mentira se opone a la verdad, pero la oposición no es enteramente dicotómica, porque no quiere decir que la mentira, sea siempre algo que atenta a la veracidad de las palabras, porque la mentira puede ser formal y material, como se decía tradicionalmente. Es decir, una mentira formal es la que está formulada precisamente para engañar al interlocutor, para engañarle. Mientras que una mentira material puede ser una expresión de un pensamiento sincero que realmente cree quien miente, pero está diciendo mentiras objetivas, aunque subjetivamente esa mentira no sea tal.
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Lo cierto es que, la mentira está, generalmente, tolerada en los tribunales privados, incluso tolerada, incluso el acusado tiene derecho a callarse, que es una forma muchas veces de mentir, en defensa propia. En cambio, públicamente esto suele ser intolerable, y en algunos países más que en otros, sobre todo en los de tradición puritana, como pueda ser Inglaterra, o como pueda ser los Estados Unidos de América, pues todos sabemos cómo muchos ministros han sido defenestrados, precisamente por haberles cogido en renuncia, en una mentira, y por tanto, por haber perdido la confianza, puesto que la mentira en público, ante un tribunal, ante un juramento, &c., descalifica completamente al mentiroso y, por consiguiente, lo hace incapaz de mantenerse en una democracia.
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De aquí la paradoja, sin duda, enorme, que nos obliga a replantear la esencia de la democracia, y qué es la democracia. Y en general, qué son los sistemas políticos democráticos, aristocráticos, o como quiera decirse, que, por una parte, en muchos casos, aborrecen y abominan y prohíben terminantemente la mentira, puesto que, para decirlo con palabras evangélicas, la verdad os hará libres. Pero sabemos que la verdad os hará libres no es así, porque muchas veces la verdad puede hacer esclavo a un pueblo cuando, por ejemplo, por decir la verdad el pueblo entra en pánico en una circunstancia determinada. Estos días lo estamos viendo con las catástrofes del Japón, en donde, parece ser que, el gobierno del Japón, si no miente, sí por lo menos disimula o atenúa la situación real, para evitar el pánico, precisamente. Entonces, decir la verdad literalmente en todo momento puede ser catastrófico. Esto ya lo sabían, de muchos lados, por ejemplo, yo recuerdo, en una de las lecciones de Weizsäcker, más o menos expone esta situación. Un médico que está tomando la tensión a un enfermo, si le dice la verdad, es decir, si en el momento en que le pone el aparato de tomar la tensión, le dice que tiene veinte y treinta y cinco, de mínima y máxima, pues entonces la tensión le sube a cuarenta, y le tiene que decir que tiene menos para que le baje, de manera que allí, la verdad no os hace libres, la verdad agrava la situación. Y entonces, la cuestión se trata, no en cuanto a la defensa de la verdad en sí misma, en abstracto, frente a la mentira, sino la función pragmática de la verdad, es decir, no ya la verdad semántica, sino la verdad pragmática en cuanto a los efectos que una proposición o un gesto, puede inducir en el interlocutor, en el oyente, en este caso del pueblo.
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Sabemos, por otra parte, y hay multitud, y aquí es infinito el repertorio de ejemplos que se pueden poner, sabemos la importancia que han tenido mentiras, falsedades, pues, qué se yo, mitos urdidos completamente adrede, en la evolución histórica y política de los pueblos. El ejemplo que en este momento se me ocurre, y que tienes delante, es el de la famosa “donación de Constantino”, una superchería urdida por el Papa Esteban II, por los carolingios, según la cual, el emperador Constantino habría dado el Imperio a la Iglesia. Claro, esta superchería, fue tomada en serio, fue creída realmente, y determinó tantas cosas, entre otras cosas, el Imperio carolingio (y los sucesivos), y, posteriormente, pues nada menos que la división, de la línea divisoria en la época del siglo XVI, entre las partes del mundo, del hemisferio, que correspondían a Portugal o a España. Es decir, todos estos hechos tan importantes históricamente, estaban fundados, diríamos, en una mentira, y en este punto, no en una mentira meramente material, sino formal, porque el conchabamiento en Soissons fue totalmente deliberado, como luego se descubrió años más tarde.
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Otras famosísimas mentiras, ya que estamos hablando de México, o por lo menos de la sugerencia de un ilustre mexicano como Ismael Carvallo, pues, otra mentira también deliberada, sin duda, porque si no era deliberada todavía era peor (por lo menos, desde el punto de vista psicológico) es la que formuló el famoso Fray Juan [José] Servando Teresa de Mier y Guerra –me parece que se llamaba–, cuando, en un famosísimo sermón pronunciado ante las máximas autoridades de México, que entonces era español todavía, un diciembre, el día de la fiesta de la Virgen de Guadalupe (1894 [1794], me parece que era), allí sostuvo, nada menos, la tesis pintoresca de que la imagen de la Virgen de Guadalupe no se había aparecido en el siglo XVI en la tilma de Juan de Diego, sino que había sido impresa en la capa de Santo Tomás, en la misma época que la Virgen vivía en carne mortal, es decir, hacía diecinueve siglos entonces. Y por tanto, que la Virgen de Guadalupe en México era contemporánea de la Virgen del Pilar en España o la Virgen de Guadalupe, en España también. Y, por tanto, que México, ni siquiera debía a España el conocimiento de la civilización cristiana puesto que ya había sido revelada especialmente a ella. Esta interpretación, esta presentación, de la Virgen de Guadalupe, de la imagen impresa no en la tilma de Juan Diego, sino precisamente de San Bartolomé [Santo Tomás] es totalmente, absolutamente, una pura fantasía, una mentira, con intención política claramente secesionista y que tuvo un juego (y lo sigue teniendo en parte) extraordinario, en el proceso de emancipación de México con respecto a la corona española.{1}
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Instrumentos de este tipo, o mentiras de este tipo, son abundantísimas, por ejemplo, aquí en España recordamos las mentiras, yo también creo que totalmente deliberadas, aunque, teniendo en cuenta los personajes, los autores, pues cualquiera sabe si llegaron a creerse sus propias mentiras, pero esto yo creo que es irrelevante. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a las ideas de los héroes gallegos como el héroe Breogán (personaje completamente mítico, al que, sin embargo, se le erigen estatuas, se le hacen himnos), o bien en el País Vasco a un tal Juan Zuría, a la batalla de Arrigorriaga, es decir, que son invenciones, al parecer de Sabino Arana, pero que juegan un papel decisivo en toda la historia del secesionismo gallego o vasco.
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De manera que es evidente que la mentira política es un hecho de una gran trascendencia histórica (a veces, mucho más que las verdades), y que, sin embargo, pues, se discute, y se admite como paradoja, se advierte como paradoja por qué la
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Yo creo que la cuestión tiene mucho que ver, más con la naturaleza del pueblo que recibe estas mentiras (las acepta, las asume, y las potencia, y las toma al pie de la letra incluso) que la mentira por parte de quien las dice. Es decir, el caso de que personajes como Diódoto mientan, no es algo que deba imputarse propiamente a los oradores mentirosos, a los políticos que mienten, sino al pueblo, que, o bien necesita esas mentiras para seguir adelante, o bien necesita (o tiende a creerlas mejor que otras), y, por consiguiente, que no cabe atribuir responsabilidad alguna (o total, por lo menos) al político que miente, al mentiroso, sino también al pueblo, que se traga las mentiras porque se las quiere tragar, porque le interesa tragarlas, o porque se sienten más acomodado con ellas. Naturalmente, las razones de esta necesidad del pueblo para asumir las mentiras, o las medias verdades, o incluso ciertas formulaciones metafísicas, como puedan ser las de la democracia fundamentalista, cuando se habla de la soberanía del pueblo, del papel de cada individuo en la formación de la voluntad nacional, en la conformación de las leyes, &c., de las normas, en la decisión que hay que tomar. Toda esta serie de fórmulas con las que se presenta la democracia fundamentalista son, o se podrían llamar, pues “mentiras”, sencillamente, mentiras o teorías metafísicas, o hipótesis metafísicas, como la del pueblo soberano, que, sin embargo, no se tratan como hipótesis, sino como evidencias absolutas, hasta tal punto que, quien las pone en duda, se ve en el peligro de ser realmente acusado de antidemócrata y de elemento peligroso para la vida ciudadana. Sin embargo, estas mentiras son necesarias porque sin ellas se desplomaría enteramente la estructura política y jurídica del Estado, que está basada, si no sobre mentiras, si por lo menos, diríamos, sobre ficciones jurídicas. Como pueda ser, por ejemplo, la ficción de la libertad individual de cada cual en el momento de elegir, y su contribución efectiva, hasta el punto de poderse presentar como el causante, realmente, de esa norma que ha sido aprobada por democráticamente, cuando realmente no lo es, cuando esa norma no ha sido ni formada por el pueblo, ni entendida por él, sino, simplemente, aprobada, en virtud de otros mecanismos totalmente diferentes. Sin embargo, la creencia de que es el pueblo el que está, realmente, siendo soberano, parece que está indiscutiblemente unido, indisolublemente unido a la estructura misma de la democracia.
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De este modo, la cuestión de la mentira política, yo creo que alcanza una profundidad mucho mayor, puesto que pone en cuestión el mismo concepto de democracia fundamentalista, por lo menos; y el lugar dónde hay que definirla.
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Por último, para terminar, se me ocurre también subrayar cómo, la mentira política (la mentira de los políticos), en la circunstancia actual, me refiero en la época en donde los discursos de los políticos quedan grabados (quedan grabados en televisión, en vídeos, en radio, &c.), y, por tanto, son susceptibles de ser expuestos o recordados a los políticos cuando dicen una mentira distinta de la que dijeron hace unos años, o hace un año, o hace muchos años. Es decir, que entonces, el político de hoy, tiene como límites de la mentira los que ha tenido siempre, a saber, la prudencia política, pero que hoy día tiene que estar mucho más desarrollada, puesto que las posibilidades de ser cogido en mentira, pueden aumentar, o aumentan extraordinariamente. Y quizá, una regla útil para los políticos en ejercicio, que se ven obligados a mentir, a disimular, a engañar, a exagerar, a decir medias verdades, &c., &c., sería aquella recomendación que hacía el Conde Lucanor, en los siguientes términos: Decid antes mentiras que parezcan verdades, que verdades que parezcan mentiras. Como norma de prudencia.
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{1} Sobre este pintoresco episodio y sus consecuencias puede encontrarse abundante información en el “Averiguador” del Proyecto Filosofía en español: José Servando de Mier Noriega y Guerra.
✉ GTGB
• La democracia desde el punto de vista pragmático · tesela nº 103
• Sobre la mentira y la mentira política · tesela nº 106
• Las variedades de la mentira · tesela nº 107