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Teselas

Sobre la mentira y la mentira política

Gustavo Bueno trata sobre la mentira en general y sobre la mentira política en particular.


Gustavo Bueno, Sobre la mentira y la mentira política

Tesela nº 106 (Oviedo, 3 de mayo de 2012)

Transcripción GTGB ⋅ t106
Sobre la mentira y la mentira política
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Vamos a hablar hoy sobre la mentira en general y sobre la mentira política en particular. El término “mentira” –y las ideas, o conceptos relacionados con el término– es muy confuso, no es nada claro. Aunque aparentemente, si nos atenemos a la definición del diccionario, por ejemplo, no tiene misterio ninguno. Y sin embargo, el término es totalmente confuso precisamente porque tiene una gran variedad de acepciones, es decir, no es unívoco, porque significa cosas distintas en cuanto a su alcance, su significado (ético, moral, político, religioso, &c.), según los contextos en los que se utiliza; y por consiguiente, hay que precisar en cada caso cuál es el sentido que tiene la mentira política o la mentira en general, y cuál es su alcance.

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En este sentido, la idea de mentira, o el concepto de mentira, resulta ser realmente muy difícil tratar de precisar cuáles son sus fundamentos, cuál es su alcance, &c. La variedad, como es bien sabido, es de tal amplitud que unas veces la mentira va asociada a un acto realmente inmoral, malo, inaceptable, inadmisible, incluso políticamente. Otras veces va ligado a una situación incluso de bondad, o incluso de ética, de generosidad. Recuerdo por ejemplo un consejo que daba von Weizsäcker en la época de la medicina psicosomática. Más o menos decía así: Si yo le tomo la tensión a un paciente y digo que tiene veinte puntos, pues entonces el paciente le sube la tensión a cuarenta. Y si le digo que tiene en lugar de veinte puntos que tiene dieciséis, le baja a doce. Aquí la mentira es la mentira terapéutica -diríamos-, por tanto ética, buscaba el bien del enfermo. Entonces, ¿qué distancia hay entre este uso de mentira y el uso de la mentira como maquinación para destruir a una persona, por ejemplo, atribuyéndole conductas y actos completamente falsos y a sabiendas? Es decir, la mentira entonces está totalmente en función de los contextos.

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Y la mentira naturalmente puede ser enfocada y analizada desde muchos puntos de vista, desde el punto de vista –como hemos visto– terapéutico, ético, &c. Pero aquí vamos a analizarla sobre todo distinguiendo lo que es el hecho de la mentira y los análisis de este hecho constatado desde muchos puntos de vista, los que hemos dicho u otros similares, psicológicos, etológicos, sociológicos, funcionales, &c.; es decir, se puede hacer (de hecho) muchos análisis, y están hechos además. Pero la mentira también está acompañada de una suerte de teorización, necesita una teoría. Que unas veces tiene el alcance de una metafísica (literalmente, de una metafísica), y otras veces no quiere ser metafísica sino filosófica, sobre todo cuando nos situamos ante la mentira desde las coordenadas del materialismo filosófico. Entonces la idea de mentira empieza a complicarse notablemente, particularmente porque lo que llamamos “doctrina metafísica de la mentira” (que en realidad es una ideología, como veremos) no es que sea una tradición más o menos respetable, sino que está presente completamente. Y presente de un modo oblicuo, incluso en gentes que no tienen nada que ver con esa tradición ni conocen los nombres de Parménides, o de Plotino, &c.; no saben, pero sin embargo están envueltos o siguen envueltos, de algún modo, en esa ideología, particularmente los políticos. Como cuando se dice la verdad por delante; hay que decir siempre la verdad; el gobierno no puede mentir, &c. No puede mentir, ¿por qué? Entonces la ideología metafísica, por decirlo así, está impregnando totalmente la teoría de la mentira, pero incluso -repito- en quienes creen mantenerse en posiciones totalmente distintas de la metafísica.

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Dos palabras sobre lo que llamamos “teoría metafísica de la mentira”. El asunto es amplísimo pero voy a resumirlo. Llamamos teoría metafísica en el sentido tradicional, es decir, todo lo que se vincula con el Ser o con la Nada; con el Ser o con el No-Ser, en una palabra. Entonces, la teoría metafísica de la mentira sería aquella que de algún modo intenta establecer una conexión o una relación interna entre el Ser y la verdad, y entre el No-Ser y la mentira. En esta ocasión la mentira se opone a la verdad, como suele ser ordinariamente; y no se opone al error propiamente, porque puede haber errores, sobre todo si son invencibles como se suelen llamar, que no son mentiras, son simplemente errores. Pero hay términos intermedios entre el error y la mentira, como puede ser el concepto de apariencia, también de tradición antiquísima, desde los Vedas hasta Platón, &c. Y entonces, la mentira se relaciona con la apariencia, que a su vez tiene algo del No-Ser, &c. Pues toda esta teoría, todas estas doctrinas o ideologías metafísicas sobre la mentira se fundan en esto. Por ejemplo, la conexión de la mentira con el No-Ser. Esta conexión está establecida propiamente en el poema de Parménides ya la podemos constatar. En el poema de Parménides supone la conexión de la verdad con el Ser, claro, y esta doctrina, para citar un caso de la actualidad de esta doctrina, la famosa doctrina de la alienación y de la mala fe de Sartre. Es decir, la mentira es la exposición de la mala fe, según Sartre en El Ser y la Nada, en donde la mala fe consiste en que la conciencia está alienada. El concepto de alienación tan frecuente no solamente en el existencialismo, sino en el marxismo. Y la alienación, según la define Sartre, consiste en que cada cual, que sabe que es nada (ser pour soi) se representa el No-Ser como Ser y el Ser como No-ser; es decir, la mentira contra sí misma, la mentira de la mala fe es precisamente algo que deriva del No-Ser, de que somos nada, ese es el asunto. Y en cambio la verdad, se supone y esta es la tesis de Parménides, se supone que viene del Ser, es decir, la verdad es el Ser. La vía del Ser (las famosas dos vías del poema de Parménides, la vía del Ser y la vía del No-Ser) es la vía que se manifiesta por sí misma. Todavía Espinosa en la famosa proposición de la Ética donde dice que la verdad se manifiesta por sí misma, es decir, el propio Ser resplandece como verdad. El propio Espinosa sigue en este punto prisionero de esta concepción metafísica de la mentira. Y en cambio la apariencia o el No-Ser tiene que ver con la mentira; con la apariencia y con la mentira en el fondo, puesto que la mentira es una forma de esa apariencia. Ésta es, en esencia, la teoría metafísica de la mentira.

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Teoría naturalmente que fue consolidada y elevada a otro orden, principalmente en nuestra tradición, por la teología cristiana y por la filosofía escolástica. Es decir, aquí entre el Ser y el No-Ser, el Ser ahora es Dios, y es el Dios creador que además habla a los hombres. Y claro, Dios no puede mentir porque es la pura verdad. No hace falta recordar las famosas fórmulas evangélicas Yo soy la Verdad y la Vida. La Verdad os hará libres. Son fórmulas de actualidad completa (a través de la Iglesia católica, o de la Escolástica, o de otras iglesias) que se repiten (no digamos los musulmanes) una y otra vez. La verdad por delante, sencillamente. La mentira es propia de débiles, de gente que está en el No-ser, diríamos utilizando la terminología sartriana, y entonces el que está en la verdad por eso mismo es fuerte, libre, &c. Y aquí esto constituye una norma más o menos indirecta que un poco sirve de referencia a todas las cuestiones sobre la verdad y la mentira que se tratan continuamente en la vida jurídica, en la vida política, &c. La que diferencia unos partidos a otros cuando se acusan mutuamente de mentirosos, pero estas acusaciones de mentirosos suelen ser tomadas casi siempre como la acusación más grave que puede haber para un político: Usted mintió, usted mintió, constantemente en los debates preelectorales, en el Parlamento. La acusación de mentira suele ser descalificativa del individuo a quien va dirigida. ¿Y por qué? ¿Por qué razón la mentira se considera con esta carga de malignidad? Es muy difícil saberlo o de explicarlo si no es atribuyéndolo precisamente a la presencia de esa metafísica de la mentira como derivada del No-ser, del engaño, &c.

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En este sentido, yo creo que habría que de algún modo reivindicar desde el punto de vista del materialismo. Primero, la debilitación de esa división dicotómica entre el Ser y el No-ser, entre la verdad y la mentira, porque no hay tal dicotomía. Y en esto el precursor sería Platón, por supuesto, en su doctrina de las apariencias. Es decir, el proceso de llegar a la verdad es a través de las apariencias. A la verdad no se llega por sí misma, hace falta comenzar con las apariencias. Las apariencias tienen que ver mucho con el error, con el engaño, &c., pero sin embargo suelen ser necesarias pues por ejemplo pedagógicamente, o incluso políticamente, o filosóficamente, y científicamente. Es decir, los comienzos de la ciencia están en los fenómenos, y los fenómenos son apariencias; y los fenómenos es lo que percibimos en la realidad, lo que nos conecta con la realidad operable. Entonces, aquí no caben distinciones terminantes entre una cosa y la otra, porque la apariencia, incluso la mentira políticamente, digo en el terreno pedagógico, en el terreno político pues están totalmente implicadas e involucradas las unas con las otras.

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Yo creo que desde el punto de vista de las coordenadas del materialismo habría que orientarse, en el momento de entender la aparición de la mentira y la aparición de la verdad, no hacia el Ser y el No-Ser en abstracto sino hacia (por lo menos) seres y no-seres más concretos, más precisos; concretamente a los seres vivientes, por decirlo rápidamente. Y digo a los seres vivientes y no sólo al hombre porque situaciones muy parecidas a la mentira los encontramos abundantísimamente en la etología, entre los animales (dejamos de momento las plantas a un lado). Es decir, la mentira, etológicamente, es una forma obligada no ya de aniquilación o de aproximación al no-Ser, sino precisamente a la posibilidad de que la vida pueda seguir subsistiendo. Basta citar ejemplos tales -los etólogos nos informan abundantemente de ellos- como pueda ser el alarde que hace el gorila golpeándose el pecho para fingir realmente poder ante el que le va a atacar. O simplemente basta recordar aquella conducta de la mariposa caligo que extiende sus alas en un engaño, claro, engañando si se puede decir así, mintiendo de algún modo, fingiendo, no propositivamente, sino simplemente desplegando una conducta de mimetismo, de ocultación, de engaño para que al desplegar sus alas forman la imagen de los ojos de un búho que espantan, al parecer, al depredador que está acechándola. De manera que en la vida animal la mentira es un mecanismo de la lucha por la vida, pero constante.

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Y en el hombre, cuando entra en juego la palabra (que complica extraordinariamente la situación) y cuando se institucionaliza, y aparecen las conductas llamadas mentirosas o verdaderas con una complejidad mucho mayor. Pues entonces la mentira deja de ser ya algo que pueda considerarse como una cantidad despreciable o una cantidad condenable para llegar a ser incluso una necesidad, hasta el punto que se puede decir que la mentira es una constante, una actividad constante de todo ser viviente (de todo bicho viviente), pero sobre todo de los hombres. Es decir, no se puede dar un paso sin la mentira; y entonces estamos mintiendo continuamente. Otra cosa es que las mentiras sean a veces poco relevantes, no tengan alcance ninguno. Otras veces es que sean inofensivas, digámoslo así. Y otras veces sean ofensivas y criminales, como cuando inventamos una mentira para destruir a un adversario simplemente desprestigiándolo, ofendiéndole y eliminando su reputación, &c. Yo recuerdo un caso muy interesante que me tocó experimentar en una entrevista de televisión hace unos años. Me hacían una entrevista muy larga donde yo estaba sentado en una mesa, supuestamente escribiendo el borrador de un libro. En un momento determinado, el director me rogó que cogiese los papeles que tenía entre manos, atravesase la habitación y los depositase en una estantería que había allí. Yo naturalmente hice aquello y cuando me volví miré los papeles y resulta que eran unas facturas del cámara. Claro yo se las entregué al cámara y le dije: Mire usted perdone, que eran sus facturas que estaban encima de la mesa y las he cogido. Entonces me dijo el cámara, de un modo sentencioso y como producto de su experiencia bien reconocida: Es que mire usted, la televisión es todo mentira. La gente va a ver ahora mis facturas y va a creer que son sus escritos. A mí me pareció que era un uso de mentira exagerado. No, es que esto no autoriza a decir que la televisión es siempre mentira, porque el que yo haya cogido las facturas en lugar de mis papeles es totalmente irrelevante, está a otra escala de lo que llamamos mentira. Porque, aunque yo hubiera cogido mis papeles, al público televidente le da exactamente igual que fueran mis papeles que sus facturas, puesto que no se trataba de eso. Y además porque no podía distinguirlas. De manera que no es mentira, es otra cosa diferente. Es irrelevante. No tiene nada que ver con la escala en que estamos aquí hablando cuando usted dice que la televisión es todo mentira. Este es un ejemplo en donde yo creo que se ve muy bien la dificultad de analizar lo que llamamos mentira, porque las escalas son distintas, se entremezclan y todo se tergiversa si no se tiene un poco de cuidado en este análisis.

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Entonces, la cuestión es que la mentira, y particularmente la mentira política, como decimos, está por de pronto reconocida y justificada incluso por grandes teóricos, empezando por Platón. Claro, hablar de la mentira política en Platón sería el cuento de nunca acabar. Basta recordar simplemente, para que no falte la cita obligada, las mentiras que aconseja Platón en el Libro III de la República cuando habla de cómo los hombres unos están hechos de una mezcla que contiene oro, que son gobernantes, otros que contienen plata, que son los guardianes, y luego los artesanos o los agricultores están hechos de una mezcla de barro, y metal, y hierro, &c. Y esto conviene que lo sepan los hombres, las gentes para que sepan que hay clases distintas, lo cual no quiere decir que alguien que está hecho de oro no pueda, por circunstancias excepcionales, convertirse en un hombre de plata, por lo tanto en un guardián, es decir, degradarse de la clase genética, diríamos a la que pertenece. Quiero decir que esto es un caso de mentira política. Y otra multitud de casos que podemos encontrar en Platón, porque Platón define la política como el arte de un pastor que gobierna a rebaños sin cuernos, como es sabido, y los domina no por el palo, o la zanahoria, diríamos, que es otra forma de mentira, de engaño la famosa [fórmula] palo y zanahoria; la zanahoria es un engaño es una mentira. Pero Platón dice que el político es un pastor de un rebaño sin cuernos que no gobierna por medio de la violencia, por el palo, sino por la palabra. Pero la palabra es precisamente el instrumento de la mentira por excelencia, y la mentira es mentira retórica muchas veces. Entonces esta palabra, que contiene intrínsecamente la posibilidad de mentir, pues es un arma política de primer orden sin las cuales no se podrían gobernar los pueblos.

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Pues qué sé yo, podríamos poner como ejemplos, conocidísimos, por eso mismo, porque son tan conocidos son tan importantes. Se me ocurre pensar cuando Alejandro Magno se hace proclamar hijo de Amón en Egipto y más tarde hijo de Zeus. Esto se considera ordinariamente como mentiras políticas. Alejandro no es fácil que se creyera, o se lo creía, qué más da, eso es irrelevante. Lo cierto es que la gente creyó que había sido proclamado hijo de Zeus, o hijo de Amón. Y esta mentira era sin duda imprescindible para la política de Alejandro. Por tanto en todo caso no era una mentira irrelevante que tuviera que ver con el No-ser, tuvo que ver con la propia realidad eficiente, con la eficacia de la posibilidad de mantenerse y de constituirse el Imperio de Alejandro, que fue una realidad. Otro ejemplo que muchas veces lo hemos citado, la famosa donación de Constantino que el papa Esteban II fingió (urdió, diríamos, porque por los datos que tenemos y porque está mucho más reciente la situación, relativamente más reciente), que urdió con Pipino el Breve en Francia, cuando estaba sede vacante en Constantinopla. ¿Qué ocurrió? Que en aquel famoso documento se fingió que Constantino el Grande había entregado todo el mundo, todo el Imperio, a la Iglesia católica, y por tanto era el Papa quien era propiamente el dueño de toda la Tierra y por tanto de todo lo que había en ella políticamente, incluyendo los reyes y los emperadores. Naturalmente, esta ficción, esta monstruosa mentira, no derivaba de un deseo de aniquilación o de alienación. Al revés, lo que buscaba es un dominio del papado frente a los reinos sucesores del Imperio romano con objeto de controlarlos, y su eficacia política fue decisiva, como es bien sabido por el Tratado de Tordesillas, en el cual la línea de demarcación se atuvo precisamente donde se estableció las competencias, las posibilidades de avance de los españoles, de los portugueses, de los ingleses, &c. Es decir, fue decisiva en la constitución de la historia real. Entonces, que fuera mentira o no, es relativamente irrelevante para los efectos de la historia positiva, real, efectiva entre lo que ocurrió, y no ocurrió otra cosa.

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Entonces sobre estos ejemplos que demuestran la eficacia política, histórica, que puede tener la mentira no se puede discutir que no debiera haber sido así. Eso son cuestiones puramente metafísicas. Lo cierto es que fue así y que sigue siéndolo todavía; todavía se sigue de vez en cuando invocando el Tratado de Tordesillas en acuerdos internacionales, en problemas internacionales, &c.

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La cuestión de la mentira, sobre todo en la vida jurídica o política, es de algún modo aceptada por todo el mundo. Y lo sorprendente es por qué no se acepta por muchos o se ponen reparos. En el propio derecho procesal, como es bien sabido, cuando se le reconoce el derecho a la defensa propia, en defensa propia, se le reconoce el derecho al imputado a mentir precisamente en el proceso de instrucción del juicio, no como testigo, pero sí como imputado. Y esto por razones de derecho propio. De manera que un imputado puede estar mintiendo, y además sabiendo el juez que miente y sabiendo otros muchos que miente, y sin embargo tiene que aceptarse esta mentira. Lo cual al propio tiempo me parece, dicho sea de paso, pues constituye un desafío -diríamos- a la justicia objetiva para, a pesar de que el acusado esté mintiendo continuamente en su declaración, sin embargo la justicia tenga instrumentos objetivos suficientes -etic, diríamos- para descubrir la mentira, es decir, la conexión de los hechos con el imputado, en lugar de atenerse a lo que, emic, dice el propio interesado. De manera que entonces la mentira, incluso en este caso, tiene una especie de funcionalismo en cuanto a la aquilatación y al perfeccionamiento de la prueba procesal.

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Vamos ya acabando esta idea por tanto, diciendo que la mentira política, y en general todo tipo en cualquier parte del mundo (no digamos la mentira religiosa), es un mecanismo absolutamente necesario para poder seguir y organizar la vida social, sea familiar (las mentiras de padres a hijos, de hijos a padres, de maridos a mujeres), &c. Las mentiras son constantes, a diferente escala; unas no tienen alcance, es un alcance de cortesía, de disculpa, de defensa. A veces, son mentiras que pueden colaborar al mantenimiento de la vida ordinaria, son mentiras de cortesía. Porque claro, la verdad por delante no justifica nada. La sinceridad, por ejemplo, la sinceridad como verdad no es ningún criterio. Tú no puedes sinceramente insultar al que tienes delante diciendo usted es un imbécil, aunque lo sea, porque esa sinceridad no justifica decir la verdad (suponiendo que sea la verdad).

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Es decir, la mentira está completamente involucrada en nuestra vida ordinaria para que la vida se mantenga. Y en la vida política pues mucho más. Y sobre todo en los casos en los cuales el que está siendo objeto de la mentira es de algún modo consentidor o cómplice de esa mentira, es decir, porque él busca, y quiere, y desea esa mentira que le halaga o le interesa, sencillamente. Es el caso, por ejemplo, de las mentiras históricas que cada grupo social suele hacerse cuando habla de sus orígenes. Y entonces aquí las mentiras sobre héroes, sobre grandes hazañas de los antepasados, dichas por los políticos, por ejemplo, ya institucionalizadas, son aceptadas gustosamente por el pueblo porque se siente implicado en ellas, se alimenta su sentimiento de poder, o de alcurnia. Y entonces es una mentira consentida y cómplice que no se puede atribuir solamente a los gobernantes o a la tradición, sino a los propios sujetos políticos, a los propios ciudadanos que están aceptando esas mentiras. Y esto no solamente cuando las mentiras de origen tienen lugar en el Antiguo Régimen, sino en el Nuevo Régimen. Todas las mentiras que la Revolución francesa tuvo que acudir (los teóricos) para justificar la Revolución francesa, por ejemplo (las mentiras sobre el comportamiento de la Iglesia, de los magistrados, &c.), exageraciones, mentiras, &c.

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E incluso podríamos también pensar que la propia ideología democrática fundamentalista, también está basada en una mentira sobre todo cómplice. Una mentira cómplice, a saber, aquella según la cual el fundamentalismo sostiene que la democracia parlamentaria es la única forma de representación admisible, y que todas las demás -y esta comparación de la democracia con otras formas de representación como puedan ser gremiales, o de cualquier otro tipo (aristocráticas, &c.)-, que las demás, son malas. Esto es una forma de mentir cargando la maldad precisamente a las formas alternativas, cuando realmente lo que se está suponiendo es que en la democracia fundamental representativa cada ciudadano con su voto (cuando se dice con esta fórmula también mentirosa, cuando se supone que ya no es súbdito sino ciudadano, como si tuviera clara la distinción entre súbdito y ciudadano), entonces cuando este ciudadano libre absolutamente, libre, dueño de su voluntad, está con su voto contribuyendo eficazmente al desarrollo de una ley democráticamente admitida. Y entonces, de este modo, la democracia tiene en esta explicación fundamentalista una justificación, a pesar de que sea mentirosa. Y mentirosa ¿por qué? Porque la contribución de cada ciudadano, de su voluntad particular, de su voto, que además no es suyo, porque en un porcentaje altísimo es simplemente una repetición de las consignas que ha recibido de su partido o de la ideología ambiente, pues que él está contribuyendo a la formación de la voluntad popular, sobre la ley de la voluntad general. Y entonces esta situación es muy funcional para el mantenimiento de la eutaxia de una sociedad porque cada cual, en lugar de atribuir sus desgracias a los gobernantes, la atribuye a otros partidos que ya se han disuelto en la voluntad general. Y entonces, en esta disposición el pueblo no está engañado por una astuta minoría pequeñísima de gobernantes, como decía Volney por ejemplo refiriéndose a los sacerdotes; una pequeñísima representación que engaña al pueblo que todavía no está instruido. Aquí el pueblo está ilustrado (en la terminología de Volney), pero, sin embargo, el pueblo sigue siendo tan dado a recibir la mentira, puesto que le compromete, le interesa y porque él es cómplice de ella.

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Sobre la mentira política · tesela nº 76

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