Interviú nº 1300, 26 de marzo de 2001 |
Gran Hermano | «El ojo clínico» página 24 |
Resabiados y europeos |
Gustavo Bueno |
Me recomiendan algunos lectores que defina la perspectiva que adopto al escribir estos comentarios porque, al parecer, no queda claro si mi punto de vista es el de un político, el de un moralista, el de un psicólogo, el de un sociólogo o el de un historiador. Y la aclaración del punto de vista desde el cual se escribe sobre algo (sobre todo cuando no se deduce fácilmente del propio texto) puede ser útil (dicen) para interpretar lo que está escrito. Tratando de obedecer a esta recomendación digo, ante todo, que no he reflexionado mucho sobre la naturaleza de mi «punto de vista» y que, en todo caso, creo que el resultado de esta reflexión no tendría por qué ser más certero de lo que podría ser el resultado que un lector pudiera obtener por análisis del texto. Y para que no se tome esta consideración como una evasiva me arriesgaré a decir que acaso mi punto de vista se ajusta, mejor que a otros, al punto de vista de la Etología humana –que es una perspectiva antropológica que no se confunde ni con la perspectiva de la Antropología zoológica, ni con la perspectiva de la Antropología cultural. Sospecho además que esta perspectiva etológica, «naturalista», es la más parecida (pese a su denominación académica) a la perspectiva que adopta la gran mayoría de la audiencia; pero dejemos para otra ocasión el análisis de las razones de esta sospecha. Desde la perspectiva en la que me sitúo, el Gran Hermano no se nos presenta, por tanto, como un «experimento sociológico», ni como un «experimento psicológico», es algo acaso más sencillo: el ofrecimiento de la oportunidad de contemplar un recinto real, de estructura privada, en el que durante 100 días van a convivir los jóvenes de un grupo formado en unas condiciones determinadas y más o menos conocidas por el público. Un recinto real, de estructura privada (una casa, «la Casa») pero que, gracias a la televisión formal, que hace transparentes a sus muros, se transforma en un escenario susceptible de ser observado por millones de espectadores que, además, tienen un papel decisivo, «interactivo» (mediante la selección natural determinada por las votaciones quinquenales) en el curso global de los acontecimientos «interiores» de la casa. La televisión formal logra, por tanto, que los inquilinos de la casa de Guadalix de la Sierra, y que están «viviendo su vida» durante más de un trimestre, comiencen a desempeñar ante el público que sigue sus «evoluciones» el papel que corresponde a los peces de una pecera o a las abejas de una colmena de observación (con paredes de cristal transparente). Y ocurre que quien está fuera de la pecera, o de la colmena, se interesa «naturalmente» por lo que hacen los sujetos encerrados en ella, sobre todo cuando estos sujetos son «congéneres» suyos: en el zoo el público se agolpa ante las jaulas de antropomorfos y pasa de largo, salvo los especialistas, ante las jaulas de las gallinas de Guinea. Se interesa además, no a título de «experimento» o de «experiencia», sino sencillamente a título de observación de una realidad nueva, efectiva, de resultados impredecibles, que le sirve de espejo constante a través del cual se desvelan muchos aspectos de su propia condición. La perspectiva etológica ante nuestros congéneres no es por tanto una perspectiva meramente especulativa o neutral; se alimenta de un renovado interés práctico, y ello explica el fenómeno sorprendente de la gran audiencia de Gran Hermano. Pero las condiciones del Gran Hermano II no son iguales, ni podían serlo, a las del Gran Hermano I, al que ha sustituido, y en el sentido más radical de la expresión. El Gran Hermano I que, aun transformado, mantenía su presencia y «continuidad de vida» en las pantallas, y no como mero recuerdo, sino con presencia real y renovada (a través del «Universo Gran Hermano» que se transmitía por Vía Digital) ha sido desplazado de las pantallas por el Gran Hermano II. Otra vez la economía (¿sólo la economía?) hace que las dos generaciones del Gran Hermano sean incompatibles en la telepantalla y que sea necesario matar al Gran Hermano, como al oso los aínos, para que el Gran Hermano II pueda vivir. Con la muerte del Gran Hermano I perdemos también la oportunidad de seguir el curso de la vida de un grupo de jóvenes ajustados a principios propios, distinto de los europeos: el Gran Hermano I decidió no «nominar» e incluso despreció competir en el terreno de los premios en metálico. Esto determinó una relación con el público también muy peculiar, porque mientras el grupo mantenía, en lo que a la nominación se refiere, su «intimidad de grupo», la «selección «democrática» correspondía íntegramente a la audiencia. Pero el Gran Hermano II se ha hecho europeo: los nuevos personajes, que ya conocen la estructura del programa y, sobre todo, conocen la importancia y la presión del público que tienen delante, miden sus comportamientos, se autocensuran (un comentario sobre el Príncipe de Asturias fue rápidamente atajado por otro compañero del grupo, consciente del peligro), es decir, están re-sabiados. Cada uno hace la guerra por su cuenta, no quita ojo a la caja fuerte (cuyo contenido espera convertir pronto en euros), y está dispuesto a mantener, mediante la hipocresía diplomática, su «intimidad nominadora» ante los compañeros (en cambio el programa le obliga a desnudar esta intimidad ante el público, en el confesionario). Son muchos, en efecto, y no siempre bien coordinados, los contenidos de una intimidad. Este año, los contenidos reservados a la intimidad en la casa son, sin duda, más «europeos»: se refieren a los secretos de conciencia (relativos a nominaciones, a opiniones políticas) y a secretos de cuerpo (relativos al cuarto de baño); pero quedan fuera de la intimidad los asuntos relativos a la cama o a los masajes, porque saben que estos asuntos interesan menos que los asuntos relativos a los secretos de conciencia. Al restringir las posibilidades de selección abierta que tenía el público de Gran Hermano I, gracias al pacto, Gran Hermano II acentúa las distancias entre el interior de la casa (el grupo) y el exterior (la audiencia). El público tiene que votar ahora «listas cerradas y bloqueadas» por el grupo –un modo de democracia que vino a España también importada de Europa–, por lo que resulta que las posibilidades que el público (el Gran Hermano) tenía de eliminar a alguien (¿acaso a Karola?) quedan limitadas cuando el grupo preserva a este alguien del peligro de expulsión. Los valores funcionales que a los actantes puedan corresponder dentro del grupo prevalecerán sobre los valores que el público pueda atribuir a cada uno (aunque también es verdad, que el público juzga por la valoración que cada cual haya obtenido dentro de la casa). Francisco, hombre sensato, inteligente y de buen juicio, recibió un castigo muy duro por parte del grupo (ocho nominaciones); seguramente porque no engranaba con él, y no por ser antisocial o retraído, sino porque no jugaba en el mismo terreno –jergas, símbolos, nombres de referencia– que sus compañeros (el público, que probablemente lo valorará más alto, podrá siempre preguntarse, sobre todo después de conocer la nominación del grupo, como se preguntaba el pasado año ante el caso Mabel: ¿qué se le ha perdido a Fran en esta casa?). También Fayna recibió un rechazo fuerte por parte del grupo, esta vez, acaso, mucho más injusto, porque Fayna engrana con el grupo pero el grupo sabe (por ejemplo, lo sabía muy bien Marta) que su engranaje es más bien diplomático, porque ella vuela más alto que los perfectamente integrados. ¿Le hará justicia la audiencia en lo sucesivo?. No es nada fácil analizar el caso de Marta. Me inclino a sospechar que los motivos por los cuales tanto el grupo, como una gran parte de la audiencia, la ponen en entredicho, no tienen que ver con una infravaloración de su gran capacidad de trabajo y de su disposición cooperativa, sino con una justa valoración de los chistes tan vastos e ingenuos de su repertorio. A la «pobre» no le habían enseñado otros, y ni ella pudo disponer de algún criterio más refinado para su selección: confiemos en que Marta, ya sea en la casa, ya sea cuando salga de ella, pueda reconstruir su repertorio a otro nivel más ingenioso. [ 21 marzo 2001 / se sigue el original del autor ] |
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