Gran Hermano no es un mero «programa de televisión», como pueda serlo Al salir de clase o Médico de familia, que no son otra cosa sino cine televisado a domicilio. La importancia del programa Gran Hermano deriva de que sus contenidos están vinculados a su carácter de televisión formal y sostenida que ofrece un drama real impredecible (un drama que podría eventualmente acabar en tragedia) ante un público que interviene directamente, a través de sus votaciones en el mismo desarrollo del drama. El drama es real, aunque la situación de estricto aislamiento con el exterior de sus actores sea artificiosa, es decir, no natural; tan real como la energía producida por un reactor nuclear, que tampoco es obra de la Naturaleza, sino del arte o de la técnica.
Los personajes de este drama no son títeres de un retablo, porque en el programa se están jugando su vida, su futuro; y el público, no es mero espectador sino que, después de formarse el juicio, interviene en ese futuro, mediante sus votaciones, mucho más que como Don Quijote intervenía en el retablo de Maese Pedro. Por ello, el público tiene que conocer el pasado de los actores, y no necesariamente para guiarse por él, sino acaso para rectificarlo.
La primera intervención del Gran Hermano tuvo lugar con la «expulsión» de María José, previa a la revelación de su escabroso pasado personal. Tanto da que la expulsión hubiera sido «decretada» por una votación efectiva del público o por la dirección del programa que habría manipulado esa votación. Lo importante es que la «expulsión» permitió al programa ofrecer a María José la ocasión de una confesión publica ante millones de espectadores, que fue aceptada y asumida a la manera como Cristo aceptó y asumió el pasado de María Magdalena.
Las cosas no han sucedido del mismo modo con Mónica. Cuando Mónica entró en la casa conocía ya la historia de María José, y aún podría pensarse que ella vio en el Gran Hermano la gran ocasión de rehacer su vida por caminos menos escabrosos. Pudo calcular que su pasado inmediato tenía grandes probabilidades de ser descubierto y que corría el riesgo de expulsión. Formalmente, es cierto, el programa no la expulsó, pero la acorraló, ante su familia, de modo fulminante, con un dilema ante el cual su «libertad de elección», se reducía prácticamente a cero. Esto sí, el programa le ofreció la posibilidad de ocupar de nuevo el confesionario público, es decir, la posibilidad de recorrer de nuevo, como su compañera María José, la senda de María Magdalena.
Mónica y María José sabían seguramente, al ingresar en la Casa, que quien se decide a exhibir durante unos meses parte de su vida íntima real, no ya en un «mero programa de televisión», sino en una televisión formal, está expuesto a que el público que sigue la exhibición quiera saber más de esa vida (sobre todo si ha sido una vida de mujer pública) y no tanto por morbosa curiosidad sino para poder formar juicio. Y acaso porque María José, y sobre todo Mónica, lo sabían, decidieron arriesgarse. Era una forma de iniciar el camino que les podía conducir a una confesión pública, y ante un público católico, dispuesto, en principio a absolverlas y aún a facilitarles el acceso a una nueva vida. Amén.
[ 8 junio 2000 / se sigue el original del autor ]