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Gustavo Bueno

Última lección en la Universidad

Impartida en las escaleras de la Facultad de Filosofía (Oviedo, lunes 26 de octubre de 1998)


Buenos días. Antes de nada, voy a dar la razón por la que estoy aquí, porque algunos la desconocerán. Estoy aquí porque me habéis llamado. Ésa es la razón principal. La razón por la que yo me encuentro hoy aquí es que me habéis llamado. Ya sé que el hecho de mi presencia en estas escaleras puede parecer hoy en día un poco anómalo, sin embargo, a los que son más viejos, y a mí particularmente, no nos lo parece tanto. No es la primera vez que me ha tocado hablar en unas escaleras con una facultad en huelga. Lo paradójico es que he tenido que hablar, ya hace muchos años, en condiciones parecidas a éstas cuando vivíamos la época de la dictadura, y ahora es la época de la democracia. Una democracia que está tragada por la burocracia. Ésa es la razón que yo quiero aquí explicar: cómo la burocracia llega a infiltrarse de tal manera en una facultad de filosofía que la aniquila, la paraliza, y no ya por mi caso particular sino en general. Eso es lo que voy a tratar de explicar del modo, debido a las circunstancias, más esquemático posible.

El problema que tenemos es difícil de tratar y naturalmente exige mucho más tiempo del que vamos a disponer aquí. Pero, sin embargo, yo creo que se pueden trazar unos rasgos centrales para que se comprendan perfectamente las líneas en las cuales yo estoy pensando y la crítica que yo hago a las facultades burocráticas de filosofía o, como hemos dicho otras veces, a la muerte burocrática de la filosofía. Sí, la muerte burocrática de la filosofía, que no es otra cosa que la circunstancia actual, salvo núcleos muy excepcionales, de España (en Oviedo, desde luego, pero también de todas las demás universidades). Esto es esencial, a mi juicio, para que los que están en esta facultad y los de las otras comprendan y se den cuenta para diagnosticar el estado en el que nos encontramos. Un estado, adelanto, de penuria, de absoluta descomposición insidiosa y falsa.

De todos es conocida la concepción de la filosofía en el sentido de ocupación individual puramente libre y personal. Este punto de vista, que se puede denominar más o menos como “romántico”, es muy común, pero tiene muy poco fundamento histórico. Lo cierto es que es la filosofía en un sentido estricto la que aquí defendemos y sobreentendemos (la de tradición griega y latina). La filosofía por excelencia estrictamente. Muchas veces hemos distinguido entre dos sentidos amplios del concepto de Filosofía: (1) un sentido amplio, lato, en correspondencia con lo que algunos llaman Weltanschauung (visión del mundo), que pretende filosofía en los colonos, en los Yanomami, es decir: filosofía en el sentido de los antropólogos; (2) y otra cosa es la filosofía en sentido estricto, que es la que da el nombre a la palabra “filosofía” y a todo el arsenal de conceptos que manejamos prácticamente, y que son conceptos griegos o latinos. El arsenal conceptual de la filosofía proviene de ahí, sin duda, desde el concepto de democracia, pasando por el de dialéctica, el de lógica, el de identitas, &c. Toda nuestra terminología intelectual procede del griego y del latín, eso no se puede negar de ninguna de las maneras, y esto quiere decir que nuestro oficio está enmarcado en esta tradición o, por lo menos, de un modo tal, que se distingue de todos los demás.

Ahora bien ¿cómo y por qué empezó la filosofía en Grecia? Se suelen dar muchas explicaciones al respecto. La razón que nosotros damos ya la hemos escrito ampliamente, y ahora iremos simplemente a los ganglios funcionales de la argumentación. La razón es ésta: que en la propia Grecia, en los siglos VI-V, había empezado la Geometría y, entonces, la filosofía está esencialmente ligada a la Geometría. Basta advertir que todos los grandes filósofos griegos (como Tales de Mileto, Anaximandro, Pitágoras, Anaxágoras, Platón, &c.) fueron también los grandes geómetras. Esto no pudo ser por casualidad. Es más, no fue por casualidad: la geometría griega es la única disciplina equiparable plenamente en todo a una disciplina científica de hoy; es, en este orden, la primera ciencia positiva de la antigüedad.

En la antigüedad, pues, no se puede hablar ni de Física ni de cualquier otra ciencia (salvo capítulos de la Astronomía geométrica); sólo se puede hablar de ciencia en la geometría. Según esto, y como consecuencia de este giro conceptual y social que es la aparición de una disciplina de racionalidad científica, hubo una transformación de las antiguas cuestiones tratadas vulgarmente por el mito (lo que se suele llamar “mito”, que es un concepto muy grosero) y aquellos asuntos amparados en el mito se redujeron a otra forma que constituyó un modo, vamos a decir, geométrico, desde el que sería posible tratar aquellos asuntos antes del mito. Es ese modo geométrico de tratar los antiguos contenidos del mito lo que habría dado lugar a la protoforma de la filosofía que es lo que llamamos Metafísica Presocrática. Esta Metafísica Presocrática no es propiamente filosofía, según la tesis que nosotros mantuvimos hace ya algunos años en un libro ahora agotado, La metafísica presocrática (1974). La tesis consistía, en contra de interpretaciones teológicas de los presocráticos del tipo de las de Jaeger, en tratar de demostrar que los presocráticos no mantuvieron o desarrollaron una especie de teología implícita, sino más bien una metafísica geométrica que todavía no era filosofía (como los propios Platón y Aristóteles lo dirán cuando comparan a los presocráticos con los soldados risueños que no saben a dónde apuntar). Lo que es importante, y aquí ya empezamos la argumentación, es lo siguiente: que los filósofos o protofilósofos que son los presocráticos –Parménides, Heráclito, &c.– estuvieron desde el principio organizados en escuelas; en escuelas privadas o particulares de las que tenemos muy pocas noticias pero de las que contamos con algunas informaciones. Informaciones como las de la escuela de Mileto, donde efectivamente Anaximandro fue el primero que construyó un mapa mundi. Al construir un mapa mundi debió de colocarlo en alguna parte, y en alguna parte debían verlo los que trabajaban con él. Es decir, la formación en escuelas ligadas a tradiciones de todo tipo (en asociaciones y otras instituciones variadas donde siempre estaban unidos los filósofos con los geómetras –es más: no había esta distinción– y otros investigadores) es un hecho. Estas escuelas eran privadas o, quizá con mayor precisión, no-públicas.

Según este punto de vista, cuando empieza la filosofía propiamente es cuando se da la destrucción mutua de los presocráticos (que culmina en la época de la sofística), cuando se destruyen unos a otros; entonces, en ese momento, es posible una nueva visión crítica que supone una reorganización absoluta de todo lo anterior. Esto es lo que daría lugar a la filosofía socrática y a Platón precisamente. Y por eso decimos que con Platón es cuando empieza la filosofía realmente. La filosofía académica, la Academia, es inaugurada y gestada por Platón. Aquí sí es procedente hablar de escuela. Es más, quien haya leído el Protágoras de Platón, recordará lo que es la casa de Calias. Otro ejemplo más de cómo un rico, un plutócrata de Atenas, presta su casa para que gentes como Protágoras, Hípias o el propio Sócrates se reúnan simplemente a tratar, a debatir. Muchas veces se ha dicho que la casa de Calias es la primera prefiguración de una universidad actual. No es así, ni mucho menos. Lo que sí se demuestra con este ejemplo es que los que se dedican a estas cuestiones, que no son cuestiones subjetivas, puramente psicológicas, sino que son cuestiones que afectan esencialmente al interés público, al interés de la sociedad pública, del estado, de la polis... tienen necesariamente que estar integrados precisamente en estas formas corporativas. La propia Academia de Platón, que seguía este esquema por vez primera, en donde la filosofía se da tanto oralmente como en su forma escrita, trata de temas actuales. Lean los diálogos, son absolutamente actuales. Y en el frontispicio de la Academia había algo escrito: “Nadie entre aquí sin saber geometría”. Es decir, Platón, entre otras cosas, era un gran geómetra (según algunos historiadores de las matemáticas fue nada menos que el que descubrió la teoría de los números irracionales y la solución a los números irracionales –uno de los avances más importantes de toda la teoría de los números). Así pues, la Academia de Platón, que estaba vinculada, sin duda, al culto a las musas y a otras funciones públicas, constituyó, sin embargo, una escuela de filosofía de primer orden: la primera escuela estrictamente. Era una escuela privada, aunque más o menos protegida por ciertas corrientes políticas (como era necesario precisamente por su función pública). Además, hay que tener en cuenta que cuando se dice que Platón había fracasado en sus proyectos se está errando. Eso es totalmente erróneo si se tiene en cuenta una perspectiva histórica suficiente. La escuela de Platón formó a multitud de políticos y gobernantes que se dispersaron por todo el mediterráneo, y esta es una cuestión de mucha trascendencia. Bien, abundando en esta cuestión de la institucionalización, vamos a decir, de la filosofía, con la intención de alejar totalmente la visión subjetivista del pensamiento y teniendo en justa cuenta que cuando pensamos o planteamos problemas filosóficos estamos planteando problemas comunes, problemas públicos, no problemas individuales y, por lo tanto, problemas que suponen un compromiso necesario con la sociedad que nos envuelve (y con los problemas políticos y religiosos que nos envuelven) que, de no ser así, la filosofía se torna en pura parodia. En otras palabras: La filosofía aparece como un tratado de ideas que brotan de las categorías ambiente. Estas categorías que se nos dan, o los conceptos que se nos dan, se dan en la política, en las ciencias (como en la antigüedad se dio . en la geometría), en la sociedad de toda la experiencia cotidiana. De ahí es de donde nacen las ideas. Las Ideas de las que trata el filósofo no brotan de la nada, no están flotando en un mundo celeste, no, están saliendo de la propia realidad, de la propia realidad ambiente y, por tanto, si pierden contacto con la realidad se hacen raquíticas, se empavidecen y desaparecen. Esto es, como vamos a ir viendo, lo que ha hecho que la burocracia haya asfixiado totalmente el cultivo de las ideas en sentido de la tradición platónica.

El Liceo aristotélico es una continuación, como sabemos, de la Academia. Si la Academia platónica y el Liceo aristotélico tuvieron una función tan importante en toda la cultura antigua fue precisamente como instituciones privadas, protegidas más o menos por los políticos, por ciertos partidos macedónicos en el caso del Liceo. Lo cierto es que el Liceo aristotélico se trasplantó a Alejandría en la época de Ptolomeo. En este momento Euclides escribe sus Elementos. Y aquí ocurrió una historia muy curiosa que nos servirá de ejemplo. Ptolomeo, el faraón de Egipto de origen macedonio, le pide a Euclides que escriba de un modo sencillo los elementos de la geometría para que él pueda entenderlos. Euclides, cumpliendo la solicitud, le presenta el libro primero de sus Elementos, Ptolomeo no lo entiende y le dice que si no es posible escribir algo más sencillo. La respuesta de Euclides es famosísima y nos debe servir enteramente pues, en cierto modo, es la respuesta más democrática que cabe imaginar. Es ésta: “Majestad, no hay caminos reales para aprender geometría”. El que quiera aprender geometría no tiene más remedio que estudiar. Ya puede ser rey, príncipe o lo que sea: tiene necesariamente que estudiar. Este es el real espíritu de la Academia y del Liceo. Un espíritu de dedicación a asuntos y cuestiones que brotan precisamente del mundo ordinario y cotidiano que los envuelve pero de allí, repito, salen las ideas.

Sabemos con cierta seguridad, y cada vez mejor según avanzamos en el tiempo, cosas de la Escuela de Alejandría. Sabemos que estuvo financiada completamente por el estado de los Ptolomeos (esta sí es una escuela pública), sabemos que se dedicó principalmente a las ciencias positivas (Astronomía), pero también sabemos que no abandonó en absoluto la filosofía. Así, cuando en el mundo romano, particularmente al final de la República y del Imperio, comienza a tener presencia la filosofía institucionalizada en las escuelas de Atenas (los académicos, los aristotélicos, los estoicos y los epicúreos), las escuelas, poco a poco, van pasando a cargo de los profesionales de Retórica. Eran personas que tenían encomendada una función de ocupación pública en las grandes ciudades, como en Calatayud o Calahorra en España, donde se dieron personajes como Quintiliano y otros personajes de Retórica. Estos profesores de retórica también lo eran de filosofía, naturalmente. Las escuelas seguían funcionando en Atenas y Alejandría. Duraron, como es bien sabido, con toda plenitud hasta que las cerró Justiniano en el 529. La Academia de Platón duró, pues, casi 700-800 años como institución. Ya sabemos lo que ocurrió y, en este punto, empiezan ya a aparecer los problemas más próximos a nosotros. Hasta ahora, más o menos, podemos decir, simplificando mucho, que la filosofía está cultivada por unas instituciones culturales e históricas que son privadas (o no-públicas) protegidas o toleradas por el estado y, a veces, en su contra.

Sabemos lo que ocurre en la época del cristianismo: la filosofía se empieza a cultivar particularmente en la Iglesia (Romana y Católica) y en el Imperio de Bizancio. En occidente la filosofía se cultiva sobre todo en función de las iglesias, con la filosofía escolástica en las universidades (creadas por la Iglesia –Palencia, Salamanca, &c.– o por los reyes –Alfonso X–). En este momento, en las universidades, que son o bien estatales, o bien eclesiásticas, la filosofía, y este es un punto central, se va cultivando en la forma de un sistema filosófico (al margen de su contenido). Un sistema filosófico: una visión global en donde naturalmente no hay un sistema filosófico armónico, global, a saber, no un sistema de una sola persona, un sistema individual. Es un sistema donde tienen que ser muchas personas las que lo expliquen, pero donde esta división de las diferentes personas o profesores que la enseñan en la Universidad de París, Bolonia o Salamanca, explican la filosofía en partes de un sistema global. Tiene sentido explicar una parte de la filosofía cuando hay un sistema global que comprende a todas. Esto es importantísimo porque aquí yo creo que es donde incide el vicio, el cáncer, de la filosofía: la burocracia.

La filosofía escolástica, a lo largo de toda la Edad Media y la Edad Moderna, se va descomponiendo. Es interesante advertir –aquí no podemos ir a las causas– que se descompone en relación con la Reforma, la Reforma protestante y con la Contrarreforma; lo cierto es –remarquemos que este punto suele ser pasado sobre ascuas– que en lo que llamamos filosofía moderna, así como lo que hasta ahora llamamos filosofía está ligada a profesores de filosofía escolásticos (civiles o eclesiásticos); en la Edad Moderna, al contrario, la gran filosofía se desarrolla al margen de la universidad. Las grandes figuras tales como el canciller Bacon, Descartes, Leibniz, Espinosa, no son profesores universitarios ni lo han sido nunca. Bacon fue un canciller, un político, como lo fue Leibniz, propiamente, un diplomático. Descartes fue un hidalgo, un rentista, diríamos, un rentista que vivía por su cuenta y donde podía. Espinosa era un tallador de lentes, un tallador que renunció explícitamente a las ofertas de cátedras de filosofía para mantener su independencia. Espinosa, que es una de las grandes figuras de nuestra historia y que nosotros reivindicamos una y otra vez como la gran figura del pensamiento español –porque Espinosa era español, era un judío exiliado, hablaba español, escribe en él sus cartas, &c.; incluso firmaba “de Espinosa”, no ese “Spinoza” con /s/ liquida y /z/ que se han inventado los calvinistas por decirlo así. Ya lo hemos dicho, Espinosa renunció precisamente a una cátedra y siguió tallando lentes para mantener su independencia.

Así, en la Época Moderna, donde el filósofo ya no es el profesor de universidad, resulta que la unión en la filosofía se empieza a romper: el sistema se rompe. El sistema se ha roto, y ¿con qué se rellena? Siguen, efectivamente, las escuelas funcionando –Salamanca, París– pero, sin embargo, las nuevas ideas van por otro lado. Entonces, ¿qué solución dar a los contenidos de la enseñanza de la filosofía en las universidades cuando el sistema se ha roto, cuando hay una diafonia ton doxon, cuando hay una disparidad de opiniones donde nadie esta de acuerdo con nada, qué se da en filosofía? Los intentos cartesianos de sustitución con su filosofía de la antigua escolástica fracasan. Fracasan completamente porque Descartes se queda muy pronto anticuado, sobrepasado por Newton con todas las leyes de la mecánica que abruman absolutamente la mecánica cartesiana. Entonces, ¿qué ocurre? Aquí hay una inflexión radical, que es lo que podemos llamar la invención de la historia de la filosofía. Acaba de aparecer un libro (del que presentaré una crítica en El Mundo, porque me la han pedido), un bestseller en Inglaterra que trata precisamente de ser un ataque feroz a la filosofía. Yo lo llamo el libro de Mateo, por analogía con el libro de Sofía; el libro de Mateo es un requerimiento feroz de la filosofía, acusando precisamente desde la historia de la filosofía (es un “tomazo” de seiscientas páginas, editado por Taurus y Santillana porque creen que se va a vender como rosquillas). El autor, Stewart, sostiene que la historia de la filosofía es una invención de los filósofos. Yo no he tenido espacio, pues sólo me han dado dos folios y medio de comentario para desarrollar lo que debía de haber desarrollado, pero lo cierto es que Stewart ahí tiene razón. Tiene una gran razón porque la historia de la filosofía como contenido único de la filosofía es una invención de Tennemann y, sobre todo de Thomasius que, inspirados en Leibniz, piensan que a la altura en la que estaban (siglo XVII) la filosofía tenía lo suficiente como para nutrirse de su propia sustancia, es suficiente que su sustancia histórica alimente a la filosofía. Esta sustancia histórica, entendida como una línea que va avanzando por analogía, como puede haber ocurrido en las Matemáticas o en Física, esta línea ideal de progreso filosófico que es la historia de la filosofía, sería razón suficiente como para llenar de contenido a las facultades de filosofía de las universidades. En ese sentido, efectivamente, la historia de la filosofía es una invención, puesto que la filosofía no es una ciencia –éste es, por lo menos, el punto de vista de mi argumentación. La filosofía no es un ciencia, lo cual no quiere decir que sea una disciplina irracional. Simplemente, la razón no se circunscribe o no se agota en las diferentes esferas categoriales de las que trata cada una de las ciencias particulares (Matemáticas, Física, Biología, &c.). En las ciencias particulares se dan la ideas que continuamente desbordan los espacios categoriales y son de estas ideas de las que trata la filosofía. Por lo tanto, desde esta perspectiva, al circunscribirse la filosofía en esta historia de la filosofía se convierte de un modo u otro en doxografía, que es una especialidad. No digo yo que no sea importante esta especialidad, pero se parece más a un estudio de filología, de análisis de los textos de Platón o Aristóteles, por ejemplo, que rinde resultados imprescindibles, desde luego. Lo que digo es que esta especialización deriva, de un modo casi inevitable y por encima de la voluntad de los que la cultivan, hacia algo que no es propiamente filosofía. ¿Por qué? Porque pierde contacto con los problemas reales, aquellos que mantenía Descartes, Espinosa, Kant, &c. Aquellos problemas reales que están dados después de la revolución científica, esos problemas dados por la ciencias y por los grandes acontecimientos políticos de la Edad Moderna. Puesto que esa filología, al mirar constantemente hacia el pasado, al estar hablando no ya del pasado sino desde el pasado –si esto puede tener sentido–, hace que se pierda completamente la interpretación filosófica.

La situación cambia, quizá, con la filosofía clásica alemana. La lista de Kant, Fichte, Hegel, &c., es otra lista de grandes filósofos y de profesores de filosofía. ¿Por qué? Pues, sin duda, porque están en contacto con su mundo. Porque Fichte está comprometiéndose con Alemania; porque Kant está al tanto de lo que ocurre en la Revolución Francesa. Son filósofos porque no están simplemente alimentándose de la historia de la filosofía, están comprometidos e interesados con el mundo en el que viven, y eso es lo que permite que esa tradición académica siga vigente y que no se confunda la tradición académica con la universitaria. Porque la tradición académica que nosotros reivindicamos siempre y que yo reivindiqué en mi polémica con Sacristán hace muchos años es la platónica. La filosofía académica no es en absoluto la universitaria, porque –ahí tenía razón Sacristán– es en la universidad donde menos filosofía había paradójicamente. La filosofía académica que yo siempre he reivindicado es la platónica, la del taller de la ideas. La de aquella filosofía que empieza por exigir que los que se dedican a ella sepan geometría –para decirlo rápidamente.

Después de este paréntesis de la filosofía clásica alemana y a consecuencia, sobre todo, del positivismo, ocurre que las facultades de filosofía de todo el mundo, pero sobre todo de España, empiezan cada vez más a pretender asimilarse a Facultades de Ciencias; la facultad de filosofía se reparte en especialidades –atiendan a esto–, no es que haya varios profesores, es que no hay sistema y, entonces, el que explicaba la Ética o la parte de Filosofía de la Historia (que había introducido Hegel dentro de su sistema general) o Lógica, no lo hace desde un sistema, sino que esas asignaturas empiezan a ser cultivadas por unos sujetos que se denominan especialistas en Ética, especialistas en Lógica, &c. Y esto es absolutamente una impostura. Una impostura de arriba a abajo, porque es imposible decir una palabra filosófica de Ética sin el sistema; como es imposible decir una sola palabra de Filosofía de la Historia ignorando, ya no sólo la historia, sino también todas las demás disciplinas, como la Antropología, la Sociología, &c. Es imposible, es una impostura que haya un profesor de Filosofía de la Historia que no sepa Historia, que haya un profesor de Lógica que no sepa Matemáticas pues la Lógica que él explica en filosofía tiene interés por las consecuencias que las ciencias han tenido siempre en filosofía, pero no por una Lógica Formal que la han tomado los matemáticos y la han dejado en ridículo, que cualquier matemático deja en ridículo a todos los profesores de Lógica de España y del resto del mundo, porque no tiene sentido, porque los matemáticos están más avanzados que esto, a ver si lo entendemos. Estas imposturas derivan de esto: de la especialidad. Repito, especialidad quiere decir no que un profesor determinado, dentro de un sistema, se ocupe de una parte del sistema. Esto es necesario, la necesaria distribución de los estudios. Lo que es una impostura es tratar de fingir que una facultad de filosofía es un conjunto de especialidades independientes en donde hay uno que es especialista en Ética, pero ignora todo lo demás. Pero, ¿en qué se puede ser especialista en filosofía? Pues, simplemente, en haberse leído un montón de libros –y, a veces, no tantos: todo depende de lo desarrollada que esté la especialidad– sobre el asunto; es, en realidad, un especialista en bibliografía, pero no puede tener ni una sola opinión fundamentada de las cuestiones que se tratan. ¿Qué quiere decir Filosofía de la Historia? Pues exactamente igual. Puede estar exponiendo doxografía, opiniones, pero no puede tener ninguna opinión sobre el tema porque no lo puede exponer dentro de un sistema. Sería algo así, para ilustrar lo que quiero decir, como si en Música, en lugar de dedicarse a una visión global de lo que es una formación musical, se dividiese la especialización, y uno se especializase en el “La”. El “La”, y sólo tocase en el contrabajo el “La” y, otro especialista, tocase el “Re”. Pero, ¿qué músico es especialista en “Re”? No digo yo que el especialista en “Re” no pudiese descubrir una cosa curiosa, verdad. Pero, en principio, eso no sería un músico, sería otra cosa diferente.

Entonces, ¿qué ocurre? Esta asimilación de la filosofía a las facultades de ciencias, con todo lo que implica, particularmente, con la organización burocrática de la filosofía en los planes de estudio, en ese estado donde son los Vectores, los Butanos, los Metanos y los Propanos los que empiezan a organizar absolutamente todo lo que es la filosofía... Entonces, ¿qué ocurre? Ocurre lo siguiente, verán, y voy ya directamente a lo que me concierne. Ocurre que cuando hay un sistema filosófico que es aceptado por un grupo cada vez más amplio, cuando hay un sistema que requiere una institucionalización, que es lo que pretendimos hacer cuando logramos que se crease aquí hace tan sólo 20 años la facultad de filosofía en Asturias, primero en Gijón y luego en Oviedo, cuando intentamos formar efectivamente esta facultad y funcionar durante algunos años como una academia donde había muchos profesores muy competentes y donde todos estábamos compenetrados, con una visión de conjunto donde tenía sentido que unos explicasen una cosa y otros otra -era necesario: había una visión de conjunto. Y lo hacíamos así no porque fuéramos dogmáticos, ni mucho menos. Habíamos tomado partido, y tomar partido no quiere decir ser dogmático, quiere decir tomar partido para poder considerar a los partidos opuestos dialécticamente. Así, tomar partido no quiere decir ser dogmático, sino más bien al revés; es imposible, en una visión dialéctica de la filosofía, ser dogmático, es imposible que uno diga nada dialécticamente de otro sin conocer al otro, al enemigo. “Conviene conocer al enemigo”, decían los romanos en un famoso lema militar. Es imposible que los que son contrarios no tengan relación entre sí, tienen que conocer más y mejor al enemigo. Por eso nosotros intentamos utilizar la filosofía no dogmáticamente, sino para exponer un sistema global coherente. En ese momento, la burocracia comenzó enteramente a aguar el proyecto, a descomponerlo. ¿Cómo? Muy sencillo: enviando profesores especialistas. Excuso decir lo que ha pasado. Hoy lo tienen ustedes en clase. Sencillamente, los especialistas, poco a poco, van enrareciendo la atmósfera, se mezclan cuestiones burocráticas y entonces resulta que cuando hay alguien a quien los alumnos reclaman para que siga siendo su profesor emérito –éste no puede porque lo han hecho honorario–, los estudiantes ven completamente la situación burocrática en el que conviven. Porque, efectivamente, se aplica un reglamento, pero el reglamento esta hecho ad hoc para que se aplique así. Atención: hay un reglamento, sin duda, un reglamento que les manda el Vicerrector. ¿Por qué? Porque el reglamento se ha hecho de acuerdo con los especialistas. Esa es la madre del cordero. Se trata, entonces, de que esta situación, esta sumisión a terceras personas que demuestra sencillamente que no se quiere que de ninguna manera los especialistas queden en ridículo, de romperla. Se trata de romperla, romper lo nudos de la burocracia. Cuando hemos invitado a los especialistas a colaborar en nuestra revista han renunciado. Han utilizado el periódico para acusar de una cosa o de otra. Eso se demuestra en revistas de filosofía, no en un periódico en media columna, pues lo que se dice son puras infamias o acusaciones que no se pueden demostrar. Cuando sencillamente se invoca el reglamento que impide que les dé clase, es que ese reglamento, que es la burocracia, hace falta romperlo. Ustedes, en este momento, o al menos así lo veo yo, están representando el vigor de siempre, el vigor de la juventud de siempre que no se puede perder. El vigor de la juventud cada vez más vieja pero que conserva necesariamente, puesto que si no habría que practicar un suicidio cósmico, ¿verdad? Ese vigor que arremete contra la burocracia. Yo en ustedes estoy viendo el mismo espíritu de Mayo del 68 francés, o más bien el de las huelgas asturianas del 62. Es exactamente lo mismo: la rebelión contra la burocracia. Y ya saben, la burocracia tiene mil procedimientos para engañar, para dar largas, pero hay una resistencia total de quien no quiere estar encerrado de ninguna manera en las mallas. Hace falta, por lo tanto, que este vigor de esta facultad se canalice burocráticamente en la academia. No es suficiente el que, por ejemplo, yo diera clases aquí en la escalera o donde fuera. Entonces habríamos perdido la batalla. La burocracia seguiría mandando. Hace falta romper las mallas de la burocracia y, por tanto, cuando a mi me han preguntado “¿Usted volvería a dar clase?”, mi respuesta ha sido la siguiente: yo estoy totalmente disponible para dar clase, pero tiene que pedírmelo la universidad; tiene que encargarme la burocracia dar clase y, si no, no doy clase. Yo tengo, por fortuna, otros sitios de carácter no-público ni estatal, con la creación de la Fundación Gustavo Bueno, donde se impartirán cursos abundantes y de todo tipo (puesto que la Fundación la entendemos, como no puede ser menos, como una nueva versión no ya de la Academia de Florencia, sino de la platónica –no en su estructura pero sí en su esencia). Entonces, la situación es que si a mí me pide la universidad dar clase yo las daré con mucho gusto. Pero eso tienen que ser ustedes, los estudiantes, los que lo logren. Nada más.

[ Transcripción de una grabación: “Última lección en la Universidad”, Limitaneus. Revista de los estudiantes de Filosofía (Universidad de Oviedo), n° 2 (diciembre 1998), págs. 5-12. ]