Interviú nº 1314, 2 de julio de 2001 |
Gran Hermano | «El ojo clínico» páginas 20-21 |
Trece figuras en una casa |
Gustavo Bueno |
No es mi propósito dibujar los «perfiles psicológicos» de los trece personajes que han convivido en la casa del Gran Hermano II, entre otras cosas porque la descripción psicológica de ellos, muy importante sin duda para explicar las nominaciones internas, no me parece determinante para explicar los juicios del público exterior en el momento de decretar la expulsión o el premio. Presupongo que la audiencia percibe antes arquetipos (sociales, morales, culturales) que tipos psicológicos y, en todo caso, interpreta y a veces confunde un determinado tipo con un arquetipo dado (así, el carácter colérico de Carlos habría sido interpretado, por una gran parte de la audiencia, desde el arquetipo social del machista-violento-chulo). Los arquetipos representados por los personajes de Gran Hermano II difícilmente pueden ser clasificados en función de los criterios que utilizamos para clasificar a los personajes de Gran Hermano I, criterios fundados en la relación que ellos mantuvieron respecto de la convivencia misma en la casa por la que tenían que pasar para llegar al fin del programa. Había quienes no tuvieron en cuenta las dificultades que habían de surgir de la misma convivencia: eran los «ingenuos» en relación con el programa; había quienes buscaban sobre todo «experiencias», en la sustancia de la misma convivencia, y estaban, por último, los «calculadores». Los finalistas de Gran Hermano I pertenecían a este último grupo. Pero los personajes de Gran Hermano II no pueden repartirse en estos tres grupos, acaso porque este año, por ser el segundo, no ha habido ingenuos (todos conocían ya el programa) ni buscadores de experiencias, sino, sobre todo, concursantes calculadores que buscaban el primer premio ante todo para invertirlo en la compra de una casita o de un terreno, sabiendo que tenían que tener muy en cuenta su comportamiento durante la estancia en la casa. Lo que no significa que de hecho supieran atenerse siempre a sus propias estrategias. Por ello, como criterio pertinente para clasificar a los personajes de Gran Hermano II utilizaré el de la propia indefinición o definición, o, si se prefiere, de la opacidad o transparencia de los arquetipos encarnados por los diversos habitantes de la casa. En un primer grupo pondríamos a los personajes que no representan arquetipos definidos, sea porque no los tienen, sea porque los ocultan (hablando entre dientes o poniéndose gafas negras) o porque no tuvieron ocasión de manifestarlos. En un segundo grupo pondríamos a los personajes que representaban arquetipos más definidos. Al primer grupo pertenecerían Karola, Fayna, Roberto, Kaiet, Ángel y Sabrina. En el segundo grupo habría que incluir a Marta, Carlos, Emilio, Eva, Alonso, Mari y Fran. La circunstancia de representar arquetipos definidos determinó seguramente que Fran fuese el favorito de la audiencia que votaba a lo largo de semanas y semanas, y que acaso dejó de votar al final dando por asegurado el resultado favorable a Fran; en cambio, la indefinición de su arquetipo favoreció al final a Sabrina, porque la gran parte de la audiencia que comenzó a votar al final (acaso la audiencia más joven y «ecologista» o perteneciente a la sociedad protectora de animales) pudo apreciar el contraste entre un personaje seguro de sí mismo, pero ya hecho con trazos rotundos, y una figura insegura, opaca y preterida pero que representaba, por su indefensión, la contrafigura de Fran. Sobre todo la figura de Sabrina resultaba quizá más apta para ser percibida desde la perspectiva del arquetipo profesional de un actor de escenarios televisivos, al que era «de justicia» apoyar; perspectiva que era difícil percibir en Fran. Grupo I. Los definidos (o transparentes) (1) Marta. Representa el arquetipo de una persona ya hecha, sin perjuicio de su juventud, con opiniones y preferencias muy cristalizadas, que tienen que ver con la caracteriología propia del apasionado, en el marco de unas tablas de valores muy determinadas y reconocidas por las capas sociales en las que ella aparece plenamente integrada. Una parte de la audiencia percibió, equivocadamente a mi parecer, su arquetipo como más propio de aquellos arquetipos a los cuales recurre (para entendernos, dentro del tablero televisivo) el Canal Plus que de aquellos otros arquetipos «mesocráticos» a los que suelen recurrir las cadenas más populares o menos «plus», y este error de percepción pudo ser la causa de su temprana exclaustración. (2) Carlos. Fue mayoritariamente percibido desde el arquetipo bien definido del joven adulto forjado en la lucha por la vida de la gran ciudad, inteligente, resuelto, entero, &c. Pero su temperamento colérico le llevó a situaciones que fueron interpretadas desde el arquetipo del «macho agresivo y violento» que suscitó la reprobación fulminante de importantes sectores hipersensibles de la audiencia confesada de Gran Hermano, y sobre todo de la audiencia no confesada. (3) Emilio. Es, a mi entender, la encarnación de uno de los arquetipos más interesantes y menos vulgares del Gran Hermano II. Sin abandonar nunca su simpatía, sinceridad y transparencia, ofreció una figura en la que seguramente mucha gente percibió afinidades con las figuras de la «movida madrileña», de los «contestatarios de baja intensidad» de la época del alcalde Tierno Galván. El arquetipo encarnado por Emilio procede acaso del arquetipo encarnado por el Ramoncín de hace 25 años; muy evolucionado pero suficiente para sacarle de la vulgaridad que fue la norma de casi todos los hermanos. Unas gotas de dadaísmo, voluntaria y levemente macarra, un ingenio, humor y actitud a la contra, pero sin agresividad, sabiendo muchas más cosas que las que aparentaba saber. Acaso fue víctima de su propia transparencia en lo concerniente a su no controlada «puesta en escena» de sus sentimientos ante Eva («obsceno», significa originariamente «puesta en escena»). (4) Eva. Ofreció la imagen de mujer joven, pero madura, autosuficiente (sin perjuicio de su inseguridad psicológica), calculadora, con propósitos bien definidos en el tablero convencional de una sociedad urbana tolerante y sin excesivos prejuicios; una persona generosa, pero dueña de sí misma, capaz de controlar sus actos, distante, responsable, &c. Acaso fue este arquetipo el que dio lugar a que la audiencia se sorprendiera ante la «puesta en escena» de la expresión de sus sentimientos hacia Emilio y esta sorpresa determinó su expulsión. Pero es muy probable que su figura pueda interesar a los profesionales de los escenarios de televisión –como animadora o presentadora de programas de debate– o de cine, más que de teatro. (5) Mari. Aunque «liberada» de los prejuicios tradicionales relativos al indumento y al sexo (no tiene inconveniente en dar de vez en cuando «alguna alegría al cuerpo») sigue siendo una encarnación de la mujer de su casa, sana, inteligente, bien conformada, sociable, sin necesidad de estar muy fuerte en Geografía y en Historia. El arquetipo que encarna invita a pensar que, una vez casada como Dios manda, dejará sus alegrías al cuidado exclusivo de su marido, sea Fran o cualquier otro de similares características. (6) Fran. Apoyado en su temperamento sanguíneo encarnó a la perfección el arquetipo del hombre joven pero maduro, de buen juicio, simpático, campechano, «dueño de la situación» y del control de sus sentimientos, ingenioso y a su aire (nada de hombre integrado por adocenamiento). La transparencia de sus propias manifestaciones de última hora («porque soy macho»), su mismo comportamiento con el Muleto, pudieron interpretarse en su contra por la «sensibilidad» de la parte más refinada, exquisita y urbana de la audiencia joven, ecologista, feminista y, en general, democrática, en beneficio de Sabrina. Grupo II. Los indefinidos (7) Karola. Aunque psicológicamente es muy abundante en características precisas (derivables en gran medida de un temperamento nervioso) –impulsividad, ambición, extraversión, hipermovilidad– sin embargo no encarnó ningún arquetipo preciso. Acaso su acusada sociabilidad y su continuo interés por los gestos de sus compañeros, que le llevaba a utilizar profusamente expresiones características del lenguaje estandar de los grupos de su referencia («de puta madre», «mal rollo», «me como la olla»), bloqueó las oportunidades de que dispuso para mostrar sus condiciones literarias (es autora de poemas apreciables) o artísticas. Su misma sociabilidad, inquieta y versátil, fue interpretada por muchos como mera oficiosidad. (8) Fayna. Ofreció la imagen de una casi adolescente pero muy bien dotada (abundantes lecturas, dominio de idiomas, aptitudes artísticas), independiente, equilibrada, con buen juicio y con grandes posibilidades en estado de proyecto. Por decirlo así, su figura actual quedó desdibujada por la rotundidad del arquetipo representado por Carlos. Pero su figura potencial está sin duda destinada a crecer y perfilarse en los términos más prometedores. (9) Roberto. Su fugaz paso por la casa y su condición discreta y equilibrada, eclipsaron el arquetipo que sin duda hubiera podido encarnar en una convivencia más larga. (10) Kaiet. Representó el papel del personaje ensimismado y opaco que no dejaba fácilmente traslucir sus opiniones, sus preferencias, y a quien su tenacidad le llevaba continuamente a no perder el tiempo en «su política» con las mujeres o con los demás compañeros, pero siempre como cuestión privada. (11) Alonso. Encarnó bien la figura del adulto, pese a su juventud, independiente y autosuficiente, con un horizonte delimitado (cuanto a intereses) en el círculo de sus amistades, ingenioso y flemático y capaz de mantenerse a distancia y en la sombra. (12) Ángel. No quiso comprometerse en nada que pudiera definir los perfiles de una personalidad pública (en el terreno político o religioso, por ejemplo). Parecía estar implantado en un sistema de pautas muy tradicionales, aunque compatibles con algunos decorados anómalos a ese sistema (collares, piercing, &c.). Se defendió en su reserva, o en su lenguaje entre dientes (acaso facilitado por el piercing), con su buena figura y con una sonrisa como la del Ignacio de Catulo («Ignacio, como tiene los dientes blancos, ríe a todas horas»). (13) Sabrina. Sabrina demostró su inteligencia y su ambición a través de una prudencia muy notable que parecía inspirada por la norma pitagórica: «No hables hasta que lo que tengas que decir valga más que el silencio». Ni siquiera se molestó en gramaticalizar la defensa de su candidatura al premio. La indefinición de su personalidad, junto con su figura romántica, sufriente y enmascarada, la convirtió en un blanco muy apropiado para que una gran parte de la audiencia proyectase sobre ella la contrafigura de otros arquetipos presentes y decisivamente rotundos y definidos, entre los que había que elegir: Fran o Mari. Sabrina, la ganadora del concurso, ha demostrado la verdad de aquel refrán que nos enseña que muchas veces «vale más lo que algunos prometen que lo que otros dan». Pero no hay ninguna razón para no esperar, y menos aún para no confiar, en que su personaje en formación cristalice pronto y del modo más beneficioso para ella y para los que le rodean. [ 28 junio 2001 / se sigue el original del autor ] |
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