Proyecto Filosofía en español Hemeroteca
Interviú
nº 1311, 11 de junio de 2001
Gran Hermano | «El ojo clínico»
página 18

Monogamia
Gustavo Bueno
 

Gustavo Bueno

Eva ha sido expulsada por la audiencia de modo fulminante y masivo inmediatamente después de haber aparecido su nombre en la tabla de nominados. Otro tanto le ocurrió a Emilio. Parece como si la ola del juicio popular se hubiera lanzado a barrer a los dos amantes en cuanto desapareció el dique interior que les protegía. Lo que no es tan fácil es establecer qué tipo de conexiones puedan mediar entre ambos procesos, el de las nominaciones internas y el de la expulsión por votación popular. ¿Tendrá algo que ver en este asunto la tendencia que parece constarse en el grupo hacia la formación de parejas según «afinidades electivas» heterosexuales (con levísimos amagos homosexuales)? Tendencia que incluiría la estimulación del proceso por parte de la audiencia, y, como reacción natural la tendencia contraria que busca estorbar tales relaciones (por parte del grupo). Algunos comentaristas han interpretado la expulsión de Eva, no tanto como un castigo sino como decisión de una audiencia orientada a facilitar la cristalización de su «matrimonio» con Emilio o, lo que es equivalente, a restar probabilidades a su disolución.

Lo que sí es evidente es que las «afinidades electivas» entre los doce componentes iniciales del grupo (seis varones y seis mujeres) no evolucionaron hacia situaciones de promiscuidad, como hubiera ocurrido en un grupo de macacos o de babuinos, ni tampoco hacia situaciones próximas a las que conforman un harén, como hubiera ocurrido en grupos de cercopitecos o de colóbidos o también, sin ir más lejos, en un grupo de musulmanes tradicionales, que todavía no se hayan visto obligados a practicar la «monogamia de ahorro» (¿se han calculado las posibilidades de exportación que el programa de Gran Hermano podía tener en los llamados países árabes?). Las afinidades electivas que actúan en la casa de Guadalix de la Sierra se mantienen dentro de las normas más características de la sociedad que les envuelve, que son las normas de la monogamia; aunque, para decirlo todo también los gibones, los siamang, dos especies de colobos asiáticos y una sola especie africana de cercopitecos, se organizan por parejas monógamas.

Otra cosa es que la «normalidad» según la cual actúan las afinidades electivas en Gran Hermano vaya acompañada, en muchos casos, de una notable obscenidad. Lo que no cabe es confundir esta obscenidad con la promiscuidad, confusión en la que incurren algunos críticos del programa. Y esto al margen de que se considere peor o mejor la obscenidad que la promiscuidad. La obscenidad aterra a mucha gente. «Obsceno» es adjetivo que dice algo más que repugnante para cualquier escritor afrancesado. Pero obsceno tiene que ver, ante todo con aquello que se pone en escena, aunque pareciera que debía quedar reservado a la vida privada, a la intimidad. La televisión formal tiene que afrontar la obscenidad; y el Gran Hermano es un programa de televisión formal.

La obscenidad, relativa siempre a un nivel de intimidad previamente establecido, no es, sin embargo, asunto exclusivo de la televisión. Cada vez vemos con más frecuencia la obscenidad exhibicionista de la pareja que se besa apasionadamente en la parada del autobús; aunque otras veces, la obscenidad se produce por simple idiotismo, es decir, por el sentimiento de «pareja absoluta» aislada en el universo que puede afectar a dos amantes olvidados de todo lo que les rodea.

En cualquier caso, las obscenidades que nos ofrece Gran Hermano son obscenidades de pareja, aunque muy fugaces, porque las cámaras se desvían oportunamente de la escena. Por supuesto, el programa ha suprimido las obscenidades de cloaca, puesto que no ponen en escenas las actuaciones que tienen lugar en el cuarto de baño.

De todas formas, da la impresión que la «ley de la pareja» recibe en Gran Hermano un impulso mayor por parte de las mujeres que por parte de los varones, en los cuales se observa una mayor versatilidad hacia mujeres distintas, salvo cuando estas están ya «saturadas» por algún varón. Como si fuese el temor o el respeto hacia el «marido» el que los alejase del cortejo hacia la mujer casada o emparejada. Eva no dejó de constatar cómo tras la salida de la casa de su «marido», nadie la cortejó, porque acaso sentía más esto que el hecho de que, eventualmente, Emilio cortejase a otras. Sin embargo, Mari lloró cuando Alonso abrazó efusivamente a Marta y Sabrina se deprimió cuando Ángel evitó, al parecer, comprometerse demasiado con ella.

La armonía prestablecida entre el interior de la casa y la audiencia exterior pudo apreciarse, sin embargo, con ocasión de la salida de Eva. La idea de que la audiencia no la expulsó como castigo sino para devolvérsela cuanto antes a Emilio no tiene, en todo caso, mayor fundamento que la idea según la cual la ausencia total de sentimientos de pena o de lástima que pudo observarse en sus compañeros (y muy especialmente en su amiga Mari) en la ceremonia de despedida, hubiera sido un modo de exponer su contento por el inminente reencuentro de Eva con Emilio.

[ 7 junio 2001 / se sigue el original del autor ]

 
<<< >>>

Fundación Gustavo Bueno
www.fgbueno.es