Interviú nº 1308, 21 de mayo de 2001 |
Gran Hermano | «El ojo clínico» página 31 |
Tres clases de españoles |
Gustavo Bueno |
Tomando como criterio su modo de comportarse ante Gran Hermano, los españoles pueden dividirse en tres «clases» o «partidos»: la clase o partido de los que lo siguen, con mayor o menor interés o simpatía, la clase o partido de los que lo aborrecen y la clase o partido de los que permanecen al margen (la clase de los que «no saben o no contestan»). Si en la clase de los seguidores del programa sólo figurasen unas decenas, unos cientos o unos miles de españoles (hipótesis absurda, porque entonces el programa no existiría), cabría decir que tal clase o partido, junto con el programa, programa que los unifica, es una «cantidad despreciable»; pero ocurre que en esta clase de seguidores de Gran Hermano, entre militantes o simpatizantes, se pueden contar, al menos en los días de nominaciones, más de ocho millones, tantos como los que figuran, en un día de elecciones, en un partido político. El pasado domingo día 13 fueron más los que vieron el programa Gran Hermano que los que vieron las elecciones vascas: un dato que ningún «político» debiera ignorar, si quiere enjuiciar el significado de las elecciones democráticas a través del análisis de esa contrafigura de elecciones que tiene lugar los miércoles, cada quince días. ¿Por qué aborrecen el programa varios millones de españoles? Sin duda, por muy diferentes motivos. Difícilmente justificables, sin embargo, en nombre de la Ética, es decir, de las normas orientadas a salvaguardar al individuo. ¿Caben comportamientos éticos más exquisitos que los de los actores del Gran Hermano, en lo que se refiere a las atenciones por los sentimientos de sus compañeros, a su disposición para ayudarles, hacerles favores, etc.? (Otra cosa es que cada cual deba nominar a algún otro, porque hasta la fecha nadie se ha nominado a sí mismo, como corresponde a un programa que es la contrafigura de los programas políticos). Esto los hace hipócritas (actores), con falsa conciencia, como lo demuestra la cada vez más generalizada apelación, verbal al menos, a los dados o a los naipes, al sorteo en el momento de elegir «nominado». Sin embargo son motivos muy fáciles de justificar en nombre de la moral, es decir, en nombre de algún sistema de normas orientado a salvaguardar los grupos constituidos, cualquiera que sean sus diferencias. Pero ocurre que el sistema de normas morales que parece presidir a los actores de Gran Hermano son muy similares al sistema de normas de quienes los aborrecen. Y si esto es así, o en la medida en que lo fuera, cabría sospechar si el aborrecimiento del Gran Hermano no está movido precisamente porque quienes lo aborrecen ven en el programa una estilización de las normas morales más vulgares que de hecho ellos siguen, y que es la actitud de elite la que les impide reconocerlo. Los protagonistas de las revistas del corazón, tantos novelistas, tantos tertulianos, tantos políticos que han alcanzado o quieren alcanzar notoriedad, aborrecen a unos individuos que, «sin saber hacer nada», comienzan a ser famosos. ¿Pero, qué saben hacer ellos? Quieren creer que escribir una novela, unos versos, manifestar el estado de su «relación» con una modelo o con un príncipe, o emitir opiniones políticas o científicas vulgares es un género de obscenidad (de puesta en escena) más respetable que la obscenidad permanente que de sus «experiencias» cotidianas nos hacen partícipes los actores de Gran Hermano. La clase de los que siguen el programa estaría constituida simplemente por un «pueblo llano», por individuos que no tienen pretensiones elitistas, que bastante tienen con preocuparse de su propia vida y que ven con simpatía o simplemente con curiosidad a congéneres suyos (hermanos, hijos, amigos...) desempeñando una «comedia del arte» en la cual los actores, que buscan el «salto a la fama», son a su vez autores. Circunstancia que tantos quebraderos de cabeza proporciona a los jurisperitos que se han olvidado demasiado de aquel Ginés (o San Ginés) que, en tiempos del César Galerio, consiguió ser a la vez actor y mártir. De la clase de los que «no saben o no contestan» sólo puedo decir que es una clase negativa o complementaria y, por ello, muy heterogénea. A ella pertenecen tanto los sabios mas ensimismados como los idiotas más profundos. [ 16 mayo 2001 / se sigue el original del autor ] |
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