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Fundación Gustavo BuenoFundación Gustavo Bueno


La Nueva España
Oviedo, domingo 10 de enero de 2010
Sociedad y Cultura
páginas 70-71

Gustavo Bueno
Filósofo, acaba de publicar El fundamentalismo democrático

«Veo más corrupción en la ley del aborto
que en el ‘caso Gürtel’»

«El principal problema de la democracia no es la corrupción económica, sino la ideológica»
«Los políticos españoles están completamente desorientados
por la sacralización de la democracia»

Gustavo Bueno
Gustavo Bueno, asomado a la ventana de su casa de Niembro (Llanes). Ana Muller

Oviedo, Pablo Álvarez

A sus 85 años, Gustavo Bueno ataca de nuevo. El que durante casi cuatro décadas fuera profesor de Filosofía en la Universidad de Oviedo, acaba de publicar «El fundamentalismo democrático», más de 400 páginas en las que somete la democracia española a un riguroso examen conceptual.

—¿Qué es el fundamentalismo democrático?

—Es, sobre todo, una teoría de la democracia más que una práctica. Pero una teoría que tiene mucha incidencia en la práctica.

—El título del libro parece una crítica a la democracia.

—Cuando me dicen eso, siempre digo lo mismo: mire, señor mío, haga el favor de escuchar antes. Yo no tengo por qué atacar ni defender la democracia. La democracia está ahí. Es como la televisión: ahí está la televisión. Yo sobre todo critico el aspecto nematológico, y concretamente el fundamentalismo nematológico.

—Que consiste en...

—Para que se entienda rápidamente, consiste en suponer que la democracia es casi la única forma de Estado verdaderamente humana que da la libertad, la igualdad, la fraternidad...

—La panacea, vamos...

—La panacea, sí, el principio de todos los valores. La prueba es que cuando alguien quiere encarecer algo, revalorizarlo, dice «música democrática», «solidaridad democrática»... yo que sé, todo es democrático. Hay un ejemplo muy conocido, que ya es el colmo. Cuando el PSOE ganó las elecciones de 2008, Zerolo dijo que le producía «orgasmos democráticos». Ahí está dicho todo como una especie de éxtasis.

—Y usted considera que la democracia no es la panacea.

—No, es que no puede serlo.

—¿Por qué?

—Por mil cosas.

—¿Hay fanáticos de la democracia?

—Claro que los hay. Como de izquierda, de esos que dicen: «Yo soy de izquierda de toda la vida». El fundamentalismo democrático significa descalificar totalmente, históricamente incluso, al que no ha sido demócrata. Si la democracia es la forma plena de ser hombre, quiere decir que ni Platón ni Aristóteles ni Goethe eran plenamente hombres.

—Eso significa que Aznar o Zapatero son superiores a Carlos I o a Felipe II.

—Eso es, muy superiores, ¿cómo se va a comparar? Es una cosa completamente ridícula.

—Pero eso significa que usted ve alternativas a la democracia.

—No, ¡ya estamos! Que yo no doy alternativa ninguna, que no estoy hablando del aspecto tecnológico. La democracia la acepto como un hecho que está ahí, y que está funcionando, hasta que funcione. Y a mí plin, muy bien, que funcione. Yo voto y tal y cual... La tecnología, vamos. Yo el aspecto tecnológico, en principio, lo dejo intacto. Ahí está, como están la televisión, el cuerpo de correos o los ferrocarriles.

—¿Usted plantea la corrupción como consustancial a la democracia?

—Uno de los efectos inmediatos del fundamentalismo es suponer que la corrupción no afecta a la democracia. Como la democracia es una forma perfecta, la corrupción afecta a los funcionarios, a los ministros, a los empleados públicos, pero el sistema queda intacto. Por lo tanto, la corrupción es una cosa menor.

—Y usted no lo suscribe.

—La tesis fuerte que yo sostengo es que la democracia no es algo que está flotando en el aire, en la sociedad, sino que está siempre afectando a un pueblo histórico, no a un pueblo metafísico. Y que este pueblo es una comunidad humana, más o menos extensa, que vive necesariamente en un territorio delimitado, que es su base, su capa basal. Y esta capa basal viene heredada de otros regímenes anteriores. Esta capa basal es la patria, así, literalmente, nada de aquella pedantería de Habermas del patriotismo constitucional. La patria es la capa basal, es decir, donde está la tierra, donde están enterrados nuestros antepasados; y también la capa económica, donde están las tierras, el petróleo, las minas...

—¿Y esa concepción está en tela de juicio?

—El formalismo democrático del fundamentalismo pone entre paréntesis la capa basal y considera que la democracia española, la francesa, la alemana, la americana, son todas la misma, porque somos demócratas y lo importante es ser demócrata, y ser francés, alemán o español es secundario. Por lo tanto, y aquí viene la cosa de España, los demócratas vascos o los catalanes son tan respetables como los españoles o más, porque lo importante es ser demócrata. Lo accidental es la capa basal que se considera. Claro, cuando la capa basal de una pretendida democracia como la de los vascos o catalanes es una parte de nuestra capa basal, entonces el conflicto es inmediato. Y el conflicto no está en la democracia, sino en la capa basal. Esto desaparece por completo cuando el Tribunal Constitucional empieza con que si tienen o no derecho. No es que tengan derecho o no, es que el territorio basal español es nuestro, es de los españoles, y me lo están quitando. Déjeme de democracia: usted me está robando. Es un terreno que a los juristas no les da la gana ver.

—Porque ponen el acento en?

—En el aspecto formal, procedimental.

—¿Y deberían ponerlo en el aspecto basal?

—Claro, eso es el materialismo, es puro materialismo. Sin capa basal no hay democracia, ¿dónde está?

—¿Cómo terminará lo del Estatuto de Cataluña?

—No lo sé. El Tribunal Constitucional ha dejado pudrirse el asunto. Ahora Guerra dice que los nacionalistas catalanes están en la estratosfera. ¡Coño, eso lo sabíamos de siempre!

—¿Había menos corrupción con Franco?

—Generalmente la corrupción se atribuye más a las democracias que a las autocracias, precisamente porque las autocracias son un grupo más minoritario que no necesita corromperse, y además hay menos gente a repartir. Y sobre todo que en las democracias la corrupción se transforma en corrupción legal, está legalizada.

—¿Cómo?

—Los ministros de Franco tenían sueldos muy moderados, y el presidente de la República vivía en su casa. Si un ministro de Franco robaba 30.000 pesetas era un corrupto, pero ahora esas 30.000 pesetas están reconocidas en un sueldo. Hay una teoría muy extendida según la cual la corrupción es adaptativa, funcional, y funciona mejor un sistema con corrupción moderada que sin corrupción. Hay estudios empíricos muy detallados que creen poder demostrar que lo que se gasta en corrupción se ahorra en fluidez del sistema.

—¿Y usted apoya esa tesis?

—No, no, eso no se puede apoyar ni no apoyar. Yo hablo como Aristóteles, con perdón, yo constato.

—En el libro analiza las principales fuentes de corrupción.

—Lo que defiendo, incorporando tradiciones muy amplias, es que la corrupción no puede circunscribirse a la corrupción de personas individuales, corrupción delictiva de funcionarios públicos, ministros, empleados? La corrupción es mucho más amplia. Personalmente, yo veo más corrupción en la ley del aborto, que no es corrupción delictiva y que nadie lleva a los tribunales, que en el «caso Gürtel» o en cualquier otro asunto.

—¿Por qué?

—Porque afecta mucho más a todo lo que puede considerarse justicia y sobre todo comprensión racional de la situación. Dedico un capítulo a la ley del aborto. Intento demostrar que la ley de plazos del aborto es completamente inadmisible desde el punto de vista biológico, no tiene nada que ver con la religión ni nada de eso. A mi juicio, introducir plazos en el proceso de la ontogénesis es completamente artificioso, externo y no se justifica de ninguna manera. Por la misma razón por la que se dice que a las 14 semanas se puede abortar puede decirse a las 30 semanas e incluso a los tres años del infante. Hay una corrupción en la fundamentación de la ley del aborto, y esa argumentación no vale para nada.

—O sea, que el corrupto no siempre busca un enriquecimiento económico.

—No, no, qué va. El corrupto no se da cuenta de que está corrupto. Los que han llevado adelante la ley, la Bibiana y compañía, se creen que están poniendo una pica en Flandes. Eso es lo peor. Están completamente desorientados, pero tienen un aparato democrático y ayudados por una mayoría en las Cortes, logradas muchas veces con coaliciones, aprueban una ley que a mi juicio es un monstruo, y queda democráticamente aprobada. ¡Otra vez la democracia! Es una ley democrática: pues vaya cosa que me dice usted.

—¿En qué ámbitos observa usted mayor corrupción?

—Al margen de la corrupción delictiva, que efectivamente va a los tribunales, sobre todo la veo en la ideología. Con la cantidad de controles que hay, no creo que la corrupción económica sea el principal problema de la democracia española. Es importante, pero no el principal. El principal es la corrupción ideológica, el fundamentalismo con todo lo que abarca: los partidos políticos, los tribunales de justicia que no funcionan (el Tribunal Constitucional)?

—Usted participa de la opinión de que los políticos se han convertido en uno de los principales problemas de España.

—Es grave, sí. No digo de los principales, pero sí que son un problema.

—Por esa corrupción ideológica a la que aludía.

—Porque están completamente desorientados, sobre todo por la sacralización de la democracia. Soy demócrata: muy bien, pues a mí que me importa, sea usted demócrata.

—En la portada del libro aparece Zapatero. ¿Significa algo?

—No, eso lo puso la editorial, yo no tengo nada que ver. Además, a Zapatero lo nombro muy poco porque es un libro que no va dirigido contra nadie, aunque hay un ejemplo del juez Garzón.

—A quien atribuye el complejo de Jesucristo.

—Sí, me ensaño con él, por así decirlo, porque es un ejemplo de la teoría general, pero no por él, que a mí me importa un pimiento el juez Garzón. Ese concepto del complejo de Jesucristo no me lo he inventado yo. Se me ocurrió aplicarlo a Garzón por su ministerio de juez que juzga a los vivos y a los muertos, porque Jesucristo vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, según el credo. Y como Garzón hizo expediente a Franco y a los vivos y a los muertos, pues ahí está el complejo de Jesucristo.

—Usted es crítico con la ley de Memoria Histórica.

—Sí, totalmente. Es una de las cosas más absurdas que he visto. Primero, porque la memoria histórica es un concepto mal parido desde el principio. La memoria no es histórica, la memoria es individual. Y la historia no es memoria, eso una metáfora del canciller Bacon.

—En un capítulo analiza la OPA a Endesa.

—Porque ejemplifica, a mi juicio, hasta qué punto es corrupta la idea de la soberanía española, y cómo España está completamente mediatizada por Europa, por Alemania en aquel caso, y cómo aquello fue todo una lucha entre poderes estatales: Alemania, España, Italia y Cataluña, que fue donde empezó la historia. Es un juego donde hay un verdadero caos ideológico.

«En las democracias la corrupción se transforma en corrupción legal, está legalizada»

«Veo más corrupción en la ley del aborto, que no es corrupción delictiva y que nadie lleva a los tribunales, que en el "caso Gürtel" o en cualquier otro asunto»


Gustavo Bueno
Uno de los capítulos de El fundamentalismo democrático

El complejo de Jesucristo del juez Garzón

Baltasar Garzón ofrece todos los síntomas
de haberse identificado con la figura de un Juez Universal

Gustavo Bueno, El fundamentalismo democrático

Sería, pues, el juez Garzón (ateniéndonos a lo que hoy conocemos de él) el primero que ha dado síntomas manifiestos de padecer un complejo de Jesucristo en su advocación de juez que va a venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y no un complejo de Jesucristo de cualquier otro tipo, sea el de su advocación de Cristo Llagado, o bien de Cristo Redentor, o de Cristo Rey o de Cristo Mesías.

Aquí estamos hablando de complejo de Jesucristo en cuanto Jesucristo Juez.

Baltasar Garzón ofrece, según esto, todos los síntomas necesarios y suficientes de haberse identificado con la figura de un Juez Universal, cuya esfera de jurisdicción desbordase a los pecadores (a los delincuentes) vivientes, buscando extenderse también a los reos muertos. Y este Juez Universal es precisamente el Jesucristo del Credo romano, el que «vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos» en un Juicio Final.

¿Y por qué el juez Garzón ha llegado a ser víctima de este complejo de Jesucristo en su especialidad de juez juzgador? Muchas hipótesis se han barajado. La mayor parte caminan en sentido psicológico etológico: sería «el afán de protagonismo» el que le habría llevado, no ahora, sino a lo largo de su carrera profesional, a emprender aventuras extraordinarias, es decir, a tratar de llevar su profesión de juez más allá de su «prosaica» jurisdicción ordinaria, como cuando abrió la causa contra un ex presidente chileno, el general Pinochet, y poco después contra los responsables argentinos, en la época de Videla, de los terribles asesinatos políticos que todos recordamos.

Sin embargo, el «afán de protagonismo» no explica enteramente el complejo del que hablamos. Muchas personas tienen afán de protagonismo; más aún, este afán de protagonismo puede ser síntoma de vitalidad envidiable, no encerrada en ningún complejo.

Pero en nuestro caso parece esencial la condición profesional de juez importante (juez de una Audiencia Nacional, no de un mero Juzgado de guardia, «juez estrella») cuyo afán de protagonismo le llevase precisamente a la esfera de jurisdicción asignada a su propia profesión y cargo. Sin duda, el límite máximo de esta aspiración profesional podría ponerse, para un juez megalómano, en alcanzar el nombramiento de presidente de un Tribunal Universal de Justicia; de un tribunal no meramente «internacional», como los que ahora se estilan, porque basta que dos Estados creen un tribunal común de justicia para asuntos especiales, para que ese tribunal pueda ser llamado internacional, lo que es poco para un megalómano.

Pero un Tribunal Universal de Justicia, como hemos visto, es imposible mientras existan los grandes Estados dotados de bombas atómicas. Otros apuntan a mecanismos más específicos, a través de los cuales podría haberse abierto camino ese afán de protagonismo: Baltasar Garzón querría compensar con la dilatación de sus poderes judiciales el fracaso que habría tenido en sus «experiencias» dentro del poder ejecutivo. «No le acompañaba su voz atiplada», dicen algunos, y los contenidos de sus discursos –asombrosamente vulgares, sin la menor chispa de ingenio– no eran capaces de hacer olvidar, con la letra, la música llena de gallos de su voz.

Pero esta explicación es poco convincente, salvo para quienes parten del supuesto (atribuido a Montesquieu) de que el poder judicial no es un poder político, y que aun debe ejercerse sin la menor contaminación con este poder. Porque el poder político no se circunscribe al poder ejecutivo ni al legislativo. El poder judicial es parte interna y esencial del poder político, y no solo porque su jurisdicción se extiende a los propios miembros del ejecutivo (lo que el propio Garzón evidenció en su intervención como juez en el «caso GAL», de indudable alcance político), sino también porque el poder judicial carece, en todo caso, de fuerza de obligar si no cuenta con las fuerzas que dependen del ejecutivo. Dicho de otro modo, la supuesta «vocación política» de un juez tiene campo suficiente para ejercitarse como tal en su condición de juez de un tribunal cuya jurisdicción tiene ya una escala nacional.

En cualquier caso, el propio juez Garzón nos ha deparado, con motivo de su intervención en el caso del secuestro del pesquero «Alakrana», un ejemplo de la peligrosidad que encierra la doctrina metafísica de la separación absoluta y sacralizada del poder judicial respecto del poder ejecutivo. El 2 de octubre de 2009 el pesquero español «Alakrana», con una tripulación de 36 marineros, es secuestrado por piratas somalíes. Todo parecía que iba a transcurrir «normalmente» (negociaciones en torno al rescate, condiciones de pago) hasta que un día después del secuestro, apresados dos de los piratas por la fragata «Canarias», en lugar de llevarlos a Kenia, siguiendo acuerdos preestablecidos, el juez Garzón, que estaba de guardia ese día en la Audiencia Nacional, es decir, inmerso en su burbuja de juez universal que solo atiende al cumplimiento de la ley (fiat iustitia, pereat mundus), decide por su cuenta, aun dentro de la ley, ordenar la presencia de estos piratas en la Audiencia Nacional, atribuyéndoles un delito de secuestro y otro de terrorismo. De este modo la situación se complica inesperadamente con la presencia en Madrid de los dos piratas detenidos.

Sin duda, la decisión de Garzón podría considerarse legal por muchos en nuestro Estado de derecho; pero en todo caso fue totalmente imprudente, precisamente por haber dejado de lado, bloqueado por la ideología judicialista, la coordinación de los hechos con la situación política española y en particular con los problemas reales de los marineros secuestrados y de sus familias (...) El Gobierno perdió el rumbo durante varias semanas. Se excusaba diciendo que el asunto estaba en el Estado de derecho, en manos del poder judicial, y que todo dependía de este poder, pero que la legalidad tendría que cumplirse necesariamente.

Quedó, pues, como evidente la conclusión de que si el juez Garzón no hubiera procedido de un modo tan irresponsable, y los piratas apresados hubieran sido llevados a Kenia para ser juzgados allí, no hubieran existido más dificultades que las de disimular el pago por parte del Estado de la cantidad exigida por los piratas presentándolo como una operación privada de los armadores.


El fundamentalismo democrático
 

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