Gustavo Bueno presentó ayer por la mañana, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, su último libro, «Panfleto contra la democracia realmente existente», un profundo ensayo llamado a ser muy polémico. La presentación fue explosiva ya que indicó, entre otras cosas, que una democracia auténtica debería instaurar la pena de muerte. Acompañaba a Bueno el catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid Gabriel Albiac, que dijo que el libro era «la obra mayor de teoría política escrita en castellano en muchas décadas».
Bueno: «Una democracia auténtica
debe instaurar la pena de muerte»
El filósofo asturiano presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid
su último libro, «Panfleto contra la democracia realmente existente»
Madrid, David Álvarez
El filósofo asturiano Gustavo Bueno pasó ayer arrollando por Madrid, donde, en el Círculo de Bellas Artes, presentaba su último libro, «Panfleto contra la democracia realmente existente» –editado por La Esfera de los Libros–, que deja tambaleándose alguna de las ideas sobre la política que se toman por ciertas, como las autonomías, la tolerancia, la igualdad y la pena de muerte.
Antes de empezar, cuando ya estaba sentado, le sirvieron un zumo de naranja. Elevó la copa y pareció que brindaba su actuación de luego, con un «a su salud» y una sonrisa pícara.
Después de lo torero, el filósofo Gabriel Albiac advirtió de lo que venía: «Este libro es un trabajo asombroso que consiste sobre todo en destruir todas las memeces que llamamos política, una trituración de todos los lugares comunes.» Previno a los asistentes que no conocían a Bueno de que toda su obra era, básicamente, «filosofía que se lo lleva todo por delante, erudición intransigente», y cedió el paso al maestro asegurando que este libro es «la obra mayor de teoría política escrita en castellano en muchas décadas».
ustavo Bueno murmuró un «muy bien, muy bien», le estrechó la mano a Albiac y reconoció: «Estoy abrumado», y casi sin detenerse a tomar aire, lanzó él su advertencia: éste no es un libro sencillo. «No se puede exponer en dos palabras. Hay que leerlo, y más de una vez. Lo siento mucho.»
Según dijo, quien no lo lea con detenimiento no lo entenderá, y ya se espera la incomprensión. Está acostumbrado, dijo en un desliz geográfico, a «los periodistas que escriben aquí, en Asturias, que son gente oligofrénica que, a fuerza de atender a conferencias, opinan de todo». Se ha hecho incluso a que no le entiendan bien tampoco los académicos: «Me llamarán facha, pero como ya me lo espero... responderé.»

Tolerancia ofensiva
No sería el primer libro con el que gana enemigos. Contó que, después de publicar «El papel de la filosofía en el conjunto del saber», se le sumaron a la contra pedagogos y antropólogos: «Me echaron encima un bote de pintura y todo.»
Establecidas las cautelas, se lanzó a intentar que le entendieran cuando dice que «manejamos una idea de democracia de carácter fundamentalista». Medimos la democracia «realmente existente» respecto a la idea de democracia pura, que es como comparar los motores que podemos construir con ese motor ideal e imposible –el «perpetuum mobile»– que se alimenta hasta el infinito de la energía que produce su propio movimiento.
Explicó que comparar nuestras democracias con la idea perfecta de democracia es tan absurdo como comparar la eficiencia de los motores de los trenes con ese ingenio perfecto e imposible. La democracia pura es más débil, por la sencilla razón de que no puede existir.
Media hora después, cuando ya hablaba lanzado como quien cae por una ladera, le pasaron una nota para que abreviase y dejase paso a las preguntas. Se rió: «Pues bueno. Vale.» Pero recordó que intentar explicar el libro con brevedad es «como tocar una sinfonía con un dedo».
A partir de ahí, sacó el machete y comenzó a desbrozar la sala de tópicos, empezando por la tolerancia, de la que dijo que era un error producido por un espejismo: «No es una virtud democrática. Es la menos democrática. Es ofensiva.»
Como en un trabalenguas, explicó que quien tolera es el poderoso, que suspende, porque quiere, la potestad que tiene para reprender al tolerado, y que esa desigualdad ofende. «El que tolera se pone en la posición de Franco», remató.
Luego se lanzó a por los 17 tribunales supremos que propone el PSOE: «No sé en qué estarán pensando estos señores. Eso nos lleva a una especie de anarquismo jurídico.» Incluso le tocó un tajo de machete, de refilón, a la Constitución: «Tuvo graves errores, ¿pero quién iba a prever que saliera un Ibarreche? Es un sedicioso y, cuando había pena de muerte, a los sediciosos se los fusilaba. Pero se ha olvidado el concepto de sedición.»
Sólo una opinión
Entonces, recordó su libro inédito sobre la pena de muerte, que no publica «porque no sirve para nada», y ahí terminaron ya de caerse las mandíbulas de las bocas semiabiertas de quien no le habían escuchado nunca: «Una democracia auténtica debería instaurar la pena de muerte», dijo, mientras desde una esquina una señora, que sí lo conocía, le apuntó: «Eutanasia procesal.» «Sí, no me gusta denominarla pena de muerte», añadió Gustavo Bueno.
Le pidieron que se explicara. «Es una atención que la sociedad tendría con el criminal horrendo que no se atreve a suicidarse, y entonces la sociedad le acompaña. Por caridad.»
Sonó el segundo aviso, porque el tiempo pasaba y ya llegaba tarde a la siguiente cita, pero admitió la última pregunta: «¿Se puede mejorar la democracia?», quiso saber una periodista. «El libro no habla de eso», contestó Bueno.
«Pero tendrá usted una opinión», insistió la periodista. «Mi opinión es irrelevante. Y ahora, en virtud de la libertad democrática, que cada uno piense lo que quiera.»