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Diario de Sevilla
Sevilla, jueves 13 de septiembre de 2001
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página 24

Crisis internacional tras el ataque a EEUU. Una estrategia de intenciones globalizadoras.
Con un procedimiento de ataque asombroso y nuevo, vinculado a los planes de guerra de guerrillas, se desarrolla a escala planetaria un nuevo tipo de amenaza
Terror e ideología. El prestigioso filósofo Gustavo Bueno contextualiza el impacto de la hecatombe y sus interrogantes
Ataque al corazón del Imperio
Análisis, por Gustavo Bueno
 

Ataque a las Torres Gemelas 11 septiembre 2001
Terrorismo es un concepto negativo y los terrorismos son iguales sólo desde la perspectiva de su neutralización.

Pese a la espectacularidad del ataque, y a la potente logística que él implica, no parece que pueda considerarse como el detonador inicial de una tercera guerra mundial. El procedimiento del ataque, su táctica, es acaso lo más asombroso y nuevo. Los coches bomba se han sustituido por aviones cargados de personas civiles, que son sacrificadas sin el menor escrúpulo «por la causa».

En la tarde del 11 de septiembre de 2001 he recordado la tarde del 1º de septiembre de 1939, y la tarde del 7 de diciembre de 1941, cuando no había televisión, pero sí radio. A través de la radio, el 1º de septiembre de 1939 mi familia, y yo con ella –ese día cumplía quince años–, escuchaba los detalles de la invasión de Polonia por Alemania; la impresión de que una nueva guerra europea había comenzado era muy intensa. También a través de la radio seguí durante aquella tarde de 1941 las noticias del ataque de Japón a Pearl Harbour, y la impresión que teníamos era que la segunda guerra mundial había ya comenzado. Lo que sabíamos, aunque fuera a través de la radio, es que los agresores eran dos Estados poderosos (Alemania y Japón) que estaban preparándose para alcanzar la hegemonía mundial, disputándosela a la Unión Soviética y a los Estados Unidos.

Pero ahora no sabemos quién es el agresor. Es frecuente responder con la siguiente fórmula: «son los terroristas», el «terrorismo internacional», porque «todos los terroristas son iguales» y, por tanto, nuestra respuesta debe ser unánime: la lucha contra el terrorismo, cualquiera que sea el lugar, el medio y manera como se manifieste.

Ahora bien, a mi juicio esta fórmula constituye un gravísimo error, que además, se resuelve en una tautología. Porque el concepto de terrorismo sólo es un concepto positivo en la apariencia de sus manifestaciones (la agresión violenta); pero en su esencia, el concepto de terrorismo es negativo, si es que con él se designan a todos los movimientos que no siguen la «vía del diálogo». Pero la vía del diálogo es una vía especulativa, teorizada por algunos metafísicos alemanes, que, como Habermas, todavía no han podido digerir los fantasmas del Holocausto.

En conclusión: «terrorismo» es un concepto negativo (no diálogo) y en consecuencia constituye una total equivocación suponer que todos los terroristas son iguales, que están organizados en un «terrorismo internacional». Porque los terrorismos sólo pueden considerarse iguales desde la perspectiva que los unifica a todos, a saber, su neutralización y erradicación. Pero los terrorismos sólo pueden ser erradicados si conocemos cuáles son sus raíces, y las raíces del fenómeno terrorista son muy diferentes, heterogéneas y muchas veces enfrentadas entre sí, sin perjuicio de que coyunturalmente pueda haber una colaboración entre diferentes grupos terroristas (Batasuna no ha condenado el atentado, lo que no significa que forme parte de la «organización internacional» que lo planeó y ejecutó). No cabe meter a todos los terroristas en el mismo saco.

Ataque a las Torres Gemelas 11 septiembre 2001
Quienes buscan mantener el orden global, o los que buscan sustituirlo por otro, saben que tienen que contar con la guerra.

El terrorismo individual, o de grupúsculo, es un terrorismo de dementes, porque sólo unos iluminados pueden llegar a creer que sus acciones terroristas puedan desencadenar efectos universales. El terrorismo de ETA ya no es un terrorismo individual o de grupúsculo, sino un terrorismo organizado y definido por un objetivo mucho más preciso, a saber, la secesión del País Vasco respecto de España. Este terrorismo es tan transparente en sus objetivos como repugnante, por ello mismo, en sus métodos: el asesinato con alevosía, es decir, poniendo todos los medios para salvar la vida del terrorista (porque el terrorista etarra no contempla la utilización del suicidio kamikaze o bonzo propio del oriente islámico o budista: a fin de cuentas los etarras son de origen católico).

Hace un par de décadas la mayor parte de los norteamericanos habrían pensado que el demiurgo del ataque no era otro sino la Unión Soviética, cuyos objetivos «globalizadores», enarbolando la bandera del Comunismo, eran bien explícitos. Pero la Unión Soviética, y sus planes de globalización comunista han desaparecido. Caben, sin embargo, muchas hipótesis aún. Nos atreveríamos a clasificarlas en cuatro grupos:

1) La ideología antiglobalización, en sus versiones más radicales. Es cierto que los considerados ideólogos antiglobalización suelen rechazar el uso que de sus doctrinas hacen algunos movimientos antiglobalización: es el caso de John Zerzan (la traducción al español de su libro Futuro del primitivo aparece dentro de unos días). No es muy probable que en la estrategia de estos neo roussonianos entre el suicidio como táctica; a lo sumo podría inspirar acciones como las de Unabomber.

2) La ideología islámica radicalizada, en sus dos puntos hoy más calientes, la Palestina de Yaser Arafat, y el Afganistán de los talibanes (vecino de Irak), con el patronato de Osama Bin Laden, y con importantes aliados en el propio interior de Estados Unidos, musulmanes que no son ni árabes ni indoeuropeos, sino los musulmanes negros del NOI. Teniendo en cuenta que Bin Laden se distanció y se enfrentó con Estados Unidos, a cuyo servicio estaba, a raíz de la Guerra del Golfo, en la época de Bush I, no sería incongruente ver en este ataque, ante todo, una respuesta, en la época de Bush II, a la carnicería que el Imperio causó en el Irak. Podría ser interpretada en el contexto de una estrategia de mayores vuelos, que ensaya sus posibilidades precisamente con este ataque, a saber, la estrategia de una nueva Yizah islámica, orientada a la globalización islámica del Mundo. Frente a la globalización alcanzada por el sistema capitalista de estirpe protestante (no católica), una antiglobalización no amorfa (compuesta de ONGs, ocupas, anarquistas), sino pensada como una nueva globalización llevada a cabo, acaso, en el nombre de Alá.

3) Algunos han apuntado la posibilidad de una ideología oriental, pero no islámica, sino japonesa. Sin embargo esta hipótesis es muy débil, por no decir gratuita.

4) Por último cabría apuntar también la hipótesis (inspirada en una interpretación extrema del Informe Lugano) de que el ataque salvaje a Nueva York y Washington hubiera sido planeado desde el interior mismo del Imperio, como un revulsivo para legitimar el endurecimiento de la política de la OTAN. Pero esta hipótesis no merece, a mi juicio, la menor consideración.

Fukuyama pudo haber expresado la ideología del Departamento de Estado del Imperio al anunciar el «fin de la Historia», sobre la suposición de que las cantidades de tensión entre los mil millones de hombres que vivimos en el ámbito de los «Estados del Bienestar», y los cinco mil millones de hombres que viven en el ámbito de los «Estados del Malestar», eran cantidades despreciables. El ataque al corazón del Imperio, y con él, del orden democrático mundial, tanto si procede de la aversión islámica, como si procede de la aversión budista o roussoniana al Estado del Bienestar, significa la liquidación de las tesis de Fukuyama, y obliga a replantear la idea de que el siglo XXI sea visto como el inicio de la Paz perpetua. Con seis mil millones de hombres sobre la Tierra, enfrentados entre sí porque no existe ninguna Humanidad como fundamento armónico de la convivencia, el diálogo, como remedio, es imposible, y esto es un secreto a voces. Quienes buscan mantener el orden global, que a fin de cuentas es el único que hoy existe, o quienes buscan sustituirlo por otro, saben muy bien que tienen que contar con la guerra.

 


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