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La Nueva España Domingo, 29 de octubre de 2000 |
Suplemento Siglo XXI, nº 52 páginas 2-3 |
Gustavo Bueno. Catedrático de Filosofía, autor del libro «Televisión: Apariencia y Verdad» |
«No tenemos libertad de pensamiento. Por fortuna. Tenemos libertad de expresión pero no de pensamiento. ¿Cómo voy a tener libertad para decir que el teorema de Pitágoras es falso?» |
«La televisión es la clarividencia, es ver a través de los cuerpos opacos» |
Otro libro. Otro ensayo. Otro más. Gustavo Bueno, catedrático de Filosofía, uno de los principales pensadores de nuestro tiempo, acaba de publicar «Televisión: apariencia y verdad» un estudio complejo y luminoso sobre uno de los fenómenos más importantes del siglo. En dos palabras, el libro indica que la televisión propiamente dicha es la televisión en directo que la distingue de las retransmisiones de películas o programas enlatados, del vídeo y del mismo cine. También señala en las 333 páginas del ensayo que esa televisión en directo, formal, ofrece una realidad exactamente igual a la que vemos cuando se asiste directamente, en persona, a determinado suceso ya que, incluso la más íntima materialidad de los fenómenos electromagnéticos, es la misma: los fotones que excitan nuestra retina son en los dos casos los mismos. De esa manera la televisión logra hacer realidad el eterno sueño de la clarividencia: ver a través de las paredes, de los edificios, de las montañas e incluso del propio planeta. Bueno establece con este libro la primera teoría general de la televisión. Nada menos. Así lo han visto los directivos de la Academia de la Televisión, que conocen ya el estudio, y que acaban de nombrar al filósofo asturiano miembro de honor de la institución, título hasta ahora sólo concedido al ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez. —Un libro sobre televisión... —Aún no lo he leído. Bueno, estoy en ello. Como decían de Menéndez Pelayo, qué sabio sería si hubiese leído todo lo que ha escrito. Me está pareciendo que es un libro más difícil de lo que creía. Al escribirlo pensaba que era el más claro de todos los que había hecho en mi vida. Pero no. Los temas son dificilísimos. —¿Filosofía de la televisión? —Mi propósito ha sido desligarme de la filosofía gremial. Cada vez estoy más distanciado del gremio. Grandes filósofos como Bacon, Descartes, Espinosa o Leibniz no han sido profesores de Filosofía. Eso se olvida muchas veces. He sido profesor, ahora ya no, pero lo he sido siempre de una forma muy anómala. Nunca me sentí integrado en el gremio. —Pues casi siempre fue visto como el prototipo del profesor. —Cuando escribí «El papel de la filosofía en el conjunto del saber», dentro de la polémica con Sacristán, planteaba la necesidad de la filosofía académica y todo el mundo interpretó que me refería a la filosofía universitaria. Pero, claro, me refería a la academia platónica. Bueno, jugaba con la ambigüedad. Decían por eso que era elitista, cuando no tenía nada que ver. El gremio es una escolástica en el mal sentido de la palabra. La escolástica es una función que va cambiando de valores. Es distinta en el siglo XIV a como lo es en el siglo XVI o en el siglo XX. Es lo propio de las escuelas. Pero una escolástica filosófica olvida que las ideas filosóficas están sacadas de la propia realidad. La tradición forma parte de la realidad, ciertamente, pero es sólo una parte de la realidad. Hablar, por ejemplo, de sistema, un concepto tan importante ya que hoy en día todos son sistemas, no quiere decir que uno se refiera sólo a la teoría de Bertalanffy. Tampoco tiene sentido atender sin más a lo que dijo Kant. Para referirse al concepto de sistema hay que fijarse en un sistema termodinámico más bien o en algo similar que son actuales y bien reales. Los profesores de filosofía gremialmente hablan de lo que está escrito, que es ya pasado. Kant estaba al tanto de lo que sucedía en su tiempo. Y tiene sentido su idea de sistema en función, por ejemplo, de las geometrías de su tiempo pero una vez que Gauss establece la geometría no euclidiana las referencias cambian. Pero el gremio prefiere estar todo el día dándole vueltas a Wittgenstein. De ahí salen las oposiciones y los profesores. Son eruditos en esas materias de igual forma que se puede ser erudito de las ligas de fútbol. Cuando los domingos vuelvo de Niembro en coche voy oyendo las radios, los partidos de fútbol, y los tecnicismos que utilizan los comentaristas, la erudición y la soltura con que discuten me recuerdan enteramente la soltura de los filósofos analíticos en sus discusiones. | |||
—Mira la televisión partiendo de los temas de siempre, de la tradición filosófica, pero por encima de todo considerando el fenómeno en términos positivos. —Me planteé qué significan falsedad y verdad en el contexto de la televisión. Por supuesto, no parto de cero. Se trata de demostrar, y ésa es la tesis central de este libro, cómo nuestras posibilidades de pensamiento son muy limitadas. No tenemos libertad de pensamiento. Por fortuna. Tenemos libertad de expresión pero no libertad de pensamiento. Cómo voy a tener libertad de pensamiento para decir que el teorema de Pitágoras es falso. Si lo digo sólo se trataría de una tontería. El pensamiento si es verdadero no tiene libertad. Es una tesis de la tradición escolástica. El entendimiento cuando ve una cosa con evidencia no tiene libertad. La libertad es para la expresión, para la opinión. Y no se puede olvidar aquella frase de Lenin sobre la libertad. Hay cinco poliedros regulares y no tengo la libertad de inventarme otro. Un escultor que tuviese como línea creadora hacer un decaedro regular y consiguiese del Ministerio de Cultura una subvención para realizar un monumento en mármol al decaedro regular en función de su visión no podría hacerlo porque es imposible. —Ni siquiera con mucho dinero. —Nada. Sería desesperante para el creador. Ésa es en el fondo la tesis materialista. En materias que no son tan determinadas como la geometría o parte de la mecánica hay ciertamente más libertad de opciones pero siempre muy limitadas. No puedo pensar lo que quiera sino apenas unas cuantas cosas. No muchas. Por eso, en este libro trato de establecer cuatro teorías sobre la televisión. Es que no hay más. Es importante darse cuenta de esto. En un panorama tan enrevesado, hay sólo cuatro posibilidades. ¿Y la capacidad mitopoiética del cerebro?, dirán algunos. Pues ya ve usted, mi cerebro es limitado. Pero tampoco se puede perder de vista que la postura que eliges de entre las cuatro no es independiente de las demás. Ésa es la posición dialéctica por excelencia. Es lo que sucede en política donde no se puede ser monárquico sin tener en cuenta el planteamiento republicano. La tesis propia supone una crítica incesante de las demás tesis. Es el caso también de las teorías sobre la televisión. Éste es el plan del libro. El tema me lo pusieron. Todo partió de un curso que hace dos años se realizó en Gijón sobre nuevas tecnologías. Hablé de televisión y realidad. Y el director de una colección de la editorial Gedisa, Lorenzo Vilches, que es catedrático en Barcelona, me llamó y me encargó este libro. —No tiene muchos precedentes. —Lo común es hacer crítica de la televisión de tipo sociológico o informático. Cómo se trucan las informaciones, cómo se presentan las campañas electorales o las informaciones de guerras. Debates sobre cosas pragmáticas. O comentarios que giran en torno a hechos como que escuchas que han metido un gol y todavía no lo has visto porque llega antes el audio que el vídeo. Pero yo he optado por la perspectiva filosófica. He planteado la distinción entre verdad y apariencia pero, claro, no en sentido metafísico. La he planteado desde un punto de vista positivo, en el mundo práctico de la televisión. Después se trata de ir viendo cómo resuenan los antecedentes. Por eso aparece enseguida la caverna de Platón que ya es una vulgaridad aplicada la cine. Hace muchísimos años, en Salamanca, leí casi simultáneamente un libro de cine y otro de pedagogía. En el libro de cine se decía que el inventor del cine había sido Platón. La caverna es el cine. Entonces, estaban en auge las máquinas de enseñar de Skinner. Así que el otro libro decía que el inventor de la máquinas de Skinner había sido Sócrates cuando en el Menón le explica al esclavo cómo se traza la diagonal y otras enseñanzas similares. De ahí, la importancia de Platón está en haber inventado el cine y la de Sócrates en haber inventado la máquina de Skinner. El cine es una apariencia, cosa de imágenes. Estás ahí, dentro de la sala de proyección que es una esfera, una burbuja. Pero la televisión es un toro, un donuts, la construcción geométrica es muy distinta. —Pero ¿qué televisión? —La distinción fundamental que se establece en el libro es entre televisión formal y material. La televisión material es realmente cine. Cuando estoy en casa y enchufo el vídeo con una película o sencillamente retransmiten una película, eso es cine. En la televisión formal, sin embargo, ves en directo lo que ocurre. Ésta es la cuestión. Además el concepto de televisión está mal formado. Se refiere a ver a lo lejos. Pero eso es un redundancia, siempre se ve a lo lejos. Cuando se te graban los colores en las zonas V4 y V5 del occipital se produce algo que se conoce perfectamente. Se utilizan electrodos y se sabe con detalle la relación entre la retina y el cerebro. Es algo de tipo eléctrico. Pero los colores los veo fuera, así es la visión. Y ese es un problema central de la filosofía. Cuando los pitagóricos se enfrentaron con el hecho de la visión ofrecieron una teoría que después siguió Platón y los médicos españoles del siglo XVI, entre ellos el Divino Vallés, que era de Covarrubias y médico de Carlos V. Eran los filósofos médicos aristotélicos que no hablan ya de los ángeles sino de los humores. Consideraban la visión como algo formado por un fuego que sale de los ojos y que se junta con el fuego que viene de fuera, que es la luz. Al unirse aparece la imagen. Es el mismo planteamiento del idealismo. Es la tesis de Berkeley que fue convertida por Fichte en un extremo de manera que consideró que Berkeley era un materialista. El colmo. Fichte dice que Berkeley es un materialista porque admite un dios fuera del ego. Para él todo es el yo, es el más extremo subjetivismo germano. Llamar materialista a Berkeley es el colmo. Bueno, pues piensan que la visión es eso. Pero Aristóteles tiene una idea distinta, equivalente a la metáfora del reflejo. Del reflejo en las aguas, en un espejo, de ahí su planteamiento especulativo, de espejo. Compara el ojo con un lago, con el humor acuoso. Las imágenes vienen al hombre y allí se reflejan. Por eso vemos. Es absurdo, claro. La imagen que veo en el interior ¿cómo la veo fuera después? La vista y el oído se denominan teleceptores porque perciben a lo lejos. Si la visión es siempre televisión ¿por qué llamar televisión al aparato? El concepto está mal formado, es un concepto mal nacido. Vemos a lo lejos sin televisión. La Luna la vemos bien lejos sin necesidad de televisión. Y no digamos el Sol. | |||
—Adiós a MacLuhan. —Hay quién opina que todo consiste en las telepantallas. Piensan, con MacLuhan, que el medio es el mensaje de manera que el medio es la pantalla. La televisión es un caso más de la familia de los ordenadores y de los vídeos. Desaparece entonces la distinción entre la televisión material y la formal que es decisiva. A mi juicio esa distinción es lo que está interesando de este libro a los expertos. A partir de MacLuhan todo es mensaje. Pero suponer que todo es mensaje es volver otra vez al idealismo de Berkeley. Todo se reduce a mensajes que nos manda Dios para magnificar su gloria. Esa idea funciona en MacLuhan de forma subrepticia. Y en otros. Cassirer y los neokantianos ya no se refieren al mundo natural pero en cuanto al mundo cultural consideran que todo son mensajes. Las formas artísticas, literarias, arquitectónicas... todo son mensajes, todo son lenguajes. A mi me parece que abusan del concepto de mensaje. Cuando escuchas un cuarteto de Beethoven escuchas el tejido, cómo está construido, pero no hay mensaje que valga como tampoco hay mensaje en el teorema de Pitágoras. —Estábamos con las telepantallas. —Lo que ahora propongo es que lo específico de la televisión, sin negar su dimensión de telepantalla, es la televisión formal que logra el ideal de clarividencia propio de muchos y viejos mitos: ver a través de los cuerpos opacos. Mediante las ondas electromagnéticas, antenas o cables permite ver lo que está detrás de paredes, cordilleras o la propia Tierra, en el caso de las antípodas. También es fundamental entender que lo que ves por la televisión formal es literalmente lo mismo que ves directamente. Los procesos de los fotones que chocan con tu ojo o los que te vienen reexpedidos por la pantalla lo mismo, exactamente lo mismo. Incluso cuando está digitalizada, la televisión nos informa directamente de la realidad. Por eso viendo la televisión formal vives algo dramático, un drama real. Eso no ocurre ni en el cine ni en el vídeo. En televisión, sin embargo, puede morirse el locutor o como aquel policía que se murió durante la celebración de un juicio que estaban televisando. Es el caso de la misa. Si es cinematográfica no es una misa, es sólo una pintura. El drama de la misa es la transubstanciación, el instante en que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. En la televisión formal la misa es real. —Por eso vale. —Claro. —Hay televisión para rato. —La televisión tiene asegurada su plaza. El cine es algo psicológico, algo pintado. La televisión ha desbordado al cine que tiene importancia por el suministro de imágenes y personajes pero desconectados del mundo real. Es un sueño, un gran delirio, un proceso onírico. Internet es una especie de televisión. Una variedad. Puede retirarle mucha clientela a la televisión convencional. Para un sociólogo lo importante de la televisión, que como medio de masas nace tras la Segunda Guerra Mundial, es que reforzó la familia. ¿Por qué? ¿Porque hacía propaganda de la familia? ¿Porque los contenidos semánticos de la televisión iban por ahí? No, más bien todo lo contrario. Pero el hecho de estar sentada toda la familia delante de la televisión, aunque no hablasen, los mantenía reunidos. Es como el rosario en familia, la refuerza aunque el rosario no dice nada de la familia. —La familia que reza unida permanece unida. —Ya. Como el secreto de Fátima: Rusia se convertirá cuando todos los rusos recen el rosario. Claro. Es pura tautología. Una profecía que no se equivoca nunca. El medio es el mensaje para el caso del vídeo. Es lo que dice Fukuyarna en su teoría del final de la historia. Lo que cuenta es la democracia, el mercado y el vídeo. Sin el vídeo no hay nada que hacer. La gente llega cansada a casa y ve el vídeo. Vuelve a la caverna de Platón. El vídeo es la telepantalla y permite seleccionar los contenidos de muchas cadenas. La televisión formal fue el caso de «Gran hermano». Teóricamente todo funcionaba sin más. Veías lo que sucedía. Claro, después se jugaba con las 29 cámaras, pero el planteamiento teórico era el de la televisión formal. Siempre me preocupó por qué el mito de la caverna de Platón es tan pregnante que sirve incluso para Fukuyama. Quizá el mito de Platón deriva a su vez de situaciones reales de muchos siglos anteriores. Es la idea que Nietzsche sostuvo en el eterno retorno. Para Nietzsche, Platón expone los mitos que están grabados en la mentalidad arcaica de la humanidad, de ahí su extraordinaria fuerza. |
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