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Interviú
nº 1262, 3 de julio de 2000
Gran Hermano
página 22

Psicología pura
Gustavo Bueno
 

Gustavo Bueno El Gran Hermano vive sus últimas semanas. Los participantes, que quieren llegar al final (y no tanto acaso por recibir el premio principal, cuanto por no ser ex-comulgados) se esfuerzan por no hacer nada que pueda comprometerlos ante el gran jurado. Desconocen los criterios que guían las votaciones de éste. En las «nominaciones» cada cual debe justificar su voto; pero el Gran Hermano no tiene que justificar nada. Los criterios de su peculiar democracia son inescrutables y el fallo es inapelable. Sus sentencias no son ni justas ni injustas: están más allá de la justicia o de la injusticia (¿es justo o injusto que la lotería toque a una persona en lugar de tocar a otra?). Una vez emitida la sentencia cada cual intentará explicarla retrospectivamente («el voto femenino, que es mayoritario, castiga ciertas actitudes machistas», «el Gran Hermano ha percibido que alguien no dedicó al fregadero el tiempo debido»).

También los internos, que han pactado no excluirse mutuamente intentarán explicar los decretos del Gran Hermano. Tienen menos elementos de juicio, pero lo temen, y por ello procuran hacer todo lo posible para no distinguirse. El colegio se enfría y los comportamientos de los colegiales pierden fluidez. Mabel, por su condición de madre hacendosa, pragmática y prosaica, ejerce a la perfección sus funciones de secante del grupo. Lo modera, en general, y modera a Iñigo, el colegial más infantil (porque tal es el papel que él ha escogido), en particular. La dirección del colegio, atenta al curso de los acontecimientos, trata de compensar la caída de la tensión suministrando a los colegiales tareas rutinarias, o incitándoles a que hagan comedias; la dirección del colegio, que vela además por la «cultura» de sus pupilos, les propone a Calderón.

En estas condiciones lo mejor que pueden hacer los internos es replegarse hacia el mundo de las interacciones mutuas de contenido puramente afectivo, hacia la depuración de emociones y sentimientos químicamente (psicológicamente) puros, como ocurría en los conventos de los «diálogos de carmelitas». Cada cual va destilando los más delicados y exquisitos sentimientos en torno a los otros compañeros con los que comparten las vacaciones («te quiero», «enséñame a querer»...) Incluso Iván, el racionalista, que mantiene cierta distancia desde su observatorio particular. Todos se vigilan, espían sus sentimientos recíprocos, tratan de averiguar las razones por las cuales el Gran Hermano puede expulsarles (¿«qué delito cometí?»). Ninguno quiere ser expulsado porque saben que el Gran Hermano juzga sin dar razones y que, por tanto, es la personalidad global de cada cual la que resulta juzgada. Esto es lo que les inquieta y lo que inquieta también a los antiguos colegiales expulsados y a sus familias.

Cuando los miércoles, la presentadora, Mercedes Milá se dispone a anunciar la sentencia a los colegiales, que ya están sentados en el diván y con las manos cogidas, la tensión aumenta: se incrementa la presión de los apretones de manos; todos temen haber sido elegidos. «¡Iñigo!». Nadie se lo esperaba, ni siquiera acaso el propio maldito. Pero Iñigo no representaba un peligro para nadie. La sorpresa alivia la tensión. Las manos se aflojan, todos respiran y experimentan una gran tranquilidad y alegría. Tenemos quince día más de vida colegial. Pero como sería vergonzoso expresar esta satisfacción, todos desencadenan automáticamente un mecanismo de disimulo, de enmascaramiento. Quedan estupefactos (porque continúan), incluso lloran. Especialmente Mabel: la cantidad de lágrimas que segrega, da la medida del grado de miedo que tenía a su expulsión.

[ 29 junio 2000 / se sigue el original del autor ]

 
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