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La Nueva España
Jueves, 9 de marzo de 2000
Suplemento Cultura, nº 478
última página

El último ensayo del filósofo abre la polémica con los historiadores

Bueno frente a España

Felicísimo Valbuena de la Fuente

En 1988, Bueno pronunció una conferencia con el título España. Alba Editorial consideró que la conferencia encerraba el plano de un libro y el autor aceptó el encargo. Es la segunda vez en pocos años que Bueno se enfrenta con temas candentes y los desarrolla con un estilo que cada vez está llegando a un público más extenso. El mito de la cultura, su obra anterior, inauguraba ese nuevo estilo, más accesible.

La originalidad de esta obra es que somete a crítica muchas de las ideas que están en el ambiente y, además, ofrece sus propias interpretaciones. Bueno se ha ganado fama de provocador, pero porque no duda en demostrar a los teólogos que sabe tanta o más teología que muchos de ellos –El animal divino–; a los politólogos, que nada de lo que ellos tratan le es ajeno –Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas–; a los antropólogos, sometiendo a crítica implacable los conceptos de «cultura» e «identidad cultural», y ahora les toca la vez a los historiadores. Por supuesto, las ideas de Bueno recibirán críticas, a veces muy fuertes. Pero es que la polémica es una parte muy importante de la Teoría del Cierre Categorial, el sistema que Bueno ha creado. Si las personas no someten a crítica las ideas, éstas acaban convirtiéndose en algo lánguido, sin fuerza, y caen en el olvido. O lo que es peor, auténticas estupideces pasan por ideas respetables.

Bueno reprocha a algunos historiadores que no sometan a un examen filosófico riguroso los conceptos que manejan. Recuerdo que también ha reprochado a los pedagogos y a los psicólogos el empleo de términos tan confusos como el de «niño difícil». Considera que «erasmismo español», «retraso histórico», «estado no unificado», «nación de naciones» y otros términos al uso no resisten un examen serio. Considera que hay algunos historiadores que padecen de determinismo interno, porque están convencidos de que todo lo bueno que tienen los españoles proviene de ellos mismos; otros sufren de determinismo externo y piensan que todo lo bueno proviene de fuera. Son complejos de superioridad o de inferioridad que están en el fondo de las páginas que escriben.

Distributivo / atributivo

La alternativa que Bueno ofrece es enfrentarse filosóficamente con los «problemas» y el «problema» de España. Para eso, se vale de su sistema del Cierre Categorial; en concreto, de su distinción entre categorías distributivas y atributivas. Obtiene así ocho maneras básicas de entender la identidad de España. Y acto seguido, ilustra con autores y obras esas diferentes concepciones. Una de las características de Bueno, que aparece en todas sus obras, es la rara capacidad que tiene para relacionar con rigor personas, hechos y lugares aparentemente sin conexión. El capítulo primero de este libro es un ejemplo más de este aspecto tan creativo de su pensamiento. Podríamos decir que sirve de brújula para orientarse en medio de un gran número de obras que muy diversos autores han escrito sobre España.

Realiza el mismo trabajo de identificar y orientar cuando aborda en el capítulo segundo el concepto de nación. Partiendo de las ideas de Bueno, resulta muy útil observar los debates que tantas veces versan sobre el concepto de nación. Los que discuten no se ponen de acuerdo ni pueden ponerse si antes no caen en la cuenta de cuándo hablan de nación biológica, de nación etnológica (o étnica), de nación política o de «nación fraccionaria». Cuando los historiadores no tienen claros estos conceptos, desbarran. Por eso, Bueno dedica casi cien páginas a este asunto y a sacar las consecuencias que observa en la vida política y social actual.

Seguidamente, Bueno dedica doscientas páginas a la «ldea de imperio como categoría y como idea filosófica» y a «España y el Imperio». Será el aspecto más polémico del libro, porque nos encontramos en lo que él subtitula «Mínimo prestigio del término "Imperio" y prestigio máximo del término "nación"». No le importa que algunos se rían y consideren trasnochado que no se centre en este último término. Le parece que pensar así sería tan ridículo como «que el "zoólogo pacifista" pretendiese distraer el interés científico por los lobos, en cuanto animales depredadores, en beneficio de las investigaciones sobre las ovejas». Él sostiene la tesis de que la idea filosófica de Imperio no tiene correlatos «realmente existentes» pero es imprescindible para interpretar sistemas políticos históricamente dados.

El imperio

En este punto, encuentro que su actitud es como la de Freud, que tomó del libro VII de La Eneida el lema de su vida: «Flectere si nequeo superos, Acheronta movebo» [si no puedo obligar a los dioses de lo alto, moveré a Aqueronte (los infiernos)]. Freud se enfrentó con lo que los psiquiatras de su tiempo rechazaban. Los pacientes reprimían un material muy interesante, que explicaba muchas cosas de la vida posterior. Como no le admitieron en el cielo académico de su tiempo, se decidió por el Inconsciente (el Infierno). Bueno encuentra que el mínimo prestigio del término «Imperio» –que actualmente está en los Infiernos– puede resultar muy importante conceptualmente para explicar el pasado y anticipar el futuro.

Distingue cinco acepciones del término «Imperio» y considera que las categorías de nuestro derecho civil o constitucional no son adecuadas para conceptualizar la unidad política efectiva de la España histórica. A continuación comienza una interpretación de la historia de España con un dominio y una soltura que puede sorprender a los historiadores, como se sorprendieron físicos y químicos cuando hace casi veinte años aplicó su Teoría del Cierre Categorial a las Ciencias físico-químicas. En uno de los apéndices del libro, facilita un catálogo de una biblioteca particular en torno a España y su historia. Sin duda, esos cien libros son una muestra de esa erudición ciclópea que revela en todas sus páginas.

Hacia la disputa

Después del recorrido histórico y de la interpretación que Bueno realiza, es lógico que nos preguntemos si estamos en los umbrales de una de esas polémicas que se han hecho ya célebres: Américo Castro-Claudio Sánchez-Albornoz o Pedro Laín-Calvo Serer y que tanto juego dieron para que los españoles reflexionasen sobre sí mismos. Desde luego, la vitalidad de Bueno nos hace recordar la de don Américo y don Claudio, pero el clima intelectual es ahora mucho menos apasionado, tirando a insulso. Bueno segrega tantas ideas que puede retraer a algún animoso que se atrevería si el autor fuese de una envergadura intelectual menor. La gran ventaja es que, si alguien entra en la disputa intelectual, está garantizada la respuesta, porque Bueno está lejos de esos elitistas que piensan que pierden dignidad si bajan a la arena de la polémica.

Dedica el autor los dos últimos capítulos a España y América Hispana (Iberoamérica) y a España frente a Europa (el mismo título que el libro). La manera de acometer estos dos temas es la misma que en todo el libro. Bueno construye los términos y luego los pone en movimiento hasta que los proyecta hacia el futuro. Nos encontramos ante alternativas de la política exterior, que animan a la discusión, si la política exterior quiere salir del reducto de los diplomáticos y abrirse a la opinión pública. Bueno es muy partidario de las relaciones de España con Iberoamérica, que él sistematiza muy bien y el capítulo dedicado a Europa es un pequeño tratado sobre el papanatismo. Enumera las ventajas y las desventajas, con trazos muy realistas, sin renunciar a las ironías sobre la «Europa sublime».

Aunque ya he adelantado que Gustavo Bueno muestra en este libro un estilo que puede llegar a muchos lectores, podría llegar a muchos más en próximas obras, incluso sobre el mismo tema. Si escribiese con párrafos más breves y si prodigase más los puntos y aparte, su estilo sería mucho más ágil y los lectores se lo agradecerían. Estoy pensando en una obra como Breve Historia del Mundo, de H. G. Wells, proporcionalmente con menos ideas y menos fundamentadas que el libro de Bueno, pero que llegó a grandes masas del público. En cualquier caso, mucho mejor un libro como éste que tantos otros con un estilo de falsa agilidad, precisamente porque apenas transportan ese contenido tan importante al que llamamos pensamiento.

Felicísimo Valbuena de la Fuente es catedrático de Teoría General de la Información.
Universidad Complutense de Madrid.

 


Fundación Gustavo Bueno
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