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La Nueva España
Jueves, 2 de marzo de 2000
Suplemento Cultura, nº 477
páginas I-III

El filósofo Gustavo Bueno, cuya última obra publicada es «España frente a Europa», analiza en este artículo «España, la evolución de la identidad nacional», último libro del historiador Juan Pablo Fusi

Las coordenadas de la España de Fusi

Gustavo Bueno

El libro de Fusi sobre España, que La Nueva España me invita a comentar, es un libro partidista. Y no afirmo esto en son de reproche porque doy por supuesto que no es posible escribir un libro de tesis sobre La evolución de la identidad nacional española, desde el conjunto cero de premisas. El sistema de premisas o, si se prefiere el sistema de coordenadas, desde las cuales se escribe sobre la identidad de España se opone necesariamente a otros sistemas de premisas o de coordenadas. Queremos decir que quien escribe un libro de tesis sobre la identidad de España es porque «ha tomado partido» por un sistema de premisas o de coordenadas, en lugar de tomar partido por las de otro. Otra cosa es que el autor crea estar escribiendo desde una perspectiva neutral, positiva o puramente científica, acaso porque supone que ha logrado desprenderse de cualquier sistema de coordenadas (o de premisas o de prejuicios) que él rechazará como metafísicas. Sistemas de coordenadas que él reconocerá, además, como propios de un ensayismo literario filosófico similar al que utilizaron los escritores vinculados, como precursores o sucesores, a la generación del 98. Un ensayismo instalado además, viene a decir Fusi, en los prejuicios metafísicos del esencialismo, que sería la perspectiva más alejada de la historiografía científica de nuestros días. Y esto dicho sin perjuicio de que aquel esencialismo -el de Ganivet, el de Unamuno, incluso el de Ortega- llegase a contaminar, según el mismo Fusi, a algunos verdaderos historiadores, como pudo ser el caso de Menéndez Pidal o de Sánchez Albornoz, en tanto que ellos giraban sobre la cuestión: «¿Qué es España?».

Pero ocurre que las coordenadas (implícitas) de Fusi son tan metahistóricas (por no decir metafísicas) como pudieran haberlo sido las de Ganivet, las de Unamuno, las de Ortega o las de Menéndez Pidal. Y no podrían serlo de otro modo: contraria sunt circa eadem. Cuando es preciso pronunciarse sobre la «metodología historiográfica» que va a seguirse, cuando se tiene necesidad, aunque sea críticamente, de utilizar formalmente las Ideas de «esencialismo», de «acontecimiento histórico», de «Identidad», de «evolución de la identidad», de «nación», etc., entonces es imposible mantenerse en actitud neutral ante cualquier tipo de coordenadas metahistóricas (por no decir metafísicas). Algunas ciencias positivas, en las regiones de su campo en las que hayan logrado cerrar sus construcciones, podrán efectivamente mantenerse al margen de toda coordenada metacientífica: tal es el caso de la Geometría. Pero este no es el caso de las «Ciencias históricas» que, por su materia, no pueden alcanzar nunca el estadio de una ciencia plenamente cerrada. La «historiografía académica» de cada época está siempre envuelta por premisas antropológicas, políticas o filosóficas; y lo único que puede ocurrir es que se establezca durante un intervalo de tiempo variable un consenso entre los miembros del gremio de historiadores que puede darles la impresión de que las coordenadas comunes, que no hace falta nombrar, no intervienen en la construcción de su propio campo.

No se trata, por mi parte, en esta ocasión, de impugnar las coordenadas o premisas de Fusi y, desde es punto vista, estas líneas no quieren ser críticas. Trato simplemente de poner a la luz algunas de las coordenadas implícitas en la obra de Fusi; y según esto, estas líneas quisieran reducirse a los términos del más puro «psicoanálisis lógico», es decir, al intento de determinación de la acción «inconsciente» (más suavemente: «implícita») que un determinado sistema de coordenadas metafísicas (más suavemente: «metahistóricas») está ejerciendo sobre una obra aparentemente exenta de todo prejuicio, dado su carácter positivo ajustado (y de un modo erudito y brillante) al canon de la más estricta «historiografía científica».

Ante todo, Fusi quiere dejar bien claro que su perspectiva se mantiene a mil leguas de distancia de cualquier tipo de esencialismo en la interpretación de la identidad de España. Pero lo que no queda tan claro es cuál sea su alternativa (o su disyuntiva); lo que, a su vez, demuestra que el concepto de esencialismo que Fusi maneja es muy oscuro y, por decirlo más llanamente, es un verdadero fantasma. Porque si por «esencialismo» sobrentiende una visión de España, como si esta fuese una «esencia megárica», que flota por encima de la historia, entonces su crítica al esencialismo es una crítica a un «fantasma gnoseológico», porque un tal esencialismo no lo ha defendido nadie (si dejamos de lado a los teólogos de la Providencia o del Destino manifiesto; Destino manifiesto que ni siquiera los teólogos de la «ciencia de visión» admitirían como manifiesto «a los hombres»). Las referencias que Fusi nos ofrece para describir este supuesto «esencialismo transhistórico» de Ganivet, Unamuno o Menéndez Pidal, tienen que ver con otra cosa, a saber, con el psicologismo. La supuesta «sobriedad» del carácter español, o su «crueldad», o su «senequismo», no son notas susceptibles de ser obtenidas desde un esencialismo transhistórico, sino notas derivadas de una perspectiva psicologista (que a veces no es ni siquiera rebasada por los antropólogos aunque mantenga un cuño ecologista). Pero el psicologismo (que yo soy el primero en repudiar) puede estar inmerso en una perspectiva historicista, como lo estuvo en Ganivet, en Unamuno o en Menéndez Pidal. La supuesta sobriedad o el senequismo que los escritores del 98 solían atribuir a los españoles eran concebidos, salva veritate, desde luego, desde coordenadas históricas.

Pero lo cierto es que Fusi conceptua el psicologismo historicista de los escritores del 98 como esencialismo, por lo que habremos de pensar que él se opone a este psicologismo, más en lo que pueda tener de esencialismo, que en lo que pueda tener de psicologismo. ¿Y qué es lo que puede tener de esencialismo este psicologismo, en qué puede aproximarse a un esencialismo? Decimos (y lo decimos de un modo imprescindible, porque de otra forma es mejor no hablar de esencialismo): a un esencialismo megárico (porfiriano, podríamos también llamarlo, en atención al Porfirio que está aún presente en el esencialismo de las especies inmutables de Linneo), pero incluso a un esencialismo plotiniano (si se prefiere: evolucionista o darvinista, por cuanto, sin perjuicio de admitir la realidad del estado estacionario, durante intervalos variables de tiempo, de determinadas esencias específicas, postula la transformabilidad de unas esencias o identidades específicas en otras, como consecuencia de los mecanismos causales que actúan en el medio o en los propios organismos). Lo que Fusi parece querer rechazar con el nombre de «esencialismo» es todo intento de atribuir a España caracteres o estructuras permanentes (psicologistas o no), en cualquier intervalo histórico. Y esto no s obliga a pensar que Fusi parece encontrarse más a gusto en las coordenadas de un fluidismo historicista radical, el que suele ponerse bajo el patronato de Heráclito (todo fluye) y que fue elevado a la condición de canon de la historiografía por J. Burckhart. Nuestro diagnóstico parece corroborarse con la distinción disyuntiva y perentoria que Fusi propone entre la cuestión: «¿Qué es España?» (cuestión, según él, tranhistórica, y aun metafísica) y la cuestión: «¿Cómo se construyó la nacionalidad española»?, que tendría ya un formato adecuado a la ciencia histórica. Pero semejante distinción, así planteada, es vana. Entre ambas cuestiones no media disyunción alguna. Y nadie de quienes se proponen las cuestiones de estructura «¿Qué es España?» (ni Ganivet, ni Unamuno, ni Ortega, ni Menéndez Pidal), dejará de lado la cuestión de génesis: «¿Cómo se formó?» Ningún zoólogo actual que se plantea una cuestión taxonómica de estructura (¿Qué es un reptil?) deja de lado la cuestión de génesis evolutiva: ¿Cómo se formaron los reptiles, a partir de las transformación, o evolución de la identidad, de los peces y de los anfibios? Y la cuestión de la estructura taxonómica de los reptiles nada tiene que ver con la inmutabilidad, la eternidad, o el destino manifiesto de los reptiles, para «señorear la Tierra». Desde la perspectiva de un fluidismo absoluto se llegará, sin duda, a negar o a dudar cualquier tipo de estructura, en el espíritu del nominalismo más radical. Y lo que resultará entonces más dudoso es que pueda suscitarse siquiera una cuestión acerca de la génesis de algo, España, por ejemplo, si carece de cualquier diferenciación estructural (no ya psicológica). Una mera disposición fugaz y empírica entre la muchedumbre de disposiciones fugaces y empíricas constituidas por todos los demás acontecimientos que ocurren en la historia es ininteligible. ¿Por qué considerar acontecimiento a cualquier ocurrencia histórica? A Fusi no parece preocuparle el asunto. Sencillamente dice que la historiografía científica describe los acontecimientos. Pero, ¿cuáles? ¿No fue tan acontecimiento, en cuanto algo sucedido, el equipamiento de la Santa María, como el equipamiento de cualquier barquito pesquero anónimo, que hubiera tenido lugar en el siglo XV? Lo que quiero decir es que si los acontecimientos históricos son tales, lo serán, no en cuanto acontecimientos sin más, sino en cuanto son insertables en la trama de una estructura objetiva al margen de la cual la historiografía perdería su rumbo y se convertiría en un centón de curiosidades ordenables por un orden cronológico que no sería más real que el orden alfabético. ¿Acaso Fusi cree posible prescindir de todo tipo de estructura porque concibe la historia como una concatenación aleatoria o accidental de acontecimientos? De hecho, Fusi llega a utilizar, en asunto tan grave como el del Imperio español, la categoría ontológica del «accidente», y viene a decir que el Imperio español fue enteramente accidental para España. Pero la Idea de accidente y el accidentalismo o contingentismo que le acompaña, es tan metafísica (más suavemente, ontológica) como la Idea de esencialismo. Con todo, Fusi termina por referirse a la Idea de Nación, como sujeto de atribución de la Identidad de España. Fusi habla de la identidad nacional. Podemos, por tanto, admitir que, pese a su «fluidismo teórico», de hecho, Fusi opera, al hablar de España, con algo así como con una estructura, a saber, la de su identidad nacional, cuya génesis intenta determinar.

Pero la Idea de Identidad es también una Idea ontológica (por no decir metafísica en muchos de sus usos). Fusi no tiene a bien distinguir, desde luego, Unidad e Identidad, ni en general, ni en su referencia a España. Y esta indistinción, es decir, la confusión correspondiente es, lo que probablemente impide a Fusi conceptualizar con un mínimo de rigor el término (no el concepto) de nación que él utiliza. La exposición del término nación que Fusi ofrece es un prototipo de ambigüedad, de mezcla de planos. Dicho francamente: de ausencia de concepto, enmascarada con citas ajenas. No basta con alegar que la nación «es el más sutil y complicado producto de la evolución histórica». Tan complicado y sutil producto como pueda ser la nación, es el producto «lamelibranquio» de la evolución zoológica, y sin embargo los zoólogos lo han definido. Lo que no se puede hacer es confundir el concepto de nación política en sentido moderno (es decir: la novedad histórica absoluta de esta categoría política) con el concepto de nación étnica (incluso cuando este concepto se utiliza en contextos políticos). Fusi dice: «no hay definición objetiva de nación» (pág. 38). Pero esta afirmación parece tener el sentido de una afirmación referida a una quaestio iuris más que a una quaestio facti. Pero con ello Fusi se alinearía en las coordenadas del idealismo histórico, y muy tocado, por cierto, del psicologismo: el «sentimiento de la nacionalidad». Al no distinguir la unidad nacional de España de la identidad de España, Fusi se ve envuelto por el oleaje de multitud de ideas confusas que él no puede controlar: Nación, nacionalismo, sentimiento prenacional de pertenencia e identidad, nación inarticulada (¿invertebrada?), nación articulada, etc.

No dispongo del espacio que sería necesario para extenderme en el análisis del interesante libro de Fusi. Me limitaré a insistir, como final, en el hecho de que Juan Pablo Fusi, lejos de mantenerse al margen de cualquier tipo de coordenadas metahistóricas, parece moverse en el ámbito de un sistema de coordenadas perfectamente definibles (incluso en el marco de una determinada orientación política), al menos si utilizamos la imprescindible distinción entre la cuestión de la unidad y la cuestión de la identidad de España.

Por lo que se refiere a la unidad de España. Cabría decir que las coordenadas de Fusi son las mismas que las coordenadas utilizadas por los redactores de la Constitución de 1978 y por quienes las desarrollaron (ya en los años 80, 81 y 82) en la Ley Orgánica para la Armonización del proceso Autonómico (LOAPA). Coordenadas confusas, resultados de consensos coyunturales, más que de acuerdos, entre cuyas mallas quedaron flotando, sin llegar a encajar armoniosamente, conceptos tales como los de nación, nacionalidad, nacionalidades históricas, nación de naciones, regiones autónomas, culturas propias y hechos diferenciales, Estado federal o confederal, Estado español... El hecho de que Fusi reconozca ampliamente las oscuridades de la Constitución del 78 y las consecuencias peligrosas de la homogeneización de las Autonomías que pretendió llevar a cabo la LOAPA no quiere decir que él ofrezca, no ya alguna solución alternativa (porque esta no es su obligación como historiador), pero tampoco alguna explicación histórica que no sea una explicación ad hoc, es decir, tautológica. Además, al afirmar (pág. 274), como si la compartiera, la tesis de los nacionalistas radicales vascos o catalanes, según la cual «la naturaleza de las nacionalidades vasca y catalana es ajena a la estructura del Estado español», pone patas arriba toda la «teoría» sobre la unidad histórica de la identidad nacional que había expuesto en el cuerpo de su obra. Aquí Fusi quiere subrayar la idea de que la nación española que fue cristalizando en la época moderna (como prácticamente todo el mundo admite) no constituye, desde el punto de vista histórico, ninguna anomalía, menos aún un «imposible metafísico» (y lo único que encuentro extraño aquí es que Fusi no cite el libro de Julián Marías España inteligible consagrado precisamente a demostrar la tesis del paralelismo entre la evolución de la nación española y la evolución de las otras naciones europeas; es evidente que Fusi ha leído el libro de Marías, aunque acaso lo ha leído como obra de un ensayista o filósofo, más que como obra de un colega perteneciente a su gremio). ¿Por qué Francia o Alemania, con esa supuesta historia nacional paralela a la nuestra, no tienen hoy los problemas de secesión planteados por las nacionalidades fraccionarias que se vienen planteando en España a cuenta de los nacionalismos radicales vascos, catalanes o gallegos?

La obra de Fusi termina en realidad con la expresión de la contradicción formal que su libro no logra resolver ni explicar, y que tan sólo enmarca con una enumeración dispersa de datos eruditos. La Constitución española de 1978, dice Fusi, «supo reconocer la realidad plural efectiva de España» (se diría que Fusi utiliza la idea, aunque no la represente, del «destino manifiesto» de la España democrática hacia el Estado de las Autonomías). Pero luego resulta que la Constitución no ha logrado ofrecer una solución real al problema de la unidad de España. Aunque el Estado de las Autonomías quiso integrar armónicamente su múltiple herencia histórica, y aunque no lo haya conseguido, habrá que agradecerle, viene a decir Fusi, su querencia, su buena voluntad. Pero esto es mero subjetivismo. En política no hay que agradecer el finis operantis, sino el finis operis. Y si se había explicado históricamente la evolución de la identidad nacional española y su destino manifiesto, por decir así, hacia el Estado de las Autonomías, ¿por qué se dice luego que la naturaleza de las nacionalidades vasca y catalana es ajena a la estructura del Estado español? ¿No habrá que concluir que la identidad española no puede ser históricamente explicada, como lo pretende Fusi, en el tablero de los nacionalismos en el que tantos políticos están enredados?

Por lo que se refiere a la identidad española, cabe afirmar que las coordenadas de Fusi son las mismas que las del europeísmo políticamente más correcto (el que incluye a la OTAN y a la tercera vía del capitalismo). Para Fusi (lo diremos en nuestros términos, puesto que en los suyos no es posible decirlo) la identidad de España estriba en su condición de ser parte formal de Europa, es decir, en su identidad europea. Fusi dice: «España es una variable de Europa» (no sabemos muy bien si variable significa variante, puesto que no se ha indicado la función respecto de la cual España podría ser una variable). La cuestión de la identidad hispánica de España se deja al margen, como un accidente.

Acaso la única salida que pudiera abrirse a las contradicciones, no explicadas históricamente, que contiene el libro de Fusi, sería la de salvar «la condición ajena» al Estado español que se atribuyen a las nacionalidades vasca y catalana, refundiéndolas en una unidad europea, desde la cual lo importante no fuera tanto ser catalán, vasco o español, sino ser europeo.

 


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