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Diario 16
Madrid, domingo 30 de enero de 2000
Domingo Express, número 31
La entrevista Express [contraportada]

«La derecha y la izquierda se avergüenzan de España» «Sólo un lerdo se puede tragar la propuesta de Almunia» «Una sociedad que no se reproduce es que está muerta»

«Los nacionalismos vasco y catalán son un camelo»

Gustavo Bueno, uno de los más lúcidos intelectuales españoles, trata de poner algo de luz en el confuso panorama político. Para curar la vergüenza de España recomienda leer a Miguel Hernández, y advierte sobre los efectos del pacto de izquierdas.

Rafael Torres
Fotografía de Alberto Pérez

Riojano de cuna y asturiano residente desde hace más de 40 años, este sabio español provocador, lúcido y un punto atrabiliario (o sea, español) ha empleado su vida en enseñar los rudimentos de la vida a sucesivas generaciones de estudiantes. Gustavo Bueno, que curra y se mueve hoy más que antes de la jubilación, es un filósofo de la realidad, esto es un hombre traspasado por las saetas de la curiosidad, la inquietud, la rabia, la duda y el conocimiento, y es, sobre todo, un hombre libre que, por su condición, suscita la enemiga de quienes viven instalados en el pensamiento único, yermo y vago. Su último libro, «España frente a Europa», agotado ya en las librerías, desprende un aroma de liberal e inteligente amor a España que vuela sobre el hedor de quienes, so capa de amar otra cosa, la crucifican.

—Usted afirma en unas declaraciones recientes que «el nacionalismo nace del resentimiento». ¿Sólo del resentimiento?

—Bueno, eso era una simplificación periodística. En mi libro hablo de los diferentes conceptos de nación: el de «nación biológica», que es puramente individual, la «gens» latina, que carece aún de sentido político y remite, hasta más allá de la Edad Media, a la simple procedencia; y el de «nación política», que nace con la Revolución Francesa y pone la soberanía del pueblo sobre la del Rey, la de Dios. El de nación es, pues, un concepto republicano; incorpora al pueblo a la vida, y todos aprenden, votan... Se trata de una nueva y superior categoría política.

—Bien, don Gustavo, pero ¿qué me dice de nuestros nacionalismos?

—Lo que llamamos «nacionalismos» son nacionalismos fraccionarios. Catalanes y vascos nunca constituyeron una nación política. Aparecen en el siglo XIX como partidarios de una nación de carácter místico y segregatorio, sin aportar conceptos nuevos. Son un camelo. Se fundan en la mentira histórica. Brotan de unas élites económicas, de los hidalgos locales o de la burguesía, que se mueven por resentimiento ante la lucha de clases que determina la inmigración de trabajadores procedentes de España. De ese origen va surgiendo un totum revolutum nacionalista que llega a nuestros días facilitado, creo yo, por terceras potencias.

—¿Potencias europeas interesadas en el debilitamiento de España como nación?

—Sí, sin duda. La identidad de España, que es una nación producto de una evolución histórica, como Francia, desaparece con su absorción por Europa. Ya Lenin denunciaba el proyecto de una Europa unida como coartada del capitalismo para repartirse las colonias, y no es un secreto, aunque haya querido mantenerse como tal, que la Europa unida era un proyecto de Hitler, que cuando fracasó fue sustituido por el Plan Marshall y luego por Maastricht.

—¿Nos quedamos sin identidad como nación política?

—Así es. El otro día, en la manifestación de Madrid contra ETA, me llamó la atención que junto a las manos blancas, el lema de no matarás y a la invocación de los Derechos Humanos, no hubiera la menor alusión a España, como si ya no existiera. Esto de Europa, para vascos y catalanes, significa no ser españoles, y ya lo decía Arzallus: «En Europa nos encontrarernos». Para los nacionalistas se trata de liquidar España, y para el resto no es que la nieguen, sino que la olvidan. La derecha y la izquierda se avergüenzan de España, pero a ésta última le recomendaría que leyera a Miguel Hernández.

—Quince millones de teléfonos móviles andan en manos de otros tantos españoles. ¿No contrasta eso con lo poco que la gente tiene que decirse?

—Ahí está la cuestión, que ya no importa qué decir, sino sólo decir, crear «reunionismo». Es un signo del más puro instinto gregario, un signo de identificación grupal para no creernos solos y aislados. El móvil actúa como un elemento de cohesión y de integración social, aunque sólo se use para decir que uno va en el Ave y que está llegando a Córdoba.

—En su día, el PCE quiso zamparse al PSOE/UGT. Hoy es al contrario. ¿Cómo ve la propuesta fagocitadora de Almunia y sus 10 puntos sagrados, inviolables e incontrovertibles?

—Habla del voto útil. Sí, claro, útil para él. Es una propuesta que sólo un lerdo se puede tragar, una manera de llegar el PSOE más pronto al Gobierno dándole la cartera de Cultura a uno del PCE. ¿Y la pluralidad? Lo de Almunia es una falacia; en una democracia ningún voto se pierde.

—Los españoles no procrean nada. ¿Y eso?

—Es el más nítido indicio de la crisis que tenemos. Si una sociedad no se reproduce es que está muerta. La nula natalidad es el reflejo demográfico, antropográfico, de eso, y tiene una conexión importantísima con lo que hablamos antes del fin de España. Estamos suicidándonos políticamente. Estamos aterrorizados. Por eso, también, vamos agarrados a los móviles.

—Murió hace cosa de un mes su gran amigo Faustino Cordón, el padre de la Biología moderna. Dígales a quienes no le conocieron quien era.

—Uno de los pocos sabios que en el mundo han sido. No sólo un enorme biólogo, sino un penetrante pensador, como dejó acreditado en su teoría alimentaria de la evolución. Aquí no se le ha hecho justicia y se le hizo el vacío en la Universidad.

—Me dijo un día don Faustino que se jugaba la eternidad a que después de la muerte no había nada. ¿Habrá ganado o perdido la apuesta?

—Ha ganado. Por supuesto.

 


Fundación Gustavo Bueno
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