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Alicante, Miércoles 12 de enero de 2000
Opinión
página 17

Fernando M. Pérez Herranz
Contra el fin de la historia (de España)

Según Marx, el estado final y pleno de la humanidad sólo se alcanzará cuando se haya logrado constituir un Hombre liberado de la explotación y de la alienación. De ahí que, hasta el momento que contemplaba el cofundador de la Internacional, sólo pudiera hablarse de «prehistoria de la humanidad»: la historia la habría de iniciar un hombre no explotado y desalienado. Fukuyama ha ido más lejos y ha afirmado el Fin de la Historia, su conclusión aquí y ahora. Para sostener esta tesis ha tenido que postular un Hombre ya constituido y terminado. Si este Hombre no ha podido desarrollar sus capacidades humanas hasta el presente, sólo se habría debido a que ciertos obstáculos –de carácter político: el feudalismo, el fascismo, el comunismo...– le impedían alcanzar la esencia misma de lo Humano, identificada ésta con la sociedad de mercado y la democracia. Pero una vez desaparecidos aquellos accidentes, el hombre pleno, el hombre natural, se habría establecido ya sobre la tierra, y todo lo que cabe esperar es su bienestar y felicidad, aun si rutinarios, siempre que no se empeñe en persistir en los errores pasados.

Desde hace algunos años, muchos intelectuales, procedentes de la izquierda marxista y acomodados en las instituciones autonómicas del Estado Español, hacen su lectura particular, interesada y paradójica del Fin de la Historia de España. También aquí estarían ya constituidos los sujetos históricos: el vasco, el catalán, el gallego..., aunque ocultos, eso sí, por ciertas adherencias, que suelen iniciarse con los Reyes Católicos, se densifican con Felipe II y ya no desaparecen hasta el final del régimen de Franco. ¿Y cuándo se constituyeron estos sujetos? Las distintas autonomías difieren en situar el origen, pero suelen remontarse a la Edad Media (mil años más o menos). Por tanto, la discusión histórica para resolver los problemas de la racionalidad de esas teorías habrá que llevarla a cabo en el ámbito medieval.

Pues bien, esta cuestión –entre otras muchas– ha sido investigada por Gustavo Bueno en un reciente libro titulado España frente a Europa y publicado por la editorial Alba. De este extenso e intenso estudio, se desprende, por una parte, que el sujeto histórico formado en la Edad Media es de nuevo cuño respecto del reino visigótico y que, por otra, todos los territorios hispanos peninsulares se conformaron respecto de unos mismos proyectos y objetivos. Los planes de los reinos cristianos eran muy semejantes, y lo que pretendían no eran tanto «re-conquistar» tierras, como «re-cubrir» –según el término propuesto por Gustavo Bueno– el proyecto expansionista sin límites del Islam, con un proyecto expansionista también sin límites preestablecidos. Así se inicia lo que (tras el descubrimiento de América) llegaría a ser el Imperio católico español, cuyo objetivo sería organizar el mundo sin limitación alguna desde la ley de Dios. No de cualquier dios, sino del Dios de la teología natural que conoce a todos los hombres y se preocupa por la libertad de todos ellos. Doctrina que se enfrentaba radicalmente a la que sostenían los tratadistas del otro Imperio cristiano –el protestante anglosajón–, que defendía, en la tradición de Maquiavelo, el derecho natural de los más fuertes (Hobbes).

La Historia de España habría ido conformando un pueblo con costumbres y formas de vida por oposición tanto al Islam (chiita, sunnita, sufí...) como al protestantismo (luterano, calvinista, anglicano...) y, según el profesor ovetense, en ellas radicarían las potencialidades que hoy tendría España para proyectarse hacia el futuro. Por eso, la confrontación contra el Capitalismo Depredador (digamos, la llamada «globalización económica») no la hace Gustavo Bueno desde posiciones abstractas (capitalistas / proletarios, derecha / izquierda), sino desde las doctrinas jurídicas del derecho de propiedad. Si el ideólogo inglés Locke consideró la propiedad privada como derecho natural, la tradición española la consideró como derecho positivo. El valenciano Luis Vives o el salmantino Francisco Suárez sostuvieron que las cosas de la naturaleza ¡y aun el trabajo humano! son comunes a todos los hombres, pero no porque haya que repartir positivamente las tierras o los bienes, sino porque nadie puede considerar definitivamente suyo lo que los demás puedan necesitar: no hay que dar todo a todos, sino a cada uno según él pueda utilizar. Ahí se encontraría ya en germen el eslogan revolucionario de Marx: «Cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades».

Dado el callejón tan oscuro en el que nos encontramos, ante las dificultades de desarrollar el Estado Español (¿por la vía autonómica, federal, confederal, secesionista...?) o de encontrar nuestros aliados (EE.UU, la OTAN, Europa, América latina...), el libro de Gustavo Bueno me parece de obligada lectura y consideración. Sería deseable que los intelectuales de este país no pasaran de largo ante cuestiones tan fundamentales de la nación española, que tan inteligentemente están formuladas en este ensayo.

Fernando-M. Pérez Herranz es Profesor Asociado de la Universidad de Alicante

 


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