Proyecto Filosofía en español Hemeroteca
La Nueva España
Jueves, 9 de diciembre de 1999
Suplemento Cultura, nº 466
páginas I-II

El filósofo Gustavo Bueno lanza su poderosa máquina de triturar ideas contra todas las convenciones sobre la relación de España con Europa. Bernardo Fernández, ex vicepresidente asturiano y profesor de Derecho comunitario, radiografía un libro que ya levanta ampollas y no dejará indiferente a nadie

Bueno frente a Europa

Gustavo Bueno. Dibujo de Pablo García.
Bernardo Fernández

En 1937, firmaba en Oegstgeest (Holanda) José Ortega y Gasset el «Prólogo para franceses» a La rebelión de las masas, obra que el autor calificaba de «un ensayo de serenidad en medio de la tormenta». Ortega vaticinaba entonces «una probable unidad estatal de Europa», ya que veía en la Europa de estados de la época, en aquella Europa plural, tan plural como «un enjambre: muchas abejas y un solo vuelo», un principio de unidad que le llevaba a postular, quizá más bien a imaginar, un conjunto de naciones europeas que no constituyeran una serie de sociedades exentas, «sino una sociedad única, dentro de la cual se han producido grumos o núcleos de condensación más intensa». La unidad de Europa como sociedad no era, para Ortega, un «ideal, sino un hecho de muy vieja cotidianidad» que reclamaba la constitución de un Estado general europeo. El filósofo español llegaba incluso a señalar la chispa que podría desencadenar el proceso: la coleta de un chino asomando por los Urales o una sacudida del gran magma islámico, y sostenía que España debería compartir el proyecto de esta Europa, de «esta idea nacional», de este «futuro común», precisamente lo que faltaba en la relación que España mantenía con los pueblos de Centro y Sudamérica, pese a compartir con ellos pasado, raza y lengua comunes.

Sesenta años después, otro filósofo español, Gustavo Bueno (España frente a Europa, Alba), califica esta visión como la de la «Europa sublime», la idea de Europa expuesta por Husserl. Y reprocha a Ortega que no se haya dignado explicar su petición de principio de la unidad interna europea, que no se haya dignado refutar siquiera la posibilidad de que la «unidad de Europa, en el terreno práctico económico-político, no sea acaso otra cosa sino la asociación o unión aduanera de un conjunto de estados, en sí mismos incompatibles, que se unen ante la amenaza de terceros». Esta visión terrenal, humillante, de Europa, estas otras visiones posibles de la realidad europea a la que Bueno nos obliga a enfrentamos son la Europa de las dos guerras mundiales, la Europa como proyecto nazi, la Europa del fascismo o de la fe ciega, la Europa simple proyecto norteamericano, la Europa de la OTAN o la Europa proyecto europeo, la Europa comunitaria.

Frente a la Europa como «comunidad», en el sentido de Tönnies, frente a la idea de Europa como ámbito de convivencia armónica y fraterna, como ámbito a prueba de aflicciones, Bueno nos propone la idea de Europa como biocenosis antropológica, una sociedad constituida por organismos en interacción mutua e interdependencia, relaciones presididas por la armonía de la lucha por la vida entre sus miembros, por la armonía de la competencia antes que por la armonía del amor y de la paz.

Esta visión de Europa como una biocenosis en la que prevalecen los intereses de Alemania o Francia desenmascara incluso el hecho de la elección de la denominación comunidad para las organizaciones internacionales que constituyen hoy el fundamento de la Unión Europea, una denominación en la que subyace la idea de voluntad común, de interés compartido y de pertenencia de sus miembros a un mismo conjunto, básicamente económico, pero también cultural y de valores, pero una denominación al fin y al cabo usada ideológicamente. Lo prueba, por ejemplo, el testimonio de Reuter, uno de los redactores del tratado CECA, cuando justifica la elección del nombre «comunidad» en los siguientes términos: «La elección era obvia (...), disponía de larga tradición: "comunidad" evoca por naturaleza un vínculo social humanamente directo y profundo (especialmente en la sociología alemana); es tranquilizador por su carencia de connotación jurídica en el plano del derecho internacional y puede comportar una cierta ambigüedad en la medida en la que designa unas veces exclusivamente la persona jurídica constituida, otras a ésta y a los estados miembros, e incluso sólo a éstos.»

Bueno no se limita a calificar Europa de biocenosis, sino que sostiene otras tesis que sin duda alguna constituyen hoy tesis a contracorriente: por ejemplo, que es imposible reorganizar Europa como una unión política que, más allá de una simple sociedad de mercado, sea compatible con las identidades de los estados asociados, o que el futuro de España no debería vincularse principalmente al proyecto político europeo, sino a la América hispana (Iberoamérica).

Tesis polémicas

Todas estas tesis son tesis polémicas, pero no constituyen meras afirmaciones apodícticas ni peticiones de principio. El mérito habitual de Gustavo Bueno es que estas ideas se exponen tras más de cuatrocientas páginas de razonamiento filosófico en el que se ha ejercitado un verdadero sistema filosófico, el materialismo filosófico, para responder a la pregunta ¿Qué es España? Si el ensayo de Bueno termina con una reflexión sobre Europa o sobre la comunidad hispánica como alternativa a la identidad europea de España, se debe a que la respuesta a tan compleja pregunta remueve básicamente dos tipos de problemas, los relativos a la unidad interna de España y los relativos a su identidad, es decir, a su definición como parte de Europa o como parte de la comunidad hispánica. El tratamiento filosófico de estas cuestiones exige examinar las distintas maneras de pensar y de decir las ideas de «unidad» y de «identidad»; exige, en definitiva, trabar, entretejer ideas hasta construir un sistema en el que las tesis se cimientan, entre otros, en los conceptos de «todo» (entendido bien atributiva, bien distributivamente) y de «parte» (ya se trate de partes formales o materiales, de partes integrantes, de partes determinantes comunes o propias, o de partes constituyentes), y en sus posibles combinaciones. Así van cobrando sentido sistemáticamente en la obra de Bueno conceptos como la Hispania romana, «las Españas», «este país», la «España federal», las «dos Españas», incluso la «España de Cistierna», y conceptos como «la Europa de las patrias» o «la Europa de las regiones». La respuesta a la pregunta ¿Qué es España? exigía asimismo examinar la idea de España como nación o disociar precisamente la idea de España de la idea de nación; para ello Bueno distingue hasta cuatro conceptos de nación (biológica, étnica, política, fraccionaria) y de nuevo combina y recombina estos elementos en su discurso. Al hilo de este discurrir el lector habrá asistido a la trituración de tópicos y a la demolición de lo que creía sólidas ideas: así Bueno critica la «erasmomanía» de muchos historiadores y define el erasmismo español como una mera «encuadernación de ideas comunes», considera el concepto de «derechos humanos» como una «función» desprovista de parámetros o con parámetros muy discutibles, o desvela las concepciones que subyacen en el uso de la denominación de «castellano» para el español; así, Bueno argumenta que el Estado puede ser plurinacional, pero que la nación no puede serlo, por lo que el concepto «nación de naciones» (un genitivo replicativo) es contradictorio; que el Estado crea la nación canónica y no a la inversa, es decir, que la nación no es previa al Estado; que el concepto de Constitución como «norma de autoorganización política de la nación» es un concepto enteramente metafísico; que no es posible concebir la democracia en la génesis de ningún Estado, sino sólo en la estructura de algún Estado ya constituido.

Nación o Imperio

La tesis central del libro y la más polémica podría acaso formularse del siguiente modo: España no es originariamente una nación, sino un Imperio. Bueno es consciente del desprestigio del término «Imperio», pero no duda en usarlo, y, tras examinar sus posibles acepciones, argumenta a lo largo de más de doscientas páginas de ejemplar erudición la evolución de esta idea en relación con España. La conclusión es la contraposición del Imperio español como «imperio generador» a otras configuraciones históricas, a otros imperios realmente existentes, éstos de corte depredador, y la afirmación de la superioridad de la religión vinculada al primero, el catolicismo, sobre las asociadas a los del segundo tipo, el protestantismo o el islam.

En un ensayo del fuste del de «España frente a Europa» no podía faltar la reflexión sobre problemas del presente que afectan a la unidad de España. Ahora mismo, cuando la única respuesta racional que se le ocurre al PNV y a HB frente al anuncio de que ETA reanuda el terrorismo es reiterar el sermón nacionalista y exigir «un ámbito jurídico y político que abarque a todos los vascos y que contenga el respeto efectivo a su ser nacional (sic) y a la realidad histórica, cultural y lingüística, así como el derecho a definir su propio futuro, su articulación interna y externa» la lectura del libro de Bueno es especialmente oportuna, porque está cargado de razones y de ideas, de reflexión filosófica en suma. Precisamente, analizando el concepto de «nación fraccionaria» y tras probar que el nacionalismo secesionista necesita de la falsificación histórica, de la mentira, cuando no de la ignorancia, para echar a andar, Bueno se pregunta: «¿Acaso el País Vasco evolucionó por sí solo, en el "seno de la Humanidad", desde una situación prehistórica no muy lejana hasta la situación de vanguardia industrial, cultural, etcétera, que comenzó a ocupar, hace ya cien años, en el conjunto de España? ¿Acaso el autós sobre el que gira el proyecto de autodeterminación, que hoy reclaman los nacionalistas radicales vascos, no se ha constituido precisamente en el contexto global del desarrollo de España?». Y se responde lapidariamente: «Sencillamente, los vascos actuaron como españoles desde el momento mismo en el que ingresaron en la vida histórica, es decir, desde el momento en el que dejaron de ser sólo un capítulo interesante de la antropología de los salvajes o de los pueblos neolíticos». Pero no tome el lector esta cadena de preguntas y de respuestas, alguna de notable ironía, como una simple muestra de ejercicio retórico. En absoluto, no son afirmaciones gratuitas que brotaran improvisadamente al calor de la polémica, son tesis que descansan en una compleja sistematización previa de ideas, en una reflexión filosófica que da cuenta no sólo de las razones propias, sino que explica incluso las ajenas, las del antagonista, aun cuando quizás éste, nacionalista radical, no sea plenamente consciente de ellas o incluso ni siquiera las comprenda una vez interpretadas y trituradas en las coordenadas del sistema filosófico de Gustavo Bueno.

Tampoco crea el lector que esta clase de polémicas constituye un simple juego retórico carente de transcendencia práctica. En este debate se cuestiona, por ejemplo, si resulta posible lógicamente concebir una «autodeterminación» de los vascos aisladamente considerados, como si fuera posible tramitarla a través de un plebiscito de autodeterminación que se resolvería como un simple problema de mayorías y minorías en el seno de la sociedad vasca y al margen de la decisión del resto de los españoles. La respuesta de Bueno es clara, la da en abstracto cien páginas antes de tratar el nacionalismo fraccionario y desde una perspectiva que defiende la identidad global de España: no cabe la autodeterminación de una parte de un todo, de un subconjunto en solitario, porque está codeterminado por los subconjuntos circundantes, que son también un momento de la misma realidad del subconjunto que pretende autodeterminarse. Es más, los subconjuntos circundantes deberían ser indemnizados en el supuesto de que la secesión autodeterminada en solitario se consumase. La respuesta se reitera en concreto al analizar el problema del secesionismo vasco: «El País Vasco, como realidad histórica, es una parte formal de España y, por tanto, si cabe hablar de autodeterminación, el autós habrá que referirlo a todos los españoles». Con matices, no otra fue la respuesta, en el plano estrictamente jurídico, del «Dictamen del Tribunal Supremo del Canadá sobre el derecho a la secesión de Quebec», de 20 de agosto de 1998.

Finale

No es el libro de Bueno un libro que consienta lecturas banales, lecturas perezosas o distraídas, unas de esas lecturas que alternan el paso de las hojas con el deslizarse de los anuncios en las estaciones de ferrocarril o de metro. El libro España frente a Europa exige lecturas estudiosas, arduas, lecturas que quizá por ello mismo la razón agradece. Si algo caracteriza el sistema filosófico de Gustavo Bueno, es el no tratarse de un sistema filosófico trivial ni fácil. En el colofón de su Ética, Espinosa nos recordaba que todo lo excelso es tan difícil como raro. La obra toda de Bueno reúne esas cualidades infrecuentes. No se la pierdan.

 


Fundación Gustavo Bueno
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