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El Mundo
Madrid, lunes 21 de abril de 1997
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página 2

Gabriel Albiac

Un libro

Hay libros –muy pocos– que alcanzan la dimensión de clásicos desde el instante mismo de su publicación. Nada hay de misterioso en ello: son los escasos que emergen del corazón de un tiempo –aun cuando sea éste tan tenebroso como el del Africa de Conrad–, de sus fantasmas y sus desazones; que lo explicitan así y desvelan sus claves. Es privilegio suyo ser inmediato objeto de reconocimiento colectivo: como espejos en los cuales una sociedad se enfrenta al lado más oscuro de su rostro.

Nada, tras su lectura, volverá a ser lo mismo. Nuestra mirada se ha modificado. Y, con ella, nuestro mundo. Es una gran fortuna para un autor escribir uno de esos textos esenciales. Pero no hay fortuna en la escritura: sólo rigor y trabajo.

Gustavo Bueno acaba de publicar uno de esos libros indispensables: El mito de la cultura. Intervención teórica, en apariencia local, que desencadena el desmoronamiento súbito de todo un frente de guerra. Porque la filosofía es un arte de la guerra. Jamás construye un mundo: lo pulveriza. Para alzar mundos ilusorios, están las diversas subespecies sacerdotales. Ni la sola erudición ni el cúmulo de inteligencia bastan en filosofía. Hay en ella algo esencialmente anómalo: la apuesta salvaje del pensar contra corriente. Un pensar en los extremos que hace de ella arma formidable: contra el sentido común, eufemismo sólo de la servidumbre. Contra la estupidez, que es nombre propio de lo éticamente odioso.

Se requiere un gran rigor y una apabullante erudición para escribir, como lo hace Bueno, que la cultura es hoy el más eficaz «opio del pueblo». Se requiere, más aún, una enorme fuerza combativa. Inhabitual: pero la filosofía no es para pusilánimes. La luz que esa elemental tesis arroja sobre nuestro presente es deslumbradora.

Lo que Lucrecio ya supiera acerca del horror de las religiones, emerge aquí bajo la máscara laica de la cultura: homogeneización de los espíritus, sumisión a las liturgias convenidas, coartada también del Estado para cualquier aberración, ya sea robo, crimen, consenso, indignidad o engaño...

Subversivo como muy pocos textos recientes, El mito de la cultura nos pone ante la transparente miseria de la política española; ese gran vacío sobre el cual se alzan míseros templos del orden: nacionalismos, sacralización del Estado, devastación mediática de las consciencias... La cultura, escribe Bueno, es el «sucedáneo laico de la Gracia»: teología vergonzante.

Un hombre libre se forja sólo en la voladura de eso. Metódica, deliberada, fría. Pierre Bayle lo sugería hace tres siglos: «Podríamos comparar a la filosofía con un remedio tan corrosivo que, tras haber consumido las carnes purulentas de una llaga, roería la carne viva y los huesos, horadándolos hasta los tuétanos.»

Es la belleza de un juego en el confín extremo del sentido. Placer lúcido de la destrucción al cual llamamos pensamiento.

 


Fundación Gustavo Bueno
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