El Mundo Madrid, Sábado 25 de enero de 1997 |
La Esfera página 13 |
El filósofo proclama en su última obra que la identidad cultural es un fetiche |
Una espléndida provocación |
Gustavo Bueno / El mito de la cultura / Prensa Ibérica / Barcelona 1996 / 259 páginas / 2.700 pesetas |
La aventura intelectual de Gustavo Bueno se caracteriza por el entusiasmo con que ha abordado la tarea de señalar y construir los fundamentos del materialismo filosófico desde el supuesto de su función desmitificadora del oscurantismo, o, simplemente, de la tozuda estupidez, y por el rigor con que se ha enfrentado a ésta. Es obvio que una de las exigencias de tal rigor requiere la delimitación estricta del significado de los términos, y muy especialmente de aquéllos cuyo abuso o instrumentalización ideológica han desembocado en una grave devaluación conceptual, por lo que resultan sumamente oportunas las páginas dedicadas en El mito de la cultura a poner de manifiesto la ambigüedad de lo que se entiende socialmente por cultura, la equivocidad del concepto de mito o la necesidad de diferenciar entre subjetivo y subjetual. Permitir que tales términos mantuvieran su ambigüedad hubiera sido un grave error. De hecho, tan sólo su aclaración permite que la obra concluya sin provocar los recelos o espantos que sin duda despertará una intervención teórica cuyas tesis centrales atruenan contra algunas de las ideas más extendidas y asentadas. Pues se trata en sus páginas de señalar el carácter inconsistente del mito de la Cultura, la socialización teórica y mundana de la idea metafísica de Cultura, y, por otra parte, de proponer una renovación de ésta que se sustentaría en el materialismo filosófico y que depende de toda la arquitectura teórica desarrollada por Bueno en su Teoría del cierre categorial. La vigente idea de Cultura no tiene una larga tradición. Se remonta a Herder, «el principal instaurador de la moderna idea de cultura». Es la potencia del discurso herderiano lo que capacita la constitución de una instancia que alimenta la filosofía alemana y que, llegando hasta nuestros días, alimentaron las intervenciones de Fichte, Hegel, o el discurso del materialismo histórico. Lo que no quiere decir, por un lado, que la mitología oscurantista que sienta los fundamentos de la idea metafísica de cultura no se advierte en otros espacios geográficos. Las intervenciones de Vico, Montesquieu o Ferguson son también referencias claves. Mas ocurre que sólo la trayectoria alemana merece una continuidad irrebatible. Por otro lado, tampoco se subraya una especialísima originalidad en la instancia alemana. De hecho, y resulta convincente la referencia, la idea metafísica de Cultura aparece como el efecto de un proceso de anamórfosis, de manipulación, que apunta a la secularización de la idea medieval de Gracia y en virtud del cual la soberana elección teológica se transforma en espiritualismo nacional. El cuidado y pertinencia de las indicaciones de Gustavo Bueno resultan contundentes, precisas. Polémicas acaso, aguijones merecidos contra el adocenamiento. Ahora bien, ¿por qué caracterizar como metafísica la idea de Cultura erigida por la palabra alemana? En primer lugar, y, desde una perspectiva ontológica, subyace al mito de la Cultura la idea de un Hombre universal, que sólo ronda los sueños quiméricos de quien necesita de tal fantasma para generalizar sus imposiciones. Por otra parte, es propio del mismo la impertinente consideración de una identidad nacional cerrada, autosuficiente, y, por lo tanto, simplista, que reniega y visceralmente del exterior a ella misma para consumar la estupidez de la endogamia aniquiladora. «La identidad cultural, es sólo un mito, un fetiche», proclama Bueno después de haber esgrimido un buen número de razones. Indicaciones polémicas a buen seguro. Sin embargo, no hay resquicio teórico alguno en la descripción. Obra capital. No estamos, ni mucho menos, ante una obra menor de Gustavo Bueno. Espléndida provocación, que sólo lo es porque es ejecutada con un rigor impecable. |
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