La Nueva España Miércoles, 22 de enero de 1997 |
Suplemento Cultura, nº 348 páginas I-II |
El filósofo asturiano se enfrenta al gran espejismo de nuestro tiempo en «El mito de la cultura», ensayo publicado por Editorial Prensa Ibérica, del grupo de La Nueva España. |
Bueno y el dragón de la cultura |
Gustavo Bueno acaba de salir otra vez, de madrugada, con Rocinante y su lanza en ristre para desfacer el entuerto de la Cultura. La alucinación, como en El Quijote, realmente es la del lector y no la del caballero andante, pero ésa es la clave del engaño y por eso el mito sobrevivirá a la formidable crítica. |
El movimiento se demuestra andando. Por eso Gustavo Bueno organiza su libro «El mito de la cultura» movilizando los usos de la palabra en cuestión —de la idea de cultura— poniéndolos en camino y funcionamiento para ver cuándo empezó esa larga marcha y hasta dónde ha llegado. Hay cientos de casos, miles de condiciones. En la Constitución española de 1978 se habla de «el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho», según señala puntualmente el filósofo, y en la anterior Constitución republicana hay un apartado encabezado por el epígrafe «familia, economía y cultura», en el que se dice que «el servicio de la cultura es atribución esencial del Estado». Nada menos. En la revista ácrata «Tierra y libertad» se escribe en el año 1936 que «conviene que todas las iniciativas favorables a la cultura tengan una base funcional más que una base orgánica, porque la función crea el órgano», y los comunistas por boca de Lenin sentenciaban casi por aquel tiempo y con toda rotundidad: «En la medida en que una cultura es proletaria no es aún cultura. En la medida en que existe una cultura no es proletaria.» En vísperas del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia en 1937 y que tanta repercusión tuvo, se decía en un cartel anunciador: «El triunfo de la República sobre el fascismo entregará al pueblo todos los tesoros del arte y todos los valores de la cultura. ¡Hay que exterminar el fascismo para hacer una España libre, culta y feliz!». A su vez, el líder nacionalsindicalista José Antonio Girón de Velasco anotaba pocos años después: «Sólo una fuerza es capaz de fundir las paredes aislantes y crear el clima común en que la paz social pueda servir de base a la justicia social. Es decir: a la revolución social. Esta fuerza es la cultura, entendida como el aire: de universal patrimonio», y añadía —«con palabras que daban ciento y raya a las de Trotsky o a las de los agitadores del proletkult», según anota Bueno— la siguiente frase que merece ser leída dos veces: «Desde cualquier punto de vista que se observe el problema, la diferencia de cultura se presenta como mucho más grave que la diferencia de clases o la diferencia de economías. Es más, creo que cuando se habla de diferencia de clases se habla en realidad de diferencia de culturas. Y todavía más aun, cuando se habla de lucha de clases, ¿no se quiere más bien hablar de una lucha de culturas?». Las concepciones sobre la cultura son extremadamente variadas y fuertemente contradictorias, y los usos, no menos, pues como señala Bueno, se habla de la cultura de fumar, de la cultura de la Coca-Cola y así sucesivamente. La necesidad de aclarar este caos bien justificaba un análisis a fondo: Bueno lo ha hecho sin dejar títere con cabeza. El libro del catedrático asturiano es un esfuerzo titánico por desenmascarar el gran mito de nuestro tiempo. Como señala, la primera tarea de un racionalista crítico es la de «situarse ante la idea de cultura para analizar sus componentes, así como la distancia que ellos y su conjunto mantienen con otros mitos o con otras ideas». Pero Bueno no es Don Quijote, así que, a renglón seguido, señala: «Sería imprudente esperar que de la mera denuncia de una estructura mítica o ilusoria, oculta en una idea dotada de supremo prestigio hubiese de seguirse una desactivación de esa idea». El mito de la cultura tiende a su autoperpetuación porque, como señala el catedrático de Oviedo, «en tanto que las funciones prácticas que los mitos oscurantistas desempeñan no pueden ser satisfechas por otras ideas alternativas, la acción de esos mitos mantendrá su influjo». No se trata de un ensayo desmitificador como se apresura a aclarar su autor, como prescribía y aún prescribe todo aquello que se hacía en la órbita mental del 68, como ejercitan esas retaguardias de la vanguardia que a diario nos echamos a la cara ¿entonces? Bueno considera que tenemos mito para rato, para quinientos años al menos, así que se propone dejar constancia de la potencia de esa estructura oscurantista y al mismo tiempo dar testimonio de la existencia de un pensamiento crítico, aunque esté reducido casi a las catacumbas. El mito lo ocupa todo, no se puede luchar contra él: ¡larga vida a las tinieblas!, pero que conste que algunos, muy pocos, se han salvado del naufragio. La cultura es la gran justificadora |
La prehistoria del mito de la cultura hunde sus raíces en los albores del pensamiento occidental. Es una idea subjetiva de cultura: una suerte de segunda naturaleza que acompaña a la esencia humana. La idea objetiva ya es otra cosa, aunque no se pueda hablar de corte porque realmente se articula con esa larga prehistoria subjetiva: ronda el idealismo y el romanticismo alemán y ahí se empieza a formar lo que cuenta de verdad, el huevo de lo que ahora es un mito de radio infinito. La cultura es la gran justificación de nuestro tiempo. Los poderes, desde los correspondientes al Estado, las grandes corporaciones internacionales y sucesivamente los propios de las diversas escalas de la pirámide social, se legitiman ante los ciudadanos por la cultura. Una fundación, un centro, una política cultural de un Gobierno o una modesta casa de cultura cumplen esa función que salva a quien la pone en marcha y la gestiona. Bueno rastrea la genealogía de esa circunstancia, por lo demás tan chocante, y encuentra en el reino de la gracia de la teología cristiana su paralelo: la cultura salva como salva la gracia. Por eso afirma, apurando el paralelismo, que la cultura es el opio del pueblo. Pero precisamente por eso tiene el rostro de hereje. Los movimientos culturales modernos se enfrentan con el pensamiento cristiano, y tras el nacimiento de una categoría tan peculiar como la de los intelectuales llevará para siempre la rúbrica de la izquierda. El descubrimiento contemporáneo de las culturas animales arruina las pretensiones de la cultura como un tercer cielo. Cae sucesivamente el mito de la culturología, de una antropología reducida a una ciencia positiva; cae la pretensión de un Estado de cultura; cae la reaparición laica de la gracia bajo la forma de cultura universal y la supuesta paz universal en función de las culturas de los pueblos... Gustavo Bueno sigue adelante con su estilo de caballero andante, pero no se engaña porque la idea de cultura es sencillamente la clave de nuestro tiempo y por eso el mito funciona con más fuerza que nunca. A lo largo de 250 páginas le da todas las vueltas y lanzadas imaginables, pero más allá sigue y sigue. |
Una pieza perseguida desde hace veinte años |
Fundación Gustavo Bueno www.fgbueno.es |