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El Suplemento Semanal Domingo, 8 de octubre de 1995 |
Entrevista nº 415, páginas 34-42 |
Conversaciones con Gustavo Bueno |
El sabio de Niembro |
Es una excepción entre los profesores de Filosofía: es un filósofo. Y es una excepción entre los filósofos españoles porque ha desarrollado un sistema y un lenguaje propios. De los doce tomos que deberá tener su obra se han publicado ya seis. Sin embargo, la repercusión en los departamentos de otras universidades es casi nula. «Los filósofos no leen», se queja. Le recuerdo aquello de Bergamín sobre la incapacidad del español para escuchar. |
Texto: César Alonso de los Ríos / Fotografías: Luis Davilla
El profesor Bueno cree que Niembro viene de nemus, bosque sagrado en latín, y cuenta que en esta interpretación le apoyó su amigo el antropólogo americano Marvin Harris al asociar Niembro al bosque Nemi tal como lo describe Frazer en La rama dorada. Mitologías aparte, el viajero que cruce Llanes y se llegue hasta aquí se encontrará, en efecto, con un paraje conmovedor, singularmente bello. A medida que te acercas a Niembro, las pequeñas colinas se van abriendo hasta rodear la lámina de agua de la ría en cuyas márgenes se levanta un templo. En una de esas colinas boscosas, y frente a la aldea por la que se derrama el caserío, se oculta la residencia de los Bueno. La casa es un ejercicio de racionalidad en plena naturaleza y, al tiempo, de compenetración con ésta. En cuanto a la espontaneidad del bosquecillo, sólo en parte es natural: en buena medida es obra del hijo biólogo. El retiro no enfría el apasionamiento del filósofo ni le aleja de los problemas diarios. Apenas acababa yo de traspasar la verja y los magnolios de la entrada, cuando ya me estaba metiendo en su batalla con los celtistas... El lector debe saber que en Asturias hay una pugna cultural entre los que consideran que la reivindicación del pasado celta es básica para construir una conciencia de la nación asturiana y los que piensan que eso es una mixtificación de la historia. El profesor Bueno milita entre estos últimos, ha devuelto con otros su carácter romano a los castros mal llamados celtas y defiende la existencia no de un bable sino de varios. Es una batalla correosa, desagradable... Foriatu –extranjero– le llaman los jóvenes radicales a este riojano de Santo Domingo de la Calzada que vino hace más de treinta años a Asturias por la influencia de Feijoo. En compensación por estos disgustos la familia le ha regalado una escultura de Diana, y el Ayuntamiento de Oviedo le ha nombrado hijo adoptivo. – Usted es de los pocos filósofos que están en las cosas cotidianas y en los problemas. La inmensa mayoría ha dejado de inquietar, a no ser por la dificultad de su lenguaje. — Así lo creía ya Goethe. Recordemos aquel pasaje de las conversaciones con Eckerman en el que cuenta la visita que le hizo Hegel en su residencia de Weimar. El filósofo habló de una forma tan complicada que asustó a la cocinera; así que cuando se quedaron solos, ésta le pregunto al escritor quién era aquel hombre tan extraño que había venido a almorzar: «No hay que preocuparse –le dijo Goethe–: es un filósofo.» – El filósofo como habitante de la metafísica. — Pero no de la Metafísica de Aristóteles, que era un libro de articulitos que hablaban de cosas muy reales y concretas, de las cualidades, del todo, de las partes, de la sustancia, del ser. Ahí comienza la tradición filosófica que me interesa, la que está inmersa en el presente religioso, político, social... – ¿Qué sentido tiene para usted la enseñanza de la Historia de la Filosofía? — El mismo que tiene la enseñanza de la Historia del Arte o de la Literatura. En ese sentido no tengo nada en contra. ¿Por qué no explicar los Diálogos de Platón si explicas La Ilíada? No se le puede dar más trascendencia. Lo que me horroriza es esa tendencia a ocultarse tras la pedantería de las citas. Si tienes que hablar de la caída de muro de Berlín, ¿por qué citar a Marx? ¿Qué puede decirte Marx sobre algo que no conoció? «Ah, pero ¿usted no es marxista?». «Pues por eso», respondo. «Suelo decir que es imposible que alguien hable español sin hacer filosofía» – Al margen de la validez o no de ciertas filosofías, se habla de la capacidad o incapacidad de ciertos pueblos y ciertos idiomas para la especulación filosófica. Por ejemplo, se dice que la lengua alemana está hecha para la filosofía y no así el español. — Pues es todo lo contrario. El idioma alemán no sólo es un idioma poco dotado para la filosofía sino que vive de prestado del latín. Si le quitas todos los términos que le vienen del latín, dejas al alemán subiéndose a los árboles. – Pero eso parece una provocación. — Lo que sucede es que con el alemán funciona el síndrome de Estocolmo del mito germánico. Por eso estuvo muy bien la crítica de Farías a Heidegger. ¡Cómo se puede decir que para pensar hay que hablar en alemán! O sea, ¿que si hablas en francés o en español no puedes pensar? Yo suelo decir que es imposible que alguien hable español sin hacer filosofía. – Pero, al margen de la función importante de las lenguas, parece indudable que la contribución de Alemania a la Historia de la Filosofía ha sido extraordinaria. — Depende del concepto que se tenga de la filosofía... Porque quizá desde algún punto de vista en esa contribución puede haber un montón de falsedades. Yo fui víctima del yugo germánico y pude liberarme pronto. Comencé a estudiar Filosofía en 1942 en Zaragoza, en la época de la hegemonía alemana, con un profesor de las SS, leyendo a Kant y a Hegel y oyendo música de Wagner. En mi caso, el trueno que me hizo salir del sueño dogmático fue la derrota de Alemania. Cuando Alemania perdió la guerra, para mí se acabó toda la seducción de su filosofía. – Pero otros muchos siguen entusiasmados con eso que usted llama yugo. — Por eso digo que yo tuve suerte de que se me cayera el mito alemán pero en España permaneció hasta extremos tan cómicos como el de Eugenio d'Ors que llegó a inventarse palabras en alemán para dar autoridad a sus ideas en español... Es un poco lo que les pasa ahora a postmodernos como Vattimo que te ponen al lado de un término el correspondiente en alemán. Para que el lector vea que sus ideas están bien fundamentadas. – En todo caso sería injusto achacar a Alemania todas las formas de filosofía que pudieran ser consideradas idealistas o exentas, como usted las llama. — De acuerdo. Por ejemplo Descartes. El capítulo de Descartes es quizá el más bonito de la historia de la filosofía, el que más suele gustar. Ese filósofo dudando de todo, afirmando incluso que el mundo exterior no existe y llegando al fin hasta el cogito ergo sum. Pues bien, ese Descartes es algo que hoy en día no se puede enseñar porque si hoy alguien quisiera repetir aquel experimento se quedaría dormido como hoy sabemos perfectamente por la fisiología... La reflexión absoluta es el sueño porque si te quitan los sentidos y te quitan la respiración... te quedas irremisiblemente dormido. Eso no es ninguna profundidad. Lo que tuvo sentido en Descartes y que fue el enfrentamiento del cogito con el Dios omnipotente de la Edad Media, el «a mí no me pueden engañar», queda en ridículo cuando posteriormente desaparece esa creencia en Dios. El cogito fue por tanto algo válido en un momento histórico determinado y hoy es imposible enseñar a Descartes como lo es enseñar a Kant. – Presumo que todo esto va a escandalizar. — Pues me apoyaré de nuevo en Goethe. A la pregunta de cuál es el mejor de todos los filósofos alemanes, respondió que Kant pero que no era necesario leerlo porque ya estaba disuelto en todo. – Después de este rechazo que usted hace de la filosofía alemana... — Y de la analítica inglesa porque también ha habido el intento de empotrar aquí esa escuela, lo cual es ridículo porque eso puede resultar interesante para un país sin códigos como es Gran Bretaña, pero no para España. Yo se lo dije una vez a Muguerza. Dejaos de buscar sutilezas analíticas cuando tenéis en la revista de tributación española el más alto nivel de finura analítica... ¿Es posible concebir un ensayo analítico superior a la descripción de la horchata en la que se explica que ni es líquida ni es sólida? Ese texto deja en ridículo a todos los filósofos analíticos. – Entonces, ¿cuál es la vía? — La tradición mediterránea. La nuestra, los clásicos griegos y latinos. «Cuando Ortega volvió de Alemania se dio cuenta de que la filosofía está en el español de Cervantes» – Según esto, ¿fue inútil la aportación de Ortega al introducir en nuestro país ciertas corrientes filosóficas alemanas? ¿O lo salva como escritor? — Ortega es un gran escritor y es un caso muy interesante y tiene que ver con lo que yo decía de la tradición del español como idioma filosófico. Cuando Ortega volvió de Alemania se dio cuenta de que la filosofía está en el español de Cervantes y comenzó a escribir aquellos famosos ensayos que sorprenden por su nitidez y que aparentemente no se sabe a dónde conducen. Recuerdo por ejemplo la excursión que hace a un pueblo cercano a Madrid: «Salgo de Madrid –escribe–, voy al Guadarrama...» y te preguntas ¿es éste un libro de viajes? ¿De qué habla éste? ¿No es esto filosofía sin el lenguaje técnico? Porque si lo lees con cuidado ves que lo que está exponiendo Ortega allí es la teoría del perimundo, está traduciendo a Husserl al tiempo que está bebiendo en las fuentes de la tradición española. El concepto circunstancia es una traducción literal del alemán... – Así pues, Ortega puso al día la tradición del español como idioma filosófico. — Claro. Y eso es lo contrario del juicio que tiene de él Pérez de Ayala en Belarmino y Apolonio. Yo pienso que en esa novela el autor ha querido identificar a Ortega como Belarmino, el filósofo de Vetusta-España. Pues bien, el novelista achaca a Belarmino-Ortega ser un filósofo que dice lo mismo que la gente de la calle pero no con palabras raras. Yo pienso que fue justamente al revés. Ortega consigue expresar teorías difíciles mediante el recurso del lenguaje. Como ha dicho, para mí la tradición española es el idioma y no para interpretar sólo el pretérito sino para funcionar con el presente, para incorporar lo que pasa en todo el mundo. A diferencia del lenguaje científico, la filosofía hay que hacerla en el lenguaje nacional. – Quizá más que de las corrientes filosóficas alemanas hayamos dependido de la concepción alemana de la cultura. Usted va a publicar en breve un libro sobre El mito de la cultura. ¿Por qué mito? — Creo que el concepto de cultura y su origen es uno de los más difíciles. Después de treinta años de trabajo he llegado a la conclusión de que el concepto moderno de cultura es tardío, se cuece en los laboratorios alemanes. No en Kant, porque Kant es un ilustrado y por tanto la cultura para él es universal, sino en Herder y sobre todo en Fichte. – Uno de los episodios relevantes de la vida filosófica española en estas últimas décadas –escasos, por otra parte– fue su polémica con el profesor Manuel Sacristán sobre el lugar que debe ocupar la filosofía en el conjunto del saber. — Esa polémica me ha marcado como si fuera una etiqueta hasta el punto de que la mayor parte de los profesores de Filosofía me conocen sólo por eso: es el tema cuatro de la oposición, el debate entre Sacristán y Bueno. – Pero supongo que luego habrán leído otros trabajos suyos como Ensayos materialistas o La metafísica presocrática... — En absoluto, los filósofos no leen. Por eso he creído necesario hacer ahora un reajuste sobre la cuestión. En una ponencia que presentaré dentro de poco en Granada, y que sin duda va a originar un escándalo monumental, hablo de los distintos tipos de filosofía, los que para mí cuentan y los que no. Ahí hablo de la tipología de las filosofías: la exenta y la inmersa y dentro de esta última la genitiva y la crítica, que es la mía. – Obviamente no podemos trasladar en esta conversación su pensamiento, ya que esto no es una cátedra, pero sí al menos unas líneas generales sobre el método que usted defiende. — Usted tiene un concepto muy alto sobre las cátedras y de la Universidad. En la Universidad no se habla de filosofía, se habla de Kant o de Platón. En cambio, donde me piden que hable de la libertad o sobre la justicia es en los medios de comunicación. Por otra parte, ya sabes que la reforma universitaria de Maravall suprimió la filosofía como asignatura y a los profesores nos obligaron a determinarnos, esto es, a elegir Lógica o Antropología... Yo me negué. Así que ahora sigo firmando profesor emérito de Filosofía. «Resulta sorprendente el uso del término de 'filosofía' para todo. Valdano lo utiliza constantemente» – ¿De qué filosofía? — De la inmersa, de la que tiene que ver con el presente. Yo me he ido aproximando a los temas cotidianos, he ido a la academia, a la calle, y he ido descubriendo que donde está realmente incorporada la filosofía es en las empresas, en las profesiones. Por eso se habla de «la filosofía del tercer tren de laminación de Ensidesa», de «la filosofía del delantero del volante», de «la filosofía de la tarjeta de crédito»... Mi hijo Gustavo está haciendo un trabajo interesantísimo sobre la aplicación del concepto de filosofía en la vida cotidiana tal como se refleja en los periódicos. Resulta sorprendente el uso del término de filosofía para todo. Valdano lo utiliza constantemente. – ¿No es una utilización vulgar del término o una trivialización, como cuando se habla de la cultura del consumo o de la cultura de la violencia? — Según los criterios de mi gremio es una blasfemia, porque es usar el nombre de la filosofía en vano. Para mí el hecho de que la filosofía vaya variando por ahí denota algo muy importante. Yo creo que este uso del concepto de filosofía que utilizan empresarios, deportistas, políticos... es uno de los más genuinos que se pueden hacer en la medida de que se trata de tomar unas decisiones prácticas frente a otras posibles y que de ello dependen determinadas consecuencias, que hay que considerar diversas categorías a la vez y hay que coordinarlas y hay que sacar una doctrina... Es algo muy inteligente porque se sabe que aquello no es científico, pero que tampoco es gratuito, que no es irracional sino que es la única racionalidad que cabe utilizar en ese momento. A esta filosofía yo la llamo genitiva... filosofía de... Con esa ambigüedad que tiene el genitivo. Cuando decimos timor Romae, ¿qué queremos decir? ¿Que Roma tiene temor o que se teme a Roma? Quizá pudiera defenderse que la realización de la filosofía se da en la filosofía genitiva y la verdad es que yo me vería en dificultades para rebatirlo. La filosofía estaría disuelta en la propia vida a un cierto nivel de desarrollo. En todo caso dentro de los tipos que yo he establecido me sitúo en lo que llamo filosofía crítica. — ¿Crítica en el sentido de Kant? — Más bien en la línea del Teatro crítico universal del padre Feijoo, que es un ejemplo de filosofía implantada o inmersa porque es una crítica de los mitos del presente. Así como la filosofía genitiva desarrolla ideas localizadas como la del tercer tren de Ensidesa o lo que fuera, la filosofía crítica trataría de todas esas ideas que van arrojadas por el presente y que incluye también las ciencias de modo muy fundamental, pero también la moral, la política, la cultura, el arte, etc. Todas esas ideas son las que constituirían la posibilidad y la necesidad de un tejido sistemático que sería el de la filosofía crítica. «Descalifico las filosofías exentas del presente, que, por tanto, son inválidas para analizar la actualidad» – Usted dice que la filosofía es el conocimiento racional pero que no es la ciencia, que no es el conocimiento científico. Sin embargo, el filósofo sí puede saber lo que es la ciencia, cosa a la que no llega el científico. — El hecho de preguntar por la ciencia es ya filosófico, y no científico. Esto suelo explicarlo con el círculo del Kula, que es un sistema de intercambio que descubrió Malinovski en los años treinta en unas islas del Pacífico. Se trata de una corriente de doble circulación, ya que unos islotes dan collares y reciben brazaletes y otro al revés, pero ninguno sabe que forma parte de un círculo enorme que está por encima de la voluntad y del saber de cada uno. En la ciencia pasa igual: el químico sabe lo que pasa en la química pero no sabe qué es la matemática... De eso se ocupa la filosofía, el cierre categorial. — No deja de resultar irónico que usted, militante del racionalismo filosófico, que vino a Asturias en buena medida por la atracción que sentía por Feijoo y después por Jovellanos tenga que enfrentarse ahora con la irracionalidad circundante, la vuelta a los mitos, a la búsqueda de identidades falsas. — Hay que decir que se trata de un movimiento minoritario, con poco amperaje pero mucho voltaje. Distorsionan muchas cosas, impiden la normalidad de la investigación, son agresivos. – Y a usted le han acosado con frecuencia. — A mí y a otros muchos. Un día a Francisco Ayala, otro a Coseriu, el profesor de Munich considerado un patriarca de la lingüística, otro a Sánchez Albornoz, un poco antes de morir. – ¿De dónde viene este nacionalismo asturiano? — Del mito del celtismo gallego, de Rosalía de Castro, de la invención de un pasado céltico en los años treinta, de Otero Pedrayo. Y todo esto, a su vez, venía de Francia... Los celtas llegaron a la Meseta por dos vías, Roncesvalles y Cataluña, y en su reflujo algunos fueron a Galicia y a Asturias. Posiblemente a Asturias llegaron como fuerza de choque de los romanos. Hasta hace poco se atribuían los castros a los celtas, pero un grupo de gentes interesadas en estos temas hemos conseguido que ya no figure entre ellos esta procedencia. Antes de abandonar este bosquecillo sagrado, mientras se esconde la escultura de Diana después de haber estado iluminada por un sol brillante durante unos momentos, el profesor Bueno me insiste en que todos sus trabajos se discuten en equipo, en grupo, y que no publica nada sin consulta previa. Debo escribirlo. Y lo hago. |
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