Proyecto Filosofía en español Hemeroteca
Interviú
Del 19 al 25 de junio de 1995
Año 20 / nº 999
páginas 68-70

Gustavo Bueno. Filósofo

El marxismo no puede morir

Nacido en 1924 en Santo Domingo de la Calzada y educado en una familia convencional y de derechas, el filósofo Gustavo Bueno, hombre con aspecto de sabio frágil, llegaría a ser famoso por sus ideas marxistas, sus «Ensayos materialistas» publicados en 1972, sus conferencias radicales, sus clases de marxismo dentro de los pozos mineros e, incluso, por el atentado que dejó su coche convertido en chatarra y la polémica que lo rodea como un aura. Todo ello lo han convertido en un apóstol ateo de los nuevos tiempos.

BLANCA ÁLVAREZ Fotos: MARIANO ARIAS

Se siente asturiano porque desde 1960 Gustavo Bueno forma parte de ese paisaje por derecho y rabieta. Además de la obra citada, entre las múltiples publicadas, destacan «Etnología y utopía», «El papel de la filosofía en el conjunto del saber», «El animal divino» y lo que será su testamento filosófico: la «Teoría del Cierre Categorial», de la que ya van editados cinco tomos y aún faltan otros tantos.

—Don Gustavo, usted no para, y además encuentra tiempo para asistir a programas en TV, en radio, conferencias...

—Nunca supe decir que no.

—Tal vez un día lo veamos posando para un anuncio de ropa interior.

—Puede ser. Confieso que nada de lo humano me es ajeno.

—¿Iría a cualquier programa de TV?

—Hombre, a cualquiera no, creo que a programas como los de Jesús Hermida, donde no te dejan explicarte y tienes que hablar como en un mitin de frases, no podría ir. En cambio, me lo pasé divinamente en el de Quintero, que era como muy de alcoba. Claro que debí defraudarlo bastante, porque cuando me preguntó qué era un sabio, respondí: aquel que entiende de sabores.

—En realidad a Gustavo Bueno le teme cualquier entrevistador porque se «sale por peteneras» en cualquier momento, ¿le gusta la provocación?

—Me gusta la claridad en los términos. Suelen anunciarme como sabio y eso significa entender de sabores, o como experto y luego me piden una definición del hombre, por ejemplo, y yo encuentro la más adecuada en Hesiodo: «el comedor de pan». Entonces les parece una barbaridad sin reparar en lo que ese hecho de comer pan implica culturalmente: conocer el fuego, ser agricultor, experto en ciclos de la naturaleza, etcétera, etcétera. Yo no provoco, los demás se sienten provocados.

—Tiene usted fama de pelearse con cualquiera, de no callarse en ninguna circunstancia lo que piensa, ¿qué le molesta realmente, la ignorancia o la maldad?

—La ignorancia. Yo siempre me peleo por las ideas, con las personas y sus fallos soy tolerante. Me molestan las opiniones gratuitas y sin fundamento. Disfruto con discusiones inteligentes.

—«Los males de este mundo los provoca más la bondad ignorante que la maldad inteligente», decía Camus.

—La maldad es pura ignorancia, ya lo decía Sócrates. El «malo» es, en realidad, un caso psiquiátrico de ignorancia, un imbécil. No existen razones para ser malvado de manera esencial.

—¿Los filósofos han cambiado la plaza pública y las aulas universitarias por la pequeña pantalla y la tertulia radiada?

—Los estudiantes de la Complutense y un grupo de la Escuela de Oviedo quedaron un poco confusos por mi aparición en el programa de Julia Otero, organizaron un debate entre Sánchez Ferlosio y yo mismo, pero Ferlosio no se presentó porque dijo que un aula era igual que la pantalla de TV. Yo tengo una teoría sobre esto de la tele y es que, dadas las actuales circunstancias, en la Universidad es en el único lugar donde no se habla de temas filosóficos, eso queda para los programas televisivos. En las facultades de Filosofía se habla de doxografía, es decir, de las opiniones de los filósofos, y además de los extranjeros. No se atreven a hacer análisis de la realidad y eso es justamente lo que hacen en la televisión, donde además te prohíben citar a Kant y a Hegel.

—¿Habrá que defender a los nuevos medios de comunicación como fomentadores de filósofos?

—La tele convierte en filósofos a los mundanos, les obliga a filosofar.

«Es tan rica en oropel la realidad que vivimos, que no analizamos lo que existe detrás, nos limitamos a lo accesorio» «En Carrillo admiro su labia y prudencia más que sus ideas, o sea, su capacidad de hilar discursos sin ideas. En Gerardo Iglesias, su integridad y su hombría»

—Se dice que «la inteligencia» ha muerto en Europa; si esto fuera cierto, ¿qué nos quedaría?

—En realidad no ha existido nunca. Nunca ha habido intelectuales en Europa. Yo dije eso cuando me invitaron en el 77 al aniversario del Congreso de Intelectuales celebrado en Valencia en el año 37. En Europa, un intelectual es el que escribe o firma manifiestos de protesta. Un intelectual era Erasmo y un filósofo coetáneo el Padre Bañez, y las dos cosas, filósofo e intelectual, en este siglo, lo fue Sartre. En España, los intelectuales actuales son los periodistas y los tertulianos.

—¿Vivimos en un mundo de «opinantes enterados»?

—Creo que lo que está haciendo la gente es puro sombreado, es decir, verbalizando los hechos cotidianos sin profundizar en ellos. Recuerdo cuando se tiró el muro de Berlín, que veía a un individuo saltándolo feliz y gritando ¡libertad! ¿Qué significaba esa palabra? Pues, simplemente, entrar en el mercado del consumo. Es tan rica en oropel la realidad que vivimos, que no analizamos lo que existe detrás, nos limitamos a lo accesorio.

—Hablando del muro de Berlín, usted que estuvo siempre muy cerca de los movimientos comunistas, que dio clase del marxismo en la mina...

—Sí, siempre hay un comunista o un ex comunista infiltrado en todas partes.

—La identificación que ha hecho Occidente de la caída del muro y la muerte del marxismo, ¿es cierta o se trata de una falacia interesada?

—El marxismo no puede morir porque es una construcción racionalista de la historia del pensamiento. Se puede transformar, pero no morir. Es una mentira interesada. Ha fracasado un experimento pero la propia teoría puede transformase para adaptarse, puede hacer lo que decía Marx: Umstüpung, es decir, darle la vuelta al calcetín.

—¿Sigue usted siendo marxista, profesor?

—Yo soy marxista como soy platónico o socrático. Mi marxismo siempre ha sido heterodoxo, nunca he sido dogmático o talmudista.

—En Asturias ha convivido en casi militancia con dos hombres muy marcados y divergentes: Santiago Carrillo y Gerardo Iglesias.

—Siento admiración diferente por ambos. En Carrillo admiro su labia y prudencia más que sus ideas, o sea, su capacidad de hilar discursos sin ideas. En Gerardo Iglesias, su integridad y su hombría.

—Habla de adaptación de la teorías a la realidad, ¿cómo se puede adaptar Europa a esa idea de globalidad con los problemas nacionalistas reventándole las costuras en Bosnia o Chechenia?

—Es algo similar a la cuadratura del círculo. Europa es una biocenosis, es decir, la convivencia de muchas especies diferentes en dinámica adaptación al entorno y eso implica siempre que unos han de ser devorados por los otros, como en la naturaleza, con la misma brutalidad necesaria. Las naciones europeas son parecidas a organismos vivos que no pueden ser reducidas a un tratado.

«La religión es una cuestión de demografía y en occidente la demografía está controlada y en descenso» «Soy apasionado por temperamento. Los tibios son débiles. Es necesario tomar partido. Al final, la filosofía de cada hombre depende de la clase de hombre que se sea»

—Pasemos a lo divino. Ha publicado recientemente «El animal divino», tal vez uno de los mejores ensayos sobre religión de nuestro tiempo, ¿puede existir el hombre sin religión?

—En los términos en que habla el libro, sí: a nivel individual sí, a nivel social, no. ¿Se puede vivir sin Dios? Está claro que un clérigo no, pero cualquiera que no sea clérigo, perfectamente. Al Dios de los teólogos no lo conoce ni María Santísima. Ha formado parte de nuestro paisaje y es prácticamente imposible prescindir de él. En el conjunto de la cultura que nos ha formado es algo así como el maíz de los aztecas. Como decía Aristóteles, ni dios conoce al hombre, ni el hombre conoce a dios.

—Pero la idea de ese dios ha cambiado con el tiempo para los hombres, se ha «adaptado» a nuevas realidades, ¿cómo será el dios del futuro?

—Desaparecerá. Algunos hombres lo seguirán, del mismo modo que habrá estudiosos del arameo, por ejemplo, pero más como estética que como algo que, al menos en occidente, puede dar lugar a fanatismo, eso es algo más controlado de lo que se piensa. La religión es una cuestión de demografía y en occidente la demografía está controlada y en descenso.

—Bueno, nos queda la ecología.

—Sí, que es algo así como la vuelta a la religión primaria de los númenes, de los animales totémicos. No olvidemos que nuestra relación con los númenes se remonta al tiempo de las cavernas, mientras que el monoteísmo es de antes de ayer, como quien dice.

—¿Y España?

—España es el país más impío del mundo. Somos un país de impíos y de herejes escépticos.

—De Dios a los gobernantes. Decía Platón que el gobernante ideal sería el filósofo porque él ha «visto» las ideas y puede enseñarlas a quienes no las han visto, ¿se imagina a un filósofo como presidente del Gobierno?

—Cuando la filosofía es realmente necesaria es a escala política. Es importante que un jefe de gobierno tenga unas ideas básicas de conocimiento sobre el bien, el mal, Europa... Dependerá de su nivel de conocimiento, lo buen gobernante que llegue a ser. La media de nuestros gobernantes es ramplona, se limita al conocimiento de la Constitución como saber supremo y que lo resume todo. Tienen un conocimiento simple, de radio corto.

—Si no gobiernan, ¿qué papel queda para el filósofo?

—El de marcharse con la realidad. Esto lo han hecho siempre pese la falsa fama de vivir en una urna de cristal, los filósofos, desde Platón y Aristóteles, han tomado partido. Marx lo verbalizó diciendo que el filósofo no sólo ha de conocer la realidad, sino que tiene la obligación de transformarla. Ahora nuestros filósofos se limitan a cambiar el mundo desde la pantalla televisiva. Las ideas filosóficas siguen influyendo pero están más degradadas, más integradas en la realidad; incluso en la realidad del lenguaje, el nuestro es, por definición, un lenguaje absolutamente ligado a la filosofía.

—Y los tan temidos y leídos columnistas, ¿qué son?

—Son sofistas, por decir algo suave. Tienen su función, que es la de poner en circulación multitud de ideas que saltan chispas.

—Y los intelectuales «padres del hombre», según Séneca, ¿qué deberían ser en estos tiempos?

—Tienen un papel clarísimo, el de trituradores de los hechos, el de destructores de la mitología y las ideas falsas. La suya es una labor catártica y purgativa: limpiar lo más posible la cloaca de nuestros cerebros, aunque eso manche las manos.

—Defiende usted con pasión sus ideas, tal como recomendaba Fichte, ¿cabe otro modo de defender las ideas?

—Soy apasionado por temperamento. No es una virtud. Los tibios son débiles. Es necesario tomar partido. Al final, la filosofía de cada hombre depende de la clase de hombre que se sea.

—El ideal del maestro es que los alumnos lo superen, usted mismo hablaba de la «Escuela de Oviedo» que ha dado nombres como Juan Cueto, escritores, poetas, filósofos, comunicólogos... ¿Ha encontrado el alumno perfecto?

—Todos. Somos un plural mayestático. Curiosamente, es una Escuela que se ha extendido más entre los científicos que entre los filósofos. No me atrevo a dar nombres por puras razones de objetividad.

—Un busto de Lenin, un poster del Ché, otro de Nixon, otro de Juan XXIII, libros, todos los libros del mundo en su casa... ¿cómo se ve Gustavo Bueno?

—De ninguna manera. A través de Carmen, mi mujer, que es una referencia constante e hipercrítica. Carmen me controla, me corta en los discursos, la miro en las conferencias para saber cuándo tengo que callarme.

—¿Sin ella estaría tan perdido como Severo 0choa cuando enviudó?

—Es posible que fuera un viudo desconsolado.

Carmen entra en el despacho, pregunta si nos aburrimos o queremos café. Por la ventana se perfila un cielo gris, sobre la mesa esperan cuartillas en minúscula letra porque Gustavo Bueno jamás teclea. Sus ideas pasan al papel a través de una pluma. Tiene miedo a no contar con los años suficientes para terminar su «Teoría del Cierre Categorial».

 


Fundación Gustavo Bueno
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