Proyecto Filosofía en español Hemeroteca
Epilespia
Número 7, Junio 1992
Revista del I.B. «El Piles», Gijón
páginas 30-31 + cuadernillo de 8 págs.

Entrevista académica a Gustavo Bueno

JUAN JOSE R. REY / MARIA JOSE ARIAS / SILVIA COSIO

Presentación

Era el mediodía de un día de abril cuando hacíamos acto de aparición en la ciudad de Oviedo. Tras varios intentos, pues fue difícil encontrar una fecha y una hora que fuera buena para todos, por fin, era el día que habíamos preparado con tanto cuidado.

No se puede decir que Oviedo nos recibiera con los brazos abiertos (¡faltaría más!). Nada más hacer acto de aparición, descargó sobre nosotros un aguacero del que tardaremos tiempo en olvidarnos.

Nos dirigimos a la Facultad de Filosofía (donde, a pesar de estar en clase, seguro que estaban más sosegados que nosotros) para ir al encuentro de nuestro personaje, nada menos que Gustavo Bueno, filósofo, ensayista, Catedrático de Filosofía e Historia de los Sistemas Filosóficos de la Universidad de Oviedo, Catedrático Emérito, Director de la Revista de Filosofía «El Basilisco»... ¡y nosotros en COU! Tras algunos minutos de espera, nos recibe en su despacho, y acto seguido nos dirigimos a una sala mayor y más cómoda.

Dispuesto a dejarse deshojar, como si de una margarita se tratase, empieza la Entrevista a Gustavo Bueno, al que se le ve fresco y jovial, contento de responder a nuestras preguntas. Y decimos esto con total convencimiento, porque así lo demuestran las tres horas de conversación.

El profesor Bueno habló de todo: de lo que le preguntamos y de lo que no le preguntamos, de Filosofía, de Etica, de Ciencia, de sus recuerdos, de fútbol, de la Universidad, de política... Fue un rato inolvidable, que esperamos quede reflejado en las páginas siguientes.

Finalizada la entrevista, y tras posar para las fotos de rigor, el profesor Bueno, nos acompaña hasta la puerta y, tras un apretón de manos, se despidió de nosotros, no sin antes pedirnos un ejemplar de EPILESPIA.

Y ya de camino hacia la estación, vuelve Oviedo a expresar su más enérgica protesta, en forma de granizo, ante nuestra presencia en sus calles. Nos tomamos un café y, escoltados por la lluvia, nos pusimos en marcha hacia Gijón.

Este es el antes y el después de la entrevista, pero lo interesante viene ahora. He aquí lo que nos contó Gustavo Bueno.

Entrevista académica a Gustavo Bueno

— ¿Cuánto tiempo lleva dedicado a la Filosofía?

— Pues lo mismo puedo decir toda la vida o nada, en serio. Yo he sido profesor de Filosofía, y lo sigo siendo, porque ahora soy profesor emérito, es decir, que socialmente soy un profesional de la Filosofía, pero de hecho yo no me siento profesional de la Filosofía, ni lo he sentido nunca, es una cosa curiosa. Quizás venga de que en el Bachillerato que yo estudié no había distinción entre ciencias y letras, la Filosofía ocupaba un papel muy pequeño... os hablo del año 42 ó 43, en Zaragoza; en fin, eso parece el Antiguo Testamento.

Recuerdo que teníamos un profesor de Filosofía que era un capitán de estos que volvían de la guerra –que no sabía nada– y cuando nos explicaba los silogismos se equivocaba, y le decíamos: «¡oiga, que se ha equivocado!», y él se quitaba la chaqueta y decía: «¿quieren discutirme lo que digo?» Quiero decir, que por entonces la Filosofía no era... bueno, casi todos los profesores eran curas, y era como un apéndice de la Teología. Yo, en el Bachillerato, recuerdo que me interesaba sobre todo por problemas de Biología, por unos problemas que yo no llamaba Filosofía. Por ejemplo, a los 17 años, o así, las primeras cuartillas que escribí, yo no llamaba a eso Filosofía, ¡pero luego resulta que eran Teoría de la Ciencia!

El primer problema que a mí me inquietó mucho y estuve tardes y tardes dándole vueltas era algo que oí al profesor de Biología que decía: «la excepción confirma la regla», y aquello no me cabía en la cabeza. Entonces, lo comenté con un profesor y me dijo: «¿a mí qué me cuenta? Esto es Filosofía»; era como aquél que hablaba en prosa sin saberlo. De manera que, en este sentido, me he dedicado a la Filosofía toda la vida.

Sin embargo, bueno, ahora que soy emérito lo puedo decir (bueno, lo digo como secreto del sumario): yo de lo que menos he leído en mi vida ha sido de Filosofía, ¿se dan cuenta? Yo lo que más leo y estudio son otras cosas: historia, matemáticas... Hombre, he leído a los clásicos, claro, y además me interesan mucho, pero siempre he leído a los clásicos desde otras perspectivas. En ese sentido, eso de «profesional de la Filosofía».... bueno, pues muy bien. Es más, en una polémica que mantuve hace años con Sacristán (1), yo me he declarado partidario de la Filosofía académica, que es la Filosofía que se da en la universidad, la de los profesores de Filosofía; sin embargo, yo utilizaba la Filosofía «académica» en el sentido de la «Academia» de Platón, y jugaba con el doble sentido de la palabra: Filosofía académica, pero por encima de lo que se hace en la universidad.

Bueno, pero respondiendo a la pregunta, ¿que cuánto tiempo llevo dedicado a la Filosofía?, ya está dicho: toda la vida, pero no como profesional... por ejemplo, generalmente, los profesores de Filosofía son un gremio con una dialéctica interna obligada, y esta «burocracia del gremio» en algunas materias es muy importante, porque es la esencia del oficio, lo que se llama la especialización, pero especializarse en Filosofía es una cosa tan contradictoria como un círculo cuadrado, ¿se dan cuenta?; es especializarse de todo lo que aparece con el rótulo «Filosofía». Hay un hecho objetivo: que hay una tradición muy compacta de Filosofía, pero muy traidora: Platón, Aristóteles... hasta nosotros. Pero esta tradición es como una línea que está cortada continuamente por otras líneas transversales, es decir, cada punto de esa línea pertenece a esa tradición, desde luego, pero también a la línea transversal, que son los problemas del presente. ¡Vamos a pintarlo, hombre! (Y, efectivamente, Gustavo Bueno se arma de papel y bolígrafo y se pone a dibujar una línea). Estarán pensando: «qué mente tan grosera tiene usted, que necesita pintarlo». Pues ya ve usted. Hay una línea diacrónica cortada en cada punto por una línea sincrónica; entonces, hay dos modos de integrarse en esta línea: una es teniendo en cuenta la corriente central, y entonces se está haciendo sobre todo historia. Esta es una tradición muy compacta, sorprendentemente compacta, aunque ocurra también por ejemplo en Literatura, Pintura, Música... quizás lo más parecido sea la música, porque es totalmente inconcebible pensar, por ejemplo, en los Conciertos de Brandemburgo de Bach sin pensar en Vivaldi, es que no se podían haber escrito. Es decir, hay una tradición compacta. Pero hay una diferencia, y es que así como la música forma un mundo relativamente cerrado –es decir, el que posee el teclado y la armonía puede hacer todo lo que quiera– pues no hay un teclado filosófico, las teclas están dadas por la corriente del mundo, que va avanzando, y entonces el que está tocando ese teclado pues tiene que salirse de la tradición continuamente, y desafinar constantemente, y los que están en la tradición dicen: «¡cómo desafina!».

Entonces, como el gremio es el gremio, y la burocracia es la burocracia, hacen falta unas condiciones de ingreso en el gremio, unas ceremonias de ingreso: el que va a ingresar en la música, pues le hacen tocar la flauta, o el violín... y si no, no entra; y en Filosofía, al que va a entrar en el gremio se le pide que haya leído la «Crítica de la Razón Pura», ¿no?

Pero yo creo que ahora estamos en una muerte burocrática de la Filosofía: la Filosofía, al hacerse una especialidad que está en la universidad, equiparada a las demás especialidades, con cátedras, congresos, libros... e incluso te pones la bata blanca, para disimular, para que te den más dinero (porque si eres científico te dan más dinero que si no lo eres), entonces, ¿qué pasa?, que se empieza a pensar en la Filosofía como si fuera una especialidad más; por ejemplo, en las demás especialidades se puede decir que lo último es lo más valioso, es decir, lo que hacen los matemáticos hoy es más valioso que lo que hacían los matemáticos en el XVI, y en la técnica no digamos, entonces, automáticamente se dice: lo último en Filosofía también es lo más valioso. Somos víctimas entonces de las modas, que no tienen nada que ver con el asunto, pero en el gremio son las que funcionan, y eso es la muerte burocrática, porque lo más valioso no tiene por qué ser lo último. Y bueno... vamos a seguir.

— La siguiente pregunta ya está casi contestada: ¿qué le llevó a interesarse por la Filosofía?

— Pues, bueno, voy a contar algo: Ricardo de la Cierva, hace 4 ó 5 años, publicó un libro, Oscura..., no sé, no me acuerdo muy bien del título (2), allí me dedicaba unas páginas violentísimas contra El Animal divino (3). Había leído el libro, ¿eh?, lo había entendido a su modo y me hacía una crítica muy dura, e incluso me descubre algún error, aunque no cae en la cuenta de otros garrafales, que debo corregir en la 2ª edición (una imagen de una estela mesopotámica que resulta que no tiene nada que ver, que es de Egipto), bueno, pues este individuo decía: el interés que tiene el profesor Bueno por la Religión delata la profunda crisis espiritual que tuvo que tener en su juventud para haber llegado a estos extremos... algo así, decía, psicología barata, y yo me acuerdo que con ese motivo un periodista me preguntó que por qué me dedicaba yo a la Filosofía de la Religión siendo ateo, y yo le dije que precisamente por eso, claro. A un creyente no le hace falta, ya lo tiene todo explicado. Además, ¿es que hace falta que un biólogo para que se interese por un tumor deba tener él un tumor? En ese contexto, cuando el periodista insistía en preguntar que cuál fue la primera cuestión que me interesó, que me preocupó, pues yo decía: ésta, preguntas de esa índole.

— ¿Qué filósofo ha dejado más huella en usted?

— Varios, dependiendo de la época, y a muy distinto nivel. ¡Hombre!, se puede contestar objetivamente mirando la cantidad de veces que cito a la gente en los libros, ¿no? Pero bueno, hay que tener en cuenta que a mí me tocó la época íntegra del franquismo, los 40 años enteritos, la época de la escolástica, y a mí me interesó mucho la escolástica, a pesar de que nuestro grupo de amigos, en los años 40, era volteriano. Mi padre, por ejemplo, que era médico, tenía todas las obras de Voltaire metidas en un armario para que no se leyeran, porque estaban prohibidas, como las de Anatole France... Yo recuerdo que el lema que tenía –fíjense en el estado de ánimo– a los 17 ó 18 años, era el de Condorcet (4): «no cejaremos de luchar hasta que la cabeza del último rey penda de las tripas del último sacerdote», claro, esto no se podía ni decir, era la muerte civil.

La situación de aquella época era parecida a la del siglo XVI; nosotros éramos parecidos a los «marranos», a los conversos, que disimulaban: nosotros no éramos conversos, pero como si lo fuéramos. Habíamos espabilado, por lo que fuera, y entonces había que mantener en secreto nuestra «sabiduría», secreto que, hay que decirlo, yo por lo menos, no era nada penoso: había unas compensaciones psicológicas muy evidentes: «yo estoy en el secreto, y estos tonteras no». Y eso que mi actitud a veces era muy imprudente: por ejemplo, yo no me santiguaba en el Colegio Mayor. Y me decían: «no seas idiota, aplica tu principio». Y mi principio era: «así como la mariposa caligo extiende las alas para asustar al depredador, así nosotros extendemos los brazos en cruz para defendernos de los sacerdotes». Era una regla de ocultación, como aquellas máximas de «bien vivió quien bien se ocultó»; eran máximas de camuflaje, porque si te descubren te liquidan. A veces te descubrían, claro. Era una situación tan increíble que había que fingir que ibas a Misa incluso ante los amigos más íntimos.

Había dos opciones: marcharse de España o quedarse aquí, esperando mejores tiempos. La primera opción era casi imposible: yo me quedé no porque no quisiera marcharme, sino porque no pude. Les puedo contar una anécdota, que cuento en Cuestiones Cuodlibetales (5), que es un fragmento de realidad: en Salamanca, teniendo yo 25 ó 26 años. Había sido discípulo del Padre Barbado, dominico, de Pola de Lena, que había sido discípulo de Cajal y que me quería mucho. Cuando aterrizo en Salamanca, sin conocer a nadie, veo en el periódico local un documento firmado por Barbado, Obispo de Salamanca (hermano del otro); Obispo de Salamanca entonces era como ser un capitán general, con un poder tremendo. Bueno, pues yo fui a ver a aquel señor, ¿por qué?, pues seguramente como un explorador, o como un etnólogo: a ver a un Obispo de cerca, a ver cómo era, simplemente a ver.

En Salamanca, en la Biblioteca de la Universidad, pues me encuentro a todo el siglo XVI: los Salmaticenses, los Complutenses... era igual que cuando ves un órgano y lo tocas a ver cómo suena, pues igual yo decía: a ver cómo suenan estos libros. Y resulta que te aficionas, y llegué a ser bastante experto en Tomismo, era un hobbie. Y allí me influyó mucho un tal Araujo, fíjense, y Juan de Santo Tomás... pero claro, ¡cómo voy a decir yo esto ahora! (Risas). Pero es la pura verdad. Araujo era el autor de unos «Comentarios a la Metafísica de Aristóteles», algo tremendo; debió ser un profesor del XVII, de Salamanca; y Juan de Santo Tomás fue un dominico, confesor de Felipe IV. Pues estos me gustaban. Claro, uno tenía sus preferencias. Por ejemplo, a Santo Tomás cada vez lo admiro más; Santo Tomás me influyó mucho más que San Agustín, porque entonces había libertad de pensamiento, como también había libertad de prensa, en época de Franco: podías comprar el ABC o el Ya, ¿verdad?, pues también había libertad de pensamiento: podías ser agustiniano o tomista, podías elegir, y yo elegí a Santo Tomás.

A Santo Tomás lo he vuelto a releer últimamente y es realmente admirable, yo lo estoy releyendo como quien pone un disco que hace 40 años que no ha oído, y es realmente impresionante: qué capacidad de organización, de falsear, de encontrar soluciones para todo, qué ingenio. Era un arquitecto, que apuntalaba todo lo que había que apuntalar.

Bueno, pues, por seguir con la pregunta, a Ortega, por ejemplo, le conocí muy tarde. Ortega, en la época en la que yo me formé, estaba completamente desprestigiado, le llamaban «periodista y culturalista», que no sé lo que querría decir eso. Había un libro, que todavía tengo en casa, de un canónigo de Alcoy que se titulaba: «¿Es D. José Ortega y Gasset un filósofo propiamente dicho?», y respondía diciendo que no, que era un «culturalista». Además, lo que leí en mis tiempos de Ortega fue «Musicalia», que eran unas notas de Ortega sobre música (pero Ortega no sabía nada de música, no distinguía Beethoven de Wagner), y yo –entonces era muy melómano– pues me molestó mucho: no sabía una palabra de música. Así que yo a Ortega le leí muy tarde, relativamente, en los años 50. Le compré la Obra completa a un viajante, y casi lo hice por lo pesado que se puso el hombre; pero, al leerlo, pues vi que aquello era muy serio, y entonces estudié sus libros. Así que Ortega me influyó muchísimo, pero tardíamente.

Y luego pues, por supuesto, Kant, Hegel, Marx... influencias muy diversas.

— La Filosofía, y los filósofos, ¿se han ocupado siempre de las mismas cosas?, ¿sus intereses han sido siempre los mismos?

— Hay una masa de cuestiones que es heredada, pero que va cambiando de sentido según las épocas: el vocabulario filosófico, la jerga. Cada gremio tiene un vocabulario. Si uno va diciendo «pirita» y «calcita» por ahí, pues es un geólogo, y si uno dice «categoría», «silogismo», pues por ahí anda un profesor de Filosofía. Hay un conjunto de palabras que identifica al gremio de filósofos: dialéctica, categoría, causa... todas estas palabras son heredadas. Pero el sentido de esas palabras no es independiente, sino que está siempre vinculado a esas líneas transversales de las que hablábamos antes.

— ¿Cuál ha sido, y es, entonces, el papel de la Filosofía?

— Muy variable. Yo creo que en la Filosofía hay dos sentidos que están entretejidos pero que son distintos: es lo que llamamos, con Kant, Filosofía mundana y Filosofía académica. Filosofía mundana, en sentido amplio, pertenece a todas las culturas; si se coge un Tratado de Antropología donde se nos hable de un pueblo de los llamados «primitivos», entonces se estudiará la indumentaria, las herramientas, las relaciones de parentesco, el sistema político... y la Filosofía: dioses, mitos, origen del mundo. Así como ahora se habla de la «Filosofía del tren de laminación de ENSIDESA», pues también se habla de la «Filosofía de los yanomamo».

Esto es muy curioso, ¿por qué se dice «Filosofía»? En los años 40 no se hubiera hablado de la «Filosofía del Sporting», por ejemplo, se hubiera hablado de la «Teología del Sporting»: por el fútbol hacia Dios, ¿verdad? Tampoco se habla ahora de la «estrategia del Sporting», no, se habla de la «Filosofía del Sporting», y yo creo que hay una justificación, y es que nuestra cultura (claro: ¿qué es «nuestra cultura»? Bueno para evitar complicaciones diremos que nuestra cultura es el área de difusión griega. Hay muchas culturas, y cada una tiene centros de difusión, y nuestro centro de difusión es Grecia, para bien o para mal. Nuestra cultura es griega en un porcentaje altísimo, empezando por el alfabeto, siguiendo por nuestra estructura mental, arquitectura –encontramos el Partenón repetido 40.000 veces, en Londres, Nueva York, en todas partes– escultura... Incluso instituciones griegas como pueden ser los «Elementos» de Euclides se siguen estudiando en el Bachillerato, literalmente. Toda nuestra terminología política es griega: democracia, aristocracia, anarquía... podía haber sido india, o maya, pero no lo ha sido. ¡Ah! «Filosofía» es una palabra griega también), bueno, pues en nuestra cultura la Filosofía mundana ha estado siempre en relación con la Filosofía académica, continuamente. La Filosofía mundana de nuestra cultura es la que impone los temas, y por eso si una Filosofía académica tiene éxito y vigencia social es porque conecta con la Filosofía mundana, y si no, pues la gente no la lee. Y entonces, habría que decir que cada pueblo tiene la Filosofía que se merece, ni más ni menos. ¿Que ahora en España está de moda Aranguren? Pues muy bien, lo que se merece, ¿verdad?, si la gente le lee y le gusta, pues muy bien.

Generalmente, los que se dedican a la Filosofía son muy versátiles; alguien que estudia Filosofía, como está interesado por todo es muy versátil (por ejemplo, la IBM y demás suele preferir para técnicos de ordenadores a gente de Filosofía que a gente que ha estudiado Informática). Con frecuencia, los filósofos están más interesados de lo que pasa que muchos especialistas; por ejemplo, a mí me ha tocado en los años 50 dar conferencias a los psicólogos, sobre Freud y Jung, o hablar a unos médicos de Cibernética, ¿por qué?, porque a través de una revista me había enterado de cosas de Cibernética. Esa versatilidad tiene un peligro, que es la superficialidad, el «dilettantismo», pero creo que eso es obligatorio: como no se puede abarcar todo, hay que explorar lo que se pueda.

Por tanto la influencia de la Filosofía es muy variable. Es muy frecuente que la Filosofía esté al servicio del poder; por ejemplo, la Filosofía soviética tuvo mucha importancia en la época de Stalin, y precisamente por eso la perdió: cuando el marxismoleninismo se convirtió en un dogma, pues era una tabarra completa. Ahora, por ejemplo, en España está de moda la Etica, ¿no se han fijado?, yo creo que la razón es que siempre hay un ético de guardia que sale en televisión para decir lo que piensa sobre el aborto... entonces, la ética es un instrumento ideológico del poder político, del partido en el gobierno, aunque se hable «desde el punto de vista de la ética», que nadie sabe lo que es. «Hay que tener ética», dicen, pero bueno, eso es como decir «hay que tener imaginación»: si no la tengo, ¿cómo la voy a tener? La ética parece que va ligada a una especie de principios últimos de la personalidad de cada cual y de los que no se puede dimitir. «Es mi conciencia», dicen; pero bueno, ¿qué es eso? Es como lo que yo le decía a un colega hace años en una huelga de estudiantes, cuando me decía: «es que mi conciencia me impide salir ahí fuera, a ponerme de parte de los huelguistas»; yo le pedía que nos diera argumentos, y contestaba: «mi conciencia no necesita argumentos, es mi conciencia», y entonces yo le decía: «mira, tu conciencia es una mierda». Yo creo que la conciencia va ligada a un individualismo vago que cada cual interpreta como le parece. Nosotros hemos intentado distinguir entre Etica y Moral: la Etica tendría que ver con todo lo que se refiere a la vida del cuerpo, del sujeto individual, y las virtudes éticas serían las que están orientadas a que los cuerpos subsistan: por ejemplo, si yo voy por la carretera y encuentro a un individuo que está desangrándose, pues atenderle es ética; la Etica tiene que ver con la Medicina, en una palabra. Es decir, que los más éticos serían los médicos, aunque no lo quieran ser. Lo demás son historias celestiales. Dar de comer a un hambriento es ética; ser leal, no traicionar, es ética. Luego las virtudes éticas fundamentales son las de la Etica de Espinosa (6): fortaleza y generosidad. Y la Moral son las costumbres, y puede estar en contradicción con la Etica.

Bien, pues yo creo que estamos en un nivel histórico (al que la Filosofía contribuyó, claro, como la Música o el Derecho) tal que la Filosofía está tan entretejida en nuestra cultura que no podemos prescindir de ella, de tal modo que no podemos hablar de «causa», o «sustancia», o «aristocracia», o «razón» sin moverse en esta tradición filosófica, y entonces si no hay un cuidado sistemático por vigilar estas ideas, se improvisa y se hace mal. ¿Por qué hace falta enseñanza musical en nuestra sociedad?, porque hay órganos, y orquestas, y si no hay una transmisión de esto se improvisará la orquesta, se hará el ridículo; alguien que toque el violín sin haber aprendido antes hará el ridículo, y alguien que empiece a hablar sobre la «causa» o sobre las «categorías» sin conocer la tradición hace el ridículo, aunque sea un Premio Nobel. Es decir, que la Filosofía está tan entretejida en nuestra cultura, a través de la Teología, de las Ciencias, del Derecho... que es imposible que nuestra cultura prescinda de ella.

— Pero, precisamente por estar tan entretejida en nuestra cultura, ¿no puede llegar a confundirse su papel con el de otra cosa? Quizás se confunda los Filósofos con los intelectuales...

— Muy bien, muy bien, eso me recuerda a lo que decía Goethe cuando le preguntaban si leía a Kant, y contestó que no le hacía falta, porque como estaba tan extendido...

Yo diría que la Filosofía está disuelta, sin duda, por decirlo metafóricamente, pero es que lo que está disuelto son cosas distintas, no es algo homogéneo, porque la Filosofía tiene carácter dialéctico, no tiene un «teclado» fijo, tiene muchas alternativas posibles, y cuando tomas una alternativa es porque te opones a otra (recordemos esa fórmula: «pensar es pensar contra alguien»). Si yo soy materialista es porque no soy idealista, y si soy idealista es porque no soy materialista, y si soy ateo es porque me opongo al teólogo, y viceversa.

En cuanto a los intelectuales que antes citaban, en fin... Desde mi punto de vista hay dos clases de intelectuales, que están en oposición. Yo presenté una ponencia a un Congreso de Intelectuales que hubo en Valencia hace 4 ó 5 años, en el aniversario del Congreso de Intelectuales que hubo durante la guerra, en la que defendía que se disolviese el Congreso. Yo, de hecho, no fui, pero para que vieran que no había frivolidad por mi parte les mandé la ponencia. Bueno, pues ahí distinguía entre dos clases de intelectuales: los filósofos, y los intelectuales que no son filósofos. Bueno, antes de nada, la palabra «intelectual», en el sentido actual, viene del asunto Dreyfus (7), ¿no? con «los intelectuales firmantes»: la palabra «intelectual», que era un adjetivo, se hizo sustantivo, porque «intelectual» era el adjetivo latino de las funciones de la mente intelectuales, pero «intelectual» como sustantivo que designa un estamento, eso se lo inventaron aquellos «intelectuales de izquierda». Claro, inmediatamente la derecha francesa dijo: «también somos intelectuales, ¿es que ellos monopolizan la inteligencia?», y entonces ya teníamos «intelectuales de izquierda» e «intelectuales de derecha». Así pues, parece que «intelectual» es un estamento caracterizado porque desarrolla la inteligencia, según una interpretación muy común, definición claramente estúpida sobre todo si tenemos en cuenta los intelectuales que corren por ahí, ¿verdad? Claro, decir que «yo me dedico a la inteligencia... », ¡hombre!, ¿y un mecánico que está arreglándote el coche, qué? Y luego dicen que los intelectuales trabajan con la mente, ¡no me fastidies! La inteligencia es manual, sobre todo; es más, lo que los griegos llamaban «logos» era el arte de hacer cestas, de ensamblar, y el lenguaje es un «logos» porque compongo, opero, así que el «logos» es construir, operar.

Intelectual, por lo pronto, es el que escribe. Bueno, pues llámelo «escriba», como los egipcios. Toynbee (8) dice que el intelectual es una subclase que se forma cuando los grandes círculos culturales se intercambian entre sí y hacen falta individuos que hagan de traductores, vigías, exploradores de otras culturas. Entonces, el intelectual suele ser el viajero, el que va al extranjero, o el que lee libros de fuera y luego los divulga. Pero de ahí a formar la clase de los intelectuales... en fin. Yo propuse una definición que tuvo cierto éxito en España, que es una definición operatoria (por ejemplo, si quiero definir «célula» y digo que es una unidad viviente, etc., me meto en la metafísica; pero puedo definirla operatoriamente: es lo que ves en el microscopio óptico cuando has hecho un corte de tejido en tales condiciones... eso es la célula). Bueno, pues yo dije que había que hacer una definición operacional de «intelectual»: intelectual es el que firma en un manifiesto de protesta. Eso es clarísimo: «los intelectuales abajo firmantes...», y aparece una lista larguísima de pintores, escritores, directores de cine...

«Intelectual» es una de esas palabras que hay que liquidar, como «cultura», una palabra que no dice nada. Y miren, eso es una tarea de la Filosofía, destruir toda esa cantidad de tonterías, de estupideces que nos inundan. Estamos continuamente respirando palabras, en la política, por ejemplo: pueblo, democracia, libertad... pero muy pocos, o nadie, saben lo que significan. Yo tampoco, ¿eh?, ni yo ni nadie. Así, la Filosofía tiene una función de purga, que será insuficiente, pero ya es algo, ¿no? La crítica, la trituración de tal cantidad de palabras que nos envuelven yo creo que es una labor filosófica, y lo ha sido siempre, y hoy es tan urgente, o más, que nunca, porque como generalmente hay una serie de sucedáneos de la Filosofía que han heredado lo que antaño hacía la Filosofía (psicólogos, antropólogos, politólogos...), pues enseguida se tragan todas esas ideas y van y definen la democracia, por ejemplo, en un Tratado de Derecho Político, ¡hala!, la lección 24: la Democracia, como si fuera la definición del potasio. Pero resulta que la Democracia no es la lección 24. Así que hay que venir desde fuera y barrenar esas ideas. La función de barreno yo creo que es fundamental, y si la Filosofía hiciera esa función como es debido ya sería bastante.

Por ejemplo, la idea de «cultura». Bueno, es una de las ideas a las que yo tengo mayor antipatía, porque es una de las ideas más traidoras, más taimadas que puede haber, una de las que gasta más dinero, la más falsa, la más necia, la que más llena la boca a la gente: ¡la cultura! Yo cuento muchas veces esta anécdota, que es histórica: un alcalde, del norte, que contrata una orquesta inglesa y se gasta 4 ó 5 millones. Fue muy criticado por ese despilfarro, y en una rueda de prensa los periodistas le dijeron que por qué gastaba ese dineral en una orquesta; entonces, el hombre, acorralado, se le ocurrió decir lo siguiente: «es que es cultura», y lo bueno es que los periodistas se lo creyeron, claro, es «cultura», y esto es un comodín. Excuso decir cuando hablan de eso de la cultura celta, las «noches celtas» ésas que hay de vez en cuando, ¿verdad?, que es cultura celta que ni es cultura ni celta, porque en Asturias es donde menos celtas ha habido de toda España. A mí me han llenado muchas veces el coche de pegatinas de «el bimilenario de la lucha de los celtas contra Roma», fíjense qué locura, ¿eh?, y a mí me consideraban romano, claro, y por eso me ponían el coche perdido de pegatinas, muy bonitas, por cierto, muy bien hechas. Se creían «celtas». Yo les llevé incluso a juicio, porque a cuenta de un discurso inaugural que me tocó pronunciar en la Universidad (El individuo y la Historia) yo desarrollaba una tesis según la cual la Historia no trata del pasado, sino que trata de las reliquias, de lo que queda; la Historia trata por ejemplo de las ruinas de Coaña, y esas ruinas después el historiador las puebla de fantasmas, y a veces estos fantasmas resulta que son celtas. Eso es lo que decía, nada más, y luego seguía por otro lado. Bueno, pues por lo visto había en el paraninfo uno de estos de la Liga Celta, que se sintió atacado, y empezaron con una serie de artículos, los menos 15 ó 20, en La Nueva España, donde decían que tenía que salir inmediatamente de aquí, desterrado, y como firmaba la Liga Celta, pues yo decía: «¿quiénes serán estos?», «¿será Vercingetorix, que se ha pasado por aquí?». Entonces yo fui al periódico y pedí que dijeran quiénes eran, pero me contestaron que no podían hacerlo porque era un pseudónimo, y que tendría que ir a juicio. Llevé a juicio al Director del periódico y entonces tuvo que decir los nombres, y aparecieron, unos chicos de Avilés, muy simpáticos, por cierto, con unas barbas tremendas, y les dije: «¡pero si ustedes son germanos, no celtas!». Tuvimos una conversación verdaderamente surrealista, porque resulta que no sabían nada, claro. Yo me había informado y sabía que en Asturias hubo muy pocos celtas, que los verdaderos celtas en España estaban en Castilla, y luego fueron hacia Galicia. Los celtas trajeron, entre otros, el cultivo del cerdo y el hierro, que es justamente lo que no hay en Asturias; y las casas eran cuadradas, y no redondas... en fin, es que no encaja absolutamente nada. Luego los celtas vinieron con los romanos, claro, y muchos de los residuos «celtas» que hay por ahí son precisamente romanos.

Bueno, pues esto del juicio acabó en que tuve que pagar yo al juez 7.000 pesetas, por el juicio de conciliación, porque me dijeron: ¿seguimos adelante?, y yo dije: «no hombre, ¡qué va!, les voy a regalar unos libros, para que se enteren». Porque, como decía aquél, la derecha se quita leyendo, el modo de dejar de ser de derechas es leyendo un poco.

— Profesor Bueno, cuando se habla de usted siempre surge su fama de polémico, ¿a qué cree que se debe esto?

— Pues seguramente es debido a que realmente he sido polémico, ¡pero sin quererlo yo!, ¿eh? Quiero decir, que mi voluntad no es ser polémico, sino que mi tendencia es retirarme, salir de la plaza pública, pero como, de hecho, estamos en la plaza pública, y no en el monte... Tú dices una cosa, pero sin intención de armar polémica, pero cuando te contestan reaccionas, claro; en lugar de callarte, respondes, pero no es que seas polémico. Quizás tenga que ver el interés que tengo por el enemigo, por ver lo que piensa el enemigo. Por eso me acuerdo muchas veces de aquello que cuenta Montgomery, que cuando estaba en la batalla de El Alamein, en Africa, en la 2ª Guerra Mundial, tenía en su tienda de campaña el retrato de Rommel. Pues así es, yo siempre me interesé muchísimo por los enemigos, por leer a Santo Tomás, y demás, por ver lo que pensaban. Y entonces ocurre que cuando el enemigo dice cosas importantes, bien dichas, pues realmente es muy difícil responder. Pero ocurre que el enemigo es generalmente un majadero, y entonces la polémica se convierte en una bronca de mil demonios. Yo he tenido muchas broncas, pero yo echaría la culpa al otro, ¿eh?; si el otro hubiera sido menos majadero no habría habido bronca, todo lo contrario. Y luego está la mala fe, la tergiversación...

Recuerdo una bronca que tuve en televisión hace dos años, hablando de la Virgen de Fátima. Había allí un teólogo, un Mariólogo, que para más INRI me dijo: «¡yo soy catedrático de Mariología!». Bueno, pues que lo sea usted muchos años. Y aquél majadero siguió diciendo: «¡y, además, llevo ya 10.000 libros vendidos de mi Tratado de Mariología!». Y le contesté: «Pues mire, yo de El animal divino no he vendido más que 3.000.» ¡Que semejante mamarracho se atreva a... !

Bueno, miren, en Valladolid yo tuve una de las mayores broncas, que acabó casi a palos. Verán, me invitaron para que fuera a Valladolid a dar una conferencia sobre los conflictos de la Religión y la Ciencia; era una invitación, ¿eh? Bueno, pues me encuentro allí un público rarísimo, a mí me parecían todos romanos: gente mayor, castellanos de gesto meditabundo, severos, y yo noté, al empezar la conferencia, que no había conexión con el público: decía algún chiste y se quedaban como témpanos. Mi conferencia, la verdad, era muy conservadora: yo mantenía la tesis de que no había conflicto entre la Religión y la Ciencia, porque cuando se enfrentaban la Religión simplemente se retiraba. Bien, el caso es que, al final, se levantó uno del público y me dijo que mi exposición sobre el cristianismo era falsa, porque el cristianismo es una cuestión de experiencia, y yo le pregunto: «pero bueno, ¿la experiencia que usted tiene de Cristo, cuál es?, ¿usted conocía a Jesucristo?». «Sí», me contestó, «yo soy amigo de Jesús». Resulta que era amigo de Jesús. Bueno, me parece muy bien, pero vamos... le digo: «¿usted podría presentarme a ese señor?». Y seguía insistiendo: «es una cuestión de experiencia». Por fin, le dije: «Bueno, vamos a hablar en serio: el Jesús del que usted habla, ¿es el Jesús de los Evangelios?». Y contestó: «sí, pero yo tengo experiencia directa de él». Claro, yo le pregunté que qué fuentes de conocimiento tenía para conocer a ese personaje, y le dije: «para entendernos, ese amigo suyo ¿es un hombre, o es un espíritu puro?». «Es un hombre», dijo. «Bueno», dije yo, «si es un hombre, entonces es un mamífero placentario; entonces: ¿cuál es su padre y cuál es su madre?». Claro, aquello fue la debacle. «¡Jesucristo no tiene padre!», decía. Y yo: «¿cómo que no tiene padre?». Aquello acabó como el rosario de la aurora. Claro, luego me enteré que era un «carismático», una secta, bueno, impresentable. Y luego resulta que fui a cenar con un catedrático de Medicina, un tal Bosque, y resulta que sabía mucho del Antiguo Testamento, de arameo, y no sé cuántas cosas, y había otro médico que era budista... «¡pero bueno!», pensaba yo, «¡vaya mundo!». Una cosa de locura.

Claro, yo estoy acostumbrado al público del norte, que es muy diferente. ¡Ah, se me olvidaba!, después de esto de Valladolid fui a Pamplona, a los pocos días, a dar una conferencia. Y yo, pues repetí la conferencia, a ver qué pasaba, ¡fíjense!: Pamplona, el feudo del Opus... Pues, para mi sorpresa, nada, todo estupendo, con un coloquio final... en fin. O sea, que en Valladolid lo que pasó es que había,entre el público un grupo de gente realmente polémica, claro, y tienes que enfrentarte con ella.

— Quisiéramos ahora tocar otros temas, profesor Bueno. ¿Cómo ve usted a la gente que va llegando a la Universidad?, ¿cómo los encuentra en cuanto a preparación?

— Pues la verdad es que yo estoy un poco alejado de este asunto durante estos últimos años. Antes estaba todo el tiempo con ellos, pero ahora estoy alejado sobre todo porque tengo que escribir. Mi juicio, por tanto, será un poco ligero.

La impresión que tengo es que no leen demasiado, ni tampoco van al cine... Recuerdo que, hace poco tiempo, tuve que sudar tinta para que los alumnos fueran a ver El oso, que a mí me interesaba mucho por la Filosofía de la Religión. También he perdido la costumbre de hacer referencia a cosas interesantes de televisión, porque no lo ven tampoco; bueno puede que vean otros canales. Antes, el segundo canal era una referencia obligada, ahora ya no.

Y en cuanto a libros clásicos, novelas, pues tampoco hay referencias. También saben muy poco de Matemáticas, cosas elementales. Yo recuerdo hace unos años de hablar del Teorema de Pitágoras y no saberlo nadie de la clase, una clase de primero con 300 alumnos. Claro, ahora dices: «oye, haz la cuenta del mercado», y contestan: «no, es que soy de letras».

Saben muy poco de Historia, también; por ejemplo, no se puede hacer ninguna referencia a la Edad Media, o al siglo XVI, porque sabes perfectamente que les da lo mismo la batalla de Villaviciosa que la Guerra de las Dos Rosas, es un caos total. A mi me da la impresión de que la incultura es monumental, una incultura enciclopédica. En gran parte, es culpa del Bachillerato: el estudiar para el examen, estudiar por apuntes, que es desastroso. El otro día fui a hacer unas fotocopias y había una cola inmensa de estudiantes de Facultades diversas que fotocopiaban trozos de libros, trozos de artículos de revistas, trozos de apuntes de otros... salían todos con un taco enorme de apuntes, y aquello... en fin, sin saber de dónde vienen las cosas...

Yo he llegado a tener la siguiente experiencia: vinieron aquí unas chicas que estudiaban Antropología en Madrid, 4º curso, y yo les pregunté: «¿quiénes tienen de profesores?» Bueno, pues no lo sabían siquiera. «¿Y qué libros manejan?» Pues vaya aprieto. «¿No leen a Levy-Strauss, o Harris... ?» Y me decían: «no, no, son apuntes» Resulta entonces que la unidad del libro ha sido rota por los apuntes. Y la falta de leer libros se nota enseguida. Leer libros es fundamental.

— Es lo que una vez nos dijo Juan: que lo urgente no deja tiempo para lo importante, es decir, que te pasas el tiempo preparando unas posibles preguntas y en realidad no sabes de dónde viene nada, ni que quiere decir...

— Exacto. Miren, hace varios años, cuando la Facultad de Filosofía estaba en el Valdés Salas, pensamos en examinar a los alumnos del libro Caníbales y Reyes (9), de Harris, para la asignatura de Antropología. En el primer examen, una hecatombe, porque la gente no sabía leer. Repito lo mismo en septiembre, y nada, igual. Al año siguiente, empiezo a ver respuestas rarísimas, estandarizadas, desajustadas pero muy precisas... ¡Resulta que habían hecho una lista de 200 preguntas, y la gente se estudiaba esos folios con 200 preguntas!, ¡y no habían leído el libro!

Yo me acordé de aquella frase de Confucio que decía: «qué difícil es limpiar una pared cuando está hecha de estiércol».

— Para terminar, profesor Bueno, ¿cómo ve usted la España de hoy?

— Una nebulosa. Por lo que sé, hay una perplejidad tremenda. Algo pasa, pero nadie sabe lo que es. El caos. A mí me parece que en España hay un desarrollo muy notable en muchas cosas, pero por otra parte hay un nivel cultural bajísimo, y anárquico; no hay una cultura general, y eso se suple con los seriales de televisión... Pero luego hay un montón de grupos dispersos, de gente que está muy preparada en cosas determinadas; algo muy diferente a la España de los años 30-40, por ejemplo, donde no había historiadores, físicos, matemáticos, y hoy hay grupos importantísimos de historiadores, de filólogos, de médicos... pero dispersos. Y en Filosofía, lo mismo; en los años 30 no habían leído a Kant más de tres personas, y hoy hay muchísima gente que lo ha leído.

Luego están los problemas políticos, que yo creo que tiene que ver con la corrupción, que ha sido tan perjudicial como el paro. Yo pienso que un partido político traiciona la confianza que la gente depositó en él, eso es más perjudicial que la sequía, por ejemplo. Todas esas corrupciones son peligrosísimas, y todo eso de la beautiful people, los chanchullos... ¡hombre!, para ese viaje no hacía falta alforjas, es intolerable.

Y también hay un crecimiento de la superstición, por decirlo así. Yo estuve en el Palmar de Troya estas Navidades y es una cosa impresionante. Había allí gente de toda España, y cuando yo salía de la Misa aquella que hacían, vino un individuo que me había estado observando y me dijo en plan desafiante: «¿qué le ha parecido esto?». Y yo, claro, cualquiera le dice nada. Bueno, empecé a preguntar a aquellos «obispos» integristas, monjas... que qué Teología seguían (porque era una liturgia integrista, en latín todo), que si seguían a Santo Tomás o a Duns Escoto. Me miraban rarísimo. Claro, eran todo fórmulas. Hasta que uno de esos «obispos» me caló y me dijo que saliera inmediatamente de allí.

— Muchas gracias por todo, profesor Bueno. Ha sido un placer escucharle.

— Gracias a ustedes. Siento las respuestas tan poco ajustadas, pero sus preguntas están muy bien hechas, muy estimulantes.

Notas

(1) Gustavo Bueno se refiere al ensayo Sobre el lugar de la Filosofía en los estudios superiores (Ed. Nova Terra) de Manuel Sacristán, al que Bueno contestó con El papel de la Filosofía en el conjunto del saber (Ed. Ciencia Nueva). Sacristán negaba que la Filosofía fuera un saber sustantivo (pues su temática ha desaparecido, la filosofía se ha quedado sin sustancia) y proponía que la Filosofía fuera suprimida como especialidad universitaria. El ensayo de Gustavo Bueno es una respuesta al de Sacristán en el que Bueno se plantea el problema del puesto de la Filosofía académica en el conjunto de la cultura e intenta ofrecer fórmulas que permitan atribuir un campo positivo al conocimiento filosófico y delimitar el oficio del filósofo profesional.

(2) Gustavo Bueno se refiere a Oscura rebelión en la Iglesia, de Ricardo de la Cierva (Plaza y Janés), pp. 336-339.

(3) Gustavo Bueno. El animal divino. Ed. Pentalfa, Oviedo 1985.

(4) Condorcet, Jean-Antoine-Nicolás Caritat, Marqués de (1743-1794). Afirmaba que no hay incompatibilidad, sino armonía, entre el progreso científico y moral. La historia total de la humanidad es una serie de etapas en el camino hacia el progreso, el progreso de la razón, que se va abriendo paso y va liberando a los hombres de toda clase de tiranías.

(5) Gustavo Bueno. Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión. Ed. Mondadori. 1989.

(6) Baruch de Espinosa, Etica demostrada según el orden geométrico (traducción, introducción y notas de Vidal Peña, profesor de la Universidad de Oviedo). Editora Nacional. Madrid 1980.

(7) El «affaire» Dreyfus fue un oscuro asunto de espionaje militar que estalló en Francia en 1898, en el que se degradó injustamente al oficial francés Dreyfus basándose en pruebas falsas. El «affaire» dividió a la opinión pública francesa, con el asunto de fondo del racismo antijudío, presente en el discurso de la derecha: el «judío» se convirtió en el «traidor» capaz de vender secretos militares a los alemanes, el enemigo de siempre. A raíz del «affaire» Dreyfus, Emile Zola escribió su célebre denuncia «J'accuse».

(8) Arnold J. Toynbee, historiador, cuyo trabajo más conocido es la investigación que emprendió para descubrir, a través del análisis comparado de las grandes civilizaciones las claves explicativas del pasado de la humanidad, que ayudan también a comprender el presente y a pronosticar el futuro.

(9) Marvin Harris. Caníbales y Reyes. Los orígenes de las culturas. Ed. Argos Vergara. Barcelona, 1981.

Obras de Gustavo Bueno

– «El papel de la Filosofía en el conjunto del saber» (1970).
– «Etnología y Utopía» (1971. 2ª ed. 1987).
– «Ensayo sobre las categorías de la economía política» (1972).
– «Ensayos materialistas» (1972).
– «La metafísica presocrática» (1974).
– «Idea de Ciencia desde la Teoría del Cierra Categorial» (1976).
– «El individuo en la Historia» (1980).
– «El animal divino, ensayo de una filosofía materialista de la religión» (1985).
– «Symploké» (1987).
– «Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión» (1989).
– «Nosotros y ellos» (1990).
– «Materia» (1990).

Entrevista mundana a Gustavo Bueno

Esta entrevista es parte de una entrevista mucho más extensa y profunda realizada al filósofo Gustavo Bueno, que encontraréis publicada en formato aparte en este número de EPILESPIA. La hemos llamado «Entrevista mundana» en contraposición a la otra parte, «Entrevista académica», más seria y reflexiva. Esta versión «light» de la entrevista servirá para conocer al profesor Bueno como personaje de carne y hueso, con sus gustos más personales. Gustavo Bueno, en directo para todos vosotros.

– Profesor Bueno, ¿cuál es su fecha y lugar de nacimiento?
– Nací en Santo Domingo de la Calzada, La Rioja, en 1924, de una familia de Médicos por parte de padre y madre, y esto lo digo con cierta nostalgia, porque yo quería ser médico también. Yo sentí eso de no ser médico como una deserción. Incluso intenté que mi hijo Gustavo fuera médico y cometí el mismo error que mi padre: mi padre me llevó a ver autopsias desde pequeñito, así que luego, claro... ; y yo a Gustavo le llevé a ver operaciones de un hermano médico que tengo aquí, cirujano, para que fuera médico él, pero tampoco lo fue. El mismo error.
– ¿Está casado?
– Sí, casado con 5 hijos (2 gemelos).
– ¿Sabe idiomas?
– No demasiado. Me defiendo en inglés, francés... Y traducir sí, traducir todo lo que quieran
– ¿De no haber sido Gustavo Bueno filósofo, qué le hubiera gustado ser?
– Pues, médico.
– ¿Cuál ha sido el mejor momento de su vida profesional?
– Este, sí.
– ¿Y el peor?
– Varios, aunque, bueno, yo no soy dado a la introspección. Tendría que reflexionar... los hay, claro, pero no me acuerdo.
– Díganos una ciudad donde le gustaría vivir.
– Florencia.
– Una pregunta que se suele hacer siempre, ¿qué tres cosas se llevaría a una isla desierta?
– Libros, y una lámpara y para escribir, y a lo mejor un teléfono para pedir aspirinas.
– La virtud que más admira en las personas.
– La generosidad, la lealtad.
– La que más odia.
– La cicatería, la mentira, la falsedad.
– ¿Es supersticioso?
– No, no.
– ¿Número favorito?
– No tengo ninguno. Diría el 4, pero... excuso decir si digo el 34.825.
– ¿Un color?
– Sí, color sí, pero son tan primarios... Yo tengo una casa en Llanes y quería pintarla de blanco, pero nada, me la han pintado de ocre. A mí me gusta el blanco, el verde, el rojo, pero claro, no vas a ir vestido de rojo.
– ¿Cuál es su comida preferida?
– Mi comida preferida es también muy primaria: sopa de ajo y una chuleta, o jamón. Sopa de ajo y unos huevos fritos con jamón, eso lo repetiría sin cesar.
– ¿Su bebida preferida?
– El vino de Rioja.
– ¿Cuál es su personaje ficticio favorito?
– Don Quijote.
– ¿Su político preferido?
– Lenin, Lenin. Lenin es mi super-ego.
– Díganos un pintor y un cuadro.
– «Las Meninas» de Velázquez.
– Un escritor y una obra literaria.
– «La montaña mágica», de Thomas Mann. Y luego «El Quijote», claro.
– Un director de cine.
– Pues Fellini, que siempre me gustó mucho. Y españoles... no sé; yo veo mucho cine español en televisión, y he llegado a la conclusión de que casi prefiero ver las cosas de Ozores a las de Berlanga, sí, porque es mucho más filosófico; lo otro es pseudofilosofía.
– Una película.
– Me han gustado muchas. Antes era muy aficionado al cine, y al teatro, pero lo he dejado. Hace 20 años hubiera dicho muchas, pero ahora se me ha desdibujado, no me interesa realmente, es un arte que me ha dejado de interesar... ¡pero por mi culpa!, ¿eh?; lo mismo me pasa con el teatro, me pasa algo parecido a aquello que decía Levi-Strauss: «ir al teatro es como meterse en el 5º izquierda». Basta escuchar un poco lo que pasa en el piso de enfrente y ya tienes el teatro.
– Un programa de televisión.
– El telediario.
– ¿Cuáles son los hobbies de Gustavo Bueno?
– No tengo hobbies. Pasear, quizás. Y teóricamente tocar el piano, pero ya hace mucho que no lo toco, sólo cuatro acordes, por la humedad, para que no se queden las teclas pegadas.
– No sabemos si le gusta el fútbol, pero ¿qué opina de la rivalidad Oviedo-Sporting?
– Pues que está muy bien, es muy útil. Yo jugué al fútbol y me gusta mucho el fútbol como actor, no como espectador. Creo que el fútbol es un espectáculo de masas importantísimo. Por ejemplo, el otro día llegué a Oviedo al final del partido Oviedo-Sporting y había tal cantidad de gente que tuve que esperar una hora en el coche a que saliera la gente.
– ¿Es del Oviedo o del Sporting?
– Soy neutral. Hasta hace poco veía el fútbol del Oviedo desde mi casa, pero ahora ya no. Pero la verdad, cuando algún domingo por la tarde oigo a García siempre me alegra que ganen los dos cuando juegan con terceros, y cuando se enfrentan... pues estoy muy dividido, sinceramente, que gane el mejor. Incluso hay un cierto deseo a favor del Sporting, por eso de que Oviedo es la capital...
– Esto es todo, profesor. ¿Le importa que le hagamos una foto?
– No, no. Claro, para levantar acta, ¿no?...

SILVIA COSIO / MARIA JOSE ARIAS / JUAN JOSE R. REY

 


Fundación Gustavo Bueno
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