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Miércoles, 20 de abril de 1988
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Gustavo Bueno: «Después de Maravall, la Universidad tardará cuarenta o cincuenta años en recuperarse»

«Es cierto que hay responsabilidades heredadas pero asumidas por el ministro Maravall, que propician un panorama del que no creo que se recupere la Universidad española en cuarenta o cincuenta años», dice el catedrático de Filosofía de la Universidad de Oviedo y candidato al Premio Príncipe de Asturias de Humanidades, Gustavo Bueno, en una entrevista que publicamos en páginas centrales. El profesor Bueno, quien ayer habló en Barcelona sobre "El nihilismo religioso", critica con rotundidad la jubilación anticipada y obligada de los catedráticos, «una sangría cultural comparable a la que supuso para los intelectuales la Guerra Civil».

Gustavo Bueno: «La jubilación anticipada es una hemorragia para la cultura»

Gustavo Bueno, catedrático de filosofía de la Universidad de Oviedo, es uno de los intelectuales más prestigiosos de nuestro país. Autor de obras corno «La metafísica presocrática», «Ensayos materialistas» y la más reciente, «El animal divino», recaló en Barcelona para tomar parte en el curso «Metamorfosis del nihilismo» analizando su componente religioso. Mente lúcida y polémica donde las haya —como demuestra una vez más, por si hiciera falta, en la presente entrevista— el profesor Bueno acaba de cumplir sesenta y un años, lo cual quiere decir que dentro de cuatro, y en virtud de la ley de jubilación anticipada decretada por el ministro Maravall, deberá dejar su foro académico. Una insensatez de un ministerio que, al decir de Bueno, «practica un rodillo nivelador entre las profesiones, ignorando que en la nuestra los frutos se obtienen al final; un historiador futuro habrá de observar dos hemorragias en la Universidad española que nos ha tocado vivir: Una provocada por la guerra civil y la otra por una ley».

     

—Le han calificado, señor Bueno, de filósofo inequívoco, que no sólo «dice cosas» sino que además llega a conclusiones muy precisas... Pero ¿no late en el fondo de cada formulación suya una dimensión básicamente interrogativa de la experiencia?

—El aspecto dogmático que a veces se me atribuye es un resultado sobre todo retórico: el resultado de ofrecer en forma de lenguaje lo que en el fondo es una interrogación. Mi pensamiento es sobre todo crítico, «negativo», si se quiere. Es la dialéctica, en una palabra. Como quiera que la negación es siempre la negación de otra cosa, resulta un aspecto positivo, lo que usted decía. Siempre hay un conjunto de afirmaciones, una bóveda de proposiciones positivas que van resultando, pero que en el fondo es una contrafigura de otras negativas. La crítica es consubstancial a la filosofía. Nos va bien la frase de Croce: «Pensar es pensar contra alguien.» Cuando estás afirmando, estás negando siempre, porque sino no tiene sentido.

Yo me considero un escolástico, un escolástico de los pies a la cabeza, entendiendo por escolástica el armazón que te da entroncar con una tradición cultural precisa, que arranca en los griegos, claro, y que, luego, a uno le sirve para desarrollar un pensamiento personal. De la escolástica recojo unas estructuras «formales», unas vías que facultan un pensamiento propio.

—Para un filósofo que ha conseguido siempre una expresión precisa y rigurosa de sus ideas, ¿cómo se lee a Nietzsche cuando dice: «Tenemos que dejar de pensar, si nos negamos a hacerlo en el cárcel del lenguaje»?

—Yo he insistido mucho en la conexión del lenguaje con la actividad operatoria, manual, la tesis platónica, en el fondo la idea de que el movimiento de los músculos estriados de la laringe y de las manos son también lo mismo, y el hablar es una forma de «manipular». La operación quirúrgica, que solemos decir nosotros. La operación con las manos es el Cratilo de Platón en una palabra.

La separación entre el «homo locuo» y el «homo faber» es académica. Gran parte de la fisiología, anatomía, lingüística o antropología están de acuerdo en el sentido de que es impensable el concebir el origen del lenguaje fonético independientemente de la manipulación. El lenguaje parece que se ha ido fabricando en el contexto de la manipulación y por tanto pensar en cierto modo es manipular o hablar. Según esto, depende de las tradiciones de manipulación que tengamos para definir nuestro pensamiento.

Los idiomas románicos que vienen del latín tienen unas características muy distintas del inglés, por ejemplo. La estructura de la frase alemana casi pide un tipo de especulación, está ahí ya dada la concepción del mundo, se ha dicho muchas veces que el castellano es el alemán de las lenguas románicas, en el sentido de posibilitar grandes frases, sobre todo la subordinación, que resulta muy pesada al leerla pero que filosóficamente yo creo que es casi indispensable. Yo no veo una cárcel en el lenguaje, sino la condición misma de ese propio pensamiento. A su vez, el lenguaje confluye con otro tipo de «estar en el mundo», para utilizar la frase de Heidegger.

Me gustaría darle un ejemplo. Tomemos un aparato, un ingenio. Ahí está encerrado un conjunto de estructuras ontológicas, físicas, tanto como pueda estarlo en una frase y además es indisociable una de la otra. Difícilmente se podría hablar de lo que es un automóvil si no hubiera a su lado un lenguaje, y viceversa.

—¿Cuál es su aproximación al tema que le ha conducido a nuestra ciudad, el nihilismo religioso?

—Cuando hablamos de nihilismo religioso y lo hacemos no en un plano meramente histórico —un punto de vista sistemático pero no abstracto— sino un sistematismo que incorpora la historia como episodio interno de dicho sistematismo, a mí me parece que no hay más remedio que comprometerse ante ciertas cuestiones como puedan ser Dios, la nada, &c., que están incluidas en el propio nihilismo. Sin estos compromisos yo particularmente no podría decir nada. Siendo muy sintético, distinguiría básicamente dos bloques de proposiciones en torno al tema del nihilismo. Uno, que podríamos llamar sistema teológico cerrado, en el que figurarían expresiones como la de Nietzsche, «Dios ha muerto», que suponen una concepción muy precisa a partir de las afirmaciones que se realizan, y otro sistema que llamaremos sistema no teológico, que no se podría hacer por vía proposicional.

Este segundo bloque arranca con Darwin, el progreso de las matemáticas, la idea de límite, en el siglo pasado. Los grandes bloques se disuelven, no en el sentido que se volatilicen, sino que se fragmentan. La idea de «nada» no es una idea unitaria, como tampoco lo es la de «Dios». Esta fragmentación de grandes bloques no la entiendo como una destrucción, intento pensar en una fragmentación en niveles distintos que luego se recomponen.

—Para usted, la impiedad, la irreligión, el nihilismo religioso, la «asebeya» griega, proceden del teísmo. Es, en parte, la tesis de "El animal divino"...

—Es la posición opuesta a Comte, donde el paso de las religiones inferiores a las llamadas superiores supone una purificación de la religión. La presentación que yo hago es la inversa. La religión superior es la antesala del ateísmo, es la impiedad, y si el cristianismo, en mi juicio, no llega a esto, es porque no es consecuente, porque en términos musulmanes es politeísta y porque, como dice Pascal, solamente puede llegar a Dios a través de Cristo. Es decir, están ahí figuras concretas, determinadas, no el Dios de Aristóteles que a mi juicio es el paradigma de la impiedad. Aristóteles había dicho que Dios no conoce al mundo ni puede amarle, ni el hombre a él; ha dicho que no cabe amistad, cuando la proporción de lo finito a lo infinito se rompe, ha dicho que no queremos que los amigos se hagan dioses, porque los perderíamos como tales.

A mi juicio, el dios de Aristóteles es el dios irreligioso por completo. El fin de la religión en una palabra. Es el dios del obispo Teófilo del siglo cuarto, que se mesaba las barbas diciendo: «Me habéis quitado mi Dios, porque Dios tampoco tiene barbas», entonces, ¿a quién me voy a dirigir? Hay una frase de don Juan Valera que yo cito mucho y que me parece muy expresiva: Refiriéndose al Dios de los Krausistas decía que «ni María Santísima lo conoce, con ser su madre».

Un águila solitaria y a contracorriente

Hay algo en el filósofo Gustavo Bueno que evoca la categoría de especie en vías de extinción —mitad maquis mitad quebrantahuesos— pero que precisamente por ello deviene casi invulnerable, como esas aves que por su mucho volar en solitario aprendieron a desconfiar de montañas que no eran sino huecos castillos de nubes, de las engañosas bolsas de aire que, en su promesa de tibieza y fluidez, mentían un acomodo que a otros condujo al testarazo fatal.

Gustavo Bueno es ave contracorrientista rodeada de pájaros parejos, igualmente surcadores de sendas solas pero que, a la postre y a ojos del observador terreno, acaban formando en el cielo una malla común: Hay en él, pues, algo que le equipara a personajes tan aparentemente disímiles como Miguel de Unamuno, Agustín García Calvo o Rafael Sánchez Ferlosio. Cielo pródigo este nuestro en rarezas tales, surcado por anarquistas conservadores, agnósticos con las alas henchidas por el viento de la pasión religiosa (que, ya se sabe, sopla donde quiere), marxistas capaces de poner en jaque el anquilosamiento de su propio sistema sin abdicar de lo esencial, yendo más allá de lo esencial.

Ha sido y es un pensador polémico y carismático, una conciencia alerta, irreductible ante los posibles halagos del poder. Sin proponérselo, al igual que el halcón Ferlosio, retorna una y otra vez a las páginas de los periódicos. En el 77, cuando el eurocomunismo se hallaba en luna de miel consigo mismo, alzó una voz discordante y lúcida («Sobre el concepto de fuerzas del trabajo y fuerzas de la cultura», publicado en la revista «Argumentos») del mismo modo que, un año después, sabía detectar en los Nuevos filósofos galos algo más que la cacareada consideración de esbirros de la CIA y el Gran Capital. No menos controvertido ha sido su ensayo «El animal divino» (1985), en el que se acercó «con una curiosidad especulativa y simpática» y desde el agnosticismo a los fenómenos religiosos, ni —esta vez por causas ajenas a su persona— el lamentable asunto de la censura ideológica a su texto «Symploké». Su postura le ha llevado a esa orgullosa soledad, «no por razones personales sino por motivos de discusión científica: Mis rupturas más violentas han sido siempre por definición de conceptos»

Marcos ORDOÑEZ

—Pasando, señor Bueno, de lo divino a lo absolutamente humano... ¿Qué opinión le merece la ley de jubilación anticipada y obligada para los catedráticos?

—Me parece una barbaridad, una sangría cultural comparable a la que supuso la Guerra Civil, cuando los intelectuales tuvieron que exiliarse, además de los que murieron en ella. Un ministerio que practica un rodillo nivelador entre las profesiones, ignora que en la nuestra, precisamente, los frutos se obtienen al final. Como la decapitación que supone la ley universitaria que hiperfragmenta en departamentos y áreas. Es cierto que hay responsabilidades heredadas, pero asumidas por el ministro Maravall, que propician un panorama del que no creo que se recupere la Universidad española en cuarenta o cincuenta años. Si jugamos a la ciencia ficción un historiador futuro observaría a mi parecer dos hemorragias en la vida de la Universidad española que nos ha tocado vivir: una provocada por la Guerra Civil, otra por una ley.

—¿Cómo contempla, finalmente, corrientes actuales de pensamiento como el que ha dado en llamarse «pensiero debole»?

—(Sonríe). Me parece mucha generosidad llamarlas así. Yo suprimiría el substantivo y dejaría únicamente el «débil». Mire usted, a eso le llaman libertad de pensamiento, pero olvidan algo fundamental: Para que haya verdaderamente libertad tiene que haber pensamiento.

—«Symploké», su obra destinada a ser libro de texto para alumnos de BUP, fue rechazado en un principio por el Ministerio...

—Sí, aunque fue reconsiderada dicha actitud casi de inmediato, gracias a una gran presión social. Creo que el texto fue censurado básicamente por razones de tipo ideológico, no gratas, en líneas generales, al partido gobernante. Hará apenas una semana, y en el transcurso de un programa televisivo al que asistía como invitado, me comunicaron que se había levantado el veto...

Alfonso LEVY

 


Fundación Gustavo Bueno
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