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Gustavo Bueno

Oviedo visto desde el fuego

[ 19 septiembre 2005 ]


El lector tiene entre sus manos un libro escrito por un profesional de la extinción y del salvamento, José Manuel Torres Ruiz, que, a su competencia y orgullo por su oficio, une un interés no muy común por bucear en los orígenes de la institución de la que forma parte, la que popularmente se conocía como el «Cuerpo de Bomberos» de Oviedo, y que tras diversas denominaciones, que no son gratuitas, sino que responden a la evolución misma de la institución y de su relación con otras instituciones municipales, se conoce oficialmente hoy como Servicio de Extinción de Incendios y Salvamento, SEIS. Y el resultado de su labor ha sido este libro honrado, basado en datos de archivo y en testimonios fehacientes que, por otra parte, solamente alguien que está en el interior del asunto puede seleccionar y enjuiciar.

La perspectiva de este libro es, en cierto modo, singular. Porque ahora Oviedo no se nos presenta según las líneas históricas de evolución de su caserío, de sus calles y sus plazas, es decir, de todo aquello que en Oviedo permanece o se transforma. La historia de Oviedo se nos presenta ahora desde la perspectiva del fuego que consume, del fuego de Heráclito que todo lo convierte en cenizas, pero en cenizas que están llamadas a renacer: «Todas las cosas se cambian en fuego –dice el fragmento 90– y el fuego en todas las cosas, como las mercancías por el oro y el oro por las mercancías.»

Y el recuerdo de este fragmento de Heráclito de Éfeso es algo más que un recuerdo movido por una mera «asociación de ideas». Es un recuerdo impulsado por el de aquél extraordinario hombre que se llamó Corsino Suárez Miranda, que ejerció en Oviedo la profesión de bombero, y que falleció heroicamente en plena juventud intentando rescatar a un niño perdido por los montes de Covadonga: su helicóptero se estrelló un 12 de junio de 1987. Corsino era alumno distinguido de la Universidad de Oviedo en la época en la que acababa de crearse la División de Filosofía en Gijón, y fue uno de los más activos impulsores, desde el campo de los estudiantes, del traslado de la División desde Gijón a Oviedo. Precisamente fue Corsino quien, en 1978, volviendo de Madrid después de una larga entrevista con el Ministro de Educación, me habló del interés que podía tener abrir en la Facultad un Instituto dedicado a la investigación del comportamiento humano y animal ante el fuego y todo tipo de catástrofes (Corsino acababa de ingresar, por oposición, como Bombero del Ayuntamiento de Oviedo).

A mí me pareció el de Corsino un proyecto admirable. Discutimos las dificultades que el proyecto (que visto desde fuera podría parecer extemporáneo) suscitaría como Instituto integrado en una Facultad de Filosofía; y entonces se me ocurrió que, titulando el proyecto de este Instituto como «Proyecto Heráclito», a nadie podría extrañar que una Facultad de Filosofía consagrase un espacio y un tiempo al estudio del fuego. El Instituto Heráclito de Estudios sobre el Fuego llegó a ser realidad gracias a la acogida que el entonces Rector de la Universidad, Teodoro López Cuesta, quien inmediatamente se hizo cargo de la importancia del asunto, le dispensó. Pero sus fundadores fueron principalmente dos bomberos en activo, ambos estudiantes de la Facultad: Corsino Suárez Miranda, que figuró como Presidente, y Arturo López Álvarez, que figuró como Secretario. El lector de este libro podrá encontrar cumplidas referencias, debidas a su autor, José Manuel Torres Ruiz, sobre Corsino y su Instituto Heráclito.

El magnífico libro que el lector tiene entre sus manos comienza con el gran incendio de Oviedo, el incendio de 1521, y continúa con la exposición puntual de los más importantes siniestros que, sobre todo desde 1859 (año en el que se instituyó la Compañía de Bomberos-Zapadores) hasta 1999, afectaron a la ciudad.

Una época en la cual la ciudad de Oviedo se vio envuelta en acontecimientos tan importantes como pudieron serlo la Revolución de Octubre de 1934 y la de Julio de 1936.

Pero la perspectiva desde la cual las relaciones de Oviedo con el fuego se contemplan en este libro permite alcanzar una curiosa y sorprendente neutralidad debida sin duda al hecho de que el interés por el análisis del fuego –por los fuegos que prenden a lo largo de los años en casas, barrios o calles de Oviedo– puede dejar de lado, aunque sea por abstracción, sus causas (un poco a la manera como la Historia de una ciudad, desde el punto de vista de sus hospitales, puede mantener una neutralidad social o política en la medida en que se interesa principalmente por describir los cursos de las enfermedades que se combaten entre sus muros).

Por ello, los fuegos que a lo largo de los años han atacado, siguiendo su ritmo, a Oviedo, alcanzan, se diría, un carácter aleatorio, a diferencia de los contraataques que los fuegos suscitan, y que ya no son aleatorios, sino sistemáticos, porque los contraataques se producen cada vez de un modo más sujeto a una metodología rigurosa. Y ese rigor y sistematicidad de los contraataques se va obteniendo a medida que se desenvuelven las instituciones consagradas al efecto. Desarrollo que no es sólo un proceso interno y autónomo, sino que está en gran medida determinado por el progreso tecnológico general y por la evolución de otras instituciones cuya influencia está muy bien detectada por el autor de este libro. Por ejemplo, la Exposición Universal de París, la de 1900, fue, como es sabido, un acontecimiento mundial de primer orden: el Ayuntamiento de Oviedo, atento a lo que ocurría fuera de su recinto, envió a París a tres «obreros» para que informasen de las novedades de la Exposición, «y a todos satisface que [entre] los obreros elegidos haya sido Don Ricardo Argüelles, sobrestante municipal y subjefe de bomberos, por los utilísimos que pueden ser para el Ayuntamiento los conocimientos que allí adquiera».

Es igual, se dirá, de dónde venga el ataque del fuego: el incendio que en 1885 se produjo en un taller de carpintería de la Plazuela del Progreso, o el que en 1934 se produjo («con especial incidencia en templos y lugares destinados al culto religioso») a consecuencia de las bombas. «Durante estos días –dice José Manuel Torres Ruiz–  vivieron los bomberos difíciles y delicados momentos, que en situaciones de esta índole se ven desbordados en sus quehaceres, acudiendo de un sitio para otro, intentando en su alocada carrera atender la multitud de incendios, derrumbes y otros tipos de emergencias que se vayan produciendo, sean ahora provocados por unos o más tarde por otros, con el único anhelo de ser respetados por ambos.»

El servicio de contraataque, que comprende también el de prevención de los ataques futuros, seguirá siempre alerta, en función de los medios, entrenamiento e instrumental de los que disponga y, por tanto, de los recursos empleados para proporcionarlos. En la última década del milenio que termina de acabar, la situación parece ser inmejorable, desde luego comparativamente a las épocas anteriores. Basta echar un vistazo a la relación de vehículos y herramientas adquiridas en los años ochenta, que comenzaron en su principio con la Alcaldía de Antonio Masip y continúan con la Alcaldía de Gabino de Lorenzo. «No podía ser de otra manera: un equilibrado impulso de la Brigada de Bomberos traía parejo un equipamiento acorde de la misma y, todo ello, al compás con los años de modernidad que soplaban en esos momentos, en una ciudad que se renueva de forma vertiginosa para salir, desde una situación de mediocridad, catapultada hasta puestos avanzados de modernidad y privilegio.»

Gustavo Bueno

[ Prólogo al libro de José Manuel Torres Ruiz, El fuego en la ciudad de Oviedo. Historia del cuerpo municipal de bomberos (1859-1999), Corondel, Oviedo 2005, 260 páginas. Se sigue el original mecanografiado del autor, fechado el 19 de septiembre de 2005. ]