Gustavo Bueno
El conflicto de la Cristalera de Avilés
[ 4 julio 1996 ]
1. El conflicto de Cristalería Española de Avilés (una fábrica de avanzada tecnología, vinculada a la multinacional Saint Gobain, que tiene aquí su departamento de investigación) comenzó a perfilarse como algo más que un conflicto menor, circunscrito a los procedimientos de contratación de eventuales, que poco tenían que ver con los aspectos técnicos o comerciales de la fábrica, cuando el 20 de mayo pasado fue “interceptado y agredido” un trabajador que se dirigía a la factoría por miembros del Comité de Huelga. Los acontecimientos han ido acumulándose: encierro, con huelga de hambre, de cuatro trabajadores; manifestaciones de apoyo; reuniones de alcaldes; intervención de autoridades sindicales a nivel nacional, &c. La empresa había abierto expediente disciplinario y sancionó con despido a los dos trabajadores acusados de la agresión e interceptación. Desde entonces cada día sube la tensión del conflicto. Se multiplican las declaraciones, las manifestaciones, las acusaciones mutuas. A mes y medio del comienzo “público” de los hechos, el conflicto sigue abierto y no se ve clara una vía inmediata de solución.
2. El conflicto de la Cristalera de Avilés no tiene, por tanto, un origen técnico o comercial: la salud de la fábrica parece, en este orden, excelente. La clave del conflicto hay que ponerla en el terreno de las relaciones entre la empresa y los sindicatos, pero en un contexto muy preciso: no en el contexto habitual de las relaciones entre la empresa y sus trabajadores “de plantilla”, sino en el contexto de las relaciones de la empresa con los posibles trabajadores “eventuales”, es decir, con virtuales trabajadores inscritos en una lista previa o seleccionados por una empresa de contratación temporal no necesariamente fuera de esa lista. Se trata, por tanto, de un caso típico de conflicto local que, sin embargo, no deriva estrictamente del “interior”, pero sí de la relación, no menos necesaria, de ese interior con la exterioridad constituida por los posibles trabajadores susceptibles de integrarse en la fábrica, con su “ejército de reserva”. Por ello, ese conflicto local, en cuanto originado por “turbulencias” producidas en los canales de captación del exterior de la “fuerza de trabajo”, remueve el estado de cosas general de una sociedad democrático capitalista con tres millones de desempleados.
3. El conflicto de la Cristalera de Avilés dibuja figuras y arabescos más o menos precisos en la superficie en la que se enfrentan las razones –que son principalmente razones jurídicas, a las que se añaden también otras razones llamadas “civilizadas”– invocadas tanto por la empresa como por los sindicatos. No quiero insinuar que las razones dibujadas en esta “superficie” sean poco importantes. A fin de cuentas, en esta superficie es en donde han de moverse las fuerzas en conflicto, porque ese es el “terreno de juego democrático”, aceptado por ambos, desde ya los lejanos tiempos de los pactos de la Moncloa. Lo que quiero decir es que el conflicto no se reduce a las figuras y arabescos que van formándose en la superficie, sino que hay también motivos “de fondo” que actúan por debajo o por encima de las “figuras superficiales”, envolviéndolas por completo. Y en cuanto pasamos al fondo de la cuestión, el conflicto local queda inmediatamente incorporado a un contexto global y virtualmente universal o, por lo menos, europeo. Y, sin embargo, ineludible. Y esto debido a que las razones que en la superficie alegan las partes en conflicto se neutralizan sucesivamente las unas a las otras: cada parte alega una razón que puede ser inmediatamente contestada de inmediato por otras razones de la otra parte. En la superficie el conflicto no parece tener solución necesaria: es preciso que los contendientes, sin abandonar la superficie, desde luego, se asomen al menos al mundo en el que esa superficie está envuelta, a fin de tratar de obtener de él alguna inspiración que conduzca a modificar, reconfigurar o rectificar las figuras superficiales del principio. No me parece que tenga sentido siquiera pretender la solución “una vez por todas” de un conflicto que sólo es local en su proyección superficial.
4. La empresa puede alegar que la “interceptación y agresión” del trabajador por parte de miembros del Comité de Huelga dibuja la figura de “falta muy grave” prevista en el artículo 45.2.d del Estatuto de los Trabajadores; los trabajadores, puede decir la empresa, han roto las reglas del juego democrático y, en consecuencia, se ve obligada a despedir a los dos trabajadores (sin perjuicio de ulteriores disposiciones o recursos de rango más alto, incluyendo las sentencias de los tribunales de justicia ante los cuales está abierto un sumario por lesiones).
Los trabajadores invocan, desde luego, su derecho a la huelga; además subrayan que la agresión (nada grave, en términos médicos) tuvo lugar fuera del espacio estricto de la factoría. Y podrían también alegar que el despido definitivo es una sanción desproporcionada, aunque esté contemplada en el Estatuto. En efecto, dada la situación general de desempleo que es preciso tener presente, el despido equivale prácticamente a una pena perpetua, incluso a una especie de muerte civil que no guarda proporción con la probable pena jurídica de seis meses por “lesiones leves” que acaso pudiera imponer a los trabajadores acusados un tribunal que aplicase el artículo 147 del Código Penal.
5. Simultáneamente con las razones enfrentadas en la “superficie jurídica” se abren camino otras originariamente económicas, sociales e incluso políticas que, no por ello, pueden considerarse como extrínsecas al conflicto. En realidad son aún más internas a ese conflicto de lo que pudieran serlo las propias figuras y arabescos dibujados en la superficie operatoria, en el terreno de juego. La empresa puede decir que sus intereses requieren un determinado estado en las condiciones del trabajo, incluso en la selección de los eventuales; fuera de estas condiciones la empresa, como multinacional, no tendría por qué sentirse vinculada a Avilés; y, por consiguiente, llegada la huelga reivindicativa a traspasar un cierto nivel, tendría que pensar necesariamente en la conveniencia de clausurar la factoría asturiana (comenzando por su departamento de investigación central, que tiene aquí su sede) para trasladarse a otro lugar, español, europeo o asiático, como ya hizo hace 44 años al clausurar la factoría de Arija, en Burgos. Los trabajadores, a su vez, podrán ver en el recuerdo de esta posibilidad de traslado por parte de la empresa, una amenaza de clausura orientada a amedrentar, intimidar o descabezar cualquier movimiento sindical en defensa de los trabajadores actuales o futuros, fijos o eventuales.
A partir de aquí las acusaciones, diagnósticos mutuamente cruzados, una vez comenzados, no tienen límite definido. Se hablará de terrorismo de los trabajadores que queman neumáticos o de los empresarios que amenazan; de fascismo de los empresarios a quienes incluso se les acusará de “capitalistas”, como si pudieran no serlo; se acusará a los trabajadores de “comunistas”, como si debieran dejar de serlo. Pero si ponemos entre paréntesis esta frondosidad emanada del propio conflicto y necesaria para realimentarlo, acaso las dos razones o fuerzas de fondo de las que disponen las partes en conflicto sean las siguientes:
1) Por parte de la empresa, el cierre efectivo de la factoría, y su traslado a regiones más interesantes para la empresa (entre otros motivos por su menor conflictividad laboral). La actividad de la empresa, en condiciones de huelga indefinida, es evidente que no puede continuar realizándose por motivos estrictamente económicos.
2) Por parte de los trabajadores la propagación de la huelga, que tiene como límite propio (al menos en el terreno retórico) la huelga general. La huelga de los trabajadores de la factoría no puede continuar aisladamente. Si la única solución para la empresa es la traslación de la factoría, la única posibilidad para la huelga es su transformación en huelga general que, a su vez, hiciera posible la socialización de la empresa por parte de los trabajadores de la factoría.
Y con esto habremos alcanzado el núcleo del conflicto. Pues este núcleo no es otro sino el conflicto entre el sistema del capitalismo democrático y el sistema del socialismo real (que hoy día ha perdido la referencia de la Unión Soviética).
Ahora bien: es muy difícil, por no decir imposible, que los sindicatos que han aceptado las reglas económico políticas (y jurídicas) de las democracias capitalistas constituidas en Estados de derecho, intenten ir más allá de la línea de flotación del mercado efectivo (que incluye empleo precario, regulación de plantillas y hasta determinadas privatizaciones) si se quiere que las empresas capaces de crear puestos de trabajo subsistan. Asimismo, es muy difícil que las empresas (sobre todo las multinacionales) puedan afectar desinterés ante la presión creciente de la masa de desempleados (que implica, por de pronto, una merma de la demanda efectiva de sus productos) o “tranquilidad jurídica” ante huelgas dotadas de una virtualidad de propagación internacional, al menos en el ámbito europeo.
Ambos saben que el juego al que están jugando es muy peligroso. Por ello, acaso lo más prudente, por parte de la empresa (y aun de los propios tribunales de justicia) sea el evitar “llegar a mayores”, aceptando la readmisión de los despedidos o acogiéndose, aunque sea a título de ficción jurídica, a la circunstancia de que la interceptación y agresión de referencia tuvo lugar fuera del recinto de la fábrica. Y lo más prudente, por parte de los trabajadores y de los sindicatos (que no quieren o no pueden organizar una huelga general) sea aceptar esta readmisión, no tanto como una victoria, cuanto como una simple vuelta a la normalidad, al “equilibrio”.
De este modo, el conflicto local se habrá apaciguado; pero no porque haya sido resuelto “de una vez por todas”. El conflicto global sigue “rugiendo” por arriba y por abajo, y alrededor del “lugar” en el que está emplazada esta fábrica, admirable en sí misma, pero rodeada de tres millones de parados a quienes, sin embargo, no puede considerar como si le fueran enteramente ajenos, aunque no sea más que porque de ellos tiene que alimentarse, en el curso de los años venideros, si pretende mantenerse en Asturias.
[ Este texto, escrito por Gustavo Bueno a requerimiento de los trabajadores de Cristalería Española de Avilés, fue enviado a la prensa el día 4 de julio de 1996. Apareció publicado en La Voz de Avilés, en El Comercio (Gijón, viernes 5 de julio de 1996, página 49, Economía y Trabajo), y en Mundo Obrero (n° 60, septiembre 1996, págs. 25-27). ]