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Gustavo Bueno

Sobre el significado de la fundación de Oviedo

Palabras pronunciadas con ocasión del Día de Oviedo
en la 35 Feria de Muestras de Asturias.
Gijón, 17 de agosto de 1991


I

Oviedo es una ciudad que, como todas las ciudades, tiene un origen, una génesis: no ha salido de la nada, ni tampoco del cielo (como Jerusalén), sino de la tierra. Pero las ciudades son de muchos tipos, tienen muy diversas estructuras –y cada tipo de estructura tiene su tipo de génesis: la Historia, cuando se ocupa de la génesis, tiene que saber que poco puede decir al margen de una teoría sobre la estructura de la ciudad–. Pues no tiene sentido hablar de la «ciudad» en general. Lo que tenemos que saber es que las hipótesis históricas sobre la génesis de una ciudad no son independientes del «diagnóstico» que hagamos de su estructura, cuya definición, a su vez, depende de una ideología de referencia. Es evidente que considerar a una concentración humana como una aldea (vicus) o como una gran ciudad (megalópolis) puede ser, según ciertos criterios, algo objetivo; pero siempre es abstracto, sin contar que hay situaciones intermedias. En todo caso sería ridículo pensar que [4] se es más crítico, es decir, que se está liberado de toda ideología rebajando, más que exaltando, la gradación en la clasificación. Hay muchos criterios para clasificar a las ciudades; hay criterios emic propios de cada cultura (lo que los griegos del siglo V llamaban polis, es distinto de lo que los latinos entendían por civitas en tiempos de Caracalla). Lo que no se puede hacer es ir tomando de aquí y allá, sin ton ni son, acepciones de ciudad utilizadas una vez por un escritor latino, otra vez por un antropólogo, o por un sociólogo. Hace falta un criterio sistemático. Nosotros vamos a utilizar un criterio tomado de una teoría general de la ciudad, que hemos expuesto en otras ocasiones, y según la cual la idea de ciudad está entretejida de tal modo con la idea del Estado, que es imposible formarse un criterio objetivo sobre la primera al margen de la segunda. La Teoría de la Ciudad, en este sentido, que presupongo, y que aquí es imposible reexponer, se resuelve en una tipología de seis clases de ciudades (que no tienen una coordinación unívoca con sus tamaños):

(1) La ciudad absoluta, o ciudad isla: procede de la confluencia, en torno a un centro de mercado, o político, &c. de diversas sociedades organizadas sobre el parentesco (por ejemplo, clanes cónicos), asentadas sobre aldeas o alquerías que confluyen en un recinto tal en el que se establezcan relaciones distintas de las del parentesco (la historia de Rómulo y Remo puede servir de símbolo). [5] La Ciudad del Sol de Campanella podría considerarse como una idealización de este primer tipo de ciudades.

(2) La ciudad enclasada, constituida por un archipiélago de ciudades. Aquí es donde la ciudad comienza a tomar la forma de un Estado. La ciudad enclasada evoluciona de muy distintas maneras, y una de ellas es la que tiene lugar cuando una ciudad logra la hegemonía y se constituye en un Imperio.

(3) La ciudad imperial (imperialista). En un momento dado de su evolución, la sociedad política, que desborda ampliamente las ciudades en las que se ha apoyado para organizarse, requiere escoger un nuevo centro o refundarlo, precisamente en la medida en que está rodeada d e un entorno de bárbaros. Así aparece la ciudad imperial, que está dada en función de un Imperio político, de algún modo preexistente, o en todo caso que está desarrollándose a partir de esa ciudad. Alejandría, o Roma son los ejemplos paradigmáticos. El Madrid de los Austrias es una ciudad imperial fundada como centro del imperio colonial (entre Sevilla y Santander).

(4) La ciudad nacional es el tipo de evolución de la ciudad consecutivo a la descomposición del Imperio y su ulterior reestructuración; la característica de la ciudad nacional es estar incluida dentro de una estructura política más amplia, de un Estado más amplio, que a veces es itinerante, aun cuando suele escoger, particularmente cuando se erige un nuevo imperio, una ciudad como capital. [6]

(5) La ciudad universal o megalópolis es la ciudad resultante de la confluencia de las diferentes sociedades de tipo imperial (que se producen precisamente a consecuencia del Descubrimiento de América: el Imperio español, el portugués, el inglés, &c.). Las megalópolis son nudos de una red planetaria que, sin perjuicio de estar incluidas en proyectos políticos de tipo estatal, comienzan a funcionar como estructuras internacionales y cosmopolitas. Los paradigmas son Londres en el siglo pasado, y Nueva York en el nuestro.

(6) La fase ultima de la ciudad, en la que caben muchas direcciones posibles, entre ellas la disolución de la ciudad como clase, y la aparición de una ciudad continua.

II

Se comprende, por tanto, que la cuestión sobre el origen de Oviedo esté en función del diagnóstico de su estructura, dentro del sistema de referencia; y la estructura, como hemos dicho, depende de la naturaleza de la sociedad política en la que Oviedo se constituyó. Para abreviar, disponemos de dos perspectivas extremas, de dos modi res considerandi que podemos aún constatar hoy, acaso, con las diferencias semánticas asociadas a los términos «Uvieu» y «Oviedo»: una perspectiva sedicente «antropológica» y aún histórica, que pretende ver a Oviedo desde la sociedad tribal, en el sentido antropológico (pero en todo caso, una antropología deficiente, puesto [7] que ni siquiera se tienen en cuenta los problemas que a este respecto plantea la llamada antropología política); y una perspectiva que quiere ser histórico política (y por tanto, también, antropológica, aunque en un sentido diferente).

Uvieu, ¿apareció como una ciudad absoluta, como una ciudad isla, a partir de una sociedad de clanes cónicos, muy poco romanizada y gotizada, pero que se había reorganizado como una jefatura resultado de la resistencia ante la presión árabe, sobre todo de su presión tributaria? En esta hipótesis la participación de la Iglesia habría sido decisiva: la sociedad política que se constituyó en torno a Pelayo habría sido a lo sumo un «Estado prístino», en proyecto, en modo alguno la continuación del reino de Toledo; Uvieu sería fundamentalmente una ciudad eclesiástica, de los clérigos que pululaban en torno a San Vicente. En el fondo Uvieu sería una aldea, o el centro urbano de una sociedad preurbana. Esta teoría de Oviedo como Uvieu debe sin duda ser ensayada; los que se aproximan a ella creen, además, que es la teoría más crítica; son los que consideran que es más crítica la «clasificación a la baja» (Pelayo no fue un rey, sino un caudillo o jefe; Oviedo es un modesto y humilde establecimiento protourbano), ignorando que criticar es simplemente clasificar, sea a la baja, sea al alza, según las exigencias objetivas lo determinen. Muy cerca de la teoría de Oviedo como Uvieu están quienes sencillamente clasifiquen a Oviedo –siguiendo la ordenación del [8] territorio de Javier de Burgos– como una ciudad capital de una provincia, como una ciudad nacional, en la tipología de referencia. Pero esta clasificación, administrativamente correcta en el marco de las constituciones de los siglos XIX y XX no solo es abstracta, sino que ha perdido hoy día su valor, incluso jurídico. Uvieu es el nombre que da el paisano, Mateín, a la ciudad que tiene ante sus ojos, una vez constituida, cuando la ve desde la perspectiva de la aldea, desde dentro del bosque; es la visión del ayuda de cámara que llega a tener afecto a su señor y, aunque lo quiera mucho, no puede llegar a entender el significado de lo que tiene delante de sus ojos, en este caso, el significado histórico de Oviedo. En cualquier caso sería totalmente gratuito pensar que es más realista decir que Uvieu responde a la perspectiva originaria, prístina, pues esto sería tanto como suponer que Oviedo comenzó como aldea, y esto es precisamente lo que se discute (desde nuestra perspectiva, Uvieu es una construcción posterior, reductora de Oviedo, justamente cuando la ciudad está peligrando perder la conciencia de su situación objetiva, cuando se la está desconectando de su contexto histórico y cuando se la está viendo «entrañablemente» desde dentro: hay amores que matan).

III

Si Oviedo no se constituyó como proto-ciudad isla, salvo que se sostenga a ultranza el carácter de mera jefatura de la sociedad política organizada en [9] torno a Pelayo (¿no es absurdo comparar la situación de los astures vadinienses, orgenomescos, &c., con la situación tribal cherokee o celta, por ejemplo, olvidando que el molde romano y gótico estaba planeando, si no deliberadamente a través de Pelayo y de sus acompañantes godos, sí a través del duque Pedro de Cantabria, de su hijo Alfonso I, casado, sea por vía matriarcal sea por cualquier otra vía, con Ermisenda, la hija de Pelayo?), ha de ser clasificada en alguno de los otros tipos de ciudad. Sin necesidad de aceptar un goticismo deliberado en Pelayo-Favila, habría que reconocer la constitución de un Estado muy temprano que en la época de Alfonso I está ya consolidado como tal. Este Estado no puede ser entendida como una confederación de aldeas o de pequeñas ciudades; la única forma de explicarlo es que en él tuviese una importante representación (supuesta desde luego la presencia de las sociedades tribales astures, cántabras, &c.) la estructura política de los hispano godos actuantes en Asturias. Aunque desconozcamos prácticamente testimonios directos desde el 718 hasta 783 (muerte de Silo), los documentos hablan a favor de una neogotización, que fue desde luego efectiva, pero que a su vez habría que ver dentro de un proceso político más amplio, a saber, la constitución de hecho de un Estado imperialista (es decir, expansionista y de límites indefinidos), que obviamente, tendrá grandes probabilidades de acogerse a los modelos ideológicos mas cercanos, como lo era el Estado visigodo, y sin [10] que por ello pueda decirse que se tratase de una restauración, ni de que su expansión significase una «reconquista»: bastaría que fuera, simplemente, un programa de conquista –la dilatatio regni– inscrito ortogenéticamente en el plan originario. Pues por desconocidas que sean las fuentes relativas a la primera época pelagiana, lo que es evidente es que los acontecimientos ulteriores no han podido salir de la nada: debían estar ya preparados en su principio. Lo importante, en consecuencia, no es que el Estado constituido ya en la época de Alfonso I fuera o no «neogótico»; lo importante es que se trata de un Estado imperialista, es decir, de un Estado que va a necesitar una ciudad imperial, que va a necesitar salir de Cangas de Onís y de Pravia, y fundar (o refundar) una ciudad como Oviedo, como ciudad imperial, cabeza y centro no ya de un Estado prístino, sino de un Estado imperialista, sea grande o pequeño en su momento (no deja de ser interesante advertir cómo muchos historiadores sociólogos manifiestan una especie de terror cuando se trata de reconocer los orígenes imperialistas de nuestra cultura, terror que podríamos comparar al que experimentaban muchos teólogos en el momento de tener que reconocer la procedencia de nuestra especie de los monos: «si realmente hay que reconocer que procedemos del mono, por lo menos que no se entere la servidumbre»). Otra cosa es que este Estado, ya consolidado (y hay consenso en que Alfonso II constituye ya la cristalización plena de esta consolidación), [11] en su prólepsis, tome sus modelos (transformándolos), de la anamnesis gótica: aquí es donde la ciudad de Oviedo podrá empezar a entenderse a sí misma, desde el principio, como émula de Toledo, de la misma manera que la Toledo gótica se había entendido a sí misma como émula de Constantinopla y esta a su vez como imagen de Roma (incluyendo sus siete colinas).

Por ello, el origen de Oviedo como ciudad, ha de ser interpretado en el contexto histórico político que acaso podríamos reconstruir con testimonios tan significativos como los siguientes:

(1) Alfonso II, según la versión Rotense de la Crónica de Alfonso III, es ungido rey el 14 de septiembre de 791 (va a hacer estos días 1200 años): hunctus est in regno (puede negarse la historicidad de la versión Rotense, pero entonces nada podríamos decir, ni tendría sentido recordar el centenario). Pero «ser ungido» significa políticamente (al margen de que ello implique restaurar o instaurar el ceremonial visigótico, que es el problema que acucia principalmente a los historiadores), que el Príncipe del nuevo Reino es soberano, y esto significa, no solo, como es bien sabido, que él se sitúa por encima de sus súbditos, sino también, lo que es menos tenido en cuenta, que él asume la soberanía respecto de los demás Reinos, por ejemplo, respecto del Reino de Carlomagno o respecto del Reino de Hixem I (que ha saqueado Oviedo en el 794). [12] El Rey que se hace ungir, y el grupo que lo unge (y en este grupo han de figurar necesariamente un grupo de clérigos estrechamente ligados a la estructura política) tiene un proyecto político histórico de gran alcance –no el de una mera jefatura–, y un proyecto cuyo significado objetivo histórico dependerá, desde luego, de la realización efectiva del proyecto; si el proyecto hubiera quedado incumplido (concretamente, si el proyecto imperial no hubiera desbordado las montañas para incorporarse y reabsorberse en el proyecto de España), la unción de Alfonso II nos haría hoy sonreír por su ingenuidad. Al mismo tiempo, el proyecto de unción sólo podía haberse concebido, de un modo eficaz, cuando pudiese haberse asentado sobre una realidad política como lo era el Estado de Alfonso II. La embajada que Alfonso II envía a Carlomagno y que algunos historiadores críticos «a la baja» ven (con pruebas mucho menos sólidas de lo que ellos pretenden) como un rasgo de sumisión, puede interpretarse, desde la otra perspectiva, como un acto diplomático concebido dentro de un proyecto político por el que el soberano, después de Lisboa y de la batalla del 798, llamada de Roncesvalles –aunque también es verdad, después del saqueo de Oviedo–, quiere darse a conocer, de igual a igual, a sus congéneres y virtuales enemigos o aliados.

(2) En conexión con el mismo sistema de coordenadas, habría que contemplar el proceso de constitución de Oviedo como Sede eclesiástica [13] metropolitana: aquí otra vez aparece Toledo contra Toledo («mi primo y yo queremos lo mismo, queremos Milán»). En las Actas de un supuesto (según algunos) Concilio celebrado en Oviedo el 15 de junio del 821, por orden y consejo del Papa Juan, se dice claramente: «Toledo cayó por designio divino, y ahora ocupa Oviedo su lugar.»

(3) También en este contexto habría que interpretar el significado político de por lo menos dos acontecimientos teológico-religiosos (y digo por lo menos, puesto que también los Comentarios al Apocalipsis de Beato podrían reinterpretarse a esta luz), pero que, de otro modo, quedan desconectados, como disjecta membra, o interpretados ambiguamente como curiosos acontecimientos de la «historia cultural» que se yuxtaponen sin más a la «historia política»:

a) La disputa sobre el adopcionismo, el conflicto de Beato de Liébana y Eterio con Elipando de Toledo (que contaba en Asturias con un discípulo aventajado, el abad Fidel). Es un proceder, sin duda, muy superficial, el de tantos historiadores que creen haber «comprendido la época» cifrando la importancia de la polémica del adopcionismo, no tanto en función de su contenido teológico, cuanto en función de la mera existencia de tal polémica (cualquiera que fuera su contenido dogmático), que se revelaría como testimonio de una «vida cultural» lo suficientemente refinada como para poder sostener (al lado del arte suntuario o de un ceremonial cortesano) [14] herméticos debates metafísicos. Pues para la historia de Oviedo los contenidos de la polémica del adopcionismo significan tanto como el mero refinamiento cultural que sin duda presupone. Es importante tener en cuenta, en efecto, que el «contenido» de la polémica ya había madurado unos años antes de la accesión al trono, en el 791, de Alfonso II (el Adversus Elipandum, suele fecharse en 786; en 785 Beato de Liébana y Eterio se encuentran en Pravia, con motivo de la profesión de Adosinda, la viuda de Silo; el futuro Alfonso II controla ya, sin embargo, muchos hilos de aquella corte). Y la importancia histórico política del «contenido» de la polémica se advierte en el momento en que tenemos en cuenta que el adopcionismo de Elipando representaba, de algún modo, no sólo una reviviscencia del arrianismo visigótico anterior a Recaredo, sino, sobre todo, una vía de confluencia del cristianismo con el monoteísmo radical que el Islam opuso siempre a los «politeístas» (en este caso: a Eterio y a Elipando), pero que los «politeístas», a su vez, verían como una condescendencia excesiva de los mozárabes de Toledo a sus señores políticos. Según esto, la disputa significa, de algún modo, la secesión de Oviedo respecto de la autoridad eclesiástica de Toledo, demasiado condescendiente con la dogmática musulmana; secesión que cobra todo su sentido en el contexto de la ciudad imperial de la que hablamos.

b) La invención de Santiago de Compostela está también dentro del proyecto político de soberanía [15] imperial del Estado de Alfonso II, pues ella supone la inversión de las relaciones con los demás reinos, sobre todo con el de los francos. Santiago es un foco que, en Finisterre (pero un Finisterre controlado por Alfonso II), comienza a brillar al lado de Roma y frente a Córdoba: al lado de las romerías, comenzarán las peregrinaciones, a través de los campos, a Santiago, el camino de Santiago, una corriente inducida desde el proyecto de la Corte de Oviedo, sin perjuicio de sus ulteriores evoluciones.

(4) Todos estos indicios implican y exigen una ciudad regia, la civitas regia fundada o refundada como tal por Alfonso II. Se elige Oviedo, como centro en el que se cruzan las dos vías romanas (de Este a Oeste y de Norte a Sur), centro cuya importancia estratégica ya había «merecido» la aceifa de los tiempos de Mauregato (785), y centro del nuevo Estado. Oviedo, como el Madrid de Felipe II, es un lugar elegido por razones estratégicas, en función de un proyecto imperialista. Por ello Alfonso II funda Oviedo, no solo restaurando la basílica, sino edificando palacios y dependencias. Menéndez Pidal llegó a decir que incluso el romance toledano será imitado en Oviedo.

IV

Oviedo nace y se constituye pues con Alfonso II como ciudad imperial. Este impulso se mantiene desde allí mismo, aun a lo largo de todo un siglo, el siglo IX: Ordoño interviene en acciones como la de [16] Talamanca, y casa a su hija con un rey de Pamplona; pero la plenitud del proyecto tiene lugar con Alfonso III el Magno, que llega a adoptar la cruz latina con el emblema de la leyenda del emperador Constantino, In hoc signo vinces.

El propio impulso del Reino de Oviedo, como ciudad imperial, es el que le lleva, dialécticamente, a salir fuera de sí mismo y a trasladarse a León: pero es el mismo impulso y el mismo proyecto político asturiano el que sigue viviendo en León, y luego en Toledo. La línea de descendencia masculina de los Reyes asturianos se mantiene durante todo el siglo X en León (incluso seguirán utilizándose los mismos nombres familiares: García, Ordoño II, Fruela II, Sancho Ordoño, Alfonso IV, Ramiro II, Ordoño III, Sancho I el Craso, Ramiro III, Bermudo II, Alfonso V, Bermudo III), hasta que en la batalla de Tamarón (1037), Bermudo III de León pierde la vida, y la corona de León, a través de Sancha (la esposa de Fernando I el Magno), pasa a unirse por primera vez a Castilla. Sólo porque el proyecto político asturiano condujo, a lo largo de los siglos, y sin solución de continuidad, a un Imperio efectivo (al establecerse los vínculos con Castilla, Aragón y Navarra), es por lo que el proyecto inicial de Oviedo podrá dejar de ser considerado como un mero ensueño megalómano para poder ser considerado como un proyecto histórico, que sólo, además, retrospectivamente, podría ser juzgado. [17]

Pero, aun siendo así, y por serlo, ¿no habrá que reconocer que el Oviedo inicial ha desaparecido en nuestros días, y que el Oviedo actual no tiene nada que ver con la ciudad imperial de sus orígenes, o que esta no es más que un recuerdo nostálgico? No, pues es un recuerdo, pero un recuerdo histórico objetivo, y por tanto presente en el decurso mismo del desarrollo de la ciudad a lo largo de los siglos y en su actualidad. Pues la estructura inicial se ha mantenido, aunque incorporada a otras más amplias, aun cuando esto sólo lo puede captar quien se sienta solidario con ellas. En cualquier caso, si Asturias, en el siglo XIV, fue reconocida nada menos que como Principado, dentro del Reino de Castilla (y no como un condado o una provincia), es en función de la monarquía de Oviedo, que daba al reino, por su antigüedad, mayor dignidad incluso que la que correspondía a la corona inglesa (y esto es algo que deberían tener presente quienes se ocupan del significado de la fundación del Principado de Asturias: fundación que no sólo estaba mirando a los nobles asturianos, sino también a las pretensiones de la Casa de Lancaster).

Si Oviedo tuvo muchas veces, pese a la exigüidad de su caserío, el aspecto funcional de una ciudad cosmopolita (asentamiento de extranjeros, oficios diversos, peregrinos, &c.), esto lo debió también al proyecto inicial; por la misma razón Oviedo tuvo Universidad; si Oviedo tiene una tradición cultural, por ejemplo musical, también se debió a su [18] condición de ciudad metropolitana desde el punto de vista eclesiástico; si Oviedo tiene la tradición de ciudad literaria, en donde el español puro de Feijoo o Clarín se ha hecho oír en el resto del mundo, tiene también su fundamento en los mismos principios.

Debo concluir: disponemos, en resumen, de dos grandes modelos conceptuales para pensar a Oviedo en relación con su origen: podemos preferir Uvieu, como ciudad rural, o podemos preferir a Oviedo, como ciudad de nombre universalmente reconocido. Es muy improbable que quien ha optado por alguna de estas alternativas, pueda ser persuadido o reducido por quien ha optado por la alternativa opuesta. Y no pretendo insinuar que ambos «tengan razón», puesto que aquí no se trata tanto de «tener razón», cuanto de «ser de un modo o de otro», y, por tanto, de tener mayor o menor potencia (por tanto, inteligencia). Acaso lo único que cabe decir, desde el punto de vista «de la razón», es que Uvieu se reabsorbe (y aún se conserva) fácilmente en Oviedo; pero nunca recíprocamente.

Gijón, 17 de agosto de 1991
Gustavo Bueno


Texto tomado del pliego Sobre el significado de la fundación de Oviedo (Palabras pronunciadas con ocasión del Día de Oviedo en la 35 Feria de Muestras de Asturias. Gijón, 17 de agosto de 1991). (Pliegos Ovetenses, nº 2, Ayuntamiento de Oviedo 1991, 18 págs.)