Gustavo Bueno
Prólogo a Causalidad y conocimiento según Piaget,
de María Isabel Lafuente
[ 1977 ]
1. El lector tiene entre sus manos un análisis profundo de uno de los temas centrales de la obra de Piaget: el tema de las relaciones entre el conocimiento (como determinación de la consciencia subjetiva o, por lo menos, una determinación dada desde la consciencia subjetiva, psicológica) y la causalidad (entendida como una determinación de la propia «realidad objetiva» –no como una relación imaginaria, «supersticiosa»–, como una de las determinaciones básicas del mundo real, del mundo que pretende ser conocido por las ciencias reales-causales, en cuanto contradistintas de las ciencias legales).
El tema de este libro nos introduce, por tanto, en el centro mismo del tema de las relaciones entre el sujeto y el objeto –que son los ejes de la Epistemología filosófica clásica– y se propone el análisis de este tema a partir del planteamiento «positivo» (epistemológico-genético, no filosófico) que Piaget ha ofrecido de él. Si presuponemos que la causalidad es algo real, es decir, una Idea ontológica, ¿cómo sería posible afrontar el tema de su conocimiento desde la perspectiva científica (no filosófica) a la que quiere reducirse la Epistemología Genética de Piaget? El análisis de los procesos (psicológicos) por medio de los cuales llegamos al conocimiento de la causalidad (base de toda ciencia determinista) –diríamos: el análisis científico, experimental, &c., de la génesis de la Idea de causalidad– parece que podría conducirnos a la naturaleza (a la estructura) misma de la causalidad objetiva, y aun agotarla. Porque, ¿de qué otro modo sino de la regresión a nuestros propios procesos de conocimiento podríamos llegar a ver algo de la realidad misma conocida? Pero, por otro lado, este planteamiento (que se mantiene dentro de la oposición entre el sujeto y el objeto), ¿no nos mantiene obligadamente en la inmanencia de la subjetividad, y no nos obliga, o bien a presuponer ya dada una objetividad causal previa o bien a realizar una suerte de «argumento ontológico», en virtud del cual, a partir del análisis de los procesos de un conocimiento dado, nos veamos obligados a «poner» la realidad de unas relaciones causales que, a su vez, den cuenta de aquellos mismos procesos cognoscitivos? María Isabel Lafuente nos introduce en las complejidades de este circuito, lo descompone y analiza con un rigor y precisión poco comunes. Es una exposición que logra separar los hilos más significativos de la trama y nos exhibe los artificios de los cuales Piaget se ha servido para anudar «en falso» muchos de ellos.
2. Toda la obra de Piaget es un titánico esfuerzo por rescatar para la ciencia positiva los temas que (como el de la causalidad) suelen estar reservados a la filosofía: la Epistemología Genética de Piaget será la nueva ciencia que positivizará el tratamiento precientífico de aquellas Ideas (tales como la Idea de número, la Idea de mundo, la Idea de sustancia, la Idea de causalidad) que parecían resistentes a un tratamiento científico.
Piaget ha proyectado el método de la Epistemología Genética como un método científico desde el cual fuera posible afrontar estas cuestiones, «agotándolas» –y, en este sentido, el proyecto de Piaget se nos revela como una reexposición del proyecto del Ensayo de Locke (de lo que el Ensayo de Locke quiso representar por respecto de la metafísica tradicional). La Epistemología Genética acaso pudiera (históricamente) autodefinirse como la ejecución efectiva, científica, experimental, del proyecto («todavía filosófico») del Ensayo de Locke.
Ahora bien: es seguramente el modo de entender las relaciones entre un proyecto filosófico y un proyecto científico –las relaciones entre filosofía y ciencia– aquello que resulta más discutible en la obra de Piaget, aquello que también ha empujado a Piaget, en las ejecuciones concretas de su proyecto, hacia lugares más resbaladizos. Porque al entender Piaget la filosofía como el reino de lo no-positivo (de lo indefinido, como subraya María Isabel Lafuente) –frente a la caracterización de la ciencia como conocimiento positivo (aunque sin especificar la naturaleza de esa positividad)– no sólo ha deformado la efectiva función de la filosofía («juicios de valor», &c.), sino también el efectivo alcance de la ciencia y, en particular, de la Epistemología Genética. Y no queremos decir con esto que, por ello, en virtud de esa deformación, haya que negar todo valor positivo a los propios métodos epistemológico-genéticos. Queremos decir que estos métodos, y sus resultados, tienen que ser reanalizados. No ya precisamente en el sentido en el que las ciencias reanalizan, corrigen, &c., sus propios resultados (porque ello es, a su vez, tarea científica, cometido de la propia experimentación epistemológico-genética), sino en el sentido filosófico: para situar su verdadero alcance, sus límites; a veces, incluso, para reinterpretarlos, es decir, para intentar reexponer el marco en el cual los resultados mismos tendrían significado científico para librar a la propia Epistemología Genética de sus envolturas extracientíficas, ideológicas. En esta dirección camina muy adelante la obra de María Isabel Lafuente.
3. Si suponemos que las ciencias se atienen a los campos categoriales y que la filosofía nos remite a las Ideas –Ideas objetivas, realizadas por la mediación de los propios procesos categoriales– entonces podremos decir que ni las ciencias agotan su campo ni cercenan el campo de la filosofía (al contrario: lo desarrollan, le ofrecen un material siempre nuevo). Y podremos decir que las tareas de la filosofía, aunque no puedan pretender alcanzar construcciones cerradas, como las ciencias, no por ello son «indefinidas». Los propios cursos categoriales podrían ser contemplados siempre desde las mismas Ideas que en ellos se realizan –y sólo desde ellas nos será dado precisar el verdadero marco de una ciencia. Eventualmente: la disposición de Ideas constitutiva de este marco, incluso es identificable con sistemas filosóficos pretéritos insospechados por el propio científico. Este es el caso de la Epistemología Genética del propio Piaget, al menos en uno de sus aspectos más importantes y conocidos: la doctrina positiva de las fases evolutivas.
Esta doctrina nos es ofrecida muchas veces como la pura representación de la serie empírica de estadios de desarrollo del sujeto, desde su nacimiento hasta su maduración intelectual. Cada uno de estos estadios se caracteriza por notas más o menos precisas, obtenidas de la observación y de la experimentación (reflejos de succión, por ejemplo, para el primer estadio; operaciones proposicionales, grupo INRC, para el último). Estos estadios se reagrupan en períodos (a veces cuatro, generalmente tres) cuyas características parece que siguen dándose como puramente «positivas», empíricas (período I, sensorio-motor; período II, representativo; período III, operatorio). Y, sin embargo, acaso es más verdadero decir que tras esa aparente sucesión empírico-cronológica de estadios (y tras esa presentación de los períodos como reagrupación ulterior de estadios) está alentando un esquema de inspiración hegeliana, según el cual los períodos no son fases de segundo orden (meras reagrupaciones de estadios), sino fases de orden primero (los estadios son un detalle de los períodos), momentos de una sistemática global. Al menos, esta perspectiva nos permite captar el sentido interno de los estadios (interno: en cuanto partes o segmentos de una trayectoria común, global) que de otra suerte permanecerían como anillos que se agregan posteriormente (empíricamente) a la cadena. Resultaría que Piaget está moviéndose en un marco de Ideas similar al marco hegeliano, el marco constituido por las Ideas del sujeto y el objeto, según la peculiar dialéctica hegeliana (las fases de Piaget podrían ponerse en correspondencia con las fases de la consciencia de la Fenomenología –el esto, la percepción, el entendimiento– más difícilmente con las fases de la consciencia de sí). En un primer período el sujeto se constituye como un centro que tiende a reducir (a asimilar) todas las cosas a su propia sustancia: «el mundo es una realidad susceptible de ser chupada» (el concepto de la asimilación es algo más, en Piaget, que una metáfora biológica y, en particular, la succión es algo más que un reflejo simple: realiza la Idea de la reducción del objeto al sujeto; el niño del período I de Piaget es algo así como el negro del que habla Hegel en su Filosofía de la Historia). El segundo período aparece cuando el objeto comienza a hacerse presente al sujeto como un orden independiente, al cual el sujeto debe plegarse (acomodarse), seguir su lógica concreta, e incomprensible. Por último, el tercer período es el período de la síntesis: sujeto y objeto logran anudarse, y coexistir armónicamente en virtud del desprendimiento de unas leyes abstractas, lógicas (las leyes del «Entendimiento») que cubren a la vez al sujeto y al objeto –y, entre ellas, la ley de la causalidad.
A través de estas claves de la periodización de Piaget se nos muestra también la analogía –analogía no es identidad– con la doctrina evolutiva de Freud. La doctrina de Freud es seguramente mucho más metafísica que la de Piaget y también se desenvuelve en el «marco hegeliano». El sujeto, en su primer período, es una pura «subjetividad libidinosa», el Ello. El objeto lo limita (limita las tendencias del «principio del placer») y el resultado es el Ego (definido precisamente como «principio de la realidad», del objeto). Los conflictos del Ello y el Ego (el sujeto y el objeto) se reconcilian dioscúricamente en el Super-ego, que es sujeto y objeto ideal, el ideal «abstracto» del Ego. El Super-ego es para Freud, funcionalmente, lo que el grupo INRC es para Piaget.
4. La ciencia categorial que Piaget y su escuela han erigido, según esto, no «agota» su campo. Su curso transcurre envuelto por una atmósfera indefinida que cubre también a otras categorías y en la que se realizan Ideas que «cruzan» los campos categoriales –por tanto, el campo epistemológico– a la par que los desbordan. Pero si la Epistemología Genética es efectivamente una ciencia categorial, o se aproxima a ella, es porque ha determinado «cursos cerrados» que, aun envueltos en esas Ideas, y aun atravesados por ellas, logran «segregar» esas Ideas y otras categorías. La inmersión de las categorías epistemológico-genéticas en esa «atmósfera de Ideas» no significa que haya, por tanto, que atenerse a ellas. Precisamente porque ha de segregarlas de algún modo, la Epistemología Genética se nos presentará como una metodología abstracta, no total, respecto de su propio campo.
Y esta consciencia de los límites de su campo es la condición misma de la cientificidad de una ciencia, de la cientificidad de la Epistemología genética. No negamos sus virtualidades científicas. Tan sólo sugerimos que las pretensiones reductoras, totalizadoras de la Epistemología Genética (pretensiones que culminan en el proyecto piagetiano de una «Epistemología Genética generalizada», pero que se manifiestan en su tesitura habitual de «alternativa a la filosofía») contribuyen a oscurecer su propia tesitura científico-gnoseológica. Por tanto, queremos sugerir que ésta su estructura científica se revelaría con mayor nitidez –por tanto: su metodología se haría más precisa– cuando la Epistemología Genética lograse tomar consciencia de sus límites: de su carácter de «Epistemología Genética restringida».
Y esta consciencia sólo puede adquirirla no en virtud de una «reflexión absoluta» sobre sí misma, sino por la percepción de los propios cursos de Ideas que su propio cierre ha de dejar fuera. En particular –y por lo que al tema de este libro concierne– señalaríamos dos de esos «cursos de Ideas» que la Epistemología Genética habría de segregar sistemáticamente. Dos cursos de Ideas que precisamente la vocación reductora, totalizadora, de Piaget tiende a considerar, sin embargo, como tareas de su propio campo y, que por no serlo, se muestran como los flancos más débiles de la Epistemología Genética, como aquellos que suelen ser aducidos como testimonio de su «debilidad», de su «tautología», cuando –es lo que quisiéramos subrayar– podrían acaso reexponerse precisamente como las condiciones de su fortaleza:
A) Ante todo, el «curso de las Ideas» realizadas en el proceso histórico-cultural del desarrollo de la consciencia. Como análisis de este proceso se organizó la filosofía hegeliana y, en particular, la Fenomenología del Espíritu. La Epistemología Genética está envuelta por este proceso –pero no lo sustituye ni lo agota: tal es el precio de su categoricidad, de su cierre abstracto. Acaso fuera posible ilustrar el alcance de esta abstracción apelando a un cierto análisis de los movimientos planetarios. Supongamos un sistema planetario constituido por múltiples planetas (que haríamos corresponder a los individuos o sujetos de la Epistemología Genética) –multiplicidad de planetas en cada órbita y multiplicidad de órbitas– dotados de un movimiento compuesto: las rotaciones sobre su propio eje forman parte de un movimiento de traslación que podemos suponer lanza a estos planetas a órbitas espirales y que se mantiene a otra escala, y que, junto con los demás movimientos espirales de traslación, compone un sistema de figuras cambiantes –que haríamos corresponder con «la Historia». Si la rotación de cada planeta se despliega según fases (o estadios) que resultan ser coordinables (sincronizables) con las rotaciones de otros planetas (de la misma órbita o de órbitas diferentes, en los movimientos sinodiales) podríamos pensar en una disciplina orientada al análisis de esas rotaciones o ciclos regulares en cuanto son mutuamente coordinables (coordinables no sólo con los otros individuos de la misma órbita –correspondiente a cada círculo cultural–, sino con individuos que giran en órbitas culturales muy alejadas). La «rotación promedio» –la del sujeto epistémico– no podría erigirse en el fundamento de las estructuras globales tejidas por las traslaciones «espirales» de estos planetas. Las rotaciones de los planetas siguen siendo formales –abstractas– y sería una confusión de planos tomar los tiempos locales de cada planeta (las fases de cada planeta) por tiempos globales (o épocas de cada órbita). Los días no son los años y los diferentes siglos de cada órbita no podrían hacerse corresponder con los diferentes minutos de cada día. Aristóteles –aunque haya dado explicaciones físicas similares a las que dan los niños ginebrinos de siete años– no puede considerarse como si estuviera en la fase de un niño de siete años, como alguna vez sugiere Piaget. La Fenomenología del Espíritu se mueve en la Idea de la conexión entre las rotaciones individuales y las órbitas epocales –porque no ocurre tanto que los individuos deban «recapitular» los movimientos de la especie, sino que, sobre todo, quiere verse cómo las fases de estas rotaciones son el principio de una nueva línea orbital. Acaso es imposible que esa Idea pueda ser determinada «cerradamente» –precisamente porque las órbitas las suponemos abiertas. Por ello, los ciclos que Piaget logra determinar, como tales ciclos, son abstractos, precisamente porque ese cierre y repetibilidad es el postulado mismo de su cierre categorial, de su abstracción en el seno de las órbitas de la Historia. La Epistemología Genética es un análisis del «incremento» del conocimiento –de las rotaciones constituidas por la acumulación o incremento de los movimientos angulares. Pero este análisis es un análisis que se mantiene en la esfera individual, psicológica. La Epistemología Genética no es un análisis del incremento histórico (orbital) del conocimiento (digamos: el Espíritu de Hegel, y aun la consciencia de sí y la razón), no es una Historia de la ciencia. Por ello se detiene a los doce o catorce años, precisamente cuando el individuo, ya adulto en sus propias «rotaciones», es todavía, sin embargo, un embrión desde el punto de vista cultural (un niño, para decirlo con la terminología de la «Teoría de las generaciones» de Ortega). Pilar Palop Jonqueres, en su tesis doctoral Epistemología Genética y Filosofía, nos ha ofrecido un agudo análisis de esta situación: «Pero cuando la Epistemología Genética, al proponerse el análisis de las ciencias mismas, tiene que abandonar el análisis de referencia mencionado, ocurre que no estando definido el nivel de equilibrio que (según la hipótesis genética) debe tender al desarrollo científico, se hace necesario tener previsto que dicho desarrollo pueda adoptar un giro totalmente insospechado y distinto del que podría esperarse a partir del desarrollo anterior.» Pilar Palop ha analizado también detalladamente el proceso de transición de la Epistemología restringida a la generalizada calificándolo justamente como «ilusión epistemológica».
Pero esta limitación de la Epistemología Genética, este «corte epistemológico» con la Historia, no tendría por qué ser estimado como una debilidad suya –dado que el corte es el resultado y no la causa del propio cierre «rotacional». La Epistemología Genética es una Psicología –de un género «mentalista» muy peculiar– porque resuelve en el individuo, en su desarrollo. Esto no quiere decir que Piaget no tenga en cuenta el medio social (e histórico) –al margen del cual ningún sujeto podrís desenvolverse. Pero justamente los componentes sociales y culturales desempeñan el papel de medio de cada sujeto (medio como milieu, como Umwelt) porque las diferencias establecidas a escala de estos medios (las diferencias sociales o culturales) no son «pertinentes» respecto de la escala individual, epistemológico-genética que considera a los sujetos que maduran en ese medio. Ocurre como en Biología: el embriólogo que analiza las fases internas de desenvolvimiento de un cigoto no puede aislarlo del medio en el cual el organismo vive y del cual toma sus principios energéticos. Pero para el embriólogo, las diferencias culturales del medio no son pertinentes, porque el embrión humano no «distingue», en su desenvolvimiento, entre los elementos químicos que proceden del organismo materno y los elementos químicos sumimistrados por la incubadora.
B) Sobre todo, el curso de las Ideas mediante las cuales se establecen las conexiones entre el desarrollo de los conceptos del sujeto (en particular: su desarrollo operatorio) y la propia objetividad a la que esos conceptos se refieren (en particular: la causalidad). Parece que todo intento de derivación de las categorías objetivas de la causalidad a partir de las categorías operatorias estaría condenada al antropomorfismo. Porque solamente puede decirse isomorfo un sistema operatorio N1 respecto de otro N2 cuando este N2 esté a su vez vinculado a una consciencia operatoria. Piaget, como subraya María Isabel Lafuente, estaría incurriendo constantemente en este «argumento ontológico», proyectando las operaciones en los objetos –siempre que la Epistemología Genética se autoconciba como una alternativa a la filosofía del conocimiento de la causalidad. Ahora bien: ¿y si no fuera así? El isomorfismo entre N1 y N2 –decimos– es legítimo si N1 y N2 son sujetos operatorios. ¿Y acaso la Epistemología Genética, como ciencia categorial, como Epistemología restringida, no está precisamente ateniéndose a estas condiciones? ¿Acaso lo que la teoría del conocimiento de la causalidad de Piaget nos ofrece no es ya tanto una teoría (filosófica) del conocimiento (por el sujeto) de la causalidad (objetiva) cuanto la teoría del conocimiento de la causalidad por sujetos considerados desde otro sujeto tomado como referencia (el adulto)? La Epistemología Genética, en esta perspectiva diamérica, no incurriría en antropomorfismo. Desarrollaría una metodología «autocontextual» y el sujeto epistémico podría llegar a ser un metro interno de extraordinaria utilidad para el análisis psicológico y para la pedagogía.
5. Desde la perspectiva de este «cierre epistemológico restringido», el concepto de equilibrio, en sus conexiones con la reversibilidad e invertibilidad –que en este libro se analiza de un modo muy fino y preciso– adquiere un significado gnoseológico peculiar. El concepto piagetiano de equilibrio, en efecto, podría interpretarse, tanto como una doctrina ontológica (incluso como un «reflejo ideológico» de un pensamiento integrado, tecnocrático, conservador, &c.) como un postulado gnoseológico de cierre. Porque la reversibilidad se encuentra en la estructura misma de esas «rotaciones» sobre cuya consideración se organiza la Epistemología Genética. Diríamos: no es que la Epistemología Genética descubra la estructura «rotacional», «cíclica» de los sujetos; es la investigación sistemática y abstracta de estas estructuras rotacionales la que constituye o «descubre» a la Epistemología Genética.
En el análisis de estos procesos rotacionales, Piaget se ha atenido, sin duda demasiado unilateralmente, a la teoría de los grupos de transformaciones. No por accidente, sino acaso empujado por su propia perspectiva psicológica, por su polarización hacia el análisis de los ciclos operatorios: el equilibrio o identidad del sujeto, si se concibe desde la perspectiva operatoria, nos conduciría a un esquema ad hoc, el de la restauración o neutralización del equilibrio perdido por la acción directa, mediante la acción revertida: intentando así presentar la organización de todo esquema de conservación en términos de la transformación idéntica resultante de la composición de una transformación directa y de su inversa. La operación incluye estos dos momentos, según Piaget, y, por tanto, todo esquema de conservación sería operatorio en este sentido. Este presupuesto le ha llevado a la necesidad de elaborar conceptos muy artificiosos para mantener su definición de operación, por la reversibilidad; le ha llevado a interpretar las reciprocidades, y aun las negaciones, como formas de reversibilidad, junto con las inversiones, así como a marginar otros modos de realización de la identidad que ya no son puramente subjetivos, cuanto que se fundan en la misma «disposición objetiva» de los términos, como ocurre con las involuciones, en las cuales no hay propiamente operación inversa.
Pero la Epistemología Genética ahí está como una vigorosa metodología capaz de impulsar descubrimientos importantes, análisis precisos y útiles dentro de sus estrictos límites. Lo que quisiéramos subrayar es simplemente esto: que estos descubrimientos, estos análisis categoriales, arrojan nuevo material a la re flexión filosófica, cuyas tareas no quedan cercenadas por la Epistemología Genética, sino, por el contrario, enriquecidas. Buena prueba de ello, este magnífico libro de María Isabel Lafuente sobre conocimiento y causalidad en Piaget, que el lector tiene en sus manos.
Gustavo Bueno
[ María Isabel Lafuente, Causalidad y conocimiento según Piaget, Colegio Universitario de León, León 1977, páginas 9-17. ]