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¿Quiénes somos?

Fundación Gustavo Bueno

Sede en Oviedo (España)

El Ayuntamiento de Oviedo, por impulso de quien fuera entonces su Alcalde, don Gabino de Lorenzo, aprobó el día 17 de marzo de 1998, en sesión plenaria y por unanimidad de los distintos grupos municipales (Partido Popular, Partido Socialista Obrero Español, e Izquierda Unida), la cesión de uso a favor de la Fundación Gustavo Bueno, durante un período de cincuenta años, del edificio de propiedad municipal sito en la Plaza Gustavo Bueno. Tras realizarse unas obras de rehabilitación fue entregado por el Alcalde de Oviedo a la Fundación como su sede en Oviedo, en una ceremonia que tuvo lugar el viernes 23 de octubre de 1998.

Se trata de un chalet construido en 1913 para don José María Vázquez, diseñado por el arquitecto Julio Galán Carvajal (1876-1939), que diez años después ya había sido adquirido para albergar el Sanatorio Quirúrgico Asturias (los azulejos que le rodean a modo de cenefa, representando cisnes, fueron pronto reinterpretados como cigüeñas), en el que hasta los años ochenta del siglo XX vinieron al mundo no pocos ovetenses (la más ilustre, sin duda, S. M. la Reina Doña Letizia). A nadie extrañó que un edificio que albergó durante medio siglo una clínica de partos, pasado el tiempo, en absoluta sintonía socrática, siguiese dedicado a la mayéutica, a la obstetricia de ideas. [La aniquilación de la instrucción filosófica en los planes de estudios hará prudente recordar que Fenarete, madre de Sócrates, era partera, ejercía la μαιευτική, concepto que Sócrates reutiliza para describir su método de conocimiento.]

«Sócrates. Esto consiste en que experimentas los dolores de parto, mi querido Teeteto, porque tu alma no está vacía, sino preñada. Teeteto. Yo no lo sé, Sócrates, y sólo puedo decir lo que en mí pasa. Sócrates. Pues bien, pobre inocente, ¿no has oído decir que yo soy hijo de Fenarete, partera muy hábil y de mucha nombradía? Teeteto. Sí, lo he oído. Sócrates. ¿Y no has oído también que yo ejerzo la misma profesión? Teeteto. No. Sócrates. Pues has de saber que es muy cierto. No vayas a descubrir este secreto a los demás. Ignoran, querido mío, que yo poseo este arte, y como lo ignoran, mal pueden publicarlo; pero dicen que soy un hombre extravagante, y que no tengo otro talento que el de sumir a todo el mundo en toda clase de dudas. ¿No has oído decirlo? Teeteto. Sí. Sócrates. ¿Quieres saber la causa? Teeteto. Con mucho gusto. Sócrates. Fíjate en lo que concierne a las parteras, y comprenderás mejor lo que quiero decir. Ya sabes que ninguna de ellas mientras puede concebir y tener hijos, se ocupa en partear a las demás mujeres, y que no ejercen este oficio sino cuando ya no son susceptibles de preñez. Teeteto. Es cierto. Sócrates. Dícese que Diana ha dispuesto así las cosas, porque preside a los alumbramientos, aunque ella no pare. No ha querido dar a las mujeres estériles el empleo de parteras, porque la naturaleza humana es demasiado débil para ejercer un arte, de que no se tiene ninguna experiencia, y ha encomendado este cuidado a las que han pasado ya la edad de concebir, para honrar de esta manera la semejanza que tienen con ella. Teeteto. Es probable. Sócrates. ¿No es igualmente probable y aun necesario, que las parteras conozcan mejor que nadie, si una mujer está o no encinta? Teeteto. Sin duda. Sócrates. Además, por medio de ciertos brebajes y encantamientos saben apresurar el momento del parto y amortiguar los dolores, cuando ellas quieren; hacen parir las que tienen dificultad en librarse, y facilitan el aborto, si se le juzga necesario, cuando el feto es prematuro. Teeteto. Es cierto. Sócrates. ¿No has observado otra de sus habilidades, que consiste en ser muy entendidas en arreglar matrimonios, porque distinguen perfectamente qué hombre y qué mujer deben unirse, para tener hijos robustos? Teeteto. Eso no lo sabía. Sócrates. Pues bien, ten por cierto, que están ellas más orgullosas de esta última cualidad, que de su destreza para cortar el ombligo. En efecto, medítalo un poco. ¿Crees tú, que el arte de cultivar y recoger los frutos de la tierra sea el mismo que el de saber en que tierra es preciso poner tal planta o tal semilla, o piensas que son estas dos artes diferentes? Teeteto. No, creo que es el mismo arte. Sócrates. Y con relación a la mujer, querido mío, ¿crees que este doble objeto depende de dos artes diferentes? Teeteto. No hay trazas de eso. Sócrates. No, pero a causa de los enlaces mal hechos de que se encargan ciertos medianeros, las parteras, celosas de su reputación, no quieren tomar parte en tales misiones por temor de que se las acuse de hacer un mal oficio, si se mezclan en ellas. Porque por lo demás sólo a las parteras, verdaderamente dignas de este nombre, corresponde el arreglo de matrimonios. Teeteto. Así debe ser. Sócrates. Tal es, pues, el oficio de parteras o matronas, que es muy inferior al mío. En efecto, estas mujeres no tienen que partear tan pronto quimeras o cosas imaginarias como seres verdaderos, lo cual no es tan fácil distinguir, y si las matronas tuviesen en esta materia el discernimiento de lo verdadero y de lo falso, sería la parte más bella e importante de su arte. ¿No lo crees así? Teeteto. Sí. Sócrates. El oficio de partear, tal como yo lo desempeño, se parece en todo lo demás al de las matronas, pero difiere en que yo le ejerzo sobre los hombres y no sobre las mujeres, y en que asisten al alumbramiento, no los cuerpos, sino las almas. La gran ventaja es, que me pone en estado de discernir con seguridad, si lo que el alma de un joven siente es un fantasma, una quimera o un fruto real. Por otra parte, yo tengo de común con las parteras que soy estéril en punto a sabiduría, y en cuanto a lo que muchos me han echado en cara diciendo que interrogo a los demás, y que no respondo a ninguna de las cuestiones que se me proponen, porque yo nada sé, este cargo no carece de fundamento. Pero he aquí por qué obro de esta manera. […]» (Platón, Teeteto o de la ciencia, versión de Patricio de Azcárate, Obras completas de Platón, tomo 3, Madrid 1871, págs. 168-172.)

«Yo no quito al buen maestro, al Arte y trabajo, su virtud y fuerzas de cultivar los ingenios, así rudos como hábiles: pero lo que quiero decir es, que si el muchacho no tiene de suyo el entendimiento preñado de los preceptos y reglas determinadamente de aquel arte que quiere aprender, y no de otra ninguna que son vanas diligencias las que hizo Cicerón con su hijo, y las que hiciere cualquier otro padre con el suyo. Esta doctrina entenderán fácilmente ser verdadera los que hubieren leído en Platón, que Sócrates era hijo de una partera (como él mismo lo cuenta de sí) y como su madre (aunque era gran maestra de partería) no podía hacer parir a la mujer que antes que viniese a sus manos no estaba preñada. Así él (usando el mismo oficio de su madre) no podía hacer parir ciencia a sus discípulos, no teniendo ellos de suyo el entendimiento preñado: tenía entendido que las ciencias eran como naturales a solos los hombres que tenían ingenios acomodados para ellas: y que en estos acontecía lo que vemos por experiencia en los que se han olvidado de lo que antes sabían que con solo apuntarles una palabra, por ella sacan todo lo demás. No tienen otro oficio los maestros con sus discípulos (a lo que yo tengo entendido) mas que apuntarles la doctrina: porque si tienen fecundo ingenio, con solo esto les hacen parir admirables conceptos, y si no, atormentan así a los que los enseñan: y jamás salen con lo que pretenden.» (Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias, Baeza 1575, capítulo 1, folio 11r-12r.)

Es un edificio exento, rodeado de una pequeña plaza peatonal con bancos y jardines, en la zona céntrica de la ciudad. Dispone de más de 600 metros cuadrados útiles, repartidos en cuatro plantas (incluyendo semisótano y bajocubierta). Cuenta con un salón de actos con 50 asientos y distintas salas y despachos.

Fundación Gustavo Bueno
Plaza Gustavo Bueno · 33005 Oviedo (España)