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ABC
Madrid, sábado, 4 de marzo de 2006
Las artes y las letras
nº 735, página 25

Nulla dies sine linea

César Alonso de los Ríos

Gustavo Bueno y el «mito» español
 

Gustavo Bueno / España no es un mito En su último libro, España no es un mito (Planeta), el profesor Gustavo Bueno ha vuelto a sus dos temas más queridos: el de España y el de los mitos. Sobre el primero escribió España frente a Europa; sobre el segundo, El mito de la cultura y El mito de la izquierda.

¿Pero cuál es la acepción del término «mito» en este caso? Lo aclara el profesor ya en la primera página. No tiene nada que ver con el sentido platónico del término, esto es, con un «sentido profundo y admirativo», sino con su contenido despectivo. Cuando se hace equivaler mito a algo inexistente o a aquella realidad a la que se le atribuyen cualidades inexistentes. Por ejemplo a la idea de España. En este sentido el término España estaría ocultando las verdaderas realidades nacionales: Cataluña, Euskal Herría, Galicia e incluso otras... El mito de España estaría dando a entender la inexistencia de la Nación y, desde luego, de aquellas cualidades que, como la unidad, le son inherentes. Mito como entelequia.

Así que Bueno se ha sentado ante el ordenador y, como aquel buen lector de escolásticos que fue en sus primeros años de profesor en Salamanca, ha decidido desenterrar, una vez más, el hacha de la lógica y se ha ido enfrentando a las proposiciones tópicas con las que se alimenta la patulea progresista, no sin interés, para analizarlas de forma implacable. Hasta hacer trizas de ellas.

Siete preguntas. Bueno ha organizado su texto en torno a siete preguntas en las que, a su entender, viene a resumirse el discurso de todos aquéllos a quienes les gustaría que la idea de España no tuviera fundamento histórico ni sentido en la actualidad. Son las siguientes: ¿existe España?, ¿desde cuándo?, ¿está amenazada?, ¿es Europa?, ¿es idea de la derecha o de la izquierda?, ¿hay una cultura española?, ¿es nación o es pueblo?...

Debo decir que éste es un método satisfactorio a la medida de un determinado interlocutor, esto es, el que abruma al profesor Bueno en Asturias, al que le llama fascista e incluso trata de agredirle, al que enfrenta la realidad asturiana a España como podría hacerlo un andaluz o un aragonés. El libro está concebido y muy bien planteado para esta patulea progresista que quiere negar la existencia de España porque le resulta muy costosa en términos partidarios y corporativos y morales y mentales. Éste es el «interlocutor» al que desafía Bueno. Se trata de radical-autonomistas, españolitos desnacionalizados, progresistas que se aferran de modo visceral a la inexistencia no ya de España sino de unos imperativos que les conducirían necesariamente a comportamientos que no desean. Quiero decir que el discurso de Bueno puede funcionar muy positivamente para aquéllos que se han dejado arrastrar por unos tópicos antiespañoles que vienen desde el franquismo hasta hoy. Pero dudo que entren en los supuestos a los que les invita el profesor aquéllos que, como Zapatero, están ya convencidos de que la idea de Nación española es una creación «histórica» perversa y que su existencia ha determinado tensiones, disfuncionalidades y guerras... Por supuesto, en el discurso de Bueno no entran los nacionalistas, ya que parten de unos fundamentos distintos e incluso pueden llegar a admitir la existencia histórica de la Nación española con sus exigencias de unidad y, por todo ello, rechazable en términos institucionales y, si fuere preciso, violentos.

Una realidad. Los razonamientos que expone Bueno para demostrar que España no es un mito sino una realidad que llega hasta los reyes asturianos no le dicen nada a quien se ha educado en Rovira Virgili. Un nacionalista no entra siquiera en la lógica que le propone el profesor, va por un camino distinto y sus convicciones no se ven afectadas por los argumentos que se manejan. Por ejemplo: a un nacionalista catalán le da igual la respuesta que se puede dar a la cuestión de si existe o no una cultura española común. Ni siquiera se lo plantea. Por lo mismo, tampoco entran en esta lógica aquéllos que creen en España como una realidad histórica y exigen unos argumentos a la altura del debate que plantean los nacionalistas y que no es, por cierto, discursivo sino que está montado en torno incluso al crimen metódico.

Hay un punto que le afecta al autor de este comentario. Creo que Bueno ha entendido que la «traición políticamente correcta» a la que me refería en el subtítulo de mi libro La izquierda y la nación tenía que ver con la condición de izquierdas. Afirmo que es una traición a las convicciones que deberían tener como «españoles», no como gentes de izquierda. Por otra parte, claro que ha habido en nuestra historia una izquierda con sentido nacional e incluso españolista: desde Prieto a Paco Vázquez y por supuesto a los contendientes en la Guerra Civil que llegaron a tomar ésta como una reedición de la guerra de Independencia. Hay algo verdaderamente útil y beneficioso en el libro de Gustavo Bueno: enseña a discurrir. Ahí es nada.

 


Fundación Gustavo Bueno
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