Proyecto Filosofía en español Hemeroteca
SABER/Leer
nº 147, agosto-septiembre 2001
Fundación Juan March
páginas 10-12

¿Qué será España?
por Patricio Peñalver Gómez
 

Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba Editorial, Barcelona 2000, 474 págs. 3200 ptas. ISBN 84-89846-97-9. Resumen. En opinión de Patricio Peñalver, en la tradicional polémica histórica, sobre el problema de España y su esencia, la pregunta ya no es qué es España sino qué será España (y por parte de algún ensayista qué será de España). En este contexto destaca un trabajo de Gustavo Bueno que resucita el viejo litigio entre filósofos e historiadores y en el que tercia polémicamente en la cuestión. Su obra, que es nítidamente filosófica, parte de la hipótesis de que España no es originariamente una nación, sino que su esencia histórica requiere que se la reconstruya en términos de «ortograma imperial» (para Bueno el ortograma es la «materia formalizada» capaz de actuar como programa en la conformación de un material) y poniendo a España frente a Europa, si es que no contra Europa.

Con seguridad, no es casual la rica multiplicación de ensayos hoy sobre el «problema de España» (una expresión ya ella misma por cierto sin un átomo de neutralidad, cargada ya de prejuicios hermenéuticos, y de toda una retórica): hoy, en los últimos «circa» diez años. Como suele pasar, esta riqueza, desde luego que no sólo cuantitativa, lleva consigo su patología: proliferación compulsiva de libros, artículos y comentarios, muchas veces peor que prescindibles, o incluso claramente ruidosos, y desde luego un perceptible oportunismo en algunas de las maneras en que intelectuales y «scholars» de muy diverso pelaje se han venido enganchando al foro de una cuestión que, en cambio, en los ochenta y primeros noventa había estado poco menos que prohibida. La hipérbole escocerá a algunos, pero no exagero tanto: se releerá con provecho ahora, para medir la agresividad del contexto político-intelectual de entonces contra el planteamiento mismo de este tema, una inspirada columna de Francisco Umbral por aquellos años, titulada con mucha puntería: «A Felipe González no le gusta Unamuno.»

Una cuestión o un problema, éste de España, que ahora, insisto, y en un nuevo viraje del péndulo, suscita pasiones ciudadanas, genuinas o reactivas, reaccionarias a veces si se quiere, y que en cualquier caso concita interés, intereses, subvenciones, audiencias, público y dineros. Pero la parte patológica no debe impedirnos ver la parte esencial, o si se quiere «sana», del fenómeno ya en sí mismo notabilísimo de un verdaderamente nuevo, y no sólo renovado, interés por la vieja, que no envejecida, cuestión de la esencia de España: la pregunta por qué es España, por qué será España (en lo que el cómplice lector habrá oído tanto el indicativo futuro como el implícito subjuntivo de interrogación). Cuando menos ése sería mi diagnóstico sumario, como lector aficionado de esa literatura, casi un género literario, el «ensayo sobre España»: pasa por un buen momento, o también, y en el mejor sentido, por un momento «crítico». Es decir, por un momento de su evolución con suficiente fuerza como para permitir justamente que uno se atreva a tentarse las propias creencias, o a afrontar alguna «crisis de fundamentos» al respecto.

La esencia de España

Descreemos del apotegma hegeliano de la lechuza de Minerva, o de la vulgaridad goethiana de la teoría gris: no hace falta que algo se acabe, o pierda el verde de la vida, para que pueda uno ponerse a saber sobre eso con rigor teórico y solemnidad académica. La esencia de España en crisis, sometida a juicio crítico, el caso de ahora, no significa en lo más mínimo «adiós a España», previamente ésta metida en el saco del fácilmente denostable nacionalismo español; sino acaso enclave para alguna nueva aventura: nueva aventura del saber, y también, por qué no, nueva aventura histórica, social y política. Me atrevo a conjeturar al respecto, y sin poder entrar ahora en esto, que las causas de esta nueva reflexión, y de esta nueva inquietud, muy diversas en sus códigos, sus formatos, y sus tendencias, remiten a planos muy profundos de nuestro presente histórico, nacional, internacional, y mundial.

Sería no ya frivolidad sino en la mayor parte de los casos mendaz ideología manipulatoria intentar explicar en términos de meros motivos coyunturales, esta nueva pasión, no sólo intelectual, no sólo política, de muchos y muy diversos españoles, ahora como nunca curiosos (es y no es la palabra) por qué será eso de España, y claro, también de paso por qué será de España. No vendrían, pues, al caso, o sólo poco, como explicación de esta «hispanomanía» reciente de intelectuales españoles, que contrasta con la hispanomanía británica evocada ahora en el libro de Burns, motivos coyunturales o relativamente superficiales: como las preparaciones y los ecos y el propio curso de la celebración ambigüísima del Quinto Centenario (del «Encuentro de las Culturas», del comienzo de la «Conquista de América», o del Genocidio), o la ocasión más reciente, hace un par de años, del centenario de un momento emblemático, si es que no «fundacional», del género filosófico-literario «ensayo sobre España. Y a planos profundos del ser histórico español remiten también a su vez las actuales, sólo en parte coyunturales, tensiones políticas de superficie entre la nación española y los varios nacionalismos peninsulares.

Un elemento más que hace pensar, o que obliga a pensar el sentido y la posible singularidad, ya en su génesis pero también en su estructura, de aquella nación: la primera en surgir de entre las «naciones canónicas» europeas, suelen aceptar los historiadores. No sería muy desatinado interpretar aquellas tensiones centrífugas (que la Constitución del 78 quiso conjurar al mismo tiempo que legitimar hasta cierto límite), como tensiones derivadas de conflictos múltiples entre grupos de españoles aproximadamente conscientes de serlo, y grupos de otros españoles que dicen muy fuerte que no son/no quieren serlo, o que dicen que quieren serlo pero decididamente de otro modo (se ha hablado de nacionalismo «accidentalista»), o que están dispuestos a «conllevar España» (Rubert de Ventós) desde una «civilizada», y flexible, y orgullosa, conciencia periférica. A no ser que estas tensiones ligadas en su origen inmediato a una cierta coyuntura (digamos, el postfranquismo y la España de la Constitución, un parto con cesárea, traumático y «precoz», no digo que no indicado clínicamente) entre grupos de españoles que, en diferentes grados de intensidad, quieren y no-quieren serlo, se las interprete, como parece legítimo, como expresión de tensiones de estructura.

Ese componente reactivo y reaccionario, que interviene, es lo menos que se puede decir, en la discusión sobre los nacionalismos, o entre los nacionalismos, o más directamente en este caso frente al tópico de la ideología cosmopolita, que ve sumariamente en los nacionalismos irredentos el azote político de nuestro tiempo, viene mentado con donaire en el arranque del libro del mencionado Rubert de Ventós, Nacionalismos (Espasa, 1994), un esfuerzo explicativo y taxonómico al que quizá no se ha echado suficiente cuenta: «Mi mente es perezosa y reactiva-literalmente reaccionaria. Ella tiende a seguir un curso disperso y ondulante mientras ninguna irritación fuerte la sacude o altera. Pero es precisamente una irritación de esta naturaleza la que siente cuando oye repetir hasta la saciedad algo que es estricta, rigurosamente falso; algo que difumina el perfil de las cosas e invierte el orden de las causas. Cuando oye, en efecto, que 'el gran peligro y azote de nuestra época es la proliferación de nacionalismos irredentos, de cimas xenófobas, de fundamentalismos mesiánicos'».

Esas tensiones, fenoménicas y de estructura o de fondo, habían sido, en suma, ocasión así de acercarse, sin demasiadas anteojeras especulativas o facilidades retóricas, a la cuestión esencial de la esencia de España. Pero este lenguaje enfáticamente ontológico, que de entrada asumo con todas las consecuencias, nos lleva ya al –consideramos– importante libro de Gustavo Bueno, que por lo demás se sitúa en las antípodas, desde más de un punto de vista, del pathos especulativo, moral y político del ensayista catalán.

Vengo diciendo esencia de España con todas las letras y con todo el énfasis filosófico-técnico en la latinización «realista, de la «ousía», y el «eidos» "idealistas" griegos, y con un oído puesto en sus armónicos con el «Wesen» germánico histórico y concreto: digo que vengo recurriendo lo más consciente de lo que digo que puedo, a lo que mucho oído entenderá como barbarismo, o como pedantería, o, algo peor, como caída en algún esencialismo metafísico, para así acercarme ya a mi preocupación principal en este comentario. A saber: dar cuenta y razón míninamente, y con la reserva de algunas preguntas inquietas, de la legitimidad teorética y la pertinencia política de una propuesta formalmente filosófica acerca de la susodicha esencia de la odiada y amada, de la amado-odiada España en torno al 2000.

Ciertamente, de entrada habría que subrayarlo: son en alto grado problemáticas, discutibilísimas, tanto la «decisión» teorética del profesor Bueno aquí (sobre todo a propósito del concepto de «ortograma imperial», como concepto metódico para exponer la esencia de España), cuanto la toma de posición en política internacional (frente al europeísmo, frente a los allí llamados «nacionalismos fraccionarios», pero también «a favor» de una Hispanidad intercontinental). Tesis discutibilísimas las de este libro (desde luego muy coherente, pero que no hay por qué «aceptar» en todos sus movimientos, ni desde luego en sus momentos de más combativa retórica, esencialmente en la durísima requisitoria contra todos los herederos intelectuales, morales y, sentimentales de Bartolomé de las Casas en el reexamen del Descubrimiento de América), sí. Pero lo menos que puede uno reconocerle a esta obra audaz es que merece una larga atención sostenida (digamos, hasta el final de sus densas 474 páginas, y claro está sin «saltarse» las más filosóficas, ontológicas, gnoseológicas, de Filosofía de la Historia y de Filosofía política).

No es éste el momento de subrayar una obviedad, subrayar la exigencia de este trámite de lectura. Muchos condenan de lejos ya el libro como restauración de la ideología imperial nacional-católica, y hasta «falangista» de un Hispanismo irredento. El caso es que aunque esta obra, como en general las del profesor Bueno, ha encontrado un público lector considerable, de hecho ésta es ya la segunda edición, el eco que ha encontrado en las páginas «culturales» de los medios de comunicación, o en revistas de opinión, se parece mucho a una especie de silencio, se diría a veces que inducido más que por simple indiferencia. Silencio inducido quizá también, ya en esa hipótesis, por el temor al «radicalismo» con que Bueno obliga, como suele, a tomar posición. Desde luego, muchas páginas [11] de este texto trasgreden, con libérrima «parresía», las pautas de lo políticamente correcto; muchas páginas, pero véanse por ejemplo, sobre todo, las que zarandean sin piedad (y yo creo que con una dosis suplementaria de «humor») los ideologemas del europeísmo corriente, no quita que sean procedentes de discursos tan venerados como los de Husserl, Heidegger u Ortega, o de Laguna, filósofos del «europeísmo sublime».

Discursos, autores, éstos, venerados, sobre todo en sus solemnes gestos de europeidad universalista y espiritualista; ¿venerables? Puede uno hacerse la pregunta, y no simplemente por meter el palo en la rueda de la integración de España en las instituciones europeas. Por ejemplo, a propósito de la idea de Europa del último Husserl, una idea a la que se le suele poner música celestial cuando se la expone, uno puede hacerse algunas preguntas, o legítimamente inquietarse. El que se considera a veces último gran racionalista europeo dio carta de legitimidad filosófica, en sus célebres conferencias vienesas, y ya en el momento del nazismo ascendente, a la «exclusión» de Europa del pueblo gitano, sobre la base de la incapacidad digamos estructural de éste para dejarse iluminar por la antorcha del fuego de la razón revelada al pueblo griego. Y se recordará que un estudioso reciente de Husserl (Miguel García Baró, en Vida y mundo) ha podido encontrar en aquél, junto a una espléndida fecundidad intelectual, en algunas de sus decisiones o de sus cegueras filosóficas, el síndrome autorrepresor del judío fanáticamente asimilado a la cultura germánica.

Dicho esto, España frente a Europa pertenece y no pertenece al contexto de esa nueva inquietud intelectual y política que evocábamos más arriba. No habrá que insistir en lo primero. Esta obra cabe situarla primeramente en el espacio contextual intensamente polémico de los últimos diez años. Ahí se desarrolla, en efecto, con un aparato conceptual complejo, pero también con una interpretación muy comprometida y detallada en ocasiones de los enclaves históricos decisivos del devenir de España, una hipótesis que, al menos en el formato en que está expuesta, resulta decididamente novedosa. En suma, es la hipótesis de que España no es originariamente una nación, que su esencia histórica requiere que se la reconstruya en términos de «ortograma imperial». El cual se habría generado en los siglos medievales, al hilo de la Reconquista, precisamente con vistas a recubrir el Imperio Islámico, y que se habría vertebrado como Imperio efectivo, a partir del Descubrimiento y Conquista de América, en la Monarquía Hispánica de los siglos XVI al XVIII, y que seguiría dejando su huella en In que a partir del siglo XIX, y en paralelo con las demás naciones canónicas europeas, se constituye como nación española,

¿España contra Europa?

Y al contexto de novedosas inquisiciones y debates sobre una tan zarandeada como saludabilísima «esencia» de España pertenece también, y aunque sea en términos de una fortísima polémica, la decisión, hasta cierto punto «justificada» en el libro de Bueno, de poner, si cabe decirlo así, España frente a Europa, si es que no contra Europa (pero en todo caso sería una cierta Europa, la que se modela según las sociedades marcadas por la modernización calvinista, la Europa protestante, que encontró sus mayores aliados en el mito de la conciencia privada, en el imperialismo colonial depredador holandés e inglés, y en el industrialismo posibilitado por las materias primas robadas en partes indefensas del planeta). A este respecto, la hipótesis sobre la esencia imperial de España se vincula con una reelaboración de la esencia histórica del Catolicismo, y con una energía, aquí y allá alguien dirá que hiperbólica, inédita desde Unamuno.

Seguramente parte de ese suplemento de «exageración», o de lo que otros llamarían «radicalismo», en la cuestión España frente o incluso contra Europa, nace de que desde el 98 más o menos ha devenido poco menos que dogma intangible en nuestros parajes la ideología según la cual España a lo más que puede aspirar es, si acaso, a ser «problema», pero que la «solución» es Europa (incluso muchos nacionalistas de los que llama Bueno «fraccionarios» no «canónicos», pueden coherentemente ver Europa, la Europa de las regiones y las nacionalidades, como «solución» a sus problemas con España). En el momento en que aquella fórmula se expuso por primera vez a primeros del siglo pasado, en un contexto regeneracionista, se trataba de una tesis con una parte de audacia, y en aquel momento seguramente políticamente útil. Pero en los últimos 25 años, el sentido, intelectual, económico y político, del europeísmo ideológico, se ha desplazado, se sitúa en otras coordenadas. Ese europeísmo tiene un formato que podríamos llamar teleológico-coercitivo: España debe ser/será/es Europa, donde Europa se entiende en clave de club de Estados europeos configurados según la Modernidad protestante. Y cabría matizar que ese europeísmo ideológico y sumiso no podría registrar las profundas tendencias intelectuales europeas de algunas de las más genuinas tradiciones españolas, las que ha mostrado recientemente el libro de José María Beneyto Tragedia y razón (1999), en continuidad metódica con la España inteligible (1985) de Julián Marías.

Pero sugería ya anteriormente que este libro desborda al mismo tiempo el contexto de las discusiones intelectuales, historiográficas y políticas sobre la esencia histórica de España. Se trata, en efecto, de un libro nítidamente filosófico, en el sentido crítico-académico de la Filosofía. Se trata de una filosofía de la historia de España: una interpretación y una explicación de la esencia histórica de España a partir de la hipótesis del «ortograma imperial». (El concepto de «ortograma» como «materia formalizada» capaz de actuar como programa en la conformación de un material, lo introduce Bueno en Cuestiones cuodlibetales, 1989, en el marco de una discusión sobre la idea de «falsa conciencia».) Una interpretación y una explicación filosófica, y en el código de Bueno esto significa algo muy preciso: un saber que construye críticamente y dialécticamente Ideas (como «Nación», «Estado», «Imperio», «Historia Universal»...), diferenciadas metódicamente de las Categorías propias de las ciencias regionales.

Un historiador «ad usum» pondría seguramente de entrada fuertes objeciones a un enfoque como éste: no sólo en referencia, digamos, a cómo interpreta concretamente Gustavo Bueno por ejemplo la evolución del ortograma imperial desde la Edad Media, o el significado, según él relativamente menor, del erasmismo (sobrevalorado en virtud de la «erasmomanía» de la legión de estudiosos del siglo XVI encuadrados bajo la batuta de Bataillon), o las tensiones político-teológicas que desata el Descubrimiento de América: sino ya acaso también o sobre todo tal típico historiador pondría objeciones al tipo general de discurso que se presenta como filosofía de la Historia de España. Tanto más porque ese discurso trata sin muchas contemplaciones las debilidades teoréticas de algunos historiadores muy celebrados.

Así, por ejemplo, y en las primeras páginas, a propósito de Henry Kamen en su libro sobre Felipe de España. Ahora bien, lo relevante aquí es que el paso a un plano propiamente filosófico (que nada tiene que ver con las conjeturas «ocurrentes» del estilo de las de Ortega sobre el fracaso del federalismo en España) viene dado no por una decisión teorética «lógica», (en el sentido aristotélico). Más bien es que a dar ese paso vendría obligado (lo sepa o no, lo dé mal, bien o regular) todo estudioso «físico», material, de la esencia histórica de España, o de alguna parte o fase lo suficientemente relevante de aquélla. Y habrá incurrido en filosofía, en lesa positividad científica si se quiere, incluso aquel que repita solemnemente y vacuamente el tópico perezoso antiesencialista frente a toda «especulación». Y así, para explicar el sentido del concepto de «identidad» en una expresión tan ineludible, por problemática que sea, como «identidad española» –y al margen de la interpretación material que se le dé a esa identidad, o incluso, eventualmente, al margen de los argumentos para deslegitimar, por presunta falta de referencia, algo así como una «identidad española»–, se requiere una conceptualización propiamente filosófica o con una parte de filosofía. Como también la requiere explicar un concepto crucial de todo pensamiento político: el concepto de nación.

De hecho Gustavo Bueno dedica unas páginas muy elaboradas a la determinación del concepto de nación y a sus cuatro sentidos: [12] biológico, étnico, político, y «fraccionario». En la argumentación del libro esa explicación viene exigida para precisar en qué sentido, y si bien la realidad social hispánica habría llegado a constituirse desde luego corno una nación política «canónica» en el curso del ascenso histórico de la burguesía y de la constitución del «pueblo» como base del Estado moderno, sin embargo, y como reza el título del largo capítulo II (pp. 77-171), «España no es originariamente una nación». Pero es que ya de entrada, el «fenómeno» masivo de España –si cabe hablar así– sugiere la exigencia de un desbordamiento de las categorías puramente historiográficas. Se diría que tratar España como un ejemplo entre otros de nación política, canónica, europea, moderna, o incluso, en hipótesis más económica, como una de las Naciones Estados integradas en el marco jurídico internacional de la ONU, supone una coerción, una distorsión. De ahí que ya desde las primeras páginas, y esto parece funcionar como una especie de premisa intuitiva, la identidad de España se sitúa de entrada en la perspectiva de la Idea de Historia Universal (en un sentido muy manifiestamente hegeliano), una Idea básica (y crítica, o posiblemente crítica) de la Filosofía de la Historia.

Viejo litigio

De manera que este libro podría leerse como un texto que reedita muy novedosamente el viejo litigio que enfrenta a filósofos e historiadores en un marco conceptual muy marcado por el ideologema historicista del «todo es histórico». Viejo litigio, tan viejo que podría remontarse a Aristóteles, al «dictum» de la Poética (precisamente ampliamente estudiado por el mismo Bueno en El individuo en la historia, 1980), y según el cual la poesía es más «sabia», más científica, o más filosófica, que la historia: un «dictum» que se presta, curiosamente, al equívoco de una lectura anacrónica en clave irónica. Por otra parte, el hilo de esa argumentación filosófica en polémica no tanto con la historiografía cuanto con el uso acrítico de conceptos filosóficos por parte de aquélla (uso que habría, lo reiteramos, también en el caso de que se proclame el nominalismo más intransigente), cabe ponerlo en conexión con el hilo de una reflexión de tipo filosófico-político.

De hecho, el libro permite una cierta puesta a punto, y aplicación en un ámbito histórico preciso, de los conceptos desarrollados en forma más teorética en el poco leído Primer Ensayo sobre las categorías de las «Ciencias Políticas» (Logroño, 1991), un ensayo que se propone explicar la estructura de la «sociedad política» como una organización nunca homogénea (constituida por partes diferenciadas), que requiere un nivel de complejidad (las tres capas: conjuntiva, basal, y cortical), y cuyo fin sería la «eutaxia», en un sentido que generaliza y rectifica el sentido contextual del término en Aristóteles (Política, VI, 6).

Para precisar el alcance, y la virulencia, de esta teoría de España hay que añadir que el horizonte estructuralmente filosófico de la pregunta (que a muchos parecerá, frívolamente, retórica, o etérea) «Qué es España», remite al mismo tiempo a un horizonte práctico, proléptico: «La pregunta "¿Qué es España?", en el contexto de la Historia Universal, la entendemos, por tanto, como una pregunta práctica por su identidad, que comprende en sí a otras muchas preguntas trascendentales: ¿Qué es España en su realidad histórica? ¿Qué será de España en el conjunto de otras identidades que amenazan su realidad, o que, por el contrario, pueden ayudarla? ¿Merece la pena –a los españoles, y también acaso a otros que no lo sean– actuar en el sentido de procurar mantener la identidad de España en los siglos venideros?» (p. 33).

Queda desde luego el reconocimiento abierto del interés intrínseco y la riqueza intelectual del libro (interpretación comprometida de todos los enclaves decisivos; del devenir de la identidad de España, clarificadora actividad taxonómica, pero también una documentación fuera de lo común) no podría, no debería minimizar las dudas, las considerables preguntas inquietas que suscrita a aquellos la lectura de esta obra. Destacaría al menos tres, y formuladas en su esquema mínimo. El primero sería el problema del español «musulmán»: la parcialidad de la Edad Media española propuesta por Bueno no sería sólo un elemento de la propia consecuencia con que se afirma la tesis del ortograma imperial supuestamente constituido en la Reconquista: sería también, quizá, parcialidad que afecta gravemente, se diría «a priori», al alcance cognoscitivo de la explicación, y no sólo de la Edad Media.

¿Cómo podría inscribirse, o reinscribirse, en el libro que comentamos, por ejemplo, el material histórico tratado en una obra como la Historia del Reino de Granada (desde 1246 a 1833) (reseñada por Domínguez Ortiz en las páginas de «Saber/Leer», nº 142, febrero 2001)? O bien, y por plantear la dificultad a lo Borges: ¿es que lo significa nada en el siglo XVI español el historiador arábigo Cide Hamete Benengeli? ¿O el Calderón autor de El Tuzaní de la Alpujarra? Segundo problema: el dilema relativismo cultural/absolutismo cultural, así como la opción abierta por el segundo ejercida con todas las consecuencias (pp. 324-357, 370-386) a propósito de la expansión imperialista a América de la Monarquía hispánica, parecen insuficientes para interpretar, filosóficamente, si se quiere, el choque entre civilizaciones, por más que efectivamente «asimétricas», que tuvo lugar en el proceso de construcción de un Imperio que esencialmente habría sido «no depredador», sino «generador».

El formidable tema de la traducción, sobre todo de los textos neotestamentarios a las lenguas amerindias, no podría omitirse. Y desde luego, la crítica a las reivindicaciones retóricas de un Las Casas sentimental no basta para darle la razón a un «racionalista» Sepúlveda. La fulminante refutación «ad hominem» de Sánchez Ferlosio (autor del no citado, ineludible sin embargo, «Esas Yndias equivocadas y malditas», in Ensayos y artículos, II, 1992) hace poca justicia, es lo menos que cabe decir, a una tentativa de clasificación que no puede resumirse en términos de simple «relativismo cultural» y que orienta decisivamente el ensayo de Fernández Buey sobre Las Casas (La gran perturbación). Y en fin, pero ya lo anterior lleva a un tercer problema, más estructural, sería el suscitado por la necesidad de una reflexión de segundo nivel acerca de esta tesis sobre España, una reflexión que proyectara sistemáticamente en todo el material de análisis del devenir de España la dialéctica emic/etic, que el mismo Bueno ha expuesto en Nosotros y ellos (1990). Ese opúsculo magistral proponía «ni fine» una ontología dialéctica, una perspectiva evolucionista y diamérica, que habría que aplicar a la esencia histórica hispánica en el trance de la confluencia turbulenta de las culturas diferentes.

Preguntas inquietas que se alimentan, se ve, en buena medida, del espacio teórico generado por el filósofo de Oviedo. Seguido por muchos, pero acaso no lo suficiente por quienes más debieran, por volver al punto del injusto relativo no-eco inmediato de este libro en algunos medios. Si cabe por una vez pasar de la categoría a la anécdota: en una reciente conferencia dada en una Facultad de Filosofía por Bueno sobraban varios dedos de una sola mano para contar los profesores asistentes de ese centro, en una sala, eso sí, llena de atentísimos estudiantes de Filosofía y de profesores de otras Facultades.

Patricio Peñalver Gómez (Sevilla, 1951) es catedrático de Filosofía en la Universidad de Murcia y director de Programa en el Collège International de Philosophie. Es autor, entre otros libros, de Márgenes de Platón, Del espíritu al tiempo, La desconstrucción, La mística española, Del silencio de Auschwitz a los silencios de la filosofía y Del Argumento de Alteridad.


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