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Interviú
nº 1264, 17 de julio de 2000
Gran Hermano
página 24

Algo de política
Gustavo Bueno
 

Gustavo Bueno Entre las innumerables utilidades que el Gran Hermano ha ido demostrando a lo largo de sus tres meses de vida, cabe destacar, en estos días de congresos y de manifiestos políticos, su valor como test para constatar que España es una entidad «realmente existente» y no una mera reliquia histórica del franquismo, o un modo demasiado arcaico para designar al «Estado español» (con el cuerpo de correos incluido). El Gran Hermano ha dejado en ridículo a todos aquellos políticos que querían hacernos creer que España, en víspera de su plena integración en Europa, podría ya considerarse como un mero nombre heredado de la «dictadura».

Ante todo, el Gran Hermano ha resultado ser un fenómeno sociológico, desde el momento en el que millones de españoles (muchos más de los que van a misa, o de los que votan en las elecciones autonómicas) se han sentido implicados en el experimento. Después del violento rechazo inicial (algunas empresas patrocinadoras llegaron a retirar su apoyo), rechazo que se mantiene por parte de algunos ideólogos progresistas, y desde el momento en el que los internos, a iniciativa de Iván, manifestaron su disposición para renunciar al premio «en beneficio de los etíopes» y, sobre todo pactaron el «no nominarse» mutuamente, el público advirtió que estaba ante gente de su condición, y comenzó a interesarse por ellos, a llamarles por sus nombres propios, como si fueran jóvenes amigos de sus hermanos y de sus hijos que habían ido a la comuna, al convento dúplice, o al colegio a «jugarse la vida», su futuro. (Mabel, que tenía ya su «vida hecha» fue una excepción que el propio curso del programa se encargó de reabsorber o de neutralizar de modo expeditivo). Por su parte, los internos no perdieron jamás la conciencia de que estaban actuando ante un Gran Hermano que juzgaba continuamente sus comportamientos éticos y morales y supieron muy pronto que ese Gran Hermano era España. Un Gran Hermano que decretaba las expulsiones y los premios, mediante votaciones democráticas, pero sin que sus criterios quedasen explícitos: cada cual tendría que adivinar retrospectivamente esos criterios insondables, y ello era la principal fuente de su inquietud («¿por qué Iñigo y no yo?»). A España se han referido los internos continuamente («España nos está viendo»). España ha sido el superego de los internos de Soto del Real.

La identificación del Gran Hermano con España fue haciéndose tanto más notoria cuanto más diversas eran las procedencias de los internos: Asturias, Málaga, Cataluña, Cádiz, etc. Precisamente esta diversidad es la que asombraba, o incluso indignaba, a tantos «nacionalistas», que comprobaban cuál era realmente, más allá de los folclores respectivos la lengua común ligada a las costumbres comunes y cómo los ayuntamientos de toda España han terminado haciéndose presentes, a través de sus regalos, a la Casa.

El Gran Hermano hubiera fracasado como programa de televisión autonómica. Necesitaba una diversidad de acentos y una caja de resonancia de millones de espectadores que no pueden caber en una sola autonomía, pero sí en su conjunto. El Gran Hermano ha demostrado que España es una sociedad «realmente existente» de un modo mucho más expeditivo de lo que puedan hacerlo las conclusiones de un congreso federal de partidos de derechas o de izquierdas autonómicos.

[ 13 julio 2000 / se sigue el original del autor ]

 
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