Proyecto Filosofía en español Hemeroteca
El Comercio
Gijón, Sábado 22 de enero de 2000
Sociedad y Cultura
página 74

Alberto Hidalgo
La opción de España por Europa ¿es un «ortograma»?

Si tuviese que seleccionar un acontecimiento concreto que hubiese servido de catalizador a la impresionante reflexión filosófica que Gustavo Bueno ofrece en su último libro España frente a Europa (Alba Editorial, 1999), no dudaría en señalar el referéndum sobre la OTAN y, a resultas, nuestro ingreso en el Mercado Común Europeo el 1 de enero de 1986. Fue la última ocasión en la que este destacado pensador antifranquista desplegó una intensa actividad social a favor de una causa política. Para evitar el ingreso en la OTAN, Gustavo Bueno participó en la campaña de agitación social desarrollada por la izquierda (comunistas y socialistas), lo que le llevó a los medios de comunicación, a la manifestación callejera e incluso a bajar a la mina en actitud proselitista. Derrotado el No a la OTAN por un estrecho margen, hizo una pesimista declaración sobre la insignificancia de la participación política. No deja de ser sintomático que su alejamiento de la política partidista sea inversamente proporcional al incremento de sus reflexiones teóricas sobre la política. En 1991, tras el derrumbe del bloque comunista, publicó su Primer ensayo sobre las categorías de las Ciencias Políticas, y en 1996, después del triunfo de Aznar, apareció su acerba crítica sobre El mito de la cultura.

¿Por qué entonces los medios de comunicación de masas se empeñan en presentar este libro como una reivindicación nostálgica del españolismo, el falangismo e incluso el franquismo? Es cierto que uno de los corolarios que se deducen del libro (una vez catalogado el separatismo vasco o catalán como «nacionalismo fraccionario») es la idea de que los nacionalistas vascos, catalanes o gallegos ven en Europa la gran ocasión para dejar de ser españoles. Pero ¿hasta qué punto sus tesis más provocadoras sobre la superioridad racionalista del catolicismo sobre el protestantismo, su defensa filosófica de los imperios generadores o su mordacidad respecto al papanatismo europeísta agotan el significado del libro? Dicho de otra manera, ¿se trata de un libro polémico o sustantivo?

Dolores y sufrimientos aparte en la esfera del Lebenswelt (somos muchos los que votamos contra la OTAN y los que seguimos sin entender qué pasó y está pasando 'realmente' en la antigua URSS), lo cierto es que el libro de Gustavo Bueno tiene sustancia propia y obliga a pasar de las anécdotas a los argumentos. Constituye, en primer lugar, una sólida construcción intelectual de la unidad y la identidad de España desde coordenadas que, precisamente por no ser coyunturales, proyectan una intensa luz sobre la opción de España por Europa en la que estamos comprometidos hasta las cejas desde mediados de los ochenta. En sus seis densos capítulos se aclaran y clasifican los distintos conceptos que subyacen a las ideas de nación (biológica, étnica, política y fraccionaria) y de imperio (en sus cinco acepciones), así como las distintas versiones en conflicto sobre la unidad e identidad de España. Nunca como en este libro el método dinámico y dialéctico dio tan obvios resultados, plegándose como un guante a los recovecos de la historia. La tesis fuerte es, sin duda, que el sujeto histórico de nuevo cuño que se forma en la Edad Media, diferenciándose del antecesor reino visigótico bajo la norma de resistencia al invasor asumió un 'ortograma' digno de un imperialismo genuino, «puesto que su objetivo era 'recubrir' al Islam, como imperio también infinito y contrafigura de su propia identidad». En consecuencia, España no es una nación, sino un imperio que, tras el descubrimiento de América, adquiere una nueva identidad generadora, cuyo producto más genuino ha sido la construcción de una «comunidad hispánica» (pp. 12-14).

Vistas las cosas desde la perspectiva hegeliana de la lechuza de Minerva, lo que llamamos «Historia del Género Humano» puede considerarse como la enumeración de la docena escasa de grandes imperios universales ya derrumbados, pero cuyos escombros siguen flotando en el 'océano antropológico' como acúmulos de humus sobre los cuales crecen los imperios presentes, que en su día también se derrumbarán. El imperio español desapareció hace cien años, pero queda flotando como 'comunidad hispánica', y ésta es ya una alternativa real al islamismo tercermundista y al protestantismo capitalista. Podría significar muy poco, en relación con las 'cuestiones que conciernen a la Humanidad', la condición de ser español cuando se toma en sí misma, en absoluto; acaso porque lo importante de la identidad hispana no reside tanto en un modo de ser, cuanto en un modo de estar, y la identidad hispana confiere a los españoles un modo de estar lo suficientemente distante de otras alternativas 'disponibles' como para poder transformar su condición en una plataforma privilegiada para promover planes y programas dignos de ser llevados adelante». (p. 439).

Si es esta equidistancia respecto al Islam y al protestantismo lo que identifica la forma de vivir hispana, es obvio que la confrontación contra el capitalismo depredador (o contra la 'globalización económica', por ejemplo) no se hace aquí desde posiciones abstractas (burgueses / proletarios o izquierda / derecha), que han perdido ya buena parte de su significado, ni tampoco desde míticas «identidades culturales inventadas mentirosamente», sino sobre la historia y sus cristalizaciones jurídicas. Explicar esta dimensión jurídica excede los límites del escorzo que estoy trazando. Baste recordar el detalle de que en la Constitución de 1978 (a diferencia de la de las Cortes de Cádiz de 1812) no hay ni una sola referencia a la comunidad hispana ni a la cooperación con Iberoamérica. Parece que los españoles estábamos tan 'ensimismados' en la transición democrática que nos olvidamos hasta de nuestra posición en el mundo. Lo que se dice de política exterior es tan abstracto que vale para cualquier país, cualquiera que haya sido su régimen y su historia. La construcción del Estado de las autonomías eclipsó el resto de los problemas jurídicos, que quedaron subsumidos en las fórmulas abstractas del Estado de Derecho, reflejado en nuestra constitución como una construcción teórica y artificial. De estos polvos, viene a decir Gustavo Bueno, vienen los lodos que hoy nos embadurnan.

A grandes rasgos, sin embargo, lo más destacado de la época de democracia coronada en que nos hallamos ha sido la opción de formar parte de la Comunidad Económica Europea. Y aquí es donde la pregunta que abre el libro del filósofo ovetense resulta más impactante. ¿Este ingreso en el club de los ricos obedece a un plan o a un programa propios o ha venido impuesto por las circunstancias? ¿Qué clase de plan es ése? ¿Tiene la estatura y dignidad del 'ortograma' que en el pasado nos llevó a constituir la comunidad hispánica?

Bona fide, muchos españoles nos consolamos otorgando a nuestra situación actual un sentido que podría resumirse en cuatro proyectos en marcha: (1) la construcción de la unidad política europea sobre la base de la filosofía griega, el derecho romano, la ciencia renacentista y el humanismo (cristiano o no); (2) la contribución a la construcción de una comunidad iberoamericana de naciones, para lo cual hemos obtenido en nuestra vecina Portugal el aliado más firme desde 1989; (3) la intervención cada vez más activa en los problemas de la comunidad internacional (catástrofes naturales, subdesarrollo, guerras, desastres ecológicos, etcétera) al servicio siempre del reconocimiento de los derechos humanos y de fines humanitarios, y (4) la ampliación progresiva del reconocimiento de la condición de ciudadanos libres e iguales a todos los hombres, cualquiera que sea el régimen político al que se encuentren sujetos.

Pues bien, el mayor desafío del libro de Bueno a estos tópicos me parece que consiste en su insinuación de que este conjunto de planes y proyectos no constituyen un auténtico 'ortograma' por tres razones. Primero, porque no son compatibles entre sí; segundo, porque carecen de la regla operatoria que les debería conferir efectividad, y tercero, porque están viciados en su origen por la existencia de nacionalismos fraccionarios, que operan en contra o se apropian de ellos para sus fines particulares. No estaría de más que por una vez, políticos e intelectales españoles intentasen responder a este reto de una manera que no sea puramente ideológica, es decir, mediante el anatema y/o el ostracismo. A mí, al menos, el libro me ha puesto a pensar sobre el sentido de mi vida.

 


Fundación Gustavo Bueno
www.fgbueno.es