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ABC
Madrid, 11 de diciembre de 1999
ABC Cultural nº 411
página 27

Vidal Peña
Filosofía de la historia de España

Nunca es fácil reseñar un libro filosófico compuesto de argumentaciones; aquí, y como ocurre siempre con Gustavo Bueno, la densidad argumentativa (sin el alivio de párrafos prescindibles) imposibilita un honrado análisis «interno» de esas casi quinientas páginas en las noventa líneas que son nuestro límite. Páginas que recorren, además, mil quaestiones disputatae: gnoseológicas, históricas, políticas. No siendo honrados (o sea, no escribiendo un libro parejo o mayor) sólo se puede parlotear «externamente». Supongo que también lo harán así (salvo que prefieran, como suelen, el silencio) los no pocos enemigos del autor. Ya se sabe: esto es «nacionalismo español», y de eso no se habla, o se habla mal, sin que haga falta argumentar. El menosprecio no vendrá sólo de los separatistas (para quienes cualquier «razón» en contra no deja de ser «agresión» a sus sentimientos); vendrá también, lo que importa más, de los progresistas.

Gustavo Bueno reflexiona acerca de la idea de «imperio» como núcleo de la historia de España. Quien ni quiere oír hablar de «España» (término innombrable) menos soportará oír hablar de «imperio». El uso retórico de esta palabra por parte del franquismo ha producido, por reacción, la tesis progresista de que el imperio español real fue siempre sólo retórico. De otra manera: que el franquismo empezó ya con los Reyes Católicos, anticipación que haría de la historia de España (a lo largo de al menos tres siglos) un prolongado error. Y así, desde los supuestos de esa tonta «historia virtual» (que, tonta y todo, complace a notables progresistas), se alzaría el planto, nostálgico de lo imposible: «Ay, si hubiéramos sido protestantes», «ay, si nunca hubiéramos ido a América», etcétera. Pero, más a fondo, el error no sería el imperio, sino España misma. Gustavo Bueno interpreta que España fue imperio antes de llegar a ser nación política, pero eso será visto como «nacionalismo español». O sea, tan nocivo al menos (para el progresista) como el nacionalismo vasco, inglés, bosnio, ruso, nambikwara (si existe), alemán, uzbeko, francés. «Todo es nacionalismo»: cosa reprobable. Aunque tampoco es infrecuente que, para el progresista, nacionalismos como el corso o el galés sean preferibles al francés o el inglés: la disgregación (¿tal vez porque suena «crítica»?) es mejor que lo ya integrado. Se piensa en la «diferencia» como liberadora, frente a la «identidad» superior... o mejor, es «la identidad diferente» lo superior. Dichas metafísicas (de las que Bueno da cuenta implacable en su libro) ayudan a no pensar, por ejemplo, en que los poderes económicos supranacionales prefieren aplicarse sobre entidades más débiles que las naciones «canónicas». Pero pensar cosas como ésa es apelar a principios «globales»: qué antiguos, esos «grandes relatos» que hablan de grandes líneas históricas, con lo «complejo» que es todo...

Creemos que este libro, sin necesidad de discutir al por menor sus abundantes razones, será juzgado según los sobreentendidos (más bien estéticos) en los que se refugia un pensamiento izquierdista residual (el que renuncia a plantear principios histórico-economico-sociales, procediendo desde lo que, en tiempos, ellos mismos habrían llamado «supraestructura»). Y así la obra será vista, sin más, como socialmente «impresentable»: ese adjetivo estético trasladado al primer plano valorativo general por aquella izquierda, desde el ámbito de los modales o los atuendos.

Ponemos una venda antes de la herida, desde luego, aunque a lo mejor el silencio evita la herida. Y en todo caso, bien está que, hágasele el caso que se le haga, aparezca un libro no construido a partir de los lugares comunes «democráticos» medios: no todo ha de ser opinión de político o de contertulio radiofónico. Ahora bien: todo esto que decimos no implica que no advirtamos ciertos problemas teóricos que la obra plantea de raíz. Y el principal –creemos– sería el del género mismo del libro, autoconcebido nada menos que como «filosofía de la historia».

Tal género, si no nos equivocamos, no está hoy muy prestigiado entre filósofos académicos (salvo, quizá, que por filosofía de la historia se entendiera «epistemología de la ciencia histórica», lo que no es aquí el caso). Ello no impide que sigan apareciendo libros acerca de la entidad de España, prolongadores de una tradición que se resistiría al desdén académico actual; tal vez se trate, después de todo, de problemas histórico reales, auqnue el filósofo académico tuerza el gesto. Habría cierta mala fe (democrática, o demagógica) en sostener que hay que hablar del presente como si no hubiera habido pasado (y pasado real, no virtual). Ahora bien, la filosofía de la historia (y precisamente tal como Bueno la entiende) se distingue de otros géneros (así, de la antropología, según el propio Bueno) por no considerar una realidad humana establemente «distribuida», sino una realidad «atribuida» in fieri; por tanto, la filosofía de la historia no sólo se ocupa del pasado, sino del futuro. Así vuelve a decirlo el autor aquí, «reconstruyendo» el pasado español, pero declarando que ello se hace desde una posición que remite al porvenir.

Aquí surge una cuestión. Puede admitirse que el uso de la idea de imperio para la exposición histórico-filosófica de «España» sea importantísimo, y hasta decisivo (en todo caso, creemos que considerar la idea de imperio, por puro resentimiento, como ficción no operante sobre la realidad española sería históricamente inaceptable); ahora bien, esa capacidad de la idea para reorganizar la comprensión del pasado de España, ¿actúa también sobre la prólepsis acerca del futuro español? Podría pensarse que si la idea de imperio hubiera de funcionar como idea-fuerza en la actual sociedad española, su fuerza no sería grande. ¿Y cómo se suscitan ideas-fuerza en la sociedad del presente? La ideas inadecuadas y confusas se siguen con la misma necesidad que las claras, decía Spinoza. Las ideas de este libro de Bueno (cuya lectura, como quiera que sea, es tan recomendable) no producen precisamente palabras necias; pese a ello, ¿no es muy probable que se le hagan oídos sordos?

(Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba, Barcelona 1999, 474 páginas, 3200 pesetas.)

 


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