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La Nueva España
Lunes, 19 de octubre de 1998
Sociedad y Cultura
página 66

La nueva encíclica «Fides et ratio»

Gustavo Bueno. Catedrático de Filosofía de la Universidad de Oviedo

«El Papa recupera la escolástica contra la teología de la liberación»

«La Iglesia católica desempeñó históricamente el papel de la Crítica de la razón pura, el papel de obligar a razonar, y ahora vuelve a esa tradición»

Gustavo Bueno, en su casa de Niembro, durante la mañana de ayer.
Niembro (Llanes), Javier Neira

Gustavo Bueno, catedrático de Filosofía de la Universidad de Oviedo, consiguió a través de Internet la encíclica «Fides et ratio», publicada el pasado jueves en Roma. La analizó y ayer, domingo –un día muy apropiado–, en su casa de Niembro, hizo una lectura crítica para los lectores de La Nueva España. La valoración de Bueno es altísima, considera que el Papa Juan Pablo II recupera los valores clave del pensamiento católico olvidados especialmente tras el concilio Vaticano II, unos valores filosóficos que distinguen a la Iglesia del resto de las creencias y religiones y sin los cuales se convertiría en una secta más. Bueno encontró muchos puntos de coincidencia con sus estudios «El animal divino», «Cuestiones quodlibetales» y «El mito de la Cultura» –publicado éste último por una editorial del mismo grupo que este periódico– y explicó la convergencia diciendo: «Soy católico en el sentido histórico cultural».

—¿Qué le ha parecido la encíclica?

—Me parece que es magnífica porque se ve al Papa exponiendo la concepción clásica, tradicional, de la Iglesia católica. Se escucha otra vez el órgano en vez de la guitarra propia de esas misas étnicas de ahora.

—¿Cómo?

—Superficialmente, se puede pensar que la encíclica es conservadora, reaccionaria, que sigue la tradición integrista, que no tiene novedad. Como si la novedad consistiese solamente en poner un concierto de órgano en un disco digitalizado.

—A su juicio, ¿cuál es la novedad?

—La novedad es tremenda cuando se contempla históricamente: frente al concilio Vaticano II. Intenta recuperar la corriente del siglo pasado, de la neoescolástica, representada por Pío IX, el «Syllabus», incluso León XIII en cuya encíclica «Provindentissimus Deus» influyó de forma decisiva Ceferino González. Y la encíclica «Pascendi», de Pío X contra el modernismo, una palabra, modernismo, que inventó Pío X para designar lo que después, de alguna manera, se llamó posmodernismo. La encíclica «Fides et ratio», la actual, vuelve al concilio Vaticano I; bueno, vuelve entre comillas. El Vaticano I y Pío IX plantean el problema de la fe y la razón, y condenan el racionalismo y el fideísmo: reducir la fe a la razón o afirmar que la razón no puede nada, que todo depende de la fe. El agnosticismo también está en esa perspectiva y este Papa lo condena expresamente. Esta encíclica es un frenazo, una rectificación, de las corrientes de la Iglesia católica animadas por el Vaticano II y que probablemente habrían conducido a la Iglesia a perder su sistema filosófico y mantener posiciones que la confundirían con las iglesias evangélicas, con los Testigos de Jehová, planteamientos puramente sentimentales que apelan a la fe sin estructura filosófica de fondo. Dejaría de ser católica, pues, muchas veces lo hemos dicho, la clave de la Iglesia es su alianza con la filosofía griega. Como dijo Unamuno, la Iglesia es una suma de derecho romano y de filosofía griega; si pierde su especificidad, se convierte en una secta más.

—¿Cuál es la cuestión esencial?

—La relación entre ciencia y religión. Es interesantísimo ver la evolución del conflicto desde las tesis del libro de Draper «Conflicto entre la religión y la ciencia». Era un químico norteamericano protestante, en España su libro lo distribuyeron los krausistas con financiación, dicen, de Bismarck. El padre Cámara dice que el libro es una ofensiva de la Kultur Kampf de Bismarck, ya que es contemporánea del Vaticano I. Es la ciencia frente a la fe. Hay conflicto sobre la Biblia, sobre los datos de la Biblia y la ciencia; la ciencia ataca, la Iglesia se repliega... pero la Iglesia empieza a digerir las novedades sin dificultad, se ve en la discusión sobre el darwinismo: el padre Arriaga, jesuita de Logroño, reconoció que el barro del Génesis puede ser unos animales. Y fray Ceferino, en «La Biblia y la ciencia», dijo que cuando la teoría de la evolución fuese más que una hipótesis, cuando fuese una teoría demostrada, se incorporaría al dogma cristiano. Una posición avanzadísima, a finales del siglo pasado. Vamos, que la Iglesia no tiene por qué aceptar hipótesis científicas que no están contrastadas. Revisando el caso de Galileo, ni el Papa ni Belarmino se opusieron a Galileo, ni Galileo dejó de ser cristiano. No es, como dice Ortega, que Galileo abjura de la física. Ni mucho menos. El Papa estuvo asesorado por los principales astrónomos de la época. Y Galileo no probó la doctrina de Copérnico. Sólo después, con Kepler. La Iglesia, sin duda, deseaba que la Tierra siguiese siendo el centro; pero lo deseaba hasta que se demostrase lo contrario, porque por su propia naturaleza no podía ir contra la ciencia. La Iglesia católica desempeñó el papel de la crítica de la razón pura, el papel de obligar a razonar, y ahora vuelve a esa tradición. La ciencia moderna se incubó en ambientes católicos. El catolicismo no fue un freno a la ciencia moderna, eso es falso. Desde el cierre categorial se ve. El mundo griego consideraba eternas las leyes de la naturaleza y la ciencia las describía. Pero para el cristianismo, como el mundo es obra divina, la ciencia lo que hace es entender las operaciones divinas. Es la visión operacionalista de la ciencia. Eso es clave, fundamental. Nosotros consideramos que las ciencias son categoriales y la filosofía no lo es, sino que atraviesa las categorías. Por eso la ciencia no afecta a las doctrinas religiosas, salvo que la doctrina religiosa tenga afirmaciones seudocientíficas, como que el mundo se hizo el día sexto. Pero entonces se hace una reinterpretación alegórica y no pasa nada. Esas alegorías vienen de San Agustín, San Juan Crisóstomo, Orígenes, desde siempre y sin problema. La Iglesia tiene siempre capacidad de asimilación.

—¿Cómo se actualiza el conflicto entre ciencia y fe?

—Se transformó en este siglo. Las ciencias se han diversificado, han reconocido sus límites, los científicos toman conciencia de los límites de sus ciencias. Y aparecieron muchos científicos que son creyentes, como siempre ha sucedido. En España el modelo de científico creyente es cada vez más frecuente. Esta encíclica reconoce la distinción entre ciencia y filosofía.

—Pero, ¿y la ciencia?

—Muchas de las grandes ideas de la física moderna, ideas clave, tiene su origen en dogmas católicos. Por ejemplo, el éter electromagnético de Maxwell tiene las mismas características que el cuerpo glorioso. O la disociación entre cuerpo y materia que usan los físicos con tal incompetencia que hablan de ondas inmateriales cuando tratan del vacío cuántico, ¡pero cómo van a ser inmateriales! serán incorpóreas. Esas distinciones son las de la Escolástica. Bueno, se lo dije a la consejera de Cultura hace dos años en Gijón. Presidió nuestra semana de filosofía y fue con el director regional, Ordóñez, catedrático de Filosofía. Se habló de qué pasaría con la filosofía ante la llegada del PP y le dije que si son católicos la filosofía estaría de enhorabuena: la Iglesia tiene que favorecer necesariamente a la filosofía.

«La encíclica dice que una cultura nunca puede ser criterio de juicio ni, menos aún, criterio último de verdad en relación con la revelación de Dios»

—¿Cómo ve la encíclica las culturas?

—Es otro punto clave. Cita ochenta veces la palabra cultura. Antes no aparecía jamás. La idea de cultura, en el sentido moderno, aparece en el Kultur Kampf contra los jesuitas, contra la Iglesia romana y el concilio Vaticano I. La importancia de la cultura en la encíclica es una novedad completa. Se dirige contra la teología de la liberación y contra el relativismo cultural. El Papa recupera la escolástica contra la teología de la liberación. Va contra Boff, que sostiene que en las culturas iberoamericanas laten las semillas del Verbo. O sea, que las culturas son la fuente de la revelación: ésa es la versión más radical de la teología de la liberación. La encíclica dice que Cristo enseñó una doctrina universal. Todas las culturas deben someterse a la doctrina universal. Eso no quiere decir que niegue las culturas, reconoce sus peculiaridades. Indica que una cultura nunca puede ser criterio de juicio ni, menos aún, criterio último de verdad en relación con la revelación de Dios, eso es «El mito de la Cultura».

—Es su tesis.

—Claro, por eso estoy encantado con esta encíclica de Juan Pablo II. La razón es muy sencilla: soy católico en el sentido histórico cultural.

 


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