Proyecto Filosofía en español Hemeroteca
ABC
Madrid, 24 de enero de 1997
ABC Cultural nº
página 62

José Antonio Marina
Y después de la cultura, ¿qué?
El mito de la cultura. La cultura como tótem. La politización de la cultura

Gustavo Bueno está empeñado en construir un sistema filosófico, lo que me parece digno de aplauso cuando triunfa el aforismo, la fragmentación y los deshilados filosóficos. Su «Teoría de cierre categorial» es una filosofía de la ciencia y de la propia filosofía. Cada una de las ciencias, dice, delimita un campo cerrado de realidad, un campo categorial. Hay, sin embargo, ciertas ideas que atraviesan todos los campos y éstas serían el objeto de la filosofía, que, por lo tanto, ni se reduce a la ciencia ni puede prescindir de ella.

Acaban de aparecer dos nuevos libros de Bueno, «El sentido de la vida. Seis lecturas de filosofía moral» (Pentalfa) y «El mito de la cultura». El primero, donde estudia las nociones nucleares de la ética –su fundamentación, la idea de persona, la libertad, los derechos humanos, el sentido de la vida– me parece más importante dentro del proyecto sistemático del autor, pero comentar el segundo, un escrito polémico pero no sólo polémico, me parece más urgente. Temo que algunas expresiones escandalosas, como su consejo de huir de la cultura bajo la advocación de Epicuro, puedan ocultar la importancia de las tesis de fondo. Acabo de leer una entrevista con Gabriel Albiac, en la que Gustavo Bueno acaba diciendo que la manera de huir de la cultura y ser un hombre libre es «destruyendo... sí, destruyendo». No conozco a Bueno, pero no es ese mensaje de picapedrero el que encuentro en su obra. Aunque la revista que fundó se llame «El Basilisco», estudia los asuntos con demasiada atención y cuidado como para ser destructivo.

Gustavo Bueno quiere desmitificar la cultura. «La historia del término "cultura", tal como se ha ido conformando a lo largo de los siglos XIX y XX, es la historia de un proceso progresivo de confusión» (página 220). Se ha convertido en un mito con funciones pragmáticas. Pretende enfrentarse a él como «racionalista crítico». Un crítico no es un demoledor. El autor repite en varias ocasiones que «criticar» significa «cribar». Algo así como separar el grano de la paja.

La palabra cultura comenzó designando una propiedad subjetiva, muy semejante a «educación», «formación», «crianza». Pero acabó por prevalecer el significado objetivo: un conjunto de cosas valiosas. Esta idea metafísica de la cultura acabó, dice Bueno, por convertirse en mística y mítica. La función pragmática de esta idea metafísica de cultura es unir a los miembros de un grupo social dado (tribu, nación, etnia) y, sobre todo, separar a ese grupo de los demás. «Al mismo tiempo que hace a los hombres, los hace diferentes de otros hombres con culturas diversas y los enfrenta, a veces hasta la muerte, con ellos» (pág. 49). Recuerdo que, según Clifford Geertz, en Java se dice «Ser humano es ser javanés». Los niños pequeños, los ignorantes, los locos o los inmorales son considerados «adurung djawa», «aún no javaneses».

La cultura como tótem

La cultura siempre ha existido, desde que el hombre es hombre, pero la idea mítica de Cultura es una idea de la filosofía alemana, dice Bueno. Nace con Herder y se consolida con Fichte, para quien la finalidad del Estado es la Cultura. Comienza así la instrumentalización política de la idea de Cultura. El mismo Fichte, en su «Discurso a la nación alemana», escribió: «Sois vosotros (alemanes) quienes poseéis, más nítidamente que el resto de los pueblos modernos, el germen de la perfectibilidad humana, y a quienes corresponde encabezar el desarrollo de su humanidad».

El mito de la Cultura es absorbido por el nacionalismo, y se convierte en «una idea axiológica y práctica constituyente». Cumple en nuestras sociedades la función que el tótem cumplía en las sociedades primitivas. Este asunto merece ser meditado seriamente, aquí y ahora. Bueno tiene razón al decir que en el fondo de esta valoración de la Cultura hay una «intención reivindicativa». «Saber lo que significa prácticamente la idea de Cultura y, en particular, la idea de identidad cultural, es saber contra quién o contra qué se dirige en las condiciones establecidas» (pág. 104).

La intensa reivindicación de los nacionalismos suele ir asociada a la reivindicación de la cultura propia, frente al Estado opresor. Entonces la Cultura aparece como el gran prestigiador. Pero, al mismo tiempo, confiere el prestigio de lo equivalente. Todo vale igual. La UNESCO, en su «Declaración de principios de Cooperación Cultural Internacional», afirma: «(1) Toda cultura tiene una dignidad y valor que deben ser respetados y protegidos. (2) Todo pueblo tiene el derecho y el deber de desarrollar su cultura». Esto es magnífico siempre que se mantenga dentro de los límites de la sensatez. Hace unos meses les conté que en el claustro de un instituto de Murcia se había defendido seriamente que no era lícito corregir las faltas gramaticales de los niños porque era atentar contra la cultura de su barriada.

Y después de la cultura, ¿qué?

El problema está en que, según Gustavo Bueno, no hay posibilidad de una «cultura universal». La cultura es una esfera cerrada que se enfrenta a las demás. Como mucho, se puede llegar a lo que él llama «cultura compleja universal», que es «el repertorio de habilidades o conocimientos que un individuo adulto que vive en la "sociedad universal" del presente debe poseer a efectos de su adaptación» (pág. 236). Pero esto es un conglomerado confuso y proliferante, una selva a la que el sujeto debe adaptarse si quiere sobrevivir. Está compuesta de cosas buenas y malas, porque la cultura no es un concepto evaluativo. La crueldad, el potro de tortura, la esclavitud, la guerra, todos son fenómenos culturales.

Aquí hay un tema importante. Esta sección comenzó con el mismo título que he usado hoy. «Y después de la cultura ¿qué?». No podemos considerar que los productos culturales, ni siquiera la «cultura de cinco estrellas» de la que se ocupa ABC Cultural, sea nuestro máximo horizonte valorativo, porque siempre va a ser un horizonte minúsculo. Necesitamos evaluar y sobrepasar la cultura. No es verdad que todas las cosas sean equivalentes. Pero para decir algo así hay que situarse fuera de la cultura, en el piso de arriba. ¿Es esto posible? Gustavo Bueno escribe: «Aquellos contenidos que, desde muchos puntos de vista, pueden ser considerados como los valiosos y universales –contenidos tales como las verdades geométricas o físicas, pero también las relaciones que constituyen la justicia, considerada como un valor personal universal– no tienen por qué ser considerados como culturales, puesto que desbordan cualquier esfera cultural.»

No podemos ser ni desarraigados ni tubérculos. Ni ciudadanos del mundo, ni fósiles del terruño. Hay que distinguir lo que nos une y lo que nos distingue. Nos debe unir lo esencial, y es bueno que nos distinga lo superficial, lo accidental, el estilo. La ética, el derecho, la ciencia son grandes relatos comunes. El arte, las lenguas, las músicas, la gastronomía son la brillante pluralidad. No saber establecer la diferencia y la jerarquía es de necios. Y muchas veces, de necios peligrosos.

Libro comentado: Gustavo Bueno: El mito de la cultura. Editorial Prensa Ibérica. 259 páginas, 2.700 pesetas.

 


Fundación Gustavo Bueno
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